Afleveringen

  • T02XE35 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - El Experimento (que no salió)

    Cuando quise que me quisieran y no lo hicieron

    Me gustó, que lo primero que hiciera nada más verme fuera besarme. Abrazarme y besarme en una sana proporción que me hizo sentir bien. Querida. Esperada. Mi tren no había podido llegar por culpa de los destrozos de la Dana de turno y, como soy tan exquisita, lo eximí de que fuera a buscarme a la estación, tal y como habíamos quedado. Donde estaba obligado a besarme. Se lo había dicho: “si vienes a la estación tendrás que besarme; tú mismo”.

    Desde el principio dejamos claro que sería un experimento al mismo tiempo que nos halagábamos y calentábamos.
    No demandó demasiado desnudo, cosa que agradecí, no porque no me gusten, porque aún me cuesta verme.
    Recuerden, yo tengo las tetas feas.
    Pero desde que estoy en el Cuartito Oscuro, mi autoestima va mejorando. Porque en la terapia de grupo nos marcamos un fototetas y hacemos no solo que nos veamos, sino que nos alabemos.
    Empezamos a gustarnos… Llevamos más de un año.

    El caso es que me presenté en la casa en la que estaba el susodicho.
    Apartamento.
    Una única habitación.
    Mucha luz.
    Decoración minimalista muy bonita.
    Mobiliario todoterreno pero estiloso.
    Una bendición.
    Abrió la puesta me abrazó y me besó.

    Qué bonito, esto, Caballero.

    Llamaremos caballero a, este, mi último amante, porque es, además, el hombre de más edad con el que he tenido sexo. La primera vez hace diez años.
    Una cosa esporádica, fortuita y divertida que, por supuesto, ya les he contado en, este mi podcast del alma. Y él lo escuchó. Y le gustó. Y me mandó un mensaje lindísimo agradeciéndome que escribiera tan bonito de nuestro encuentro.

    — ¿Dónde estás? Voy a Madrid cuatro días.

    “Por este mes, estaré aquí”, escribió en el chat.

    — ¡Qué bien!— Pensé.

    Y decidimos regalarnos esos cuatro días para nosotros. Para vernos. Para contarnos. Para intentarlo. “Solo 4 días. No voy a ser ni tu novia ni tu amante fija”, le dije en un mensaje. “No quiero”, contestó.

    Era perfecto.

    Me gustó cómo me recibió y lo fácil que fue todo. Un beso despacio, largo en la puerta de su apartamento,donde llegué con una maleta y una mochila repleta de cosas ricas de Almería para las cenas. La vena de cuidadora que no falte, con lo mona que quedo comiendo en la calle pero deduje que aquel no querría pasearme por Malasaña; que yo supiera, tenía pareja desde hace años. Pero no pregunto. Yo dejo. Y entré en un apartamento en el que vivía solo y en el que no parecía que hubiera necesidad de más cepillos de dientes en el cuarto de baño. A mí me encantó.

    Me desnudó rápido. Me quiso pronto y me tuvo inmediatamente porque yo venía a eso, a estar 4 días con un amante. Se quitó la camisa, blanca, impecable, y lo vi extremadamente delgado. No lo recordaba tan flaco. El verano no ha sido su mejor momento por el color cerúleo que lucía, contraste con mi moreno cabogatero. Me besó y besó. Hasta comerme todo lo entera que se me puede comer. Abrió mis piernas y lamió con cuidado, sabiendo perfectamente cómo hacerlo y haciéndolo.
    Este ha estado años con una buena mujer que ha invertido horas en no quedarse a medios. A la que el resto de la humanidad le agradecemos su generosidad. Lo comía bien. Pero yo no me corrí. Disfruté, sí, me lo pasé bien, también. Pero no me corrí. No consiguió que llegara donde llego con otros amantes. Me gustó mucho su polla. Recia. Gorda. Tamaño medio pero potente. Me sorprendió por la edad, siempre he pensado que los sesenta es una edad maldita. Pero no. No lo es. No lo es en absoluto. Me gustaba follar con él, claro que me gustaba. Gemía yo más, porque soy más exagerada. Él murmura, no habla, susurra sus dudas, no las manifiesta. En todas las conversaciones que pudimos tener dejamos constancia de lo poco que nos parecíamos. En pensamiento, palabra y obra. Pero sin culpas.

    Chupársela fue una delicia. Porque era preciosa, porque estaba dura, porque me cabía entera hasta el fondo y porque era importante sin ser descomunal lo que hacía que apeteciera mucho más. Me gustó su piel, inmaculada ella, me gustó que tuviera un defecto en la nariz y que se lo tocara continuamente, entendí que no estuviera pendiente de mí y que pareciera huir de todas las demostraciones excesivas. Con lo excesiva que soy yo. Pero la frialdad era evidente. Parecía que le costara quererme. Parecía que me quisiera transparente. Él me quiso y me quiso bien. Bebiéndome entera, comiéndomelo muy muy bien. Sin conseguir que me corriera y contemplándose intentarlo con la polla.

    Que tampoco. Pero me gustó. Me gustó. Me gustó porque era un complemento a lo que había ocurrido diez años antes. Me gustó porque su polla era de esas que son plenas, que mira que es difícil encontrarlas porque a todas les encuentras huecos…

    Salimos a tomar algo. Yo tenía hambre de Madrid y él se dejó. Me fijé en que, si yo me paraba, él avanzaba unos pasos para que no se nos viera juntos o tuviera que presentarlo. Yo, en Madrid, toda divina y preciosa, paseada por alguien que querría que no me miraran mucho. Llegamos a la taberna de mis amores, pedimos media botella, unas chacinas, cuarenta minutos escasos y regreso. Ni un beso. Ni un gesto de cariño. Una conversación espléndida aunque de verborrea ande escaso, pero yo soy un torrente… más si le pongo ganas. Y ver a este hombre me apetecía. Lo admiraba, cosa mala cuando hablamos de amantes de los que no puedes engancharte…

    Yo no quería engancharme de él. Solo quería ser su cosa bonita 4 días. Solo.

    Cenamos en un oriental a dos pasos de su casa, de estos que tienes poca carta y eso los hace especiales. De ahí, directos a su precioso salón. Sin alcohol. Sin nada más que nuestra compañía que helaba cualquier atisbo de deseo.

    No me deseaba. Se le notaba.

    — ¿Qué te pasa? ¿Qué hay mal?

    — Hay que ya no estoy con mi mujer. Desde hace un mes.

    Me quedé helada.

    — ¡¿Qué?! No me digas eso, por favor… ¿Soy la primera con la que te acuestas después de ella?

    — Sí.

    ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! No me importa nada ser una más de la larga ristra de quienes me gustan. No tengo problema. Pero no quiero ser la primera con la que te acuestas después de que tu relación se acabe por una cosa muy sencilla: estarás frío. Querrás ordenar tu cabeza. Descubrir los sentimientos que te quedan hacia esa persona que fue el epicentro de tu vida.

    Y no es solo ella.
    Es su familia.
    Es sus manías.
    Es su manera de hacer el pulpo a la gallega, es su alegría en todas las fiestas, son los besos que te dieron por las esquinas y lo bien que asumiste envejecer a su lado…
    Con ella..

    Cuando la persona con la que te has visto vieja desaparece de tu vida, da igual quien lo haya decidido, tu vida explota.

    Y reconstruirse lleva mucho tiempo y mucha ayuda.

    Me dio igual que dejaran de quererme; lo entendí. Lo que nunca asimilaré es que quisieran hacerme daño; si la primera persona con la que yo hubiera estado después de mi marido me hubiera hecho lo más mínimo, yo me habría muerto.

    Ser la primera… No, no quiero.

    Le dije que me hubiera gustado saberlo antes de ir, me levanté, le di un beso y me fui a la cama. Mi camisón era lo más lencero que pude. La cama, una maravilla de esas que tienen los que tienen dinero, era muy cómoda, pero yo necesité cogerle el punto. De lado, con la esperanza de que me abrazara por detrás y durmiéramos así. Oliéndonos. Vino a la cama, claro que vino. Y hasta me quiso. Me quiso bien. Me quiso tan bien que se puso a tres palmos de mí. Mirando al techo. Completamente quieto.

    Respirando despacio.
    Acariciándose la yema de los dedos.

    Me desperté temprano, debían ser las cinco o así. A mi lado no había nadie. Abrí la puerta del salón y lo vi en la cama del sofá enorme en el que me había comido el coño la tarde anterior. Volví a la cama y me acosté. A las diez estaba arriba para ir a desayunar. Qué bueno vivir en el centro y que haya café en cualquier sitio porque yo, que ni siquiera como ya nada por la mañana, necesité el café con leche enorme para poder despedirme, de nuevo con un beso y desaparecer.
    Yo tenía una mañana preciosa. Una mañana pidiendo dinero, suplicándolo más bien, para saldar la herida abierta en canal que tengo, esa que no me deja respirar.
    Yo perdería mi casa a finales de mes a menos que consiguiera 60 mil. Y los conseguí. 60 mil justos. Me los presta mi abogado, un señor empeñado en que el mundo sea menos raro y menos malo. Tuvimos la reunión en madrid, él, de Lisboa, yo de Almería. Aquella era la mejor noticia posible.

    Me había empeñado en estar con aquel amante por eso. Porque querría celebrar haber conseguido el dinero para devolvérselo a su propietario y que salga de mi vida para siempre jamás. Quitarme la puta losa del chulo al que mantuve y que me traicionó. No por irse con otra, me alegro de que lo quieran. Lo necesita.

    Quería celebrar que aquel saldría para siempre jamás porque ya nada le uniría a mi vida, ni nuestro hijo, demasiado mayor como para no tomar partido. Y pensé que aquel amante, una botella de Cava Premium, regalo de Navidad de alguien que me quiere a ratos, para querer a alguien a quien no quería más que ese rato.

    Llegué a casa parándome en todos sitios. Carne para que comas como te gusta, dos botellas de vino y un ramo de girasoles, que me gustan mucho. Así regresé al apartamento de aquel amante que la primera noche se había ido a dormir al sofá.

    —Te mueves demasiado.
    —Hasta que me duermo, que entonces muero.
    — No lo soporté.

    Llegué contenta y esperanzada. Podíamos hacer una cena chula, brindar por los triunfos y follaríamos, seguro, seguro que sí. Puse los girasoles en un jarrón precioso de diseño nórdico me di la vuelta, lo abracé y lo besé.

