Afleveringen
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Ya hemos hablado en capítulos anteriores de la importancia del silencio. Esa herramienta que, entre otras cuestiones, nos permite darnos espacio para pensar lo que queremos decir, para dar tiempo para que los demás procesen, para identificar las reacciones de la gente, para generar expectación, para, como hablábamos en el capítulo anterior, dar espacio a la escucha real…
Sin embargo, hoy me gustaría hablar de una máxima del silencio que es:
"El silencio lo contiene todo: lo que es y lo que no es"
¿Qué quiero decir con esto? Que:
- Cuando no contestamos al otro - Cuando callamos - Cuando no damos la información necesaria - Cuando ofrecemos información en la que faltan detalles importantes y determinantes- Es decir, cuando lo que ofrecemos es el silencio, la personita que esté al otro lado ¿sabes lo que va a hacer? ¡Rellenarlo! Si no tiene la oportunidad de preguntar o, incluso teniendo la oportunidad de hacerlo, pero decide no, lo rellenará. Meterá contenido en esos espacios en blanco.
Esto es por tanto lo que hacemos:
1- Rellenamos
2- Rellenamos con el contenido que más nos gusta, que más encaja con nuestra manera de pensar. Qué más confirma nuestras creencias, sesgos…
¡Qué peligro tiene esto! ¿Te das cuenta de que el silencio lo contiene todo? Porque el interlocutor puede interpretar lo que realmente es, pero también lo que no es.
Estamos dejando en manos del interlocutor que saque sus propias conclusiones.
Obviamente actúa como quieras, como te dé la gana. Pero al menos ten en cuenta que aquello que no digas, el otro lo completará a su manera.
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¡Me encantará que viajemos juntos/as por el camino de la comunicación, que, en definitiva, es un camino de vida!
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La comunicación no es, o no debería ser, un acto unidireccional. Al otro lado hay personas que reciben nuestros mensajes, que nos trasladan otros y que, por tanto, nos modifican los nuestros. La comunicación, como siempre digo, es algo que está vivo.
Precisamente para que la comunicación sea un ser vivo y no un fósil, necesitamos del otro y para ello, hemos de construir uno de los puentes más robustos que nos permitirán conectar. El puente de la ESCUCHA.
Escuchar no es poner el oído y quedarnos en modo encefalograma plano, ese que tan solo nos permite quedarnos con el significado más básico de las palabras. Escuchar es hacerlo con todos nuestros sentidos. Es escuchar lo que es y lo que no es. Es tratar de conectar con el significado y sentido más amplio de las palabras que salen de boca de nuestro interlocutor.
Sentirnos verdaderamente escuchados es uno de los mayores regalos que nadie nos puede hacer. Cuando escuchamos de verdad al otro, es como si detuviésemos el tiempo, como si abriésemos un paréntesis en nuestras vidas para meternos en una burbuja con otra persona o personas.
Son muchas las cosas que se podrían decir de la escucha. Hoy me centraré en uno de los mayores detractores de esta importante habilidad. Y es la anticipación. Cuántas veces alguien nos está contando algo y antes de que termine ya le hemos interrumpido, porque creemos saber perfectamente lo que nos quiere decir. Sacamos conclusiones anticipadas. Y al hacerlo, cuántas veces nos equivocamos en nuestra conclusión y cuántas veces (todas) hacemos sentir fatal al otro por haberle interrumpido.
Cuando escuchas de verdad, resignificas el mensaje.
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Zijn er afleveringen die ontbreken?
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En el episodio anterior, hablamos de si leer o no leer al hacer una exposición o presentación en público. En esta ocasión hablaré del uso o no del boli. Y es que… hay una pregunta muy típica que el 99,9% de la gente se hace cuando entrena para una exposición y es… “¿puedo tener un boli en la mano?
Mi respuesta es: depende.
Depende de cuál sea el motivo por el que quieres disponer de este torpedo de tinta entre tus dedos.
