Afleveringen
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El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la oración es un combate. Así lo desarrolla el n. 2725, animándonos a vencer los dos enemigos fundamentales: nuestro propio yo y las tácticas del demonio. En las primeras, tenemos que superar la falta de fe, el aletargamiento, en monólogos donde encontramos mil justificaciones. El segundo enemigo son las formas erróneas de entender la oración: el psicologismo, las prácticas y plegarias rituales, etc. Orar es entregarnos a Dios y recibir a Dios que se nos entrega.
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En la fiesta del Bautismo del Señor revaloremos nuestro bautismo. Quizá ignoramos la fecha en que lo recibimos o, si la sabemos, es una fecha que habrá pasado sin pena ni gloria. Sin embargo, esa fecha es más importante que la de nuestro nacimiento, porque es el nacimiento a la vida eterna. No olvidemos el grandioso proyecto del Padre para con nosotros: hacernos partícipes de la divinidad, en la conformación con Jesucristo.
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Zijn er afleveringen die ontbreken?
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“La revelación del Sagrado Corazón es el centro del cristianismo y aun en centro del mundo” (Ratzinger). Sintámonos afortunados de conocer esta cima del modo de presentarse Dios. En los miles de años antes de la revelación, los hombres buscaban respuestas a los misterios y adoraban las fuerzas de la naturaleza, animales e inclusive piedras. En el signo del Sagrado Corazón hemos recibido la más maravillosa revelación de un Dios que es todo amor.
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Jesús nos pidió amar a nuestros prójimos como Él nos ama, es decir, sin esperar a que el prójimo esté lleno de cualidades. Ese tipo de amor tendría ribetes egoístas, sería un amor de indigencia. El suyo es un amor de excedencia, que ama por sobreabundancia de amor. Busquemos que el Espíritu Santo nos sea donado, y tendremos la maravillosa realidad del amor divino con el que seremos capaces de amar.
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San Josemaría nos ha ayudado a salir del mundo gris en el que hubiéramos vivido. Ha venido para sacudirnos, invitándonos a vivir un mundo nuevo. Demos gracias a Dios porque nos ha ayudado a que nuestra fe crezca. Esa fe, al final, nos permitirá vivir en continua oración. Las contrariedades ofrecen una oportunidad de oro para crecer en la fe.
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Pensar en María siempre nos alegra, nos pacifica, como si recibiéramos un aroma del Paraíso. Ella está más allá de toda miseria y de toda imperfección. “Junto a ti, María, como un niño quiero estar, quiero que me eduques, que me enseñes a rezar”. Nos da lecciones de todas las virtudes, pero su lección fundamental es su misma persona.
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Agradezcamos a Dios su creación más alta: la de las personas angélicas. Son poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su mandato. E intervienen además en nuestras vidas para custodiarnos y llevarnos al Cielo, que es su lugar propio. Agradezcamos también a los ángeles adoradores de la Eucaristía y a los que participan con nosotros en la liturgia de la Misa. Querámoslos y seamos amigos suyos.
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El primer concilio ecuménico, celebrado el año 325 en la ciudad de Nicea, definió la naturaleza divina de Jesús de Nazaret, consustancial al Padre. Es tentación frecuente presentar un Jesús no-Dios, buscando que tenga más aceptación en la sociedad. Corremos el peligro de ser arrianos, si no en la afirmación de la fe en la divinidad de Jesús, sí en la práctica, por ejemplo, cuando dudamos de la eficacia de los sacramentos o de la oración de petición.
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En la liturgia de la palabra de la Solemnidad de Epifanía aparece de continuo la actitud de los Magos: adorar. Adoran al Niño porque es Dios. La principal de las herejías de la antigüedad, el arrianismo, le negaba la consustancialidad con el Padre. Tal herejía no acabó con la condena de Nicea, sino que todos, de alguna manera, tenemos un pequeño arriano al acecho, por ejemplo, cuando se nos pierde la centralidad de Jesucristo y lo relegamos a un plano secundario.
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Jesús es luz, y con su luz llamó a los Magos a través de la estrella. El libro del Apocalipsis llama a Jesús “lucero de la mañana”: sigamos esa señalización única, intentando que nuestra vida se colme con su Presencia. El camino es largo y azaroso, pero confiemos: si alguna vez perdemos el rumbo, Él se conmoverá con nuestro deseo y volverá a manifestársenos muy pronto.