    Y entonces lo dijo:

    — Tanita, ven. Quiero hablar contigo.

    Lo escuché sin decir nada. Pudo explicarme bien que no se encontraba bien conmigo cerca. Que no sabía qué echaba de menos tanto como para no poder besarme a mí. Que lo incomodaba cuando estaba en la casa.

    Lo entendí tan bien.
    Normal, hijo.
    Hace mes y medio que te has dejado con la mujer con la que pensaste que morirías. Por muy mona que yo sea, por muy maja, ese sapo lo tienes que tragar tú solo. No con una pululando en pelotas.

    — Lo entiendo. No te preocupes, lo entiendo. Te incomodo a cada paso. Lo entiendo.

    Mientras hablaba recogía mis cosas y rehacía la maleta desecha solo el día anterior. Había puesto una lavadora y, con estos sudores, aproveché para lavar lo poco que había usado. Ël recogió toda la ropa tendida, dobló la mía y me la acercó.

    — Gracias— Musitó.

    — No te preocupes, lo entiendo.

    — Yo querría agradecerte todo lo que estás haciendo, que me hayas entendido tan bien y que estés haciendo lo que estás haciendo.

    Yo tenía que salir de aquel súper apartamento.

    — No te preocupes, de verdad, entiendo que…

    — ¡Déjame que te dé las gracias!—clamó— ¡Solo te estoy agradeciendo que hagas esto!

    Me lo dijo en un tono inapropiado. Le clavé la mirada. Me mordí la lengua. Suspiré. Y seguí recogiendo mis cosas. Imagino que estará acostumbrado a los melodramas. A que ella se mosquee después de haber ido más días a Madrid solo porque dijiste que podía pasar 4 días en tu casa. Supongo que esperabas que me cagara en tu Puta madre o que te obligara a pagarme, qué menos, un hotel. ¿Es eso, Rosarino? ¿En serio?

    Quiero irme de tu lado porque emanas el mismo sentimiento de fracaso que emanaba yo hace dos años, cuando me dejaron. No sabes qué coño te ha pasado. En qué has fallado. Cómo han podido hacerte esto a ti… ¿Verdad? No, no lo quiero cerca porque escapo de él, apenas. Hace muy poco yo estaba así. Si hubiera sabido que ya no tenías mujer, no habría venido a tu casa.

    ¿A qué?

    Me acompañó a la puerta levándome la mochila mientras yo manejaba la maleta. Nos despedimos con un beso bonesto.

    — SI hay una tercera vez que sea mejor— Le dije al irme. Me pareció una buena frase para poner punto y final a nuestro idilio.

    Abandoné su calle arrastrando un sentimiento de compasión. Me daba pena, mucha pena. Sabía lo mal que estaba y, lo que no entendía, es qué había querido encontrar en mí; no creo que sea ningún buen bálsamo..

    Me senté en la mesa del restaurante chino por inercia. Tenía que pensar. Tenía por delante 3 noches y no tenía dónde dormir. Sí, un hotel, pero yo no tengo dinero para poder ir siempre a hoteles, solo voy a hoteles cuando me los paga la tele y tengo que reconocer, que me mima muchísimo. Mientras comía gyozas y sushi al mismo tiempo hice repaso mental de a quién podía molestar y fui consciente de lo sola que estoy, en realidad. Tengo gente en Madrid que me quiere, pero no me puede hospedar.

    Hasta que me acordé de él. De Pablo. Uno de los mejores editores que he tenido nunca. Eterno salva culo. Que me acogió en su seno a cambio de medio kilo de azufaifas, unos lomos de sardinas en aceite y unos dátiles madurando aún en su rama, muy almeriense. La morcilla, chorizo y el queso de Serón se había quedado en la otra casa, así que no hubo otra que recoger la botella buena de vino, la que compré. La que me regalaron se la dejé en la casa aquella en la que se sufría.

    Y llevaba un cava magnífico en la mochila para celebrar lo que yo quería celebrar y que había sido la excusa de que yo quedara con un ex amante que hacía 10 años que no veía.

    Celebré. Claro que celebré. Celebré con Pablo, con Candela y con Carmencita, celebramos y brindamos por que yo había conseguido los 60 mil euros que le debo a un señor. Nos quisimos y nos cuidamos. Nos dijimos y nos abrazamos. No me sentí sola, que era algo que me daba pavor: conseguir el dinero y no poder brindar con nadie.

    Llegué a casa con una sensación extraña. Por un lado de decepción porque me hubiera gustado gustarle un poquito más a mi ex amante y haber hecho de esos 4 días juntos un recuerdo precioso. Y por otro de paz por comprobar que se me quiere aunque sea de lejos. Y que siempre podré recurrir a algunos, aunque sean pocos. Aunque pierda un vestido nuevo porque no aparece y no sé en qué casa me lo dejé… Pero, seguro, aparece de nuevo.

    No volveré a dormir en la calle, como aquella vez que una de mis amigas me dijo que no podía ir a su casa porque estaban todas sus hijas.

    Hubiera dormido en el suelo. Dormí en el suelo de la puerta de la Estación de Autobuses, así que, mejor con techo.

    Pero las separaciones, ya lo sabemos, son un motivo más que suficiente para hacer buena limpieza de agenda y de entrañas. He aprendido que quererme no es fácil, tampoco gratuito. Pero no es lo que muchas personas practicaban.

    Y así, también les he contado el día que mi amante no me quiso y me salvó el que me quería, menos sexo, lo sé. ¿Y qué? Esto no nos va a dejar en el dique seco; somos amazonas: nos levantamos y seguimos.