Muchas personas se lanzan a este objeto alargado para amarrarlo y no soltarlo durante la exposición porque están nerviosos y necesitan algo que estrangular, supongo que por no estrangularse a sí mismos o a la audiencia, o al momento en sí. Y claro, el resultado es: bolis haciendo piruetas imposibles, como si fueran una noria en versión horizontal y vertical que da vueltas a la velocidad del rayo. Eso, los más duchos en esta práctica (ya te aseguro que yo no soy buena en ello, al menos de momento) porque los que no son tan buenos, encima corren el riesgo de que el boli salga danzando por los aires. Manos manchadas de tinta. Sonido compulsivo tipo “clic clic” dándole al culo del boli… En fin, una coreografía de las malas, una coreografía poco elegante. El pobre boli acaba con necesidad de que le chuten un Primperan para evitar vomitar, a veces lo hace soltando toda su tinta.
Si este es tu diagnóstico, el de los nervios, entonces tu pauta de tratamiento es que NO uses boli. La gente percibirá que estás nervioso. El boli se acabará comportando como foco de la exposición. No serás consciente de lo que haces con él, pero créeme que la gente sí se dará cuenta.
Si, por el contrario, te gusta llevar un boli como elemento de atrezo, porque te ayuda a indicar o señalar cosas… y no lo haces desde la inseguridad, entonces tu pauta de tratamiento es ¡adelante! El boli en un momento dado puede ser un elemento de suma elegancia.
Como ves, las cosas no son blanco o negro. Consejo: no te dejes engañar por aquellos gurús (o autoproclamados gurús) que dicen “nunca” o “siempre”. Por mucho que nos empeñemos, las cosas son más bambú que buloke australiano (sí, lo he buscado en Google y por lo visto es la madera más dura de la faz de la tierra). Vamos, que seamos más flexibles y entendamos que desde dónde hacemos las cosas es lo que justifica o no esa acción y por tanto el sentido e interpretación de la misma.
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Muchas personas se relajan cuando se trata de hacer una exposición en público aferrándose a la manida frase de “No pasa nada, porque lo voy a leer todo”. ¿Perdona?
Hay 3 razones principales por las que se recurre a la lectura de un discurso:
- Porque se está nervioso y si no se lee, uno se cree incapaz de hilar una palabra con otra.
- Porque no se le da la importancia que se merece a ese momento y se resuelve leyendo.
- Por falta real de tiempo (algo de última hora).
Varias cosas que necesito comentar al respecto:
- Leerlo todo le está diciendo al mundo que no te has tomado el tiempo para preparártelo. Por tanto, lo que estás diciendo es “Bueno, esto tampoco es tan importante como para dedicarle más tiempo”. Por afinar más, es un poco “Tú, audiencia, no eres lo suficientemente importante como para haber sido capaz de sacar tiempo de mi agenda de ministro para preparármelo”.
- - No todo el mundo sabe leer bien en voz alta. Sí, lo que acabas de oír. Leer como tal, como acto de depositar los ojos en negro sobre blanco, todos sabemos, pero eso no implica que sepamos dar la intención necesaria a lo que leemos. Si no sabemos ponerle intención a las palabras que salen por nuestra boca, los mensajes estarán vacíos. Es como entregarle a alguien un regalo que ya desde el minuto uno te das cuenta de que no contiene nada (o casi nada) en su interior.
No subestimemos el acto de leer. Es el mensajero el que dota de sentido a las palabras. Así que, durante el ensayo, lee en voz alta y asegúrate de que lo lees sabiendo lo que estás leyendo. Sabiendo lo que dices. Insisto, de lo contrario, las palabras estarán vacías. Además, eso te permitirá leer intercambiando momentos de miradas a la audiencia.
Por tanto, si hay que elegir entre leer o no leer… ya imagino que sabrás cuál es mi preferencia. No leer. Y si finalmente vas a hacerlo, entonces encárgate de que sepas lo que estás diciendo, porque si lo sabes, entonces serás capaz de dotar de intención, de sentido y de significado a tus mensajes.
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Capacidad de sacrificio (de mensajes)
En el episodio anterior hablaba de evitar las huidas hacia delante en comunicación y de parar un poco para decidir qué camino tomar. En este sentido, relacionado precisamente con la alta velocidad al hablar, hoy me gustaría detenerme en un punto.
