Afleveringen

  • Historia 'El peor día de un pastor esforzado'EL PASTOR QUE FRACASÓ Un Pastor de un pequeño pueblo, llegó a la Iglesia animado y motivado para realizar la reunión de la noche, la hora pasaba y la gente no llegaba. Después de 15 minutos de atraso entraron tres niños, después de 20 minutos entraron dos jóvenes, entonces el Pastor decidió comenzar el culto con las cinco personas. En el transcurso del culto entró una pareja que se sentó en los últimos asientos de la iglesia. Cuando el Pastor hacía la lectura de la Biblia para la prédica de la noche entró otro señor, con sus ropas sucias y pelo despeinado. Aún sin entender el porqué de la falla del pueblo, el Pastor condujo el culto animado y predicó con dedicación y celo. Cuando volvía para su casa fue asaltado y golpeado por dos ladrones que se llevaron su bolso donde estaba su Biblia y otras pertenencias de valor. Mientras su esposa hacía las curaciones de sus heridas en casa, él describió aquel día como: - El día más triste de su vida. - El día más fracasado de su ministerio. - El día más infructífero de su carrera. Después de cinco años, el Pastor decidió compartir esa historia para la iglesia, mientras él terminaba de contar la historia, un matrimonio de gran referencia en aquella congregación interrumpe al pastor y dicen: “Pastor, aquella pareja de la historia que se sentó en el fondo éramos nosotros." Estábamos al borde del divorcio a causa de varios problemas y diferencias que había en nuestro hogar, en aquella noche decidimos poner un fin a nuestro matrimonio, pero primero decidimos entrar en una iglesia, dejaríamos allí nuestras alianzas y después cada uno seguiría su camino, pero desistimos del divorcio después que oímos la predica en aquella noche, hoy estamos aquí con el hogar y la familia restaurada; mientras el matrimonio hablaba uno de los empresarios mas prósperos que ayudaba en el sustento de aquella iglesia se levantó pidiendo la oportunidad para hablar, y dijo: "Pastor yo soy aquel señor que entró con aspecto desaliñado, estaba al borde de la quiebra, perdido en las drogas, mi esposa y mis hijos se habían ido de casa a causa de mis agresiones, en aquella noche intenté suicidarme, sólo que la cuerda se rompió, cuando iba a comprar otra cuerda, vi la iglesia abierta, y decidí entrar aún estando todo sucio, en esa noche el mensaje perforó mi corazón y salí de ahí con ánimo para vivir; hoy estoy libre de las drogas, mi familia volvió a casa y me convertí en el mayor empresario del pueblo. En la puerta de entrada el obrero que recibía las personas gritó: "Pastor... Yo fui uno de aquellos ladrones que le asaltó, el otro murió en aquella misma noche cuando realizábamos el segundo asalto, en el bolso usted tenía una Biblia, y yo pasé a leerla cuando despertaba por la mañana, después decidí entrar en esta iglesia... El pastor quedó en shock y comenzó a llorar junto con el pueblo, al final de aquella noche en que el consideraba como una noche de fracaso fue una noche muy productiva. 1- Ejerza su llamado con dedicación y celo más allá del número de participantes. 2- En los días más malos usted aún puede ser una bendición en la vida de alguien. 3- Dios usa las circunstancias malas de la vida para producir grandes victorias. 4- Nunca diga: "Hoy Dios no hizo nada." Solo por el hecho de que tus ojos no vieron eso. Hebreos 6:10Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.

  • La holandesa Corrie ten Boom en su libro 'Misión Ineludible' nos cuenta una experiencia dramática, cuando perdió la memoria en Basilea (Suiza) y para sumar más angustia se fracturó la cadera. Pero en medio de aquella situación fue bautizada con el Espíritu Santo.

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  • Historia 'El camino en la selva'¿Qué podía hacer este misionero perdido en medio de la selva africana si no había ningún camino que le guiara? Lo mismo que debemos hacer nosotros en este tiempo: seguir al Guía.

  • Historia basada en el célebre Longman:En el tiempo de la esclavitud existió un esclavo llamado Longman que llego a ser un célebre escritor. Recordando su antigua vida, cuenta que su amo, que siempre le había tratado muy bien, un día le dioun melón de tipo amargo por error.Cuando se dio cuenta le preguntó:-¿Cómo has podido comerte esta fruta tan nauseabunda?-He recibido muchas cosas buenas de ti, mi amo, ¿no debería admitir también lo amargo de tus manos?Esta respuesta impactó tanto a su amo que recompensó a Longman otorgándolela libertad, lo que le permitió dedicarse desde entonces a sus dotes literarias.Todas las cosas son enviadas por Dios para nuestro bien, incluso el amargo melón de la prueba; por tanto, como Job,aceptemos la adversidad con una fe paciente y un testimonio fiel.Anoche cuando dormíasoñé -¡bendita ilusión!-que una colmena teníadentro de mi corazón; y las doradas abejas iban fabricando en él con las amarguras viejas blanda cera y dulce miel.-ANTONIO MACHADO