  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE34 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Carne JovenMe entró por MetaverxApp, donde entran todas las personas que quieran. Al principio, lo hizo dedicándome palabras preciosas, intenciones sexuales y ganas de saber más de mí. “Tengo 23 años y me mide 23 centímetros”, me escribió. Yo le expliqué que no funcionaban así las cosas, que yo no mantenía contacto con cualquiera y que, el tamaño de su verga me era absolutamente indiferente. Entonces me contó que estaba acostumbrado a las señoras de mucha más edad porque a él quien más lo excitaba era su madre. Este es uno de los grandes temas que trato. En los acompañamientos trato a un joven de 25 años que lleva dos acostándose con su madre y a las sesiones viene hasta la madre porque se sienten tan culpables que es imposible que lleguen a disfrutar de los encuentros. “El pecado es demasiado grande”, dice ella. Y yo le digo que ningún Dios puede meterse en su placer, sea el que sea.Jarkin aspiraba a eso. A follarse a su madre. En su caso, la espiaba cuando iba al baño o a su cuarto a desnudarse. Cogía sus bragas del cesto de la ropa sucia y las olía, escuchaba cuando ella se masturbaba y lo hacía al tiempo imaginando que estaban juntos. Jarkin estaba loco por su madre, un pedazo de señora de 52 años, preciosa, que se desvivía por su único hijo. Del padre no comentó nada, así que di por hecho que no participaba en la ecuación. Jarkin quería saber cómo acostarse con su madre y si, de hacerlo, estaría haciendo algo prohibido. Prohibido. Pecado. Mal visto. El incesto es una de las sexualidades más vilipendiada porque siempre pensamos en el abuso de menores pero, ¿qué ocurre cuándo ambos son ya adultos? ¿Puede un padre acostarse con su hija de 25 años? ¿Y una madre con su hijo de 23? Sobra decir que el tema me parece apasionante y, como investigadora sexual que soy, quise seguir hablando con Jarkin. Me contó que sabía muy bien cuándo su madre se masturbaba porque la oía gemir en su cuarto. Él deseaba ser el que estuviera con ella e imaginaba meterse en esa cama y tener todo el sexo que imaginaba con su propia madre. —Tiene el cuerpo más bonito del mundo, es guapa, divertida, la pena es que yo sea su hijo y no pueda ser su pareja. Pero si ella quisiera… Si ella quisiera lo sería todo. Una mañana me sorprendió tener un mensaje suyo tan temprano. Lo había mandado a las 3 de la mañana, pero yo lo leí a las 7.“Anoche mi madre me dejó que le metiera los dedos”— Apareció en mi móvil. Aquello me descolocó. Hasta entonces, creía estar tratando a un joven que sentía atracción sexual por su madre, pero, en realidad, era un chaval que mantenía sexo con ella. El epicentro de la cuestión era otro. Estuvimos hablando más de una hora. Yo le pregunté cómo se sentía, él estaba pletórico. Aseguraba que le había encantado notar la humedad de su madre, escuchar sus gemidos al ritmo de sus dedos y hacerlo como ella le indicaba hasta conseguir que se corriera en sus manos. Jarkin se sentía muy poderoso después de aquello. —NO ha querido que durmiéramos juntos, pero para mí es como si ya formara parte de su ser. Jarkin se había eregido ya en amante y aspiraba a que lo que había sucedido se repitiera muchas más veces. Pero la madre no pensaba lo mismo. Para la madre, parecía que había sido un error fruto de un calentón mal apaciguado. Lo cierto es que su hijo la había masturbado y ella se había corrido. Jarkin estaba tan emocionado que no dejaba de contármelo: — Yo solo hice ruido para que ella supusiera que la estaba oyendo, entonces, me llamó. Me explicó que necesitaba darse placer porque estaba sola y es demasiado joven como para conformarse. Y yo le dije que siguiera. Que me gustaba que lo hiciera. Entonces cogió mi mano y la puso encima de su coño. “Hazlo tú”, me dijo. Jarkin siguió las instrucciones de la madre. “No tan deprisa”, “más en oblicuo”, “sube los dedos”… “Ahí, ahí, ahí” hasta que se corrió. Yo no era capaz de imaginarme una situación así con tu hijo, pero entendía que Jarkin, con 23 años era un adulto teniendo sexo con otra adulta. Que fueran madre e hijo era una casualidad del destino. Podría haber pasado perfectamente con una vecina, con una desconocida, pero había ocurrido con su madre. Eso le confería un extraño poder de conquistador y, en su caso, ni un poquito de remordimiento. Jarkin quería ser el amante de su madre. Durante algunas semanas las cosas se sucedieron como en cualquier otra casa. Jarkin actuaba de hijo y su madre de progenitora. No tenían sexo pero tampoco hablaban de lo que había ocurrido. Yo le aconsejé que hablaran. Que debían analizarlo aunque solo fuera para saber qué más podía suceder, pero ellos se resistían. Ninguno hablaba del tema. Había ocurrido y querían disfrutarlo en la intimidad. Jarkin se calentaba por momentos. Cada mensaje estaba más excitado, su imaginación se desbordaba. Describía cómo le iba a comer el coño a su madre en cuanto pudiera. —Abriré sus labios y lameré su clítoris. Meteré los dedos a la vez; un día riendo la escuché decírselo a una amiga: “A mí que me metan los dedos mientras me lo comen”.Jarkin estaba convencido que sus 23 centímetros donde mejor podían estar era en el coño de su madre. Y allí que se fue. Hasta dentro. Fue una noche que su madre había tenido un día de mierda en el trabajo. Se dejó caer sobre la cama vestida, con los brazos en cruz, a mirar al techo. Le caía una lágrima pero aguantó el sofoco. Jarkin se tumbó a su lado y empezó a acariciarle el brazo. — ¿Qué ha pasado? ¿Qué mierda ha sido hoy? L madre no podía más. NI habló. NO quiso explicarle cómo la habían humillado por no haber sabido limpiar bien la máquina de café. Ella no lo hacía nunca. Lo suyo eran las cámaras, las tenía que cargar. Pero hoy se habían empeñado en que lo hiciera ella. “Tienes que saber hacer de todo, guapa”. El guapa era lo que más le había dolido. Pero no se lo contó. Se lo guardó. Y dejó que él acariciara su brazo, como dándole ánimos. Permitió que siguiera por sus senos, que los rodeara y se entretuviera en los pezones que se le pusieron duros. Ella no se movía. Jarkin la acariciaba con suavidad. Abrió su blusa y empezó a chuparle un pezón mientras le tocaba la otra teta. La madre cerró los ojos para que saliera la última lágrima que le quedaba y permaneció inerte, dejando que su hijo lamiera sus tetas y bajara la mano hasta su vulva para esconder los dedos en su agujero. Lamió el pezón y bajó por la tripa sorteando el piercing que la madre llevaba en el ombligo. Y empezó a lamer. Abrió las piernas de su madre como me había descrito, apartó los labios para dejarse entrar y beberla entera. Con los dedos aprovechaba para follarla, notando cómo los dedos se le empapaban del calentón de su madre. Estaba empalmadísimo. Simplemente se montó encima. Su madre ni se movió más que de los estertores por los empujones de su hijo. Hasta que lo abrazó. Subió las piernas para amarrarlo como si fuera una araña y se pegaba a su cuerpo para sentir los 23 centímetros de la carne de su carne. Jarkin también tocaba su clítoris, lamía sus dedos y la acariciaba, la madre se partía en dos. Fue ella la que bajó a su polla directa. Él ni se lo hubiera pedido. Sentir la boca que mejor lo besaba en la punta lo derritió. Conocía esa boca de verla todos los días desde que nació y, ahora, estaba con su polla entera. La madre lamía de arriba abajo, agarrándole de los huevos para metérselos en la boca, salir y lamer hasta el glande. La madre lo masturbaba mientras se la chupaba. Ninguna de sus amigas lo hacían tan bien como su madre. Como se notaba la experiencia de casi 40 años de sexo, desde los 15, con el padre de Jarkin. El que la dejó por otra más joven y más guapa, pero tonta como un mordisco en la polla. Su madre lamía la polla, los huevos, acarició su ano con cuidado, como acaricia el culo de un bebé una madre primeriza. Y entonces bajó a lamérselo.. aquello fue sublime. Su madre lamía y cariciaba su ano con delicadeza y gusto. Metía las yemas de los dedos para que relajara el músculo, buscando la oportunidad de seguir, de seguir hasta dentro. La madre agarró el lubricante que usaba para sus juguetes, se puso un condón en el dedo y lo embadurnó bien de lubricante con olor a menta. A Jarkin le hizo gracia que el lubricante oliera a chicle de menta, pero lo que más le gustó fue cuando su madre metió con cuidado el dedo por su culo. La sensación fue espléndida, su dedo empuñó su placer interior hasta explotarlo por dentro. Si aquello era la próstata, quería que se la tocaran mucho. ¡Qué maravilla!Aquel orgasmo fue diferente a cuantos había tenido. Hasta entonces consistían en una bocanada de lefa que gustaba de esparcir si lo dejaba. La madre no dejó que se recuperara y se puso encima a follárselo. Empujaba justo con la fuerza de querer clavarse en la polla. Jarkin agarró con fuerza sus caderas y la movió. —Eres una puta, mamá. Eres muy puta. La madre soltó una carcajada que se escuchó en todo el patio de vecinos. Se agachó y besó en la boca a su hijo mientras sentía su polla bien dentro. Cabalgó un buen rato, agarrando la polla con la mano, incluso. Quería que su hijo se corriera, que echara su semen sobre ella, que la bañara y la llamara puta muchas más veces. Jarkín se corrió gritándole a su madre que la quería. La madre esperaba un insulto pero a Jarkin le salío del alma. Jarkin está enamorado de su madre y ese polvo es lo que más ha necesitado en los últimos años. 23 centímetros de polla para su santa madre. Sacó la polla del coño y esparció el semen por su pecho, su cara, la madre lamía la leche adorándolo. —Yo también te quiero, mi amor. Desde aquella, Jarkin y su madre tienen relaciones de vez en cuando. La madre intenta llevar una vida normal, conocer a hombres mayores que su hijo. Pero ninguno la mima y cuida tanto como Jarkin. Ni se preocupa por que se sienta bien. Eso hace que la madre no quiera cualquier noviete que aparezca. Lo que más me gusta es que ambos me cuentan estas cosas. Quedamos por videollamada y hablamos. Tenemos la suerte de no creer en Dios y no lo consideramos pecado. Es deseo entre madre e hijo. ¿Se va a atrever a juzgarlo? Ni se les ocurra.