¿Te ha ocurrido alguna vez estar hablando en público, miras la hora y te das cuenta de que no sabes qué tipo de cálculos mentales habías hecho, pero resulta que te quedan 10 minutos para concluir y todavía 28 puntos por abordar? ¿Y qué haces? Pues empezar a acelerar, a hablar cual presentador del programa “Pasapalabra”, en tu afán de querer introducir los 28 puntos en esos 10 minutos que van descolgándose del reloj poco a poco.
Y claro, ahí estás tú hablando a velocidad x2 y tus interlocutores o audiencia con los ojos salidos de sus cuencas y con ganas de querer salir corriendo y subirse a lo alto de una montaña, para, seguro, no querer bajar más.
No. Hay una expresión que yo utilizo siempre en comunicación que es la importancia de desarrollar la capacidad de sacrificio. Es decir, que tengas muy claros en tu cabeza, de qué aspectos puedes prescindir en caso de que el tiempo se te ponga detrás de la nuca.
Es decir, que, si te quedan 10 minutos de tiempo y la friolera de 28 puntos por abordar, pues va a ser que vas a tener que cargarte algunos de esos contenidos y explicar unos pocos. Puedes decir algo tipo “Para los últimos 10 minutos me gustaría centrarme en…”.
La audiencia no es responsable de que haya habido una mala organización del tiempo. ¿De qué servirá que lo digas todo a la velocidad de x2 si la gente no se va a enterar de nada?
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No conviertas la comunicación en una huida hacia delante
En los capítulos anteriores hablamos de la importancia del tiempo, del silencio… De esos espacios en los que se pueden crear cosas maravillosas en comunicación.
Darnos tiempo, el silencio, supone de alguna manera detener la dimensión temporal donde no existe la urgencia por resolver, por hablar. El tiempo, el silencio, son los antídotos para el “hablar por hablar”.
Hoy hablaremos de esas situaciones comunicativas en las que a veces optamos por querer adelantar al tiempo, donde además no ponemos ni el intermitente para avisar de que queremos ir más rápido. Simplemente, nos disparamos. Te voy a poner algún ejemplo para que puedas ver a qué me estoy refiriendo:
- - Exposición en público: estás nervioso, te notas descontrolado… y ¿qué haces? Aceleras. Ahí es cuando empiezas a hablar por hablar ¿Por qué? Porque hay algo en ti que dice “como estoy nervioso, cuanto antes me quite esto de en medio, mejor”.
- - Te hacen una pregunta y no sabes muy bien la respuesta y te pones a contestar del tirón. Claro, no vayan a pensar que no sabes la respuesta.
En este tipo de situaciones, lo que acabamos haciendo es una huida hacia delante. Nos pensamos que, si corremos mucho, nos estaremos librando de un peligro. Y yo me pregunto ¿se puede saber de qué peligro huimos? ¿Qué tememos en ese momento en nuestra cabeza para decidir ponernos a hablar rápido?
Las consecuencias de llevar a cabo una huida hacia delante en comunicación:
- - No elegiremos las palabras o expresiones más adecuadas
- - No seremos ni conscientes de lo que estamos diciendo
- - Lo normal es que nos pongamos todavía más nerviosos
- - Nos dejaremos muchas cosas por decir, porque estaremos dando literalmente zancadas por nuestro discurso
- - Obviaremos las reacciones de la gente
- …
No huyas hacia delante. Haz un STOP. ¿Estás nervioso? Para. ¿Te sientes descontrolado? Para. ¿Te hacen una pregunta y no sabes muy bien la respuesta? Para. No solo no debes huir, sino que debes parar y mirar de frente lo que tienes.
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En el episodio anterior hablamos del silencio. Y precisamente vinculado con eso, en el día de hoy vamos a hablar de uno de los principales enemigos del silencio y al que convocamos muchísimas veces para, una vez más, evitar esos pequeños espacios en blanco entre palabras. Las MULETILLAS.
La muletilla, como sabes, es un elemento que empleamos para ir de una palabra a otra, o de una idea a otra. Es lo que utilizamos cuando no sabemos muy bien qué decir o no encontramos la palabra adecuada, y hace un ruido ensordecedor. Imagina lo que sería comunicarte y mientras lo haces, tener una taladradora de fondo que aparece de vez en cuando.
