Afleveringen

  • El 25 de febrero de 1610, el rey Felipe III creó el Tribunal de la Inquisición en el distrito del Nuevo Reino de Granada, costas de Tierra Firme, Barlovento, la Española y el territorio de la Audiencia de Santo Domingo. Para administrar el Tribunal del Santo Oficio comisionó a la orden de los dominicos y designó como centro la ciudad de Cartagena de Indias.

    No fue sino hasta el 2 de febrero de 1614 que se realizó el primer auto de fe en Cartagena de Indias. Fueron sancionados un hechicero, Juan Lorenzo; un fraile, Diego Piñeros; un carpintero, Andrés Cuevas; un buhonero, Juan Mercader; un señor acusado de hacer pacto con el diablo, Luis Andrea; y un portugués, Francisco Rodríguez Cabral. La causa de la sanción de aquel portugués fue sin duda una de las más dignas de comentario de todas: rezaba mal el credo. Rodríguez Cabral no decía que nuestro Señor Jesucristo «resucitó de entre los muertos» sino que «resucitó a los muertos».1 ¡Valga la diferencia semántica!

      Aquí cabe señalar que esa diferencia entre resucitar «de entre los muertos» y resucitar «a los muertos» es más que un juego de palabras. Si aceptamos la veracidad del relato de los evangelios, las únicas posibilidades que existen son creer que Cristo resucitó a otros pero no resucitó Él mismo, o que resucitó a otros y también resucitó Él mismo.

    El que Cristo resucitara a otros antes de su propia muerte implica que tenía el poder para resucitar Él mismo en caso de morir. En otras palabras, no tiene lógica creer que Cristo pudo resucitar a otros, pero que Él mismo no pudo haber resucitado. Al contrario, pudiera argumentarse que el hecho de que don Francisco Rodríguez Cabral creyera que Jesús resucitó a los muertos implica que tuvo que haber creído también que resucitó de entre los muertos, es decir, que Cristo mismo resucitó.

    ¿Quién hubiera pensado que habrían de tener más fe en la posibilidad de resurrección los jefes entre los judíos que los discípulos mismos de Jesús? Fueron esos dirigentes judíos quienes recordaron y tomaron en serio las palabras proféticas de Cristo respecto a que resucitaría tres días después de ser entregado, condenado a muerte, azotado y crucificado.

    «Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron —afirma San Pablo—. Con su poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros.»2 Para que esto suceda tenemos que confesar que Jesucristo es el Señor y creer que resucitó de entre los muertos.3 Así podremos salvarnos de la sanción capital del Inquisidor divino en el Tribunal supremo que nos espera. Y así podremos resucitar para ser transformados con un cuerpo incorruptible e inmortal.4

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

    1 Javier Ocampo López, Supersticiones y agüeros colombianos (Bogotá: El Áncora Editores, 1989), pp. 61‑62. 2 1Co 15:20; 6:14 3 Ro 10:9 4 1Co 15:52-53
  • «Hacía ocho años que tenía en jaque a todo el Cibao. Se presentaba de improviso en Santiago, desaparecía y al otro día abaleaba un soldado en Salcedo.... Se dijo que era brujo; que cuando lo quería, se hacía invisible. Se le temía como a un dios implacable. El Gobierno despachó cientos de hombres tras él, y el ejército llenaba la cárcel de pobres campesinos, sospechosos de encubrirle. Nada....

    »... Me llenó de sorpresa verlo tan sereno... como si no fuera el objeto de una caza feroz y larga.

    Llevaríamos más de media hora allí. Él había contado innumerables episodios de su vida y parecía muy cansado. Tenía una voz triste.... Él era campesino, joven....

    »—Quique. Quizá yo pueda serle útil sin faltarle a mi conciencia.

    »—No, amigo, no tiene que faltarle; sólo lo quería pa conversar con usté. Me parece que no voy a durar mucho, y como de mí se habla tanto, no quería morirme sin que siquiera un hombre supiera que de no acosarme como un perro con rabia, esto se hubiera evitao....

    »... Torné a verlo. Ni miraba ni se movía. Negro, triste y perseguido...