  • El leñador intrépidoFue una hazaña maravillosa hasta para un leñador intrépido. Se consideró algo extraordinario.Este cuento es una adaptación del capítulo 2 de Pasión por las almas, de Oswald J. Smith. El autor quiso, a través de esta fantástica narración, confrontar al lector con lo fútil de los logros humanos al compararlos con un llamado de Dios que puede afectar eternamente a miles de vidas, conduciéndolas a la salvación.Para entender mejor la historia es bueno leer la nota al capítulo, del propio Oswald Smith: Sobre la costa occidental del Canadá existen bosques de pinos donde no es extraño ver que algunos superan los cien metros de altura. La tala de semejantes árboles requiere de leñadores especializados, quienes, antes de derribar por tierra a esos gigantes, trepan hasta lo alto del tronco para cortar, en primer lugar, la copa e instalar, luego, los aparejos con los que transportar el tronco cortado. Se suelen hacer concursos de destreza entre los leñadores, que en ocasiones han producido caídas fatales.El leñador intrépido Fue una hazaña maravillosa hasta para un leñador intrépido. Se consideró algo extraordinario. Los alegres hacheros de la Costa del Pacífico nunca olvidarán la emoción que sintieron mientras observaban al temerario y audaz muchacho balanceándose entre el cielo y la tierra. Se había elegido el árbol el día anterior. Un inmenso pino Douglas de unos cien metros de altura, con un diámetro de dos metros en su base, perfectamente derecho y pelado casi hasta la copa. No era un árbol fuera de lo común, por lo menos en la Columbia Británica, pero se trataba de uno especialmente seleccionado y muy apropiado para el concurso de leñadores. El joven hachero, de diecinueve años, rostro alegre y aire despreocupado, era el centro de toda la atención aquella tarde. Después de meses de entrenamiento especial había llegado a ser uno de los mejores leñadores de la costa. Saltando por el tronco del árbol, con los clavos largos de su calzado y una correa alrededor de la delgada cintura, trepó los quince primeros metros como una ardilla y se hallaba ya muy arriba antes de que los robustos compañeros, al pie del árbol, se dieran cuenta de que había desaparecido entre las ramas.Echando la soga alrededor de sí, hincó los clavos de los zapatos firmemente en la corteza del árbol. Con su cabeza hacia atrás, seguía ascendiendo exitosamente ayudado por el excelente estado atlético de su cuerpo. Arriba y siempre hacia arriba escalaba, a la par que la inmensa copa se mecía por sus movimientos.Muchos de los observadores, cansados de mirar a lo alto, se acostaron de espalda para verlo mejor. Se oían incesantes gritos de asombro y excitación, animando al joven. Con razón se esforzaba. Era su día y él había concursado, no tanto para vencer a los rivales, lo daba por hecho, sino para superarse a sí mismo. Por fin, se detuvo a una altura de sesenta metros. Suficiente. Ahora a trabajar. Sacó su hacha y empezó a cortar el árbol dando vuelta al tronco continuamente, sosteniéndose con su fuerte correa. Daba golpes firmes, haciendo caer una lluvia de astillas sobre las personas que desde abajo lo observaban. De dos cosas tenía que cuidarse, pues había un par de posibles accidentes que todo hachero ha de evitar: si erraba un golpe podría cortar la correa que lo soportaba y el resultado sería fatal (hacía una semana que se produjo un incidente así en la Isla de Vancouver y el cuerpo lleno de golpes y sin vida del descuidado Tim se recogió al pie del árbol); además, tenía que estar bien seguro de que cortaba perfectamente el tronco en su circunferencia, no fuera que, al romperse el árbol, se rasgara llevando consigo la correa que estaba alrededor del cuerpo del leñador (tal cosa ya había acontecido a otro leñador y aún estaba fresco el recuerdo de ese fatal suceso). Pero el joven se mantenía muy alerta y lo había practicado cientos de veces. Todo debía marchar bien. La copa del árbol, cortada correctamente, cayó a tierra con el estrépito de un trueno, obligando a los leñadores a saltar a un lado para evitar ser golpeados por ella. Fue entonces cuando el intrépido leñador se vio frente a su peligro real. El tronco oscilaba peligrosamente, con movimientos de cinco a siete metros debido a la vibración causada por la caída de la copa. De no estar prevenido se hubiese dejado llevar por el tronco y como resultado del golpe su rostro hubiera quedado desfigurado al chocar una y otra vez contra el árbol. Tan violento fue el rebote. Descendiendo unos cuatro metros, con el fin de evitar un posible resquebrajamiento, se afirmó de nuevo para esperar que el inmenso pino dejase de oscilar. Y ahora, de acuerdo con las leyes de los trepadores, le tocaba dedicarse a preparar el aparejo: llevar arriba la polea de doscientos kilos, con un aparejo que tendría que asegurar en la punta del árbol. Pero el valiente muchacho no efectuó el trabajo como mandaba la tradición hachera, en lugar de eso hizo algo que fue tema de conversación entre los leñadores por varios meses. Lo que vieron parecía una alucinación. Después de colocar el aparejo, era hora de bajar. Balanceándose entre el cielo y la tierra, erguido sobre el tronco de sesenta centímetros de diámetro, a sesenta metros de altura, como recortado contra el cielo azul, mantuvo el equilibrio. Todos detuvieron la respiración. Se produjo silencio entre los veteranos leñadores mientras miraban hacia arriba. Casi se podía oír el corazón de muchos hombres que latía al galope. De pronto, el joven hizo que todo quedase congelado en tierra; un escalofrío los dejó débiles y temblorosos, aunque a la vez hipnotizados, sin poder apartar los ojos de él.A un metro del lugar en que se hallaba el leñador, otro pino se movía por el viento. El muchacho alzó su hacha. ¿Qué iba a hacer? ¿Estaba enloqueciendo? Se soltó el arnés y lo sostuvo en la mano; cual acróbata que desafía a la muerte, saltó hacia el árbol vecino y asestó un golpe enérgico al tronco; aferrado a su hacha y pendiendo sobre el abismo, volvió a colocar el arnés en su nuevo pino y alrededor de su cintura; y, abrazado a la columna natural, descendió rápidamente sin ningún peligro.Los espectadores lanzaron un suspiro de asombro ante los movimientos veloces y temerarios del joven, pero acabaron con vítores, celebrando que cinco minutos más tarde el leñador había plantado los pies en tierra, feliz y victorioso. Sin lugar a duda, por tercera vez consecutiva, el prodigioso hachero ganó la competición. **************Llegada la noche de aquel memorable día, el joven da vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Recuerdos de días pasados se le aparecen como incómodos fantasmas que no logra ahuyentar. El viejo hogar, su madre, la iglesia de su niñez y una multitud de imágenes y sensaciones sagradas visitan su confusa mente. Esto no conviene, susurra. ¿Qué es lo que me pasa? Apoyándose sobre el codo, pone atención para asegurarse de que todos, menos él, duermen. Luego, sigilosamente, baja de la cama, se viste y sin hacer ruido sale al aire libre. Es una noche de luna llena. Se ven en la distancia las largas y anchas sombras de los árboles gigantes y cada una de las casas de los leñadores. Nada rompe el silencio de la misteriosa madrugada. El bosque parece envuelto en un sueño eterno. Deslizándose entre los árboles se dirige al lugar donde pocas horas antes ha realizado su asombrosa hazaña pensando que el paseo le cansará y recobrará el sueño, o al menos le ayudará a olvidarse de los recuerdos que le afligen. Una hora más tarde regresa a su cabaña y se acuesta de nuevo. Pronto, se reconcilia con Morfeo, pero en cuanto se duerme extrañas visiones invaden su corazón. Sueña que está trepando al árbol del concurso lleno de entusiasmo, ansioso por llevar a cabo la arriesgada proeza. Sueña que empieza a cortar la copa con fervorosa energía. En pocos segundos ha completado el corte, pero el árbol se estremece y cuando la parte superior cae a tierra el tronco restante viene y va vertiginosamente. Siente el golpe del tótem en su rostro repetidas veces, como el puño de un boxeador sediento de victorias. El dolor es enloquecedor. Está seguro de que todos los huesos de la cara se han quebrado y la sangre le chorrea por el rostro...Se despierta bañado en sudor, con los nervios de punta y tiene que levantarse y respirar profundo durante varios minutos hasta que consigue tranquilizarse. Debe de ser ya mitad de la noche cuando exhausto se duerme. Vuelve a soñar que usa el hacha en un punto muy alto del árbol, sostenido únicamente por la correa. De pronto, yerra el golpe, corta la correa y en un abrir y cerrar de ojos se contempla a sí mismo cayendo al vacío y lanzando un terrible grito... Se despierta por segunda vez, encontrándose en el suelo, al lado de su cama. Tiene miedo de dormirse y sale de nuevo de la cabaña, solo que ahora camina sin rumbo entre los pinos titánicos. Una avalancha de recuerdos, aquellos que antes había tratado de sofocar, inundan su mente, poderosos; es imposible escapar...En su imaginación, viaja de regreso a la ciudad. Se reconoce asistiendo otra vez a una importante convención misionera, la que se había celebrado hacía un año. Está sentado en el auditorio rodeado de cientos de oyentes. Atraído por algún poder magnético del predicador, o empujado por una influencia extraña, de súbito se incorpora y acaba uniéndose a una larga fila de jóvenes que pasan adelante, hasta la plataforma, para responder al llamado de las misiones.Fue ese un momento emocionante. Aún podía revivir la exaltación de espíritu que había experimentado. Sí, tenía el firme propósito de ir como misionero donde Dios lo enviase. Pero al finalizar la conferencia este fuego se desvaneció, apagado por los afanes de la vida y, sobre todo, al volver a calcular el costo de su decisión fríamente.Poco a poco, la santa resolución se había debilitado y su entusiasmo se enfrió. Peligrosas atracciones mundanas se apoderaron de él y a las pocas semanas logró ahogar la voz interior del Espíritu y olvidarse, momentáneamente al menos, de su compromiso. Sin embargo, de vez en cuando, sobre todo en los momentos de silencio, esa voz reclamaba atención e insistía en el destino sagrado que le seguía esperando. Por mucho que se esforzaba no podía olvidarse de lo que había prometido al cielo. Un día, sintiéndose desesperado, tomó un tren que lo llevó al oeste, y a los pocos meses terminó como trepador especializado en los gigantescos árboles de los campamentos de leñadores, en la Columbia Británica.Ahora, ha transcurrido un año, y creyendo que todo acabó ahogado en el mar del olvido, se descubre otra vez confrontado con su llamado. Por espacio de dos horas lucha desesperadamente. El precio que tiene que pagar se le presenta en forma tan real que le hace hiperventilar. No puede desembarazarse de la carga que supone el sacrificio de ser misionero. La fama que ha conquistado como leñador intrépido lo empuja hacia los bosques; la familiaridad del monte y el gozo de la vida agreste le provocan duda y nostalgia. Repentinamente, como un relámpago, cruza por su mente el ejemplo de otro joven que quiso huir de Dios... Pero a Jonás le fue muy mal. A él, quizá, le puede ir peor. Sería peligroso tratar de esquivar esta decisión mucho tiempo más y seguir encaramándose a los pinos infinitos para esconderse de la mirada de Dios. Cae al suelo exhausto y coloca la cabeza entre las rodillas. Estalla en un desesperado llanto. Amargas lágrimas de arrepentimiento corren por sus mejillas mientras que, con frases entrecortadas, hace una confesión buscando perdón por la desobediencia y renueva ante Dios el voto de servirle como misionero. Entonces y solo entonces, por fin, una paz como nunca ha experimentado llena su corazón. Tras aquel tiempo de oración, el leñador intrépido ha sido rescatado. Con los primeros rayos de un nuevo día, renace otro joven lleno de santa determinación, que se sabe listo para cumplir su llamado.FIN.