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La celebración litúrgica de hoy es una sencilla memoria libre. Pero, considerándolo despacio, la devoción al Santísimo Nombre de Jesús nos trae infinidad de bienes: hace a Dios tan cercano que podemos tratarlo con su nombre propio. Además, produce lo que significa: Yahvé salva. Hagamos la prueba: repitamos muchas veces Jesús, Jesús, Jesús… y se alejarán los demonios, y Jesús estará presente para salvarnos de todo peligro.
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Al inicio del Año Nuevo nos preguntamos por la esperanza. Esta virtud es medio indispensable para que se desarrolle el amor. El amor solo se desarrolla en condiciones favorables, es decir, en la conciencia de saberse amados. Detectar la raíz de nuestro desaliento, porque si me represento algo como imposible, dejaré de desearlo. De Dios obtenemos cuanto esperamos.
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Cuando Jesús explica la parábola del sembrador, dice que los pájaros que hurtan la semilla son los demonios. Podemos entender que los granos que constantemente caen en nuestras almas son las mociones del Espíritu Santo. Si no estamos precavidos y entrenados, es muy fácil que ese germen de santificación sea anulado por el maligno. Atendamos a las continuas inspiraciones, diciéndole siempre que sí.
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La Oración sobre las Ofrendas de la Solemnidad habla de gozarnos, con María, no solo de las primicias de su gracia, sino también de su plenitud. Las primicias, la Inmaculada; la plenitud, su maternidad. Con ella, nuestra Señora es elevada hasta los linderos de la Unión Hipostática. Alabemos a Dios por haber querido que una de nuestra misma estirpe tuviera tal dignidad. Nos ubica en lo que somos: seres llamados a la divinización.
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¿Qué le diremos a Jesús el día que termina el año? Lo que cada uno tenga en su corazón, pero no olvidemos ser agradecidos. ¿No eran diez los curados?, preguntó, dolido, el Señor. Hemos recibido un diluvio de gracias, y cada uno tendrá conciencia de ellas. Pero no dejemos de agradecer las Misas y las comuniones que recibimos. Y volver a la consideración del a caducidad del tiempo y de la permanencia del amor.
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“Dios fue visto en la tierra y conversó con los hombres”, dice la profecía de Baruch. Y nosotros nos alegramos al saber que nuestro Dios es también el Emmanuel, tan cercano como no puede serlo más. Es más yo que yo mismo. Pero solo lo advertiremos en el recogimiento interior.
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La vida de Jesús no solo se contextualiza en la geografía y la historia, sino también en la genealogía. Nace de un padre y una madre conocidos, en un hogar, rodeado de cariño, como debe ser la llegada al mundo de todo ser humano. La familia de Nazaret es un trasunto de la familia de la Trinidad, y viene a indicar que el hombre solo se despliega en el amor que recibe. Solo entonces puede darlo.
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¿Qué lección quiere darnos Dios con la matanza de los niños inocentes? Seguramente muchas, pero entre ellas invitarnos a tener no visión de corto plazo sino de largo plazo. Porque hoy, después de dos milenios, festejamos el ingreso en la eternidad de esos niños, que recibieron el bautismo de sangre. Desde entonces gozan de la visión de Dios. Aprendamos a confiar en la Providencia divina, que siempre es el Amor Infinito de un Padre todopoderoso.
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El apóstol y evangelista Juan recibió con grandísima abundancia gracias de Dios. Aunque todas las gracias son inmerecidas, él supo corresponder y llegó a ser “el discípulo al que Jesús amaba”. Busquemos ir por su camino, siguiendo las reglas para soltarnos y crecer en el amor a Jesús: personalizar, llegar al corazón y encontrar nuestro modo propio, a través del recogimiento, el silencio, la libertad del corazón.
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Esteban significa coronado. Dios le otorga la corona del martirio al testigo de Cristo que da por Él su vida. ¿Cómo fue capaz de dar ese testimonio, a pesar de la furia que desataba entre los sanedritas? Porque habría tenido -cristiano de la primerísima hora- muchos encuentros con Jesús. Busquémoslos nosotros, en nuestra oración contemplativa. Solo así lo podremos hacer presente.
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