    »—No piense mal, Quique. ¿Por qué va a morirse usté?

    »—Es que tengo que morirme, amigo.... He pasao muchos años poniéndole el frente al diablo y llevándome en claro a muchos vagamundos; pero hace unos quince días que me pasó una cosa muy mala, y dende entonces ni an duermo....

    Quique había estado rondando por Licey en pos de un compadre enfermo, y los soldados lo velaron. Ellos no acertaban nunca, porque la fama de Quique les hacía temblar el pulso a los mejores. Además, no se cuidaban de que hubiera o no gente. Mejor si la había, porque así se propalaba la noticia de que se había enfrentado al temible Quique Blanco, y eso, claro, podía proporcionar algún ascenso. Así, ese día una niña cruzaba cerca del fuego. La cogió una bala de Quique. Él la vio caer, y de golpe sintió que se le aflojaba el corazón.

    »—Dende ese día ando como loco, amigo. Cierro los ojos y la veo cayendo. Era una pobre criatura. No me lo perdono, amigo, y quisiera tener el poder de Dios pa devolvérsela a su mama....

    »—¿Usté tiene hijos, Quique? —pregunté.

    »—No, amigo. Si hubiera tenío uno...

    »Adiviné el resto. En su lógica primitiva, dar su hijo en pago de la muerta era una solución. ¡Y eso lo pensaba él, que no sabía cómo se quiere a un hijo!...

    »Dos días después... me encontré con la noticia de que un muchacho de Moca había sorprendido a Quique Blanco durmiendo y le había destrozado la cabeza de un tiro con el revólver del propio muerto. Más tarde supe que habían paseado el cadáver por todos los pueblos del Cibao, para que la gente no creyera que seguía vivo.»1

    Este cuento del ilustre escritor cibaeño Juan Bosch, uno de sus Cuentos escritos antes del exilio y por lo tanto antes de que llegara a ser presidente de la República Dominicana, nos recuerda que Dios sí dio a su Hijo en pago de la muerte que merecía cada uno de nosotros a causa de nuestro pecado, y que, a diferencia de lo que sucedió luego de que mataron a Quique Blanco, no había cadáver suyo que pudiera pasearse por los pueblos de Judea o de Galilea «para que la gente no creyera que seguía vivo». Porque Jesucristo resucitó,2 y hoy quiere que lo busquemos de todo corazón para que lleguemos a conocerlo en persona como Él realmente es, un Dios poderoso pero clemente y compasivo.3

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

    1 Juan Bosch, «La verdad», Cuentos escritos antes del exilio (Santo Domingo: Edición Especial, 1974), pp. 38‑47. 2 Jn 3:16‑17; Ro 4:25; 6:23; 1Co 15:3‑4 3 Éx 34:6; Neh 9:17; Sal 86:15
  • Zijn er afleveringen die ontbreken?

    Klik hier om de feed te vernieuwen.

  • En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:

    «Mis ingresos como trabajador son precarios.... Mi cuñada emigró, nombró apoderada de sus bienes a mi esposa, y le asignó la responsabilidad de cuidar de su madre y su casa. A cambio, nos apoya económicamente....

    »Esto ha motivado reproches de mi esposa, dándome a entender que, si mi situación económica fuera mejor, ella no tendría que asumir esa responsabilidad....

    »La salud de mi esposa ha ido en detrimento por el estrés que le produce atender a su madre.... Todo eso ha generado a su vez discusiones entre nosotros, y en cada oportunidad me corre de la casa de su hermana, donde vivimos.... Siento que no tengo esposa porque ella duerme con su madre, y yo solo o con mi hijo de once años.»

    Este es el consejo que le dio mi esposa:

    «Estimado amigo:

    »... Usted cree que su esposa le echa la culpa a su situación económica de que tenga que cuidar de la mamá. Si otros miembros de la familia de ella están dispuestos a cuidar de la mamá, entonces su esposa pudiera tener razón de que su situación económica la está obligando a cuidar de ella como si fuera un empleo. En cambio, si nadie más está dispuesto a hacerlo, entonces su esposa tendría la obligación aun cuando el salario de usted fuera más que suficiente, y ella estaría culpándolo por sentirse frustrada y no porque usted tuviera culpa alguna....