  • Audiocuento: La Derrota de SatanásPrimer capítulo del libro Pasión por las almas de Oswald J. Smith. Escrito en 1950: Título original, The Passion for Souls, Oswald J. Smith, editado por Marshall, Morgan & Scott, Londres, 128 pp.LA DERROTA DE SATANÁS—Bien, ¿qué noticias hay? —preguntó Satanás, levantando la cabeza con una expresión de interrogación en su rostro. —Espléndidas, las mejores posibles —respondió el príncipe de los demonios de Alaska, quien acababa de entrar. —¿Ha oído ya alguno de los esquimales? —preguntó el jefe con ansias, fijando la vista en el ángel caído. —Ni uno —contestó el príncipe haciendo una reverencia—. ¡Ni uno solo! Yo me cuidé en ese sentido —continuó como si se gloriase de una reciente victoria. —¿Hubo algún intento? —preguntó su Señor en tono autoritario—. ¿Ha hecho alguien la tentativa de entrar? —Por cierto que sí, pero sus esfuerzos fueron frustrados antes de que pudieran aprender una palabra del idioma —respondió el príncipe con una nota de triunfo en su voz. —¿Cómo fue? Cuénteme todo —Satanás ya prestaba mucha atención. —Bien —comenzó el príncipe—. Me hallaba en mis dominios, habiendo llegado bien dentro del Círculo Ártico, con el propósito de visitar a una de las tribus más aisladas, cuando de repente me quedé asombrado al oír que se hallaban en camino hacia allí, desde el otro lado del mar, dos misioneros que ya habían desembarcado y que con sus trineos y perros se encontraban en el corazón de mi reino, Alaska, y se dirigían, hacía una numerosa tribu de esquimales, justamente dentro del Círculo Ártico. —¿Ah sí? ¿Y qué hizo? —interrumpió Satanás, impaciente por oír el final del relato. —Ante todo, llamé a las huestes de las tinieblas que obran bajo mis órdenes y tuve con ellas una reunión. Se hicieron muchas sugerencias, pero finalmente nos pusimos de acuerdo en que lo más fácil era hacerlos morir congelados. Sabiendo que aquel día partían hacia la distante tribu y que probablemente necesitarían todo un mes para cruzar las extensiones de los campos helados que los separaban de ella, enseguida empezamos las operaciones. Con corazones ardientes para anunciar su mensaje comenzaron ellos el viaje. Valientemente, aunque con mucha dificultad, siguieron el camino sobre el hielo. Pero después de haber marchado por una semana, repentinamente el trineo que llevaba la comida llegó a una capa delgada de hielo que se quebró bajo su peso y tanto el transporte como las provisiones se perdieron. Agobiados y cansados, los misioneros siguieron adelante con determinación, pero pronto se dieron cuenta de que se hallaban en una posición desesperada, a más de tres semanas del lugar que se proponían alcanzar. Desconocían por completo esas regiones y nada pudieron hacer para remediar su situación. Finalmente, cuando el alimento les faltó y ya estaban agotados físicamente, di órdenes y en corto tiempo se levantó un viento huracanado. La nieve caía como una ventisca que enceguecía y antes del alba, gracias al hecho de que usted, mis señor, es el Príncipe de las Potestades del Aire, ya habían sucumbido y muerto congelados. —¡Excelente! ¡Espléndido! Me ha rendido un buen servicio —aprobó el querubín caído con una expresión de satisfacción en su rostro que una vez fuera hermoso—. ¿Y qué tiene usted para informar? —continuó dirigiéndose al príncipe del Tíbet, que había escuchado la conversación con evidente satisfacción. —Yo también tengo algo que llenará de gozo a su majestad —contestó el aludido. —¿Se ha hecho también alguna tentativa de invadir su reino, mi príncipe? —preguntó Satanás con creciente interés. —Por cierto que sí —respondió el príncipe. —¿Cómo? Cuénteme todo —ordenó Satanás con viva curiosidad. —Me hallaba en cumplimiento de mis deberes en el corazón del Tíbet —explicó el príncipe—, cuando me llegaron algunas noticias sobre una agencia especialmente organizada para introducir el evangelio en mi Reino. Debe saber, mi Señor, que me puse alerta enseguida. Reuní a mis fuerzas con el fin de discutir la situación y pronto acordamos un plan que prometía éxito completo. Con admirable determinación, dos hombres de la Agencia Misionera viajaron a través de la China y se atrevieron a cruzar la frontera y a entrar en la Tierra Prohibida. Les permitimos seguir su viaje por unos tres días y luego, justamente cuando oscurecía, dos perros salvajes de aquellos que se hallan por todas partes de esas regiones los atacaron. Con tremenda desesperación se defendieron, pero finalmente uno fue vencido y muerto por los perros. El otro, protegido por fuerzas invisibles que no pudimos conquistar, pudo escapar. —¿Escaparse? —gritó Satanás, haciendo un horrible gesto—. ¿Escaparse? ¿Pudo llegar hasta ellos con el mensaje? —No, mi Señor —respondió el príncipe del Tíbet con una nota de certidumbre en su voz—. No tuvo oportunidad. Antes de que pudiera aprender una palabra del idioma, nuestras huestes arreglaron todo para que los nativos mismos lo asaltaran. Rápidamente fue enjuiciado y condenado. De veras, fue un espectáculo que hubiera llenado a su Majestad de gozo. Lo cosieron dentro de un cuero y lo colocaron al sol para que se asara. Durante tres días quedó así, fracturándose sus huesos paulatinamente, hasta que por fin acabó su vida. El recinto había ido llenándose rápidamente mientras hablaba el príncipe del Tíbet al terminar su informe, un gran grito de alegría estalló en la asamblea, mientras todos reverenciaban la majestuosa figura de Satanás, quien aún conservaba algo de su hermosura, a pesar de los estragos causados por el pecado. Pero un momento más tarde, los gritos cesaron, acallados por un gesto de la mano de Satanás. —¿Y qué tiene usted para informar? —preguntó dirigiéndose a otro ángel caído—. ¿Es usted aún amo de Afganistán, mi príncipe? —Le aseguro que sí, su Majestad —replicó el príncipe—. Aunque si no fuera por mis fieles seguidores, dudo que siguiera haciéndolo. ¿Ha habido un asalto contra sus dominios también? —exclamó Satanás con voz fuerte. —Sí, mi Señor —respondió el príncipe—, pero escuche y le diré todo. Pidiendo silencio con un gesto de la mano, comenzó: —Observábamos el progreso. Eran cuatro en total, todos celosos por proclamar a su Señor. Usted sabe, mi Señor, del aviso que espera al viajero en la frontera de mi reino. Dice así: “Se prohíbe terminantemente a toda persona cruzar esta frontera para entrar en territorio de Afganistán”. Bien, se arrodillaron allí y oraron. Pero a pesar de eso, nuestras valientes fuerzas prevalecieron. Aún a unos veinte metros del cartel, en un montón de rocas, se hallaba sentado un guarda afgano con un rifle en la mano. Después de haber orado, la pequeña compañía se atrevió a cruzar la frontera y entraron en la Tierra Prohibida. El guarda les permitió avanzar veinte pasos, luego, como un relámpago, tres tiros cortaron el aire y tres de la compañía cayeron al suelo, dos ya muertos y el otro herido. Su compañero arrastró al herido hasta la frontera, donde tras breve sufrimiento falleció, mientras el descorazonado huyó del país. Prolongadas vivas siguieron a esta narración y gran gozo llenó cada corazón, el de Satanás más que ninguno, porque ¿no era él aún dueño de las Tierras Cerradas y no había él triunfado en todo el campo? El Mensaje, gracias a sus innumerables hordas, aún no había penetrado allí ni se había oído todavía hablar del temible Nombre. —¿No quiere decirnos, oh Poderoso, por qué está tan ansioso por impedir que el mensaje llegue a estos nuestros imperios? ¿No sabe que los reinos del príncipe de la India y el príncipe de la China, y de su alteza real, el príncipe del África, han sido invadidos por fuertes contingentes y que muchas personas buscan a Cristo todos los días? —Ah, sí, bien lo sé. Pero escúchenme todos y les explicaré por qué estoy tan celoso por las Tierras Cerradas —contestó Satán, mientras los demás prestaban cuidadosa atención—. Hay varias profecías de las cuales quizá la mejor resumida es