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE33 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - El actor argentinoEmpezamos a hablar por twitter como hace todo el mundo. Él contestó a una foto que puse de un cenicero mío, comprado en la India y me dijo que tenía uno igual desde hacía 20 años. Así empezó nuestra conversación. Ni siquiera le di mucha importancia a que fuera un actor conocido, con múltiples premios y cierta fama de conquistador. A mí me cayó bien porque ambos teníamos el mismo cenicero de la India. Era argentino, muy guapo y de esos tipos que difícilmente te disgustan. Por las conversaciones por twitter supe que era de River, un equipo de fútbol del que eran muchos de los amigos que tenía mi marido, lo que hizo que no nos faltara de conversación. Entre eso y que a los dos nos gustaba Hanik Kureishi, había días que podíamos hablar durante horas. En julio siempre me he quedado “de Rodríguez”. Mi pareja y mi hijo se iban de vacaciones y yo me quedaba trabajando. Yo iba los fines de semana al pueblo y así formábamos parte de la mayoría de los hogares españoles, solo que, en mi caso, la que trabajaba era yo. Mi marido se dedicaba a tocarse el nardo. Y yo lo consentía. Una tarde, mientras moñeaba por twitter me llegó un mensaje del actor. “¿Dónde estás?”, yo para no explicarle mucho, le mandé mi ubicación: Plaza Mayor. Durante cinco años viví en la Plaza Mayor, no solo fui inmensamente feliz, eso me situó en un lugar privilegiado para poder quedar con cualquiera. “¡No me lo creo! Yo estoy en una bocacalle. ¿Quedamos?”. Aquel “¿Quedamos” me encantó. Claro que quería quedar con él. ¡Quién no querría quedar con él! Nota en un bar de la Calle De la Cruz. Cuando entró él, toda la barra se giró para observar cómo avanzaba hacia mí y me saludaba. Llevábamos tanto tiempo hablando por twitter que era como si nos conociéramos, cuando en realidad, no sabíamos nada el uno del otro. Me dio un abrazo subiéndome en volandas. Era alto, fuerte y muy guapo. Los dos lucíamos sendas sonrisas que demostraban que estábamos disfrutando con aquel encuentro. Me contó que estaba divorciado, que tenía dos hijos ya mayores y que estaba en España rodando una película. Por eso estaba tan cerca de la Plazas Mayor, porque la productora tenía un apartamento en esa zona para los actores que trabajaban con ellos. Era más barato que un hotel y les daba la misma intimidad. A mí me pareció la mejor solución para estos casos. Cenamos en un italiano. No sé por qué, yo que jamás ceno pasta, elegimos un italiano. Yo me conformé con una ensalada de esas que hacen los italianos con bresaola y él se pidió una fuente de espaguetties. Y digo fuente porque avisó al camarero de que, por favor, no le pusiera una única ración, que convenciera al cocinero de que el argentino venía con hambre y no tenía problema en pagar el suplemento. Sus spaghetti alle vongole eran sublimes. Durante la cena nos centramos en nosotros. Ya nos habíamos situado como personas (yo con marido, él divorciado), seguimos hablando de intereses, de política, de cómo estaba el mundo y cómo aspirábamos que estuviera. Reímos y nos acercamos cada vez más el uno al otro. Hasta que llegó las horas de las copas. Su propuesta fue aceptada inmediatamente: quería que nos fuéramos a su casa a tomar un gin tonic. La casa era un apartamento precioso, con cocina americana, dos habitaciones y un salón decorado con un gusto exquisito. — ¡Qué bonito!— dije. — Sí, ya sabes, producción siempre intenta que estés a gusto. Gintonic para dos y música de Pink Martini. Me encantó que eligiera a uno de mis grupos favoritos. Parecía que el actor y yo teníamos en común muchas más cosas además del cenicero de la India. Empezamos a besarnos al segundo sorbo. Sus besos eran perfectos, de esos que se amoldan a tu boca y a tus labios, que te acarician con la lengua, que te muerden tenuemente. Sus manos empezaron rápidamente a moverse por encima de mi vestido de algodón, como intentando hacerse una idea de cómo era mi cuerpo. Yo desabroché su camisa para impregnarme de su olor y su inmensidad. Tenía un peco ancho, recio, con vello alrededor de los pezones y en el centro. Jugué con los pezones con los dedos y con la lengua mientras él me desnudaba por completo. Se quitó la camisa, los pantalones, los calcetines y los calzoncillos quedándonos desnudos ambos en un abrazo. Me acariciaba el cuello, los brazos, me apretaba los antebrazos como dejándome claro que no me dejaría escapar. Me besaba continuamente. Llegó a mis senos. Los besó con cuidado primero, con gusto después para terminar mordiéndome los pezones y excitarme al máximo. Con la mano iba a mi entrepierna como si quisiera comprobar mi humedad y no actuar hasta que no estuviera preparada. Mesaba el vello de mi pubis, dejaba entrar la mano para volverla a sacar. Yo me iba excitanto por momentos y quería más, mucho más. Me cogió en brazos y me subió a la encimera de la cocina para abrirme las piernas y beberme. Su lengua se deslizaba por los rincones de mi vulva como intentando prolongar al máximo la más mínima excitación. Abrió las piernas con las manos para que no las cerrara y mis labios con los dedos para incursionar. Y así, llegó al clítoris que pedía a gritos que lo lamiera. Su lengua fue fantástica. Empezó despacio, como si lamiera un helado. — Me gusta tu coño. Me gusta como sabes. Voy a hacer que te corras como solo tú sabes correrte. Mi clítoris se hinchó poco a poco hasta resplandecer en mi hueco. Siguió lamiendo, ahora con más ahínco, con más fiereza, con más gusto y pasión. Tocaba mis tetas a la vez. Yo estaba chorreando y él se dio cuenta. Metió sus gruesos dedos dentro de mi agujero follándome con ellos. Aquello era la perdición. Por un momento pensé qué pensaría mi madre si yo le contara que me estaba follando a uno de los actores que más le gustaban. Seguro que ni se lo hubiera creído. Pero lo mejor de aquel hombre no era lo famoso que era sino cuánto estaba haciendo por mí en aquella encimera. Lamía mi clítoris, metía los dedos, a veces jugaba con su pulgar que lo pasaba por el clítoris entre lametón y lametón. YO me volvía loca. Yo quería más. Sus dedos, gruesos, perfectos muestrarios de pollas follándome. Su lengua, húmeda, lamiendo mis huecos. MI clítoris enervado y ardiendo…. Fueron los mejores quince minutos de mi vida y, por supuesto, me corrí. Fue correrme e ir inmediatamente hacia su polla. Me bajé de la encimera y me puse de rodillas para chupársela. Tenía una bonita polla recia de actor, de esas que da gusto ver, perfectamente recortado el vello, inmensa y espléndida. Chuparla fue una delicia. Metérmela en la boca entera para saborearla, lamiéndola de arriba abajo,s in dejar un rincón sin mis babas. Desde el culo hasta la punta, desde la punta hasta el culo, apartando con mi mano el cachete para poder llegar a su ano perfectamente limpio y perfumado. Qué polla tan bonita tenía el actor. No podía ser menos. Que bueno comérsela entera, chuparla sin desperdicio, lamerla. Con la mano lo masturbaba al tiempo, notando cómo se le ponía cada vez más gorda. El juego mano-boca se me da bien, puedo hacerte virguerías si te dejas. Aceleré la masturbación porque quería que se corriera. Que se corriera y tragármelo. Que me empapara. Que me llenara. Lamía con más ahínco sin parar de masturbarlo. Me avisó. Tuvo la delicadeza de avisarme. —¡Voy a correrme!— dijo. —Mejor— Contesté. Su lefa entró en mi boca caliente y disparada. Llenó mi boca y yo tragué. Me relamí la comisura de los labios mirándole a la cara y él volvió a besarme. Seguimos acariciándonos mientras él se reponía. Con más tranquilidad, con la mesura de los que ya están satisfechos. Pero mi actor quería más y lo pidió. —Quiero follarte, por favor. Simplemente me puse a cuatro patas sobre el suelo de aquella cocina. Él abrió el frigorífico y cogió un tarro de miel. Sentí la miel caer por el culo y mi coño. Estaba fría. Di un respingón. Y, entonces, él metió la cara en mi culo y empezó lamerme de nuevo pero con la miel de por medio. Su lengua en mi culo me fascinó. Lamía con cuidado cada vez que incluía un poco más de miel. Con los dedos restregaba por mi coño para que no faltara en ningún sitio en el que pudiera acceder con la lengua. Pasaba los dedos con miel y después la lengua, era una sensación increíblemente excitante. Y, en un momento determinado, me la metió. Entró y me dio la sensación de que se podría salir por la boca. Su polla alcanzaba todo mi coño, lo cubría entero. Agarró mis caderas con las manos y empezó a moverme al compás de su empotramiento. Uno, otro, otro más. Yo gemía de placer sintiendo cómo me partía en dos, lo que aumentó cuando, en esa postura empezó a tocar mi clítoris. Tenía su polla dentro y el clítoris entre sus dedos. La combinación perfecta para que yo empujara hacia él, siguiendo el compás que me marcaba. Aquella follada estaba siendo mítica. Me gustó mucho que no dejara de acariciarme por todos lados, que me pasara el dedo por la espalda desde la nuca hasta el culo, que me tocara las tetas, el clítoris, las piernas. Me encantó cuando me dio las cachetadas de cariño en las nalgas, me deshice cuando aceleró…..Me corrí. Volví a correrme con toda aquella, pero seguí, seguí un poco más, esperando que él también lo hiciera. Lo hizo, claro que lo hizo, se corrió dentro de mí y se dejó caer sobre mi espalda. Permanecimos así unos minutos. Él besándome en el cuello, yo disfrutando de su peso sobre mí. Nos quedamos mirándonos a la cara unos minutos y entonces preguntó: —¿Querés quedarte a dormir? —No— le dije yo— NO me gusta dormir con mis amantes esporádicos. —Entiendo. Nos vestimos despacito hablando de nosotros. En pocos días era mi cumpleaños y se lo dije. Me apetecía que viniera. Los días pasaron sin que tuviéramos noticias el uno del otro pero el 12 de julio vio los glóbitos en mi perfil y me dijo que si le daba la dirección, iría. Cuando mi amiga abrió la puerta de mi casa lo dijo con mucha sorpresa: “UY, te lo habrán dicho muchas veces pero eres igual que Mario Passinetti.”Él soltó una carcajada y contestó: — Sí, me lo dice mucho— Y entró. Mi marido no daba crédito a que el actor argentino estuviera en nuestra casa, pero es que, además, era tan forofo del fútbol como él, así que hicieron migas inmediatamente y pasaron horas hablando de su tema favorito. La cierta fue todo un éxito, no por la presencia del actor famoso sino porque el buen rollo que emanábamos todos. MI marido nunca supo que yo me había acostado con él. NO hacía falta; era mi intimidad, no la suya. Mario Passinetti terminó de rodar la película y regresó a Argentina y, aunque al principio mantuvimos la relación por redes sociales, el tiempo nos separó por completo. Hace muchos años de esto. Yo cumplía entonces cuarenta y pocos. Pero sigo teniendo un recuerdo precioso de aquel hombre, forofo del River que me folló como ninguno y que, encima, se hizo colega de mi marido. ¿Quién sabe? Lo mismo rueda algún día en Almería y tengo la mitad del trabajo hecho.