    »Nosotros hemos observado que, por lo general, la esposa (o pudiera ser el esposo) se queja de los ingresos del cónyuge porque cree que él no está esforzándose lo suficiente para trabajar, o porque ve que él se porta como si no tuviera nada importante que hacer. En el caso de usted, vamos a suponer que ella se está esforzando mucho en su trabajo y está muy estresada, pero ve que usted está asumiendo una inadecuada responsabilidad en el hogar, a pesar de que tiene tiempo de sobra.

    »Cuando usted no tiene trabajo, ¿cómo pasa el tiempo? ¿Hace las compras en el supermercado, prepara comidas, se encarga de la limpieza de la casa y cuida al hijo? ¿Le muestra a su esposa mediante sus acciones que usted se preocupa por el estrés y la salud de ella? Lo que usted dice es poco fiable si lo que hace no verifica que lo dice en serio.

    »Sin lugar a dudas, es problemático que su esposa esté durmiendo con la mamá de ella en vez de dormir con usted. Es importante que los cónyuges disfruten de tiempo juntos en privado, así que si hay otros familiares que viven cerca, tal vez puedan turnarse con su esposa cuidando de la mamá durante la noche.

    »Las Sagradas Escrituras enseñan que debemos honrar a nuestro padre y a nuestra madre, y cuidar de ellos. Pero también enseñan que los hijos adultos deben dejar a padre y madre y formar un nuevo hogar con su propio cónyuge. Le recomendamos que busque consejería profesional para resolver cómo hacer ambas cosas.»

    Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo puede leerse con sólo ingresar en el sitio www.conciencia.net y pulsar la pestaña que dice: «Casos», y luego buscar el Caso 719.

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

  • Este ladrón es Jesús,
    y este ladrón Barrabás.
    ¿A cuál de los dos queréis
    que os entregue en libertad?
    Es necesario elegir,
    por toda la eternidad,
    entre un ladrón verdadero
    y este ladrón: la Verdad.

                —¿Queréis que os suelte a Jesús?
                —Suéltanos a Barrabás.

    El uno roba los bienes,
    el otro la voluntad;
    aquél para su provecho,
    éste para nuestra paz;
    el primero por malicia,
    el segundo por bondad;
    Jesús para nuestro bien,
    para su bien Barrabás.

                —¿Queréis que os suelte a Jesús?
                —Suéltanos a Barrabás.

    El uno por lo de aquí
    y el otro por lo de allá,
    cada cual según su amor,
    cada cual según su afán,
    ambos despojan al hombre
    de su vida y su caudal:
    Barrabás, de todo el oro,
    y Jesús de todo el mal.

                —¿Queréis que os suelte a Jesús?
                —Suéltanos a Barrabás.

    Los dos esperan al hombre
    sin cansarse de esperar:
    Barrabás, días y noches,
    Jesús, una eternidad;
    cada cual a su manera,
    cada cual en su lugar:
    uno en las encrucijadas
    y otro en la cruz de verdad.

                —¿Queréis que os suelte a Jesús?
                —Suéltanos a Barrabás.1

    Con estos llamados «Versos de la Semana Mayor», el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez nos lleva a la conocida escena del juicio de Jesucristo, el Hijo de Dios, ante Poncio Pilato, el gobernador de Judea. Lo hace con licencia poética propia del caso, por medio de Pilato, como si éste fuera un vidente que quisiera revelarnos sus pensamientos. Porque lo que Bernárdez pone en boca de Pilato no lo pudo haber sabido aquel gobernador romano con antelación al juicio. Pilato ni siquiera recibe el famoso recado de su esposa sino hasta después de haber comenzado el juicio, cuando ya le ha preguntado por primera vez a la multitud si quiere que le suelte a Barrabás o a Jesús, al que llaman Cristo. Y lo único que manda a decirle su esposa en ese recado es que no se meta con Jesús, al que ella llama justo, pues por causa de Él, ella acaba de sufrir mucho en un sueño.2