la que reza, “que será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo para testimonio a todas las naciones y entonces vendrá el fin” [Mateo 24.14]. Está claro —continúa en voz baja—, que Dios está “visitando a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre” [Hechos 15.14]. Y después de eso, Él dijo que volvería. Por lo que la Gran Comisión implica que deberán hacerse discípulos de todas las naciones. ¡Pues bien! —exclamó indignado—, Jesucristo no podrá volver para reinar hasta que toda nación haya oído las Buenas Nuevas, porque así lo dice: “Vi una gran multitud, la cual nadie podía contar de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” [Apocalipsis 7.9]. Por lo que no importa cuántos misioneros envíen a los países ya evangelizados, ni cuántos convertidos obtengan, mientras no se proclame el Evangelio en Alaska, el Tíbet, Afganistán y los demás dominios que tenemos, donde Cristo no ha sido proclamado, Él no podrá volver para reinar. —En ese caso —interrumpió el príncipe de Indochina Francesa—, si podemos impedir la entrada de los misioneros a las Tierras Cerradas, impediremos su venida para reinar sobre la tierra y de ese modo frustrar los propósitos del Altísimo.—¡Y así vamos a hacer! —exclamó el orgulloso príncipe de Camboya—. Hace pocos días —continuó—, un misionero escribió: “En este momento, no sabemos de un solo indochino que tenga conocimiento personal de Jesucristo, el Salvador”. ¡Confíe en nosotros, su Majestad, le aseguramos que nadie escapará!—¡Muy bien! —dijo Satanás—. ¡Seamos aún más vigilantes y frustremos toda tentativa que se haga para entrar en las Tierras Cerradas! Al darse cuenta de aquel gran plan, todos dieron voces de alegría y regresaron rápidamente a sus imperios, más resueltos que nunca a no dejar escapar ni una sola alma. Pasaron cincuenta años. Con gran intranquilidad, su Majestad satánica caminaba de un lado para otro. Señas de gran preocupación se dejaban ver en su rostro. Era evidente que algo fuera de lo común lo estaba perturbando. —¡No puede ser! —se reprochaba a sí mismo—. ¡El mismísimo plan! —continuó con voz más fuerte—. ¡Sí, el mismo plan! ¡Parece que al fin lo han captado! “Misiones”, “pioneros”... ¡Detesto esas palabras! Y tampoco puedo soportar aquella otra declaración: “Los fines de la Agencia Misionera incluyen apresurar el retorno de nuestro Señor, predicando el Evangelio a todas las naciones para tomar un pueblo para su nombre, como nos comisionó: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura”. Su propósito es involucrarse solamente en actividades que contribuyan a la evangelización mundial. Su política misionera no les permite duplicar los esfuerzos que hacen otras agencias en el extranjero, entre pueblos, tribus y naciones donde Cristo no ha sido aún anunciado. Regiones de más allá, zonas no ocupadas, misiones entre los pueblos, tribus y naciones donde el nombre de Cristo es aún desconocido. Y apresurar el retorno de su Señor, siguiendo su programa para este siglo. Luego, aquel grito: “¡Traer de regreso al Rey!”. ¡El Rey! ¡El Rey! ¡No sucederá! Yo tengo que desbaratar sus esfuerzos. ¡El Rey! ¿Y qué me sucederá a mí cuando Él venga? Tengo que convocar un concilio inmediatamente. En pocos minutos todos estaban presentes. Vinieron desde las regiones más apartadas y remotas los poderosos ángeles caídos, dignatarios, príncipes, capitanes, gobernadores mundiales de las tinieblas de este siglo. En innumerables multitudes se congregaron alrededor de su Señor, quien sumamente airado se hallaba de pie en medio de ellos. Reinaba un silencio sepulcral. Pronto Satanás hizo uso de la palabra. —Príncipe de Alaska venga aquí. Temblando y temeroso, ya desvanecida su arrogancia de cincuenta años atrás, se acercó a su temible monarca.—Príncipe de Alaska, ¿han entrado en tu territorio ya? —Sí, mi Señor, es cierto —respondió lentamente el príncipe con una mirada de terror, apenas levantando los ojos. —¿Cómo? ¿Qué? —tronó Satanás, dominándose con dificultad—. ¿Cómo es que no guardó mejor mi imperio? — Hicimos lo que nos fue posible, su Majestad, pero todo fue en vano. Se llegó a saber (en qué forma no imaginamos) de la tragedia de ese primer grupo de misioneros. Los cuerpos congelados de los primeros dos fueron hallados. La noticia inflamó a toda la iglesia. Hubo quienes se lanzaron a la aventura. Pudimos aniquilar a varios. Otros se desanimaron y se volvieron a casa. Pero finalmente, a pesar de todo lo que pudimos hacer, lograron sus propósitos. Guardados y protegidos por legiones de ángeles, entraron en mi territorio y allí se establecieron y no pudimos ya echarlos. Y hoy hay centenares de esquimales dentro del Reino de Dios, además de los miles que ya han oído el Evangelio. No es posible describir lo que siguió a esta declaración. Satanás estalló en una furia incontrolable. El aire mismo parecía lleno de un millón de espíritus. Sus principales jefes quedaron amedrentados ante él y pugnaban por alejarse de sus terribles ojos.—¡Príncipe del Tíbet, pase usted adelante! —rugió el enfurecido jefe—. ¡Espero que tenga un informe mejor para darnos! —continuó, mientras se acercaba el célebre príncipe. —No, mi Señor. Muy poco mejor me ha ido a mí, respondió éste. —¿Cómo? —grito Satanás—. ¿El nombre de Cristo ha sido predicado en su dominio? —No pude impedirlo de ninguna manera —replicó el príncipe en voz baja—. Hicimos todo lo que nos fue posible. Todas nuestras fuerzas trabajaron día y noche tratando de vencerlos. Parece ser que han iniciado un movimiento con el único propósito de ir a donde nadie fue antes y predicar entre los no alcanzados. El príncipe de la China trató con todas sus energías de aniquilarlos, pero fue en vano. Estaban protegidos por legiones de ángeles y sobrevivieron. Fueron atacados por perros. Llenamos a los sacerdotes de odio mortal hacia ellos. Se colocaron trampas por todas partes. Aplicamos el método del hambre. La enfermedad hizo estragos entre ellos. Pero todo fue en vano. Siguieron siempre adelante hasta que actualmente debemos reconocer perdidas para siempre muchas personas residentes en el Tíbet y miles más han oído el Evangelio. El Evangelio ha llegado hasta los últimos confines de mi territorio. Al oír eso, la furia de Satanás era indescriptible. Sin perder un momento, se dirigió al príncipe de Afganistán y dio su última orden:—¡Príncipe de Afganistán, venga usted aquí!Hubo un momento de vacilación. Luego, con paso lento y cabizbajo, se adelantó el príncipe y se paró temblando ante su soberano. —¡Príncipe de Afganistán! —empezó Satanás de nuevo—. ¡Usted ha guardado bien mis dominios, si usted me fallara no sé lo que haría!”. No hubo contestación. El silencio para parecía ejercer un poder de encantamiento sobre el numeroso auditorio. —¡Hable, oh príncipe! ¿Han entrado? —Sí, es cierto, mi señor. —Príncipe de Afganistán —exclamó Satanás saltando enfurecido hacia su vasallo—. ¡Me has sido infiel! —No, mi señor, no he sido infiel, pero nada se pudo lograr. Hicimos todo lo que nos fue posible. Hasta hace un año, ni una sola alma oyó la predicación de los misioneros. Luego, dos jóvenes fueron enviados por esa agencia misionera y... —¡Malditos sean! —interrumpió Satanás. —Toda la iglesia se puso a orar —continuó el príncipe—. Todos, evidentemente, saben que Cristo no vendrá a reinar mientras no se predique el Evangelio a toda lengua. Los ángeles los protegían. ¡Oh, sí! Luchamos, pero no los pudimos resistir. Seguían siempre adelante. Y hace una semana un hombre aceptó a Cristo y varios otros ya están interesados.—¡Y ahora! —rugió Satanás—. ¡Todo está perdido! Miles se están salvando en la India y en la China, y la noticia que acabo de recibir es la peor de todas. ¡Él podría venir ahora! O, por lo menos, no tardará mucho en hacerlo, porque con la visión que esta gente ha captado, cada tribu, lengua y nación será alcanzada con la predicación del Evangelio. Y luego... ¡Ay de mí! ¡Pobre de mí!