Las muletillas ensucian. Hacen ruido. Hacen que el mensaje pierda fuerza, efecto. Le quitan luz a lo que dices, te dejan sin armas comunicativas. EMPOBRECEN EL MENSAJE.
Dicho esto, todos somos humanos y por supuesto puede salir algún sonido entre medias de vez en cuando. No pasa nada. No hay que fustigarse ni mucho menos por ello. El problema es cuando la muletilla es una integrante más en nuestra comunicación. Ahí, querido, querida, sí que tenemos que hacer algo al respecto. Es nuestra responsabilidad coger a la muletilla y rescindir el contrato con ella.
¿Y sabes cuál es la criptonita? EL SILENCIO. Sustituir la muletilla por el silencio. Cuando estás presente en lo que dices, es difícil que salga la muletilla. Cuando te detienes en el momento presente y actual, cuando no tienes esa urgencia, es difícil que la muletilla encuentre una fisura por la que colarse.
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Hoy me gustaría hablarte de una herramienta maravillosa en la comunicación, en las conversaciones, en la vida… que es el silencio. El silencio es una de las herramientas más elocuentes que tenemos. Más parlanchinas. El silencio habla por sus infinitos costados. Sin embargo, la mayor parte de la gente teme los silencios.
¿Dónde podemos observar este freno al uso del silencio?:
- - En exposiciones en público, donde la gente no para de hablar, no hace pausas, no se de- tiene para saber qué es lo que quiere decir.
- - Cuando escuchamos al otro.
Esto se debe a una mala asociación mental, en la que creemos que, si permanecemos unos segundos en silencio, es porque parece que no tenemos nada que decir. En cambio, como decía, el silencio habla:
- Habla de respeto, cuando escuchamos al otro.
- Habla acerca de que lo que vas a decir tiene importancia.
- Habla acerca de que lo que acabas de decir, es lo suficientemente importante como para abrir un pequeño espacio para que el otro lo procese.
- Habla de no tener urgencia.
- Habla de estar presente en lo que estamos haciendo.
- Habla de querer cuidar el lenguaje y de hacer un proceso para filtrar lo que vamos a decir.
El silencio, en mi opinión, no ha de incluirse con calzador en un discurso. Las cosas con calzador no funcionan. Cuando estás verdaderamente presente en lo que estás haciendo, cuanto te comunicas sin ruido mental y simplemente estás en lo que tienes que estar, cuando estás enchufado al mensaje… el silencio sale solo. Porque es cuando te das permiso para conectar ideas, para identificar palabras, para contestar tranquilamente a una pregunta…
Quien domina la presencia, domina la comunicación. Lo que hace que afloren los silencios no es meterlos conscientemente en un discurso en fosforito, si no que estés lo suficientemente presente en lo que haces como para que tu sabiduría interior sepa cuando necesitas un silencio. Y cuando sientas que lo necesitas, simplemente date el permiso para experimentarlo.
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Para comunicar bien, hay que pensar bien. Para pensar bien, hay que dedicarle tiempo.
Prisas, agendas imposibles, estados de multi tarea o aparente multitarea, reuniones que se dan la mano unas a otras, incluso a veces se estrangulan las manos porque prácticamente se solapan. ¡STOP! Ya no me voy a meter en todas las repercusiones que todo esto tiene en la vida y en la salud mental y en el equilibrio emocional, pero sí en su impacto en la comunicación. Se nos llena siempre la boca hablando de la productividad. Hay que ser ultra productivos. Y yo me pregunto, ¿es que acaso la productividad está asociada con la acción constante?
¿Serías capaz de leer un libro que no tuviese comas, puntos seguidos y aparte, cambios de capítulo…? ¿No te volverías loco? No entenderíamos nada. Pues… es que eso es básicamente lo que hacemos y hacia donde está yendo la sociedad. ¿Y qué repercusión tiene esto en la comunicación? TODA.
Si vivo en formato lengua-fuera, no seré capaz de cuidar la comunicación. Resolveré, pero no me comunicaré bien.
Conversaciones delicadas, las gestionaré de cualquier manera. Si quizá me hubiese parado un poquito a pensar antes, el resultado podría haber sido otro más satisfactorio.