    Lo que hace Pilato, en la pluma de Bernárdez, es enfocar de un modo inusitado, pero bien pensado, la decisión funesta de la multitud. Con voz profética, le hace ver al pueblo judío que la verdad del caso es que no les corresponde escoger entre un justo y un ladrón, sino de cierto modo entre dos ladrones. Barrabás roba los bienes por malicia, para su provecho y su propio bien, mientras que Jesús roba la voluntad por bondad, para nuestro bien y para que tengamos paz. No es que Jesús nos robe la voluntad en el sentido de quitarnos el libre albedrío con que nos creó, sino todo lo contrario. Él nos roba la voluntad en el sentido de darnos la opción de permitir que, en nuestra vida, se haga su voluntad divina en lugar de la nuestra.

    Bernárdez, en voz de Pilato, tiene razón acerca de la Verdad. Cristo, por amor, quiere despojarnos de todo mal para darnos, en su lugar, vida eterna. Y nos espera «sin cansarse de esperar», con los brazos abiertos, como lo ha hecho desde el momento en que dio su vida por nosotros en la cruz del Calvario hasta hoy, más de dos siglos después de que resucitó y se sentó a la derecha del Padre en la gloria celestial.3 Ahora sólo nos toca decidir: ¿Vamos a darle a aquel Jesús plena libertad en nuestra vida?

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

    1 Francisco Luis Bernárdez, «Jesús y Barrabás», Versos de la Semana Mayor, pp. 140‑41; tomado de Antología poética (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002, Colección Austral [Edición digital basada en la 3a ed. de Buenos Aires, Espasa Calpe, 1951]) <http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/67905031922137831688579/p0000002.htm> En línea 9 agosto 2007. 2 Mt 27:17‑19 3 Ro 8:34
  • Me dijeron: —¿Lo conoces?
    Respondí: —No sé quién es.
    Y el gallo, que me escuchaba,
    cantó, por primera vez,
    con una voz tan potente
    que, sobre la tierra fiel,
    arrastraba como un viento
    mis promesas de papel.

                El gallo cantó tres veces,
                y otras tantas te negué.

    —¿Estabas con Jesucristo?
    —Jamás estuve con él.
    Y el gallo, que me escuchaba,
    cantó por segunda vez,
    conmoviendo con su canto
    la tierra bajo mis pies,
    pero no el alma dormida
    como una piedra en mi ser.

                El gallo cantó tres veces,
                y otras tantas te negué.

    —¿Eres uno de los suyos?
    —Ni lo soy ni lo seré.
    Y el gallo, que me escuchaba,
    cantó por tercera vez,
    para que el mundo supiera
    que ya estaba por nacer
    un día que no sería
    de arena, como mi fe.

                El gallo cantó tres veces,
                y otras tantas te negué.

    Después de escuchar tres veces
    mi traición y el canto aquél,
    el Señor clavó los ojos
    en mi corazón infiel,
    y los hundió tan adentro
    que de dolor desperté,
    y ante la noche sagrada
    lloré por primera vez.

                El gallo cantó tres veces,
                y otras tantas te negué.1

      Así narra en verso el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez la historia del gallo de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Lo hace de manera excepcional desde el punto de vista del apóstol Pedro: el mismo Pedro que quiso caminar con Cristo sobre el lago de Galilea, pero no tuvo suficiente fe para lograrlo;2 el mismo Pedro que no pudo mantenerse despierto en el huerto de Getsemaní mientras Cristo velaba en oración;3 el mismo Pedro que, por no comprender que Cristo tenía que morir por los pecados del mundo, le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote cuando Judas entregó a Cristo en manos de sus enemigos.4

    Esa misma noche, mientras aquellos enemigos procesaban a Cristo injustamente a fin de crucificarlo, Pedro lo negó tres veces,5 ¡a pesar de que Cristo mismo le había dicho que iba a hacerlo y Pedro le había asegurado que eso jamás sucedería!6 Pero esa es la parte del relato de Bernárdez que ha hecho historia, acuñada en dichos y refranes, que conocen hasta los que no son seguidores de Cristo.