  • Historia 'Dos modos de verlo': Eran los mismos hechos, pero con diferentes puntos de vista. Un famoso escritor estaba en su estudio, tomó lápiz y papel y comenzó a escribir:✏️ El año pasado tuve una cirugía y me quitaron la vesícula biliar. Tuve que quedarme en cama por un largo tiempo.✏️ El mismo año llegué a la edad de 60, tuve que renunciar a mi trabajo favorito. Permanecí 30 años de mi vida en esa editorial.✏️ El mismo año experimenté el dolor por la muerte de mi padre.✏️ Y mi hijo tuvo un accidente de automóvil y estuvo hospitalizado con el yeso durante varios días. La destrucción del coche fue otra pérdida.Al final escribió: "- Ha sido el peor año de mi vida -"Cuando la esposa del escritor entró en la habitación, lo encontró triste en sus pensamientos y pudo leer lo que estaba escrito en el papel.Salió de la habitación en silencio y volvió con otro papel. Lo colocó al lado de su marido.Cuando el escritor vió el papel, se encontró con esto escrito en él:✅El año pasado finalmente me deshice de mi vesícula biliar, después de pasar años con el dolor.✅Cumplí 60 años con buena salud y me retiré de mi trabajo. Ahora puedo utilizar mi tiempo para escribir con mayor paz y tranquilidad.✅El mismo año, mi padre, a la edad de 95 años, sin depender de nadie y sin ninguna condición crítica, conoció a su Creador.✅El mismo año, Dios bendijo a mi hijo con una nueva oportunidad de vida. Mi coche fue destruido, pero mi hijo se mantuvo con vida sin ninguna discapacidad.Al final, ella escribió: *"Este año fue una inmensa bendición de Dios!"*Eran los mismos hechos, pero con diferentes puntos de vista.