Y en el ámbito de las presentaciones en público, imagínate. Si a las inseguridades habituales de la gente, le sumas la falta de tiempo, la combinación es explosiva.
¿En serio pretendemos comunicar bien desde estos estados de urgencia?
Para comunicar bien, hay que pensar bien. Y para pensar bien, necesito tiempo.
¿Por qué es importante el TIEMPO? Porque cuando abro espacios en la agenda con tiempo suficiente, me doy la oportunidad de 2 cosas:
Pensar bien qué quiero contar.
Ensayar: poner en voz alta.
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El miedo a destacar y su impacto en la comunicación (Síndrome de Solomon)
¿Has evitado en algunas circunstancias decir lo que piensas y has acabado diciendo que opinas lo mismo que la mayoría? En reuniones o exposiciones en público ¿prefieres comunicarte estando sentado que hacerlo de pie?
Estos tan solo son unos ejemplos del miedo a destacar, miedo a situarnos en un “lugar” diferente al de los demás. A esto se le conoce como el Síndrome de Solomon.
La persona evitará sobresalir, sintiéndose más cómoda como parte de la mayoría. Esto tiene un gran impacto a la hora de comunicarnos. Comunicar tiene que ver con ser capaces de dar nuestra opinión, y no solo cuando es la misma que la de los demás, sino cuando diferimos. Comunicar tiene que ver con colocarnos en ocasiones en un lugar físico diferente al de los demás, como un escenario cuando hacemos exposiciones en público. Comunicar tiene que ver con hablar mientras otros nos escuchan. Y así innumerables ejemplos.
El miedo a destacar está asociado a una autoestima baja. En este capítulo se aborda cómo podemos ir plantando cara a esta situación desde el punto de vista de la comunicación, siendo por ejemplo capaces de ponernos pequeños retos, honrar nuestra propia historia, conectarnos con nuestro valor y precisamente tener el valor de comunicarlo.
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A la hora de hacer exposiciones en público, en la mayor parte de las personas se despierta una fuerte sensación de inseguridad y falta de confianza tener que hacerlo en otro idioma. Los nervios se desatan. A la incomodidad habitual que genera la propia puesta en escena, se le suma el hecho de hablar en un idioma que no es el suyo.
¿Podemos articular nuestra cabeza para neutralizar esta sensación de inseguridad cuando nos comunicamos en otro idioma? La respuesta es sí.
Vaya por delante que, evidentemente, el dominio de cualquier idioma (o conocimiento, disciplina… en general) otorga una mayor seguridad puesto que uno siente una base mucho más sólida desde la que comunicar. Sin embargo, no siempre dominamos un idioma a la perfección (por léxico, pronunciación…) por ello, junto al trabajo de mejora del idioma, también hemos de articular nuestra cabeza para no sentirnos pequeños. Si me siento pequeño, mi mensaje también lo será.
¿Qué pensamientos puedo tener en cuenta para conseguir neutralizar el efecto de inseguridad sobre mí?:
- - Cuando tu interlocutor sabe que no hablas en tu idioma materno, el “posible fallo” está amparado por ello.
- - En general se valora muy positivamente a las personas que hablan en otro idioma.
- - Afróntalo con sentido del humor.
- - Si no lo dominas mucho, maneja expectativas y dilo desde el minuto uno, así te destensarás.
Y por supuesto, ¡prepáratelo lo mejor posible! Los pensamientos que favorecen la confianza y la seguridad son importantes, pero desde luego no lo son todo. En paralelo hemos de trabajar por aprender y desarrollarnos para, poco a poco, ir ampliando esos conocimientos que nos permitan situarnos en un lugar de mayor confianza.
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Uno de los conceptos más extendidos de la época actual es el famoso “síndrome del impostor”.
Como sabes, esto se da cuando, a pesar de tus logros profesionales, de merecidos reconocimientos… hay una pequeña, o gran parte de ti, que siente que eres una estafa. Que eres un fraude. Que quizá lo que te ha ocurrido en el ámbito profesional se corresponde más con el azar, con la suerte… que, con tu propia valía, por tanto, no eres merecedor del punto al que has llegado. Vamos, que sacas tu valía de la ecuación. No pones lo suficientemente en valor tus habilidades y consideras que lo alcanzado se debe principalmente a factores externos.
