Afleveringen
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Lo importante es lograr el conocimiento del Señor Jesucristo. Y las personas solo se conocen personalmente, en los encuentros en los que advierte sus gestos y sus palabras. Jesús es, en su vida terrena, perfectamente coherente: no pide nada que Él no viva, a diferencia de los escribas y fariseos. Dice que seamos humildes y da ejemplo de esa virtud. Pide vigilar y orar, y Él se levantaba de madrugada. Se nos abren panoramas cuando unamos, a sus palabras, sus acciones.
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“¿Por qué el ser y no la nada?” se preguntan los filósofos existencialistas. En algún momento también nosotros nos podemos sentir desconcertados: ¿por qué todo? ¿Qué sentido tiene que estemos aquí? Y volvemos la vista a Dios que nos dice: fíjense en mi esencia. Los hice para la unión amorosa Conmigo. Vive amando, no pierdas el tiempo haciendo otra cosa. Personaliza, llega al corazón y practica esta forma de vivir como el arte de amar.
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Zijn er afleveringen die ontbreken?
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¿Hacernos como niños para entrar en el Reino de los Cielos? ¿Qué derivaciones tiene esta invitación del Señor? Quizá la consideración de nuestra nada frente al todo de Dios. Y, de ahí, el abandono confiado. Y esto en cualquier época de la vida, aunque quizá en la vejez, en la que se repiten características de la niñez (como la indefensión), se haga más necesario. La infancia espiritual es ejercicio de virtudes teologales. Dios esperará de nosotros la sencillez y el cariño del niño.
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¿Cuál es nuestra mayor necesidad? ¿Y de la Iglesia, y de la humanidad? Sin duda el Espíritu Santo, la infusión en nuestras almas, instituciones y países del Espíritu de Dios. Él nos sitúa en el mismo ritmo de la vida divina, que es vida de amor. San Efrén el Sirio comparaba la preparación del alma ante la llegada del Espíritu Santo con las antorchas dispuestas a ser encendidas, como los marineros atentos a la voz del capitán, como los agricultores preparados para sembrar.
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“El Espíritu Santo ruega conforme a la voluntad de Dios por los que le pertenecen”, dice san Pablo en la carta a los Romanos. Nosotros queremos pertenecer plenamente a Dios, y ahora deseamos hacerlo consagrándonos al Espíritu Santo. No queremos ser huesos secos, sino seres vivificados; sin el Espíritu Santo, Dios se convierte en un ser lejano, Cristo en un recuerdo del pasado, la Palabra de Dios en letra muerte. Con Él, todo vive.
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Camino de Emaús, Cleofás y su compañero reconocen a Jesús al partir el pan. La razón primordial del ser sacerdotal es la Eucaristía. Toda puesta en práctica de los planes pastorales ha de sacar su fuerza del Santísimo Sacramento. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia? La eficacia de una vida apostólica depende de la difusión del culto eucarístico.
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Jesús se retiraba a lugares apartados y hacía oración. ¿Por qué apartados? Para meterse en el silencio. Solo ahí, en el silencio, somos verdaderamente nosotros mismos. Y es en medio del silencio donde percibimos la voz de Dios. Un alma que no tiene silencio es como una ciudad sin protección, acosada por ladrones. Guardando silencio podremos oír el rumor de los ángeles.
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Cuando Jesús les anunció a sus Apóstoles que se iría, el corazón de ellos “se llenó de tristeza”. Pero les asegura que conviene que así suceda. Porque enviará a alguien que supera toda capacidad de imaginación: una Persona que es Espíritu Puro, que será “otro” Consolador, que vivirá en ellos. El Espíritu de Amor, que nos invita a ser dóciles a su acción. Es la clave para ser santos: esperar la luz y la moción ahí, en el “alma de nuestra alma”, donde Él reside.
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En Pentecostés, el Espíritu Santo se comunica en forma de lenguas de fuego. Imagen muy expresiva, pues el fuego es resplandeciente y, por eso, el primer fruto del Espíritu de Dios es precisamente, un fuego de Amor. “Hazlo todo por Amor”, porque entonces serás movido por el Espíritu Santo. No como emoción pasajera, sino como fuego de permanencia, quemando lo más profundo de nuestro ser. Los antiguos pensaban que el fuego era una cosa divina y, si lo entendemos como el Espíritu Santo, es, efectivamente, divino.
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Gran alegría por esta misericordia del Cielo: María viene en Fátima a pedirnos penitencia, desagravio, oración por los pecadores. Es una madre preocupada por sus hijos, desvelando secretos celestiales para mover a la conversión. Sus apariciones en Fátima nos recuerdan también la escatología, y nos manifiestan el triunfo de su Corazón Inmaculado. Consagrémonos a Ella y, con nosotros, al mundo entero.