    La parte que está en tela de juicio, en la que se toma licencia poética el escritor argentino, es la frase al final del poema en la que dice que, cuando el gallo de la Pasión cantó por tercera vez, Pedro lloró por vez primera. No podemos saber con certeza si fue por primera vez, porque el texto bíblico no arroja luz sobre esto. Pero tratándose del que, al parecer, era el más valiente de los apóstoles, es probable que esa haya sido la primera vez que Pedro llorara y, más aún, «amargamente», como dicen las Sagradas Escrituras.7

    Menos mal que Pedro permitió que se rompiera el dique de sus lágrimas, pues a causa de su arrepentimiento sincero Jesucristo lo restituyó, preguntándole tres veces si de veras lo amaba. Con eso Cristo le dio a entender que ya lo había perdonado por las tres negaciones.8 Y con eso Pedro pudo experimentar en carne propia la veracidad de la bienaventuranza de Cristo que dice: «Dichosos los que lloran, porque serán consolados.»9

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

    1 Francisco Luis Bernárdez, «El gallo», Versos de la Semana Mayor, pp. 138‑39; tomado de Antología poética (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002, Colección Austral [Edición digital basada en la 3a ed. de Buenos Aires, Espasa Calpe, 1951]) <http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/67905031922137831688579/p0000002.htm> En línea 9 agosto 2007. 2 Mt 14:22-33; Mr 6:45‑51; Jn 6:15‑21 3 Mt 26:36‑46; Mr 14:32‑42; Lc 22:40‑46 4 Mt 26:51‑56; Lc 22:49‑53 5 Mt 26:69‑75; Mr 14:66‑72; Lc 22:55‑62; Jn 18:16‑18,25‑27 6 Mt 26:31‑35; Mr 14:27‑31; Lc 22:31‑34 7 Mt 26:75; Lc 22:62 8 Jn 21:4‑19 9 Mt 5:4
  • Jean-Pierre Chopin, profesor de educación física de veintiocho años, estaba en el segundo piso de un edificio, observando a un niño de cinco años que jugaba en el balcón del séptimo piso de un edificio de apartamentos enfrente. Todo esto ocurría en París, capital de Francia.

    De pronto Chopin sintió el impulso de bajar hasta la acera de enfrente. Así que bajó velozmente las escaleras, cruzó la calle al vuelo, y llegó a la otra acera justo a tiempo para recibir al niño en sus brazos. «Fue igual que agarrar una pelota de raquetbol», dijo luego el profesor. El niño, Rafik Meliani,1 se había salvado de milagro.

    Sin lugar a dudas, esto fue más que casualidad, más que una combinación feliz de circunstancias favorables. Aquí intervino Dios directamente, movilizando al profesor francés para llegar al lugar preciso, la acera de enfrente, en el momento oportuno, el momento mismo en que el niño caía.

    Algo parecido sucedió para que fuera posible la salvación de cada uno de nosotros. Fue en el momento oportuno, el tiempo señalado por Dios mismo, que su Hijo Jesucristo vino a nuestro encuentro. El apóstol Pablo nos explica que nosotros estábamos sometidos a los poderes que dominan este mundo, pero que cuando llegó el día señalado por Dios, Él envió a su Hijo, que nació de una mujer y se sometió a la ley de los judíos, para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley y adoptarnos como hijos suyos.2 Y fue en el lugar preciso, el lugar de nuestra muerte inminente, que Cristo nos halló. Así que nuestra salvación no fue producto de un acto improvisado que ocurrió por casualidad. Ni resultó de una feliz combinación de circunstancias propicias, como algunos pudieran pensar.

    San Pablo también dice categóricamente que Dios, desde antes de crear el mundo, nos eligió por medio de Cristo.3 Eso quiere decir que la crucifixión de Cristo fue un sacrificio contemplado, planeado con infinito cuidado y profetizado con lujo de detalles aun antes de que el mundo existiera. De modo que además de ocurrir en el momento oportuno, ocurrió en el lugar preciso al que Él vendría para salvarnos. La cruz en la que murió nuestro Salvador significa condenación porque Él se dejó condenar para que no fuera necesario condenarnos a nosotros. Por eso dice el Evangelio según Juan que Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él.4 Y la cruz es símbolo de maldición y de muerte porque nosotros merecíamos tanto la maldición como la muerte a causa de nuestros pecados.