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE32 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Esperando que salga Javier (para follarlo)NO lo vamos a negar, yo soy muy de chiringuito. Si pudiera viviría en verano en uno. Uno en el que hubiera una hamaca, una plancha para cocinar, estuviera en la playa y a las puestas de sol vinieran los vecinos. Por eso parte de la vida que me he construido pasa por tener algún chiringuito que pueda ser de referencia. Y aquel lo era. Sardinas, raya, jureles, cazón y bacalao. Costillas, lomo, salchicha, morcilla y longaniza. 10 tapas. La cena perfecta para dos, fueras con quien fueras. Acostumbraba a ir más sola que acompañada a tomarme dos. Solo dos. No llegaba a los 10€, cenaba y escribía en mi diario, porque al chiringuito me bajaba sin el móvil, solo con mi diario, a exorcizar dolores y a buscar placeres a los que sucumbir. Dos vinos muy fríos y una tapa de pescado y otra de carne, “lo que quieras tú”, le decía al camarero y me dejaba mimar por cualquiera de los cuatro que había. Uno para cada flanco. El dueño era un borde, que no quería líos pero muy torpe. Con un hijo aún más torpe. Aún más. Pero hacían una brasa muy rica y el pescado, aunque escaso, estaba bueno. Lo mejor de este chiringuito es que estabas con los pies en la arena. Aquello era enorme. Me gustaba ir sola al chiringuito. Mucho. Me metía en mi burbuja y disfrutaba de mi vida. Todos los camareros me tuteaban menos uno. Dos eran del pueblo, estaban hartos de verme y otro era de Almería, pero trabajaba desde hacía años en el chiringuito cada temporada. El cuarto era el que me hablaba de usted. “Doña Tana”, sonaba a rancio abolengo. Por más que le dije que bastaba con “Tana”, no paró. “Es mi educación”, me dijo a la tercera que lo intenté. Y lo dejé. Mi vida judicial aceleraba. Tres años de cárcel, diez mil de indemnización y la obligación a no hablar en mi vida de alguien de quien no había pronunciado su nombre. Demasiado complejo para una mente basta como la mía. Pero tenía abogado nuevo, que era un primor, un señor que creía en Dios, se había casado por la iglesia y tenía un hijo bautizado. Conservador. Pero que me dijo que me llevaba el caso porque era un caso lo suficientemente goloso que íbamos a ganar. Y le creí. Con estas, Javier, que así se llamaba el camarero del chiringuito que me llamaba de usted, las noches que iba sola hacía para quedarse hablando dos minutos en mi mesa. Mira que era guapo. De esos guapos que me gustan a mí: grande, ancho, calvo, con barba. No sé por qué me he aficionado a ese modelo y en ese me he quedado. Javier era encantador y me hacía gracia su manera de llevar la bandeja, parecía que ni siquiera estaba sobre sus dedos, pero lo que más me gustaba era como me trataba y lo educado que era. Javier iba ganando puntos. Aquella noche volví sola. Diario en mano y la más firme intención de enterarme a qué hora terminaría Javier. Pedí mis consumiciones, no di nada la plasta y cuando pagué, simplemente, le pregunté. —¿A qué hora sales? Me encantó que saliera a media noche. Porque a media noche ya no hay casi gente por la calle y no tendría que dar muchas explicaciones. Esperé en poyete de la playa, un poco alejada del chiringuito pero lo suficientemente cerca para que todos tuvieran que pasar cerca cuando salieran. Javier se plantó delante de mí. —¿Qué haces aquí?—Pensé que te gustaría que nos tomáramos una. La primera entró deprisa, quizás por los nervios. Pero entró rápida y veloz para animar a la segunda. Yo no acostumbro a beber demasiado, así que no quise seguir con copas. Javier tenía que conducir, tampoco le interesó. La conversación fue deliciosa. Me contó cosas de su hija, a la que no veía desde hacía 9 años porque la madre no quería. Me contó cosas de su familia. Eran gitanos aunque tuvieran la piel clara y él trabajaba en la hostelería desde los 16 años. Yo le conté mi vida, mi divorcio, las maldades de mi ex y su novia y cómo, probablemente, me quedaría sin casa a partir de septiembre. — Qué horror llegar a este punto con tu ex pareja— Contestó cuando le conté todo. — Más que eso, mucho más.Conforme hablábamos más a gusto estábamos. Parecía que Javier y yo nos conocíamos de siempre o que siempre habíamos querido conocernos. Y lo que era evidente era que nos gustábamos. Javier vivía en Las Juaricas, un barrio que está a la entrada del pueblo. Echamos a andar hablando y por inercia, lo acompañé hasta su casa. A él no le extrañó tanto que lo acompañara como que, directamente, se lo soltara. —Oye, Javier, yo estoy en la gloria contigo, así que si alguna noche, cuando salgas, quieres que nos tomemos algo, mándame antes un mensaje para que no me acueste y lo hacemos. — Como hoy. —Como hoy. Me mandas el mensaje y nos vamos conociendo. —Hecho. Allí, en la puerta de su casa nos besamos. El primer beso fue algo muy lúcido y tibio. Simplemente juntamos nuestras bocas y nos dejamos. Nos despedimos con aquel beso sabiendo que solo era el principio y que todo seguiría en cuanto pudiéramos. Y poder, cuando se quiere es pronto. Al día siguiente, a las 6 de la tarde, ya tenía el mensaje para que no me durmiera y lo esperara. En el poyete de la playa estaba cuando salió de trabajar y, directamente, nos dimos la mano y tiramos para el Catrina. No nos dio tiempo ni a tomarnos una. A la media hora estábamos en mi casa. Los besos se sucedían uno tras otro sin descanso. Subimos los dos pisos hasta mi casa entre risas, metiéndonos mano y besándonos. Abría la puerta y, literalmente, me cogió en brazos para llevarme a la cama. Me tumbó y me comió a besos. Yo misma me quité los pantalones cortos y la camiseta, que, al no llevar casi nunca ropa interior me dejaron desnuda sobre la cama. Él se desnudó rápidamente para quedarse en cueros junto a mí. Me acariciaba todo el rato. Sus dedos recorrían mi piel, toda mi piel. Parecía como si supiera por dónde moverse para que yo mi cuerpo fuera enamorándose de él. Cosquillas en las axilas, bajó por mi costado hasta el ombligo, jugó un poco en él, hasta llegar a mi pubis. Nos besábamos sin parar mientras nuestras manos jugaban con el cuerpo del otro, mientras nos olíamos, mientras degustábamos nuestro ser. Javier jugó con mi pubis hasta llegar a la vulva. Yo estaba empapada, esperándolo. Sus dedos fueron aún más virtuosos, delicados, mágicos. Yo gemía de placer envuelta en sus besos. Le agarré la polla con las dos manos para acariciarla. Lo hice despacio, siguiendo el mismo ritmo que había impuesto él, deleitándome en aquella polla pétrea que pedía paso sin imponerse. Sus dedos arrebataron mi clítoris que se hinchó del gusto. Lo guardaba entre dos de sus dedos para repasarlo entero. Tocaba en la punta como si repiqueteara sobre una mesa. Entró por el agujero, empapado, para follarme con sus inmensos dedos… Yo me moría del placer. No podía aguantar más y bajé a comérsela. Él me colocó de tal manera que yo seguía en su radio de acción, de forma que, mientras yo lamía aquella verga erecta, él hacía de las suyas. Me sentía tan bien entre las manos de aquel señor que seguí insitiendo. Metí su polla en mi boca. Lamí desde los huevos hasta el glande, pajeé a aquel caballero con todo el mimo que pude mientras le llenaba la polla de babas y me las comía todas. La polla se hinchaba por momentos amenazando con culminar, pero él respiraba hondo, aguantaba y seguía con sus incursiones en mi coño. Mi excitación iba a más y más. La polla en mi boca me hacía sentirme poderosa. Sus dedos por mi coño me licuaban. Quería más, mucho más. Me puse encima de él aprovechando la erección. Me metí entera. Clavándomela hasta dentro. Fui rápida poniéndolo el condón para que no se le bajara y empecé a follármelo. Él agarró mis caderas y me acompañó en los empujones. Cada vez que entraba la notaba dentro, muy dentro. Parecía que se me iba a salir por la garganta de lo dentro que la sentía. Era una polla pétrea, larga, sublime. Las hincadas hacían explotar mi alma. Gemíamos, decíamos nuestros nombres animándonos a seguir, él marcaba sus dedos en mis caderas moviéndome con ahínco. Más. Más. Más…….Me corrí. No suelo correrme así, pero me corrí con él. Porque estaba encima, porque lo sentía, porque sus manos agarrando mis caderas me excitaban aún más. Me corrí echando la espalda hacia atrás para que su polla estuviera aún más dentro y me quedé parada, en esa postura, dejando que los gemidos apaciguaran. Él dejó que me recompusiera. Cuando caí sobre su pecho, acarició mi pelo y me besó de nuevo. — Quiero seguir— dijo en un susurro. —Yo también— contesté. Javier bajó la cabeza y la metió entre mis piernas. Ahora me tocaba a mí. Abrió las piernas con las manos para que yo no las cerrara y empezó a lamerme. Su lengua era virtuosa. Era capaz de golpear en mi clítoris con fuerza haciendo que se pusiera de punta. La humedad de su saliva, la textura de la lengua por mi coño me derretía. Lamía con delicadeza y fiereza a la vez,como si fuera un bien preciado al que hay que animar para que se ponga en órbita. Su lengua por mi vulva, por mi clítoris… Metió los dedos y ya me quise morir. Sus enormes dedos entraban y salían al tiempo que su lengua lamía y lamía. Una y otra vez. Yo no dejaba de gemir y él no dejaba de decirme cosas bonitas al oído, de esas que se te aturullan y no distingues pero que mesan tu cuerpo y tu mente. Dedos, lengua, dedos lengua…. AhhhhhhhhhhVolví a correrme. Otra vez. Otra vez volví a correrme. Ël no. Él no se había corrido y yo soy de las que se sienten poderosas cuando se corren. Cogí el lubricante que siempre tengo en mi mesilla, le unté muy bien la polla, me puse a cuatro patas y lo guié, directamente, dentro. Me gusta que me enculen. Y este me gustaba aún más. Su polla entró con dulzura gracias al lubricante. Sentí como ocupaba todo mi interior. Me encantó. Javier fue despacio al principio, como queriendo que mi cuerpo conociera el suyo. Besaba mi espalda, mi cuello, mis hombros mientras su POlla entraba por mi culo y me derretía. Con cuidado, con pasión, con gusto. — Dale, dale—Pude decir en la inmensidad del placer y él le dio, le dio más, más deprisa, más dentro, hasta que se corrió. Su grito fue el mejor regalo para mis oídos. Me sentí la mujer más afortunada del mundo. Javier se dejó caer sobre mí y yo me dejé caer sobre la cama. Permanecimos así unos segundos hasta que se puso a mi lado en la cama y volvió a besarme. — Ha sido precioso, Tana—Sí, lo ha sido. Dormimos abrazados. No tuve el valor de decirle que se fuera,como hago siempre con mis amantes esporádicos. No tuve el valor y tuve la carencia de dormir abrazada, algo que suele ocurrir. A la mañana siguiente tardé en despertar. Cuando lo hice, me di cuenta de que Javier ya no estaba. Debían de ser pasadas las doce de la mañana y mi amante había desaparecido. Me levanté, fui al baño y sonreí al verme desnuda en el espejo porque en mis caderas estaban los vestigios de sus dedos apretándome para que folláramos mejor. Sonreí. Me duché lentamente dejando que el agua influyera en mí. Me sentía tan bien….Fui a la cocina y allí vi un papel escrito. Siempre tengo libretas por toda la casa, fue fácil encontrar cómo despedirse. “Ha sido una noche preciosa. Recuerda que todas las noches salgo a las doce”, había escrito. Me encantó. Me gustó mucho su despedida y que dejara abierta la puerta para que, si otra noche a las doce quería verlo, supiera cómo hacerlo. Sobra decir que aquel fue “el verano del chiringuito” porque, por supuesto, fueron muchas las noches que a las doce esperé a que saliera Javier.