  • Todo huele a podridoHace algún tiempo leía una historia que ilustra muy bien las palabras del Señor Jesús.La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas. LUCAS 11:34 El abuelo se había quedado profundamente dormido en su mecedora. Los nietos niños "terri-bles".-, tuvieron una mala idea: tomaron un trozo de queso (que con el tiempo se había corrompido) y untaron con cuidado los grandes bigotes del abuelo. Cuando éste despertó; aspiró el aire por la nariz y exclamó:"¡Qué mal huele esta habitación!". Se fue a la cocina, pero encontró que también la cocina olía mal; la misma sensación le produjo al entrar en su despacho. Salió a la calle y encontró a un vecino:"¿También tú hueles aqueso podrido?-le espetó brusca-mente-- No sé qué pasa hoy, que todo el mundo huele a queso podrido" Querido hermano, ¿te sientes tentado a criticar y a ver las faltas de los demás? Examínate a ti mismo; limpia tu nariz primero y verás como no todo huele mal.

  • ¿De qué clase somos?Cierto predicador ha comparado el modo como los cristianos sirven a su iglesia, a tres clases de barcos: De remo, de vela y de vapor. Hay cristianos, dice, que desean hacer cosas en la iglesia, pero... despacio. Otros según el viento de sus propios pensamientos, de donde sopla. Los terceros, obedientes al Espíritu Santo, tan pronto como el Señor les da la orden de zarpar.¿De qué clase somos nosotros, amigos?

  • Con cánticos de alegría salieron los canteros una mañana para empezar sus trabajos en la cantera cerca de Bristol, población importante en el Oeste de Inglaterra. Era el 31 de marzo de 1868.Aquí, unos están barriendo la dura roca caliza con barras de acero. Allí otros están midiendo con sumo cuidado los granos de la pólvora para las cargas; más allá un grupo considerable se ocupa de remover los escombros y la tierra del escenario de operaciones de ayer.Pasa debajo de la cantera la línea de ferrocarriles entre Londres y Bristol y de vez en cuando corre un tren por el pedazo de línea descubiertaentre dos túneles.Ya están listos varios mineros y se encienden varias mechas al mismo tiempo, se apresuran los hombres y muchachos a buscar los rincones y lugares libres de peligro, y pronto tres o cuatro detonaciones fuertísimas proclaman que las minas han producido su efecto esperado.Entre la compañía había un obrero llamado Juan Chiddy. Su oficio era quitar la piedra desalojada por la voladura, y llevarla donde estaban los vagones del ferrocarril. Al hacer esto se removió una gran masa de roca que empezó a rodar y no paró hasta que llegó a la vía férrea y quedó precisamente sobre los raíles mismos.Detúvose de terror el corazón de Juan, al ver que estaba interceptada la línea, y si no se quitaba aquella roca serían sacrificadas centenares devidas. Se descolgó rápidamente por la pendiente abajo con su palanca de mano, pero en aquel mismo momento pudo apreciarse el silbido de unTren que estaba en uno de los túneles.Tal vez sería ya tarde, porque era el expresó de Londres y tardaría sólo algunos segundos en atravesar el túnel.Tuvo Juan que tomar una decisión y esto con gran prisa. Hubo de decidirse por dejar estrellar el tren con toda su carga de seres humanos, o arrojarse a una muerte segura procurando quitar la roca de la vía. ¿Cuál iba a ser su decisión?Con sumo cuidado observó el maquinista del expreso los signos, según volaba su tren. Ya se acerca a Bristol y al fin del viaje. Todo estaba expedito al entrar en el túnel, y el tren penetró haciendo retumbar las paredes de su estrecha prisión; ahora empieza a esclarecer y la luz del final del túnel empieza a ser vista por el maquinista, cada vez más clara; más allá se ven líneas de los raíles, que se acercan en su perspectiva y sobre la vía en la cual está volando el expreso, al salir del túnel, el maquinista ve horrorizado el gran trozo de roca en medio de la vía que impide su paso. Es imposible detener el tren; ya no hay más que algunos centenares de metros de distancia.Pero todavía más horrorizado ve el maquinista que está penando un hombre para desviar la roca. Ya no queda tiempo. Con una mirada atónita contempla la escena y cierra los ojos agarrado a su máquina esperando el choque.Prosigue el tren su vertiginosa marcha y no hay choque. Llega a la estación y pronto saben los pasajeros cuán inminente ha sido su peligro.Se les cuenta que han estado a dos Pasos de la muerte; que la línea había sido interceptada por una masa de roca, y que un cantero la había arrojado de la vía un segundo antes del paso del tren; pero que había puesto su vida en lugar de la de los pasajeros, y que en la vía habían quedado los magullados restos de su salvador.Cristo Jesús también puso su vida para que nosotros, los pecadores pudiéramos ser salvos de una catástrofe segura.