    Sin embargo, Cristo vino en el momento oportuno y murió en nuestro lugar en la cruz del Calvario, el lugar preciso, salvándonos de la muerte segura una sola vez y para siempre. A eso se debe que su sacrificio no tenga que repetirse. Tiene eficacia universal y eterna. Más vale que nos apropiemos de ese sacrificio de una vez por todas.

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

    1 «Profesor salva de la muerte a un niño», Diario La Nación, San José, Costa Rica <https://www.pressreader.com/costa-rica/la-nacion-costa-rica/ 20200117/281552292811937?srsltid=AfmBOoqGrFg7VegECEDB03gmEKLUtzoz-6OW-KbitECZ2tFKvkw3DmJc> En línea 16 octubre 2024. 2 Gá 4:3-5 3 Ef 1:4a (TLA) 4 Jn 3:17
  • En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:

    «Durante siete años [he tenido un noviazgo] con una buena mujer. Estamos a punto de casarnos, pero siento que no podré serle fiel, ya que me atraen otras mujeres. He pensado inclusive en terminar mi relación. No lo hago porque sé que ella sufriría mucho. Lo malo es que no siento atracción por ella.»

    Este es el consejo que le dimos:

    «Estimado amigo:

    »Gracias por ser sincero con nosotros y consigo mismo. Usted dice que ha tenido un noviazgo con una mujer por la que no siente ninguna atracción. Y sin embargo está dispuesto a casarse con ella porque no quiere hacerla sufrir, aunque no dice que la ama.

    »¿Cuánto sufrirá ella al enterarse de que usted se siente atraído por otras mujeres y no por ella? No hay duda de que le causará mucho sufrimiento; pero le será mucho más fácil reponerse si se entera antes de casarse con usted. Pues si no se enterara sino hasta después de que se casaran, usted entonces la haría sufrir aún más debido a que ella ya no tendría la oportunidad de buscar a un hombre que la ame y que sí sienta atracción por ella.

    »Usted la llama una buena mujer y da a entender que no quiere hacerla sufrir. ¿Acaso no merece ella un hombre que le sea fiel y que siempre esté pensando en ella y no en otras mujeres? Le recomendamos que usted le muestre este consejo y le diga que, sin duda alguna, ella merece mucho más de lo que usted puede darle.

    »Nos entristece que usted le haya hecho perder siete años de vida a esa buena mujer al no sentir ninguna atracción por ella. Respetamos el que no quiera hacerla sufrir, pero eso es precisamente lo que usted ya ha logrado al hacerla creer que la ama lo suficiente como para casarse con ella.

    »Usted no estará listo para casarse hasta que esté tan enamorado que ni siquiera considere la posibilidad de tener alguna relación con otras mujeres. El matrimonio es para amigos íntimos que se tienen confianza, se respetan y sienten atracción mutua que es mayor que cualquier atracción que sientan por los demás. La descripción de un hombre y una mujer fundiéndose en un solo ser1 es el modelo de lo que Dios quiso que fuera el matrimonio. Es evidente que usted no está listo para unirse a esa mujer haciendo semejante compromiso sagrado.

    »Creemos que muchos adultos que forman parte de nuestra audiencia tienen noviazgos por conveniencia. El hombre sigue saliendo con su novia porque no ha encontrado a otra mujer que le guste más. La mujer sigue con su novio porque él la cuida y la protege, o porque todas sus amigas ya están casadas y ella siente que se va a quedar solterona. Algunos que ya han tenido relaciones sexuales antes de casarse se sienten atrapados y confundidos. Ya es hora de que pongan fin a esos noviazgos que tarde o temprano les han de causar aún más pena y sufrimiento. La vida no es un cuento de hadas. Son muchos los que no viven felices por siempre.

    »Con afecto fraternal,

    »Linda y Carlos Rey.»

    Este caso y este consejo pueden leerse e imprimirse si se pulsa el enlace en www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego el enlace que dice: «Caso 121».

    Carlos Rey
    Un Mensaje a la Conciencia
    www.conciencia.net

    1 Gn 2:24; Mr 10:7‑9