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE31 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Corina, la periodista Fui a aquella entrevista con muchas expectativas. Era para un programa de entretenimiento, para la sección de actualidad, lo típico. El caso es que les parecía perfecta para el espacio y yo me lo creí. Por causas divinas que no entiendo, tanto ellos como yo pensamos que sería buena idea. La prueba fue un éxito. Me hicieron preguntas más o menos del momento y les parecí lo suficientemente ingeniosa como para tenerme entre las colaboradoras. Empezaba a la semana siguiente, con viaje, incluido a Madrid. Solo hay un tren que vaya de Almería a Madrid al día, igual que, solo puedo coger un tren de Madrid a Almería que me permita llegar a casa en el día. Por eso si tengo que estar un jueves en Madrid, a veces me tengo que ir el miércoles, si la entrevista o el trabajo es por la mañana o me toca quedarme a dormir si la cita es por la tarde. Encaje de bolillos para cuadrar trabajo con viajes y que no me toque estar mucho en Madrid. Si puedo, una noche nada más. El programa era por la noche. En directo. Prime time. Así que viajaba el mismo día del programa, dormía en Madrid y regresaba al día siguiente. Es una paliza que termina traduciédonse en que duermo en el tren. Llegar al hotel pasadas la una y media y despertar a las 6 y media para no perder el tren de las ocho, hace que sea una piltrafa en mi asiento y me deje mecer por el meneíto. Me gustan los viajes en tren. Sabía que estaría destrozada pero me encantaba participar en el programa. La sorpresa vino en cuanto entré en plató. Por costumbre, los invitados a un programa no sabemos quiénes son los demás participantes hasta que no llegamos, como poco, a maquillaje. Allí te encuentras con los que pasan por “chapa y pintura” como tú. Y te vas haciendo una composición del tema. Cuando la vi, recuerdo que pensé, “por favor, que venga a mi programa”. Aquella mujer me gustaba desde hacía tiempo. Llevaba viéndola en televisión años, sabía de su trabajo en prensa, me había leído hasta un ensayo suyo sobre la infidelidad en el que me había sentido muy reflejada. Sentía a Corina Michavila un poco de las mías. No dije nada, solo me senté en mi silla y me dejé tunear para convertirme en el pibón que la tele demanda. Cuando pasamos a la sala de espera confirmé que sí, que la periodista iba al mismo programa que yo. Y me alegré. Al principio, me ignoró. Fue muy educada, saludó con una inmensa sonrisa, pero nada más. Fue en plena acción donde fui consciente de su poderío. Corina Michavila era contundente, rápida, contestaba con habilidad, buenas palabras y un tono de voz tan contundente que era complicado rebatirla. Manejó el cotarro como pocas. Yo estaba fascinada con su bendita presencia. Pero en un momento del debate, las dos hicimos comandita. El tema era para ello: acoso en redes sociales. Y, de las que estábamos allí, sin duda, éramos las que recibíamos las fotopollas. Corina y yo hicimos un alegato magnífico cogidas de la mano. Aquello hizo que me prestara atención. En cuanto terminamos el programa hizo lo posible para ir en el mismo coche que yo camino del hotel. Se notaba que había ganas. — Oye, te tenía yo muy descontrolada. Sabía de ti, pero me ha encantado conocerte— Me dijo en el asiento de atrás del coche. — Igualmente. A mí me ha encantado también. Hicimos el camino hablando de idioteces, del trabajo, del calor, de dónde iríamos de vacaciones si pudiéramos, hasta que llegamos al hotel. — ¿Te tomas una?¿Una sola? En el hotel quedaban unos pocos en el bar, tomándose sus copas. Un par de parejas y un grupo de varios hombres dispersos por la sala. Corina y yo nos quedamos en la barra. Gintonic ella, agua con gas, yo. Empezamos a hablar con tanta facilidad que parecía que nos conocíamos de toda la vida. Corina me contó lo difícil que había sido su corresponsalía en Moscú. Siete años para una televisión, de la que salió tarifando por no contar las mentiras que de los rusos ni las de los americanos. Esto en un momento con una tensión horrible por los alardes de Putin en convertirse en el dueño del planeta. Yo escuchaba embobada al mismo tiempo que me hacía preguntas estúpidas. — ¿Y cómo llevabas lo de informar con ese frío? Me recuerdo pasándolo fatal cuando me mandaban a la Bola del Mundo a hacer los directos de meteorología. Corina me contó la de capas de ropa térmica que llevaba bajo su ropa. Cómo, a veces, llevaba tres camisetas de manga larga debajo del jersey de lana y, aún así, se helaba. El frío es algo que me paraliza y admiro profundamente a los que viven en sitios con bajas temperaturas. Estuvimos riéndonos cuando me contó cómo, al llegar a casa después de trabajar, si se duchaba no le quedaba otra que calentar suficiente agua para tenerla cerca y sumarla al chorro escaso de agua caliente que salía de su ducha. Me pareció horrible. Nos dieron casi las tres de la mañana en el bar del hotel. La conversación fue moviéndose hacia los sentimientos y para el tercer gintonic y la primera mía, yo ya sabía algo de los desamores de la periodista. A Corina le habían roto el corazón unas cuantas veces pero eso la había hecho aún más fuerte. “Ya no me enamoro de cualquiera”, repitió un par de veces. Y yo la creí. En un estado de embriaguez real por su parte y totalmente serena por la mía, recogimos para subir a las habitaciones. En el ascensor, Corina se dejó caer sobre mi hombro. Estábamos de pie y ella, simplemente, apoyó su cabeza en mi hombro mientras el ascensor subía a la octava planta donde estaban nuestras habitaciones. Cuando abrió la puerta, ni se movió. Permaneció en la misma postura. — Vamos, Corina, te acompaño a tu cuarto. La llevaba abrazada de la cintura, sosteniéndola un poco por el pedo y sintiendo sus formas cerca. Que me gustaba era un hecho, pero soy torpe con las mujeres por mucho que me gusten y nunca sé cómo moverme para que entiendan que las deseo. Corina se dejaba llevar con gusto. Llegamos a su habitación, 802. 817 era la mía, en la otra punta de la planta. Llegamos a su cuarto, conseguí abrir con la tarjeta que se le cayó tres veces y entramos despacio hasta que se dejó caer sobre la cama. — Bueno, Corina, te dejo aquí— le dije mientras le quitaba los zapatos de tacón y ubicaba sus piernas en la cama— Mañana si quieres desayunamos juntas. — No— dijo ella— quédate conmigo— suplicó mientras agarraba mi mano y no me dejaba ir.Yo no sabía qué hacer. Carecía de sentido que me quedara allí, con ella, en semejante estado. — te ayudo y te dejo en la cama— Contesté. Con cuidado fui despojándola de toda su ropa. La camisa celeste, la falda estrecha por debajo de la rodilla, el cinturón ancho y ajustado que se mostraba su buena figura… Cuando la vi en ropa interior, vi lo bonita que era. Y, reconozco, me dio un intenso ramalazo de deseo. Pero estaba borracha. Y a las borrachas hay que arroparlas. Corina se metió en la cama sin soltar mi mano. No quería que me fuera y no estaba dispuesta a permitirlo. Me dejé guiar hasta que estuvo arropada y, entonces, me coloqué a su lado, encima de la ropa de cama para que me sintiera cerca, pero sin incomodarla. Me acomodé y, creo, nos quedamos dormidas a la vez. Ella dentro de la cama, cogida a mi mano; yo sobre la colcha, agarrada. Así pasamos la noche. Despertar fue bonito. Ninguna de las dos había corrido las cortinas y la luz del amanecer entró temprano. Creo que fue ella la que se despertó antes. Pero ni se movió. Permaneció en la misma postura, agarrada a mi mano, contemplando cómo dormía. Yo, simplemente, sentí un cálido beso en mi mejilla. Así desperté. — Mmmm.. qué bonito despertar…— El que te mereces. Gracias por cuidarme así de bien. Nos quedamos mirándonos. Cayendo la una dentro de los ojos de la otra. Dejándonos rendir. Corina me acarició la cara manteniendo su mirada en la mía. Y me besó. El beso fue tan emocionante que aún me recorre un latigazo por la espalda cuando lo recuerdo. Su boca y la mía se sellaron como si estuvieran troqueladas para encajar. Su lengua acarició la mía con cuidado. Fue un beso, solo un beso pero abrió todas las puertas que pudieran estar cerradas. Corina estaba en ropa interior, yo me había quedado dormida con mi vestidito. Sus manos empezaron encima de mi ropa haciendo que el contacto me excitara paulatinamente. Mi vestido, de una tela viscosa, casi imperceptible, actuaba como una piel demasiado fina como para no disfrutarlo. Las manos de Corina me acariciaban por todos lados mientras nuestros besos se encadenaban unos con otros. Yo apenas me movía, dejándome hacer y dejando que fuera ella la que nos guiara. Por eso, cuando se quitó el sujetador y las bragas para quedarse completamente desnuda me impresionó tanto. Mi vestido salió por entre mis brazos con una facilidad pasmosa. En tetas, solo en bragas, Corina siguió acariciándome. Sus manos sobre mis tetas fueron una delicia. Las tocaba con gusto, acariciándolas, rodeando con la yema de los dedos mis pezones que empezó a lamer. Con las manos me acariciaba, con la lengua me lamía, qué bonita estaba desnuda allí conmigo. Poco a poco fui animándome yo. Al principio estaba petrificada de poder estar con alguien a quien admirara tanto pero sus besos, sus caricias y sus lametones fueron haciendo que perdiera la rigidez de la impresión y me dejara. Fue ella la que primero bajó por mi tripa, hasta llegar a mi vulva y empezar a quererme. Con las manos me acariciaba, con la lengua me comía. Sentirla ahí mismo me partía de la excitación. Sabía, exactamente, qué hacer, cómo tocarme, cómo comerme, cómo quererme para que yo me creyera la reina de Saba. Su lengua suponía el delirio de mi placer entre mis piernas. Metió los dedos. Metió dos dedos que supo mover como nadie los había movido ahí dentro. Su lengua enervaba mi clítoris, agolpando sangre en la punta con caricias, lamidas y punteos que me volvían loca. Notaba cómo el placer se agolpaba entre mis piernas… ¡hasta que estalló!Me corrí dulce y salvajemente. Me corrí como pocas veces recordaba. Aquella mujer me había partido en dos, literal.. Esperó a que me calmara sin dejar de acariciarme con las manos. Yo exhalé todo mi placer por la boca y por mi cuerpo. Corrí a besarla en cuanto me repuse porque quería quererla mucho después de lo que había sentido. Con mis manos cubrí sus senos, unas tetas grandes, hermosas, con pezones grandes que me encantaron. Besé sus tetas, su cuello, su tripa. La besé por todos lados. La acaricié por cada rincón. Mis manos se fueron a su entrepierna por inercia. Sentir el calor del tenue vello y la calentura me encantó. Bajé dándole besos por la tripa hasta su pubis, donde lamí por encima del vello recortado hasta dejarme caer por el pliegue y llegar con la lengua hasta su clítoris. Lamí. Lamí y supe cómo sabía. Sabía a hembra. Sabía a mujer. Sabía a locura sáfica que yo quería degustar. Abrí sus piernas con las manos para poder hacerlo. Mi lengua recorría sus bajos desde el perineo hasta el clítoris. Mis dedos incursionaban por sus dos agujeros, por el de alante con más intención, por el de atrás con sumo cuidado. — ¡Toma!