¿Qué impacto tiene esto a nivel de comunicación? ¡Enorme! ¿Te imaginas que te llaman para dar una charla y te atraviesa el síndrome del impostor? Pues, o la acabas rechazando o, si la das, sentirás mucha inseguridad. No creerás tus propios mensajes y si no te los crees tú… ¿crees que los demás lo harán? Experimentarás nerviosismo, inseguridad, incomodidad, bloqueo, miedo escénico.
Desde luego este es el peor “traje” que te puedes poner para hacer una exposición o acudir a una reunión. Un traje que dirá a tus interlocutores “Me vais a pillar”, “Os vais a dar cuenta de que soy un fraude”.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Algunas sugerencias:
- Naturalizar este pensamiento: el síndrome del impostor atraviesa a un elevado número de profesionales de todos los órdenes y roles jerárquicos.
- Conecta con tu valía, con tu individualidad. Sí, la audiencia podrá tener conocimientos similares a los tuyos, pero tu experiencia solo te corresponde a ti, a nadie más.
- - No te compares: siempre habrá gente más guapa, más alta, con más experiencia y conocimientos que tú. Conecta con tu individualidad y hónrala.
- - Honra tu propia historia y trayectoria. Créeme que la única persona responsable de ti, de tu felicidad, autoestima, … eres tú. Honra quién eres y lo que has conseguido. Identifica tus habilidades, desde que eras un niño, asócialas a hechos concretos.
Honrarnos, ponernos en valor (sin pecar de arrogancia, haciéndolo de forma justa) es fundamental para abordar cualquier situación comunicativa desde la seguridad y la confianza.
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¿Qué ocurre cuando le damos demasiado peso a determinados actos comunicativos? ¿Qué ocurre cuando por ejemplo vivimos una exposición en público como un punto definitorio de nuestra carrera? Que cargamos la mochila con un exceso de peso que, lejos de ayudarnos a comunicar mejor, nos llevará a caminos más incómodos y menos apetecibles como el bloqueo comunicativo.
Con esta mentalidad, es muy probable que esté convocando a las inseguridades (que todos las tenemos), a los temores, a los pensamientos de posibles consecuencias catastróficas en caso de que vaya mal… al sufrimiento. Me habré desconectado de la parte disfrutable de ese momento. Que, créeme, la tiene.
Es muy recomendable empezar a desdramatizar este tipo de situaciones (también la vida en general mola mucho más si se desdramatiza), con el fin de sentirnos más ligeros, con menos peso sobre nuestras espaldas. Desdramatizar no es vivir las cosas como si nos dieran igual, no es faltar al respeto al momento ni a la audiencia, no es dejar de darle valor.
Más bien todo lo contrario. Implica adoptar una mirada amable sobre lo que vamos a hacer, sobre lo que queremos aportar. Una mirada más generosa hacia el otro, hacia el contexto y, lo más importante, hacia nosotros mismos.
Es importante no perder de vista:
Que somos personas comunicándonos con personas. Personas que, por cierto, también tienen problemas (como tú y como yo), tienen inseguridades (como tú y como yo). Que a lo largo de nuestra vida todos hemos atravesado situaciones realmente desafiantes que, miradas con perspectiva, superan con creces en importancia a ese acto comunicativo que tantos temores nos está despertando.Desdramatizar no es conformarse. No es perder el respeto. No es dejar de dar lo mejor de ti mismo. Desdramatizar es lo que te permite abrir el espacio para ver las cosas bonitas de lo que estás a punto de acometer.
Desdramatizar es aprender de lo que no ha salido bien, no desde el castigo a uno mismo, sino desde la humildad y desde un deseo real de crecer y evolucionar.
Desdramatizar es disfrutar. ¿No crees que la vida es mucho más apetecible desde un prisma así?
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Somos suertudos. Tenemos la enorme fortuna de contar con diferentes herramientas comunicativas en las que apoyarnos.