  • A todos, de tanto en tanto, nos apetece escuchar una buena historia. Y si esa historia muestra el poder de Dios, tiene un final feliz y (lo mejor de todo) está basada en hechos reales, el placer y la edificación se multiplican. Espero que en estas dos historias encontremos esos ingredientes.

  • Juan Antonio Cavestany: En el circo romano.TEMA: PERSECUCIÓN, MÁRTIRES, AMOR CRISTIANOMarciano, mal cerradas la heridasque recibió ayer mismo en el tormento,presentóse en la arena sostenidopor dos esclavos; vacilante y trémulo.Causó impresión profunda su presencia.“¡Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido!”gritó la multitud con un rugidopor lo terrible, semejante al trueno.Como si aquel insulto hubiera dadovida de pronto y fuerza al enfermo,Marciano al escucharlo, irguióse altivo,desprendióse del brazo de los siervos,alzó la frente, contempló a la turbay con raro vigor, firme y serenocruzando solo la sangrienta arena,llegó al pie mismo del estrado regio.Puede decirse que el valor de un hombrea más de ochenta mil impuso miedo,porque la turba al avanzar Marcianocomo asustada de él guardo silencio;llegando a todas partes sus palabrasque resonaron en el circo entero:-César -le dijo- miente quien afirmeque a Roma he sido yo quien prendió fuego.Si eso me hace morir, muero inocentey lo juro ante Dios que me está oyendo.Pero, si mi delito es ser cristiano,haces bien en matarme, porque es cierto,creo en Jesús y practico su doctrinay la prueba mejor de que en Él creo,es que en lugar de odiarte ¡te perdono!y al morir por mi fe, muero contento.No dijo más, tranquilo y reposadoacabó su discurso, al mismo tiempoque un enorme león saltaba al circola rizada melena sacudiendo.Avanzaron los dos, uno hacia el otro,él los brazos cruzados sobre el pecho,la fiera, echando fuego por los ojos,y la ancha boca, con delicia abriendo.Llegaron a encontrarse frente a frente,se miraron los dos, y hubo un momentoen que el león, turbado parecía,cual si en presencia de un hombre tan sereno,rubor sintiera el indomable bruto,de atacarlo, mirándolo indefenso.Duró la escena muda, largo ratopero al cabo, del hijo del desiertola fiereza venció, lanzó un rugido,se arrastró lentamente por el sueloy de un salto cayó sobre su víctima.En estruendoso aplauso rompió el pueblo.Brilló la sangre, se empapó la arenay aún de la lucha en el furor tremendo,Marciano con un grito de agonía-Te perdono, Nerón -dijo de nuevo.Aquel grito fue el último; la zarpadel feroz animal cortó el alientoy allí acabó la lucha. Al poco ratoya no quedaba más de todo aquelloque unos ropajes rotos y esparcidossobre un cuerpo también roto y deshecho,una fiera bebiendo sangre humanay una plebe frenética aplaudiendo.

  • Para tiForjador de misterios, Adivino de destinos, Padre de Pléyades, Visitante de pesebres y recuerdos, Dueño de legiones, Capitán de rebaños, Pintor de cielo y tierra.Para ti, que soportaste mi madero hasta morir. Para ti, que hiciste blanca como la lana y la nieve mi alma oscura. Para ti, que al pensar en venir a la tierra y arriesgarlo todo no escatimaste nada, porque pensaste en todos. Son para ti el mayor anhelo, el más fiel beso, la mejor hora, el temprano ruego, las fuerzas renovadas, mis sueños, mis “te quiero”, y la familia que me has dado, mi profesión, mis éxitos, mi frustración y fracaso (porque también todo intento es para ti), mis pensamientos, mis profundos versos, mi luz tenue y mi noche iluminada, el estío y el invierno, todos mis días, todo suspiro, cada sonrisa y átomo de creatividad. Para ti, Autor universal y eterno de historias dignas de contar, Forjador de misterios, Adivino de destinos, Padre de Pléyades, Visitante de pesebres y recuerdos, Dueño de legiones, Capitán de rebaños, Pintor de cielo y tierra, para ti mis esfuerzos, mis poderes e impotencias, mis tormentas navegando el mar de los deseos.Rey, que recibes mi ofrenda, te doy el ‘sí’ y la potestad del ‘no’. Jesús, son para ti el todo de hoy y el anticipo de la promesa del mañana.Enigma revelado, Verbo encarnado, el Santo humanado, que eres la Vida, vivida en la tierra para ser regalada a los hombres que la abracen y vivan para ti, como quiero hacerlo yo, y seremos multitud que digamos: –Para ti la gloria y la honra, Cordero inmolado, que con tu sangre nos has comprado y que viniste y regresarás para tomarnos para ti.Eternamente agradecido, firma una pluma a ti rendida, solo para ti. ¡Todo para ti!