— me dijo mientras me alcanzaba lubricante—. Yo no sabía muy bien qué hacer. No teníamos juguetes. ¿Para qué quería yo el lubricante? Mi cara debió de mostrar la de dudas que tenía. Corina sonrió y me cogió los dedos. Lubricó dos de ellos. — Así, así sí. Así podrás. Corina acercó mi mano hacia su culo, que me lo ofreció en pompa y empezó a dejar que yo jugara con los dedos lubricados y su agujero. — Así, así, despacito, pero dentro…Yo besaba sus nalgas al tiempo que acariciaba su ano y dejaba que la llema de mis dedos se dejaran resbalar dentro. Ella respondía resplandeciente. Dejándose hacer. Así, con mis dedos incursionando, con ella a cuatro patas con el culo en pompa no pude resistirme. Mi lengua volvió a su coño. A su coño, a su culo. Mis dedos con lubricante haciendo de las suyas, mi lengua con agilidad dando placer. Corina se revolvía del gusto, yo me envalentonaba con el calentón. Ella se dejaba, yo hacía. Más. Más. Mas. Lengua, dedos, lubricante. Sabía elección. Sigo tocando, sigo lamiendo, sigo dejando entrar mis dedos por tus huecos. Corina se partió en dos. Arqueó la espalda mientras se corría y yo pude lamer un reguerito que emanó de su fuente de amor. Hembra. Mujer. Sabia pura. Mi lengua no dejó de lamer ni siquiera cuando ella estalló. Tuvo que apartarse porque yo quería más, quería disfrutarla más. Quería que me recordara bonito el resto de sus días. Quería comérmela entera. Nos quedamos las dos desnudas sobre la cama. La luz tempranera entraba por toda la habitación inundándonos a ambas. Nos abrazamos poir inercia, como si fuera lo único que necesitáramos. Escuchábamos nuestra propia respiración mientras nos acariciábamos, ella a mí, la espalda, yo a ella la clavícula y el cuello. Corina era una mujer preciosa. Recién follada lo era aún más. La ducha fue todo un gustazo. Nos duchamos juntas y en la ducha volvimos a quererno. Nos besábamos, nos tocábamos, nos lamíamos. Bajo el chorro de lluvia de la chupa, me arrodillé para volvérselo a comer, colocando su pierna en el borde de la bañera para llegar mejor. El agua caía sobre mi cabeza mientras mi lengua lamía su entrepierna. Ella agarraba mi cabeza con las dos manos, dejándose comer entera. El agua nos inundaba a ambas, como el deseo. Yo tocaba, lamía, comía, sorbía.. bebía entera a aquella mujer. Ella se dejaba y disfrutaba, emitiendo gemidos de placer que me animaban y excitaban. Ella me tocaba, me acariciaba, me animaba. Quería que aquel encuentro se quedara para siempre. Salimos de la ducha abrazadas. Yo la sequé a ella y ella me secó a mí en nuestro afán por priorizar el deseo. Aquella mujer me fascinaba y acababa de hacer el amor con ella. No podía ser más feliz. Pasamos la mañana juntas. Desayunamos en el hotel y, después, recogimos nuestras cosas ayudándonos la una a la otra. Cada vez que nos cruzábamos, nos besábamos, nos tocábamos. Hacíamos gala de lo que había ocurrido en la cama. Nos quisimos hasta decir basta.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE30 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Cuando dejamos de soñar con ser princesas (para ser putas)Necesitaba los 40 mil euros en una semana. 40 mil. Era la fianza que me había puesto el juez por haber contado mi vida en redes sociales y haber llamado paleta de invernadero a una que se creía la marquesa de Foie grass. A mí me sorprendía que aquello hubiera llegado tan lejos pero, aunque suene de locos, habían pedido dos años de cárcel para mí. No tengo antecedentes, se quedaría en antecedentes penales. ¿Podría vivir con eso? Sí. Con que me dieran oportunidad de contar quién y por qué había sido denunciada. Ese monólogo, lo bordo. Aquello me descolocaba mucho, hacía que fuera más torpe. Me encerré más en mi casa y esperé a que se sucedieran los acontecimientos. Tenía un abogado nuevo. Y este, parecía hasta bueno. Bueno, necesitaba 40 mil. Más 60 mil que debía, 100 mil. Eso hubiera sido lo que me hubiera tenido que tocar en la Primitiva para que mi vida se resolviera. Estas cosas pasan. Dudo que sea la primera. 40 mil eran los urgentes. Eso si quería que no me embargaran mis bienes. Hay locas que te destrozan la vida, sí. Las que se creen que son estrellas y son basurita.Me acordé, entonces, de él. En realidad nunca se me había ido de la cabeza. Por muy digna que yo me hubiera puesto, por muchos vídeos que me hubiera hecho explicando lo del millonario, lo cierto es que yo no había olvidado la propuesta de aquel tipo. Lo dijo muy clarito. — si te acuestas conmigo te daré 40.000 euros. Pero te quiero desnuda en mi cama chupándome la polla. Yo me reí. Me reí como me río cuando me preguntan, después de 17 años, si he sido infiel. — ¿Está usted idiota? Por ese dineral, no se preocupe, encontrará quien se la chupe. Pero yo necesito desear para que me acueste con alguien. Así de digna soy.Su oferta había aparecido en mi móvil. Nos habíamos conocido en la Cadena Ser, donde fue a una entrevista, era un triunfador. Yo le di mi móvil no sé por qué. Porque me lo pidió delante del director general y no era plan de ponerse chula. Me había dado cuenta de que se la había puesto dura en cuanto me conoció y albergué la esperanza de que no lo usara. Pero lo usó. Lo usó para intentar verme, que quedáramos, que cenáramos, que pasáramos un rato juntos. Qué pereza. Lo fui esquivando más o menos hasta que me hizo la oferta: 40 mil euros por un polvo. Yo no me tenía que quedar a dormir, como siempre hacía. Torció el gesto. “Quiero 24 horas. Ponte precio para pasar 24 horas conmigo”. quería “lamerme entera, verme desnuda, que me pusiera a cuatro patas y me la metiera por detras”. Eso escribió y pidió por el precio. Qué pena ser promiscua pero no frívola, de verdad. Con lo bien que me hubiera venido que me diera lo mismo con quién follar…Mi abogado lo sabía. Por eso lo dijo. Dijo que lo llamara. Que le dijera que sí. Que me lo follara, cogiera el dinero y lo pusiera como fianza. Es la ley, no lo que es justo, Tana. El mensaje lo dio mi socio. Lo obligué a que lo hiciera él. Habían pedido dos años de cárcel y 10 mil euros de indemnización, “escribe al millonario ese y dile que sí, que se la chupo pero por 50 mil”. Mi pobre lo hizo sin rechistar. Dos días después, si Jose el de Cajamar se dio cuenta de que me ingresaban 50 mil euros, seguro que pensó algo bueno de mí. Nunca se imaginaría que era el precio que le había puesto a mi sexo y que un millonario madrileño iba a pagar. Desayuné café con leche la mañana de aquel miércoles en el que la Aplicación del banco me avisaba de la entrada del dinero. Terminé el café con leche tranquilamente, sabiendo que ese fin de semana tendría que estar en Madrid. Antonio no me gustaba. No me había gustado en la entrevista en lo que lo había conocido, no me había gustado en la conversación en el pasillo, del brazo del director general y no iba a gustarme, ahora, por mucho que fuera a pagarme la fianza del juzgado. No me ponía nada. Sus argumentos me parecían manidos. No veía nada de originalidad y su sentido del humor no tenía nada que ver con el poquísimo que yo pueda tener. A ver cómo podía apetecerme, a mí, así, chupársela. Ni de coña. Pero el tío había metido los 50 mil euros en mi cuenta. Cuando vi el aviso de Cajamar supe cuál era el precio de mi coño: salvarme el culo. Dos años de cárcel, 40 mil de fianza. Fui educadísima todo el almuerzo. Le había pedido quedar a comer, no a cenar. Eligió un restaurante pijísimo de Madrid. Pero no como los restaurantes a lo que me llevaban a mí el Señor del despacho o Mi Rinoceronte. Ellos tienen clase y no necesitan que los vean con sus trofeos. Pero el millonario quería exhibición por el mismo precio. Saludamos a una veintena de personas. Parecía como si todos los conocidos de la primerísima clase madrileña quedara los jueves para almorzar, todos, en el mismo sitio. Con las ganas que tenía yo de ir a “Casa Mariano”, en la calle Lope de Vega… estaba en La Moraleja, en un restaurante de los de a 36€ el plato de almejas, el que fuera…El hombre intentaba que yo me maravillara con sus éxitos profesionales. No sé explicar a qué se dedica. A mover dinero. A saber cómo moverlo. A menearlo y sacar beneficio de cualquier suceso. Para mí, de otro planeta. Sólo tenía pasta. Nada más. Y eso no es suficiente para gustarme. Pero sí lo es para que te finja los orgasmos. No te preocupes. Comimos exageradamente. Yo las mejores verduras y frutas, él los chuletones que demuestran lo perverso que eres, así de sanguinolentos los pidas. Yo quise comer mucho, sí. Comí más de lo que suelo comer solo porque sabía que lo excitaba mucho verme comer. Lo había puesto en comentarios, en TikTok. El postre era yo. Y él lo quería. — Nos vamos, ¿vale? Mi hotel está a quince minutos. Vamos. Pagó con la tarjeta, nos levantamos, me cogió de la mano y me arrastró hasta el coche. Sabía que en cuanto cerrara la puerta, ya era suya. Lo había pagado. 