En muchas ocasiones acabamos depositando gran parte del peso comunicativo, en las palabras. Las palabras importan y mucho. Ahora bien, las herramientas de comunicación no verbal también deben de ser convocadas. Cuerpo y voz. Todas ellas orquestadas para hacer brillar el mensaje. De hecho, forman parte del mensaje tanto como la comunicación verbal en sí.
En este episodio me gustaría centrarme en el poder del cuerpo. En la cantidad de información que hay contenida en los gestos. Gestos que no tienen por qué ser grandilocuentes. Muchas veces el gesto pequeño contiene universos de sensaciones, de información. El contacto visual, la sonrisa… tienen el poder de transformar realidades. Las de quienes los reciben y las de quienes los llevan a cabo.
Japón ha sido el lugar de inspiración para desarrollar este episodio. La sociedad nipona te hace sentir bien a través del gesto. Te da la bienvenida a través del gesto. Gestos que hablan de humildad, de respeto, de amabilidad… de hacerte sentir bien.
La magia del gesto, como todo en la vida, es aquella que nace de la verdad. Un gesto sincero y no impostado.
Convoquemos a la fiesta comunicativa a los gestos. Ellos también son mensaje. Los gestos tienen su propia autonomía.
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Querer controlar absolutamente todo al hacer exposiciones en público es una utopía.
Es cuestión de tiempo que falle un micro, que se vaya la luz, que nos quedemos sin conexión a internet en mitad de una videoconferencia… Si tengo articulada mi cabeza de forma que todo está bajo mi control, cuando algo ocurra, no sabré reaccionar con naturalidad. Más bien todo lo contrario, me quedaré bloqueado, me frustraré… incluso me enfadaré. Y eso, además de no ser inteligente porque me impedirá encontrar soluciones, será percibido por la audiencia.
Reaccionar con naturalidad ante situaciones imprevistas durante una exposición en público, es una muestra absoluta de profesionalidad. Por ello, mi responsabilidad siempre será la de dominar el tema, aportar valor a quienes estén al otro lado, asegurarme con tiempo suficiente de que todo funciona bien… y además, tener la cabeza montada de forma que también albergue la posibilidad de que algo ocurra. (y trabajar en posibles soluciones).
Es decir, hemos de esperar lo mejor (y trabajar para ello) y al mismo tiempo, prepararnos para lo peor.
Eso es lo que me permitirá saber reaccionar con naturalidad, buscar soluciones y no darle demasiada importancia. Porque si yo no le doy importancia… tampoco se la dará la audiencia.
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Sentirse cómodo con la mirada del otro al hacer exposiciones en público, es fundamental. Sin embargo, esto no debe confundirse con ponerse en el centro de atención. La primera situación habla de una persona segura de sí misma, la segunda, de una que se comunicará desde la arrogancia.
Ponerse por encima de la audiencia (en sentido metafórico), es terrible para la comunicación. Esta actitud lleva a desconectar por completo de las necesidades de la audiencia, de forma que acabaremos hablando de “nuestro libro”. Tampoco seremos capaces de tener en cuenta las reacciones de los demás porque sencillamente no las veremos. No utilizaremos un lenguaje que sea digerible por los otros. No seremos conscientes de si debemos modular o no nuestra comunicación… En definitiva, el mensaje no llegará.
Comunicar desde una actitud de arrogancia y superioridad nos distancia absolutamente de la audiencia. Mostramos falta de empatía. No ponemos en el centro a quienes están al otro lado. No les prestamos atención. De tal forma que… ¿Acaso nos merecemos contar con la atención de la audiencia?
Comunicar es un acto de entrega y generosidad. El camino siempre ha de ser la humildad, que no está reñida con la seguridad en uno mismo.
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Es muy fácil caer en la idea de que, cuando hablamos en público, cuando nos dirigimos a un grupo amplio de personas, nosotros somos los protagonistas. Al estar todas las miradas depositadas en nosotros, nos convertimos en el centro de atención.
Pensar de esta forma puede llevarnos a comunicar desde la arrogancia o desde un estado de nervios muy elevado. Este episodio se centra en este último escenario. Si me siento el centro de atención y soy una persona a la que no le gusta serlo, se despertarán en mí todas las inseguridades. Los nervios aparecerán y mis habilidades comunicativas se silenciarán.