  • Adaptación del cuento anónimo Había una vez un rey que vivía en un lejano país.Era bien conocido en todo el reino que era un gran amante de los animales, así que en cierta ocasión, recibió por su cumpleaños un regalo que le hizo muy feliz. Se trataba de dos simpáticas crías de halcón.El rey se entusiasmó. Eran preciosas y parecían dos bolitas de algodón.– ¡Qué suaves son! – dijo a su familia mientras las acariciaba – ¡Voy a hacer de ellas unas expertas cazadoras! ¡Que venga ahora mismo el maestro de cetrería!En cuestión de minutos, un hombre bajito pero fuerte como un toro apareció en la sala. Era el maestro de cetrería más experimentado del reino. Su trabajo consistía en cuidar y amaestrar a los halcones del rey desde que nacían. El monarca confiaba plenamente en su trabajo, pues no había nadie que supiera más de aves que él en muchos kilómetros a la redonda.– Acaban de regalarme estos dos halcones. Sé que los cuidarás y entrenarás con mimo – dijo el rey esbozando una sonrisa – Llévatelos y mantenme informado de su evolución.– Así lo haré, majestad – respondió el experto haciendo una reverencia de despedida.Pasado un tiempo, el maestro cetrero pidió audiencia con el rey y éste le recibió sentado en su trono de oro y terciopelo.– Majestad, tengo algo muy importante que deciros. Verá… Llevo semanas cuidando sus nuevos halcones y procurando que aprendan el arte de volar. Los dos han crecido y están hermosos, pero sucede algo muy extraño. Uno de ellos vuela con destreza y gran rapidez, pero el otro no se ha movido de una rama desde el primer día.– ¿Y a qué crees que se debe ese extraño comportamiento? – le consultó el rey poniendo cara de asombro.– No lo sé, señor… Jamás había visto a un halcón comportarse así.– Está bien, llamaremos a los mejores curanderos del reino para que hagan un diagnóstico y nos aconsejen- sentenció el monarca.Y así fue. Hasta nueve sanadores pasaron por palacio para hacer una exploración del animal, pero ninguno encontró un motivo razonable que explicara por qué el ave se negaba a moverse del árbol. El rey tomó entonces la decisión de ofrecer una buena recompensa a la persona que fuera capaz de hacer volar a su halcón.Al día siguiente un rayo de sol entró por la alcoba del rey mientras dormía plácidamente en su enorme cama. La luz se reflejó en su cara y le despertó. Con los ojos todavía entrecerrados, se asomó a la ventana como cada día para ver amanecer. A lo lejos distinguió la figura de un ave que se acercaba batiendo sus alas para acabar posándose en el alféizar junto a él ¡El halcón miedoso había volado y le miraba con sus curiosos ojitos! ¡Qué alegría! Descalzo y en pijama corrió hacia la puerta de palacio. Salió afuera y encontró al maestro cetrero charlando con un joven campesino que sujetaba su sombrero junto al pecho. El rey le miró fijamente.– ¿Has sido tú quien ha conseguido el milagro, muchacho?El campesino se puso rojo como un tomate y contestó con timidez.– Sí, señor – dijo bajando la cabeza.– ¡Fantástico! ¿Cómo lo has hecho? ¿Acaso tienes poderes o algo así?– No, majestad, nada de eso. Sólo corté la rama y el halcón no tuvo más remedio que abrir sus alas y echar a volar.El rey comprendió que el miedo a lo desconocido a menudo nos paraliza, nos hace aferrarnos a lo que ya tenemos, a lo que consideramos seguro, y eso nos impide volar libres. Ahora veía claro que, al igual que el miedoso halcón, todos somos capaces de hacer más cosas de lo que pensamos y que es cuestión de tener confianza en nosotros mismos.

  • Poema: LágrimasLágrimas del mundo, que llenáis los mares de siete tierras.Lágrimas robadas al corazón tierno, que descubre pronto que se nace llorando y se muere con ojos mojados.Lágrimas de pura tristeza, de rabia, de impotencia, de desamparo...Gritos silenciados que claman más fuerte que un millón de torrentes.¡Cómo quisiera veros enjugadas, y que fueseis cambiadas por lágrimas de sorpresa, de alegría, de alivio, de “mereció la pena”!Os contemplo en el silencio, porque llorar avergüenza, casi siempre, y me pregunto:¿Quién te ha golpeado el alma?¿A quién le diste tu confianza y resultó ser traidor?¿Por qué lloras, madre? ¿Por qué contienes el llanto, padre?¿Qué te ha desbordado, rudo luchador, que ya no puedes seguir hablando y se amontonan las palabras, y enrojecen tus mejillas?¿Tendrá Dios una redoma gigantesca?¿Llevará la cuenta de tantas desgracias, de los eternos suspiros, de los aullidos de rabia?Las peores lágrimas, las que más escuecen, las que más corroen y envejecen, son las que nunca nacen, las que la cuenca no humedecen, porque se abortan y quedan dentro, cansadas y apagadas antes de tiempo, y se acumulan, amargando las entrañas y enloqueciendo el seso.“Bienaventurados los que lloran”, dijo el Maestro de las Lágrimas, “su desahogo podrá ser consolado”. Que no hay nadie más cercano al corazón del que sufre que Aquel que bebió las tristezas del hombre sin queja, sin abrir su boca, sin llevarse ofensa a la tumba, para disminuir los ríos de lágrimas de aquí, y regalar océanos de dicha allá.Pero ahora miro, con el Predicador, “todas las violencias que se hacen debajo del sol... y las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele”, y grito:-¿Hasta cuándo, Dios mío? ¿Cuánto más gemirá esta Humanidad enferma? ¿Habrá fin a tamaña miseria? ¿Por qué te tardas en venir y nos dejas llorando nuestra suerte caída o, lo que es peor, riendo nuestra comedia vana?”¡Ven, Buen Samaritano! Venda el corazón vacío, llénalo de aceite y vino, conviértelo en otro servidor dispuesto a ser tus ojos y tus manos...Que las lágrimas de guerra den paso a las de paz.Que el llanto de los celos se pierda en la sonrisa del perdón.Que las pepitas de oro, que manan de los ojos vírgenes de niños y niñas de este mundo podrido, sean valoradas más que el papel timbrado o que la sangre negra, que voraz maquinaria mueve.Y se vuelva el corazón a ellos, a los desvalidos, a los asfixiados por el absurdo mal de la raza violenta, los que lloran lágrimas enormes, que ya no hay forma de esquivar ni con túneles ni con puentes ni con embriaguez o ceguera.Al final, las lágrimas ahogarán nuestra Historia e inundarán el planeta con más furia que el Diluvio, y solo nos salvará del desastre el llorar nuestro pecado y abrazar al que esté cerca, reconociéndolo “mi hermano”.

  • Audiocuento de la novela Guillermo Perrofiel, de Las Historias de Tala. Tercer capítulo.Para seguir leyendo el libro lo puedes comprar aquí: https://www.amazon.es/gp/product/B0BB63L785/ref=dbs_a_def_rwt_bibl_vppi_i3

  • Tercera entrega de anécdotas sobre la Biblia.La Biblia es el Libro de los Libros, de eso no hay duda, pero ciertos de anécdotas sobre su influencia en las naciones, las maravillas de su contenido y su obra beneficiosa en millones de personas testifican de ello.