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La Ascensión no es simplemente un eslabón entre Pascua y Pentecostés. Es un misterio en sí, que afecta a la Trinidad y a nosotros. La Trinidad acoge la Santísima Humanidad de Cristo y Él, al introducir carne y espíritu humanos en la Trinidad, nos revela nuestro destino. Tomemos en serio la Ascensión: es un acontecimiento muy relacionado con nuestro destino eterno, al poner de manifiesto la importancia de la parte corpórea del ser humano.
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San Ambrosio pide que el alma de María esté en cada uno para alabar a Dios. Un anhelo maravilloso para todos, especialmente para los sacerdotes. El Sumo y Eterno sacerdote lo es precisamente por haber sido engendrado en el vientre de María. Y Ella también lo educa. En María encontramos todos los ideales: madre, enamorada, compañera, amiga, consejera… En el Calvario, Jesús encarga a su Madre a uno que el día anterior había sido ordenado como sacerdote.
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María es nuestra guía en todo, también en la manera de responder al Espíritu Santo y de enriquecerse con sus dones. En Ella encontramos el don de temor de Dios al reconocer en el Magníficat la soberanía de Dios, el don de piedad para llevar un trato de confiada familiaridad con Dios, el de ciencia, para descubrir en las cosas y en los acontecimientos el querer divino... Ella es el Vaso de verdadera devoción, el Vaso de la divina gracia, el vaso que contiene los tesoros del Espíritu.
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Como las vidrieras de una catedral, los santos son aquellos que permiten que pase a través de ellos la luz y el calor del Espíritu Santo. No son nuestras fuerzas o capacidades las que nos santifican, sino la acción del Dador de vida divina. Lo tenemos como Huésped desde el bautizo y corremos el riesgo de que pase inadvertido. Agradecerle su presencia, disponiéndonos a secundarlo mejor.
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Somos seres indigentes, incapaces de casi todo. Hemos de aprender a pedir a Quien es infinitamente poderoso y muy deseoso de otorgarnos sus dones. Pero pidamos ante todo aquello que le interesa a Él. De ahí que, en el Padrenuestro, roguemos ante todo por la gloria del Nombre de Dios, por el establecimiento de su Reino y por el cumplimiento de su voluntad. Recuperemos la oración dominical, restableciéndola en todo su relieve.
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Vae soli!, dice el libro del Eclesiastés: ¡Pobre del que va solo! Pero nosotros nunca vamos así porque una Persona divina nos ha sido dada. Habita en nosotros el Espíritu Santo, y nos mueve con sus mociones y sus dones. Dentro de estos, pensemos en el superior, el de Sabiduría, que nos hace gustar las cosas de Dios. Podemos preguntarnos si el gozo de lo divino ha sido creciente en nuestra vida.
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Agradezcamos a Dios el habernos dado a María, aprovechando el mes de mayo que comenzamos para ser más marianos. ¿Qué significa ser mariano? Sin duda amarla, y mucho. Busquemos hacerlo a través de la presencia de Ella, paralela a la de Dios. Y rezando bien el Rosario, hasta identificar nuestro corazón con el suyo. Entonces no serán extrínsecas nuestras virtudes, sino que procederán de un corazón asimilado a otro.
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Jesús dijo que, cuando fuera levantado sobre la tierra, atraería todo hacia Sí (Jn 12, 22). Podemos entenderlo referido a la Santa Misa: todo se resuelve en ella. El misterio de la muerte de Cristo se hace ahí presente. Ahí se unen el cielo y la tierra, ahí se ventilan cuestiones tan importantes como nuestra relación con Cristo, nuestra unión con Él. Dejemos que todo cuanto hacemos y somos sea atraído por la Misa.
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En los días ordinarios podemos orar con la devoción del día. Los sábados están dedicados a María. Ella nos recuerda la cercanía de Dios y nos descubre su bondad. Nuestro pensamiento se llena, al dirigirlo a Ella, de contento, de esperanza, de seguridad, de consuelo. María es toda de Dios, y eso es también lo que deseamos ser cada uno.
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Los grandes heresiarcas han buscado erradicar de la fe la Cruz de Cristo, buscando atraerse adeptos, y han terminado por destruir la fe. La Cruz es la única fuente de santificación y también de felicidad. Dios nos da, multiplicado, lo que nosotros le damos a Él. San Juan de la Cruz lo comprendió bien al escribir: “Mejor es sufrir que hacer milagros”. O: “Quien supiere morir en todo, tendrá vida en todo”.
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