Cuando me siento el centro de atención todos mis pensamientos giran en torno a mí “Estoy nervioso y se me está notando / No estoy llegando a la audiencia / No valgo para esto…”. Eso lo único que hace es alimentar la inseguridad.
Al mismo tiempo, cuando me siento de esta manera desconecto de la audiencia y ella de mí. Me convierto en un invidente de la comunicación.
¡Tiene solución! Tengo que darle la vuelta a esta situación y dejar de ponerme en el centro. Pero… ¿qué hacer entonces y cómo hacerlo?
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👉Puedes ampliar más información sobre mí y sobre lo que hago en: www.marinaestacio.com
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¡Me encantará que viajemos juntos/as por el camino de la comunicación, que, en definitiva, es un camino de vida!
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La manera en que pensamos determina la manera en que sentimos y como consecuencia de ello, la forma en que nos comunicamos.
Cuando observamos a una persona comunicándose desde la confianza y la seguridad, viene determinado, no solo por unas buenas habilidades comunicativas, sino también por un sistema de pensamientos concretos.
De igual forma, cuando observamos a alguien que al comunicarse lo hace desde estados de inseguridad, exceso de nerviosismo… se debe, entre otras razones, a una serie de pensamientos que se está creyendo, con los que se está identificando.
Este aspecto cobra vital importancia en todas aquellas situaciones comunicativas que suelen ir asociadas a estados de nerviosismo: exposiciones en público, comunicación a cámara, entrevistas en medios de comunicación…
El planteamiento por tanto es el siguiente: si quieres comunicar desde la confianza y la seguridad, debes revisar qué historia te estás contando y llevarla a juicio. Cuestionarla. Dejar de identificarte con tus pensamientos.
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Uno de los ingredientes que más nos ayuda a conectar con quienes se comunican y, por tanto, a conectar cuando somos nosotros los que nos comunicamos, es la naturalidad.
Todos tenemos un estilo comunicativo, una esencia, unos rasgos que nos definen. Hay personas más expresivas otras que lo son menos, hay algunas que utilizan ejemplos muy visuales, otras que modulan mucho su voz, otras que utilizan el sentido del humor… Cada uno de nosotros disponemos de unos elementos que hablan acerca de cómo somos. A la hora de comunicarnos es fundamental estar arraigados a nuestras notas personales, comunicativamente hablando. Lugar desde el que podremos transmitir naturalidad.
Tratar de imitar a otros o de adoptar rasgos que presuponemos que nos van a convertir en grandes comunicadores como, por ejemplo, el sentido del humor, cuando en realidad no somos así, puede traer malas consecuencias. Eso nos lleva a comunicar desde un lugar impostado y al otro lado, se nota.
Para comunicar bien también hay que ser valientes y mostrar los rasgos que nos definen. No hay solo un estilo comunicativo que sea el adecuado. Es importante no confundir mostrar nuestra esencia con no mejorar según qué aspectos de nuestra comunicación o no aprender nuevas habilidades comunicativas.
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¿Te ha pasado alguna vez pensar algo y al decirlo darte cuenta de que en tu cabeza sonaba mucho mejor? ¡Seguro que sí!
Las ideas, los mensajes, pueden tener todo el sentido del mundo en nuestra cabeza, pero ¿qué pasa cuando los verbalizamos y los ponemos en voz alta? Pues que no siempre el resultado es el esperado.
En ocasiones porque no tenemos las habilidades comunicativas suficientes; en otras quizá sí las tenemos, sin embargo, se despiertan en nosotros ciertas dosis de inseguridad que hacen que las herramientas comunicativas se silencien y, por tanto, el mensaje no brille. Inseguridad porque no nos sentimos cómodos si hay varias personas observándonos, o el tipo de interlocutor nos hace sentir faltos de confianza… Son muchas las casuísticas que pueden hacer tambalear un mensaje y este es un lujo que no nos podemos permitir.
Para que el mensaje llegue al otro lado, es necesario disponer de unas grandes dosis de seguridad y confianza y de unas buenas habilidades comunicativas.
La fórmula es fácil: mensaje + seguridad + habilidades comunicativas.
La fórmula para un nivel superior: mensaje + seguridad + habilidades comunicativas + ensayo.
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