40 mil de golpe más 10 mil para mí. Salíamos del complejo residencial en el que estaba ubicado el restaurante cuando ya me metía mano. Simplemente la metió entre mis piernas, a su lado. Noté sus dedos gruesos, acariciándome. Lo hizo con cuidado. Pero demostrando que era de su propiedad. Quería que chorreara. Y yo, yo abría las piernas y lo dejaba, pero no me excitaba porque no me gustaba. Me quité yo las bragas. Para qué, ¡qué necesidad! Las guardé en el bolso y abrí las piernas para que entrara. Ven. Soy tuya. Haz lo que quieras conmigo. Soy tu puta preferida. La más cara… metió la mano entera, los dedos intentaban arrancarme algo que no lograban, pero yo lo dejaba hacer. Menos mal que acertó en tocarme el clítoris, si no habría sido un estropicio. Me metía mano más o menos bien. No era el más brioso, pero tampoco era un desastre. Yo, simplemente, me dejé. Llegamos al hotel. Subimos directos a la habitación desde el parking. En el ascensor intentó besarme, pero yo me aparté. — besos, no. Sólo sexo. — No sé tener sexo sin besos. — Pues tendrás que aprender. Tampoco yo sé follar sin deseo y voy a chupártela en breves minutos. —Eso espero. Se la empecé a chupar lo primero. De rodillas. Esa era la imagen que quería, verme a mí de rodillas chupándosela. Me puse magistralmente frente al espejo para que pudiera verse completo. Para que viera mi lengua, mi boca, mis babas… Y su polla en mi boca. Le encantaba la imagen. Su polla en mi boca. — ¡Qué ganas tenía! ¡Qué bien la chupas! ¿Quién te ha enseñado a ti, preciosa? “Suelo escuchar mientras la chupo”,pensé, pero no quise ni contestarle. Yo seguía. La cogí con la mano para meneársela. La chupaba y se la movía, haciendo del conjunto un precioso tributo donde mi lengua era el epicentro. Tenía una cuidada y bonita polla. Perfectamente recortado el vello, no inmensa, pero grande, gorda, dura. Una gloriosa polla de esas que disfrutas cuando quien la porta te gusta. Pero allí no estábamos para romanticismos. Estábamos para sexo. Me cabía en la boca y podía comerla entera, chupar el glande, meneársela, lamí sus huevos desde mi posición, perfecta, abajo a sus pies, comiéndole la polla. Vuelta y vuelta, otra vez. Quiero que recuerdes toda tu vida lo bien que la chupo, cómo la lamo con este gusto, como la lleno de babas… Como sigo y sigo centrada en tu polla para que veas que ha merecido la pena pagar tanto dinero por estar conmigo. Creía que se iba a correr pero paró. Me quiso follar. Me puso a cuatro patas y me dio desde atrás. La polla entraba entera, enterita y yo la sentía bien, muy bien. No me gustaba nada pero qué rico follaba… cada vez que me penetraba emitía un sonido de estar pasándoselo bien. Yo no lo estaba pasando mal, pero más allá de un suspiro con la nariz, no emitía gemido alguno. Cerraba los ojos e imaginaba que quien me follaba era mi rinoceronte. No, la polla no es igual. Esta es más grande. Me entra más. Qué suerte tengo, todos los hombres con pollones que han pasado por mi vida han sido despreciados. Mi ex, por que solo estuve con él 17 años porque tenía la polla grande y follaba con dureza. Le enseñçe a comerlo.. Me lo comía a mí. Que yo pre corriera gritando como grito era el mejor regalo para su masculinidad. Den gracias todas las que vengan detrás de mí. Por que, si disfrutan como lo disfrutan es porque ese macarra y chulo de putas estuvo antes con alguien tan buena como yo. Este por que no me pone por mucho dinero que tenga y pueda gastárselo en mí. Me ha dicho que si quiero que me compre el móvil que necesito. Y le he dicho que no. Que lo pago yo. Que tiene 2 años de garantía y es un iPhone, que son los que entiendo yo. Que puede que le mande a este millonario la foto esa en la que estoy de espaldas, enseñando culo y se me ven los labios perfectamente. Con poco vello rasurado.. me tiro horas dándole forma…Esa sí que ha tenido éxito en el #CuartitoOscuro, que me han visto ya, desnuda, por 5€/mes… ahí soy baratita. Donde soy cara es en el carne a carne. Donde no tengas otra que olerme, saborearme, comerme. — Tengo que comerte el coño. Quiero que te corras por que te lo como. — quieres afianzar tu masculinidad follándote a “la del sexo”. — Sí. Qué mejor baremo que tú. A mí me pareció bien. 50K bien los merecían. Había pagado religiosamente y, desde el día que el dinero estuvo en mi cuenta, recibió una fotografía mía desnuda. Le rebajé las secuencias masturbándome. De 2k a mil quinientos. ¿Quieres ver cómo me masturbo diciendo tu nombre, Antonio? Mira… Mira… Mira Antonio.. Mira como me acaricio, mira como uso este juguete y me lo meto entero, dentro. Porque en el clítoris me da esta otra curva… Los de Webive hacen cosas gloriosas. Dijiste que me trajera mis juguetes para ¿qué? ¿Los vas a usar? Me obliga a darle el juguete. Un magnífico masturbador con forma de olas entrecruzadas, que hace que tengas dildo dentro y vibración en el clítoris. Una maravilla con la que acostumbro a viajar, no vaya a encontrarme con algo interesante que no tenga miedo a que se quiebre su masculinidad… Tuve quien no soportaba los juguetes en la cama. Le caían mal. A mí, que a este en concreto me hubiera gustado compartirlo con otro tío… él torcía el gesto en cuanto entraba un juguete en nuestra cama. Pero Antonio supo qué hacer. Lubricó bien el juguete y metió dentro de mi cuerpo la ola que debía. Hasta dentro. Muy dentro, dejando que la olita superior reposara sobre mi clítoris. Y empezar a vibrar… Haciendo que la vibración me llegue dentro y sobre el epicentro de mis temblores… Antonio maneja con maestría el juguete.. Me gusta mucho lo que hace… Entonces, empieza a lamerme a la vez. Acercas u lengua llena de saliva y moja mi clítoris que se enerva al contacto con su lengua. Tengo un dildo que vibra dentro de mi coño, una ola que vibra sobre mi clítoris y, de repaso, una lengua que me lame de arriba abajo… Ahhhh Ahhhh AhhhhMi corrida es una exageración de las mías… Antonio ha hecho que me corra. Lo ha conseguido. Sé que eso se la pone muy dura. Esa masculinidad de ser el que mejor folla a “la del sexo”, cuando la del sexo prefiere follar con un señor que la tiene más pequeña… — Chúpamela otra vez. Y haz que me corra en tu cara. Volví a metérmela en la boca. Esta vez con más ganas que la primera. Antonio no me gustaba pero me follaba bien… Se había aprendido toda la lección que anteriores mujeres le dieron. Porque a follar a prendemos gracias a la generosidad ajena. Nadie tiene una virtud especial. Yo he tenido muchos amantes y he tenido la suerte de que un buen porcentaje quiso pasárselo súper bien conmigo. Y aprendí a comer pollas. Me metí la polla en la boca y empecé a quererla como se quieren las pollas buenas. De arriba abajo, entera en la boca… recogiendo los huevos para que la caricia haga que te guste más, Antonio. Qué cosa tan bonita de polla, me gusta. Es grande, sí. Pero embadurnada de lubricante puede hacer maravillas. Ven aquí. Entera en la boca, lamiendo, abrazándola con los dedos y masturbando al tiempo. Sigo comiéndosela, metiéndomela en la boca, llenándola de babas… empiezo a notar que, por dentro, empiezan a animarse… lamo más. Un poco más. Y más… — ¡Échame tu leche!— grito—Sé que quiere que lo diga. Me lo pidió hace mucho. “Mándame un vídeo diciéndome que quieres que te eche mi leche”, escribió. Y yo pensé: “No. No te regalo ni uno de mis gemidos. Paga lo que corresponde”. Cincuenta mil euros ha pagado por que yo esté en esta cama de hotel, completamente desnuda a merced, durante 24 horas, de él. Aunque no me ponga. Aunque no lo quiera. Aunque no lo goce. O sí. Puede que sí lo esté gozando. Puede que este señor que ha pagado 50 mil euros por follar conmigo, haya dado con la tecla para que yo sea frívola. Tan frívola como para ponerme a cuatro patas… Y pedirte, Antonio, por favor, que me encules… Esa era una norma que dejamos escrita. Solo me encularías si yo te lo pedía… Pero tú quieres correrte en mi cara.. ¿o no? Antonio se unta la polla dentro del condón con lubricante. Bien untada. Y empieza a tocar mi ano, con mucha delicadeza… El dedo entra un poquito, pero poco. Yo me he ido perfecta para la ocasión. Me gustan las lavativas… Me quedo nueva. Y en mi pueblo, en Juan Matías, las tienen perfectas… Tanto como para que yo me haya venido a esta cama de hotel a que me enculen bien. Su polla entró fácilmente gracias al lubricante. La sentí tan dentro que estiré la espalda para dejarle holgura en mi culo. Qué rico… Ahí dentro… Antonio empezó a moverse con dulzura, tocándome a la vez las tetas… me cogía con las dos manos los pechos para encularme bonito y bien… entera… Me encantaba cómo me cabalgaba… Cómo me montaba. Apreté el culo para que el agujero fuera aún más pequeño y viera qué gustito más rico. Abracé aquella polla bonita, me moví clavándomela… Aquí no pudo aguantar.. Me dio la vuelta para que lo mirara a la cara y me echó la lefa en la cara. Argggggggggghhhh.. Gritó. Y yo me sentí poderosa. Estaba plena, completa… Me dejé ir… Dormimos un par de horas… A las doce de la mañana estábamos desayunando en una cafetería del Retiro, a la una y media fuimos a los indios del Rastro y a las tres de la tarde, yo me levantaba de la mesa del restaurante de Lavapiés en el que comíamos y me despedía. — Antonio, un gusto. —Para mí también. —Disfruta todo lo que puedas y gracias. Gracias por ponerme tan buen precio. — Lo vales, Lata. — Tana, disculpa. Me llamo Tana, no Lata. La Tana Ce. Mi nombre completo. Lo abracé y lo besé en los labios. —Gracias por hacerlo bonito, Antonio. Nos vemos. Y me largué. Ojalá le haya dejado un recuerdo bonito a Antonio porque él me lo ha dejado a mí. 50mil euros valgo. 50 mil. ¿Y ustedes? ¿Saben su precio?
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE29- Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Mi primera orgíaAquella oferta no me la esperaba. Que yo era la del sexo empezaba a ser una realidad, pero apenas llegaba al punto en el que me encuentro ahora, que lo soy para cualquiera y cualquiera cree que eso le da algún derecho. Es muy complicado hablar de sexualidad sin que algunos crean que es que estás disponible y, precisamente, eso es lo que menos estoy. Solo la inteligencia me excita. Solo el coco de una persona hace que mi cerebro me mande las señales para que intente estar con ella. Siempre había sido así hasta que Guillermo me invitó a aquella fiesta. Una fiesta que recordaré toda mi vida. Mi primera orgía. El encuentro tuvo lugar en una discoteca desconocida de Madrid, por la plaza de los Cubos. Era una fiesta preparada por un grupo de amigos que querían que el sexo fuera el lazo de unión. Había un código claro de vestimenta: había que ir sin ropa o con ropa interior. Y, como me daba apuro aparecer en bragas y sujetador, me puse uno de mis vestidos lenceros, esos que uso como camisón y que tanto me gustan cuando tengo tema. A la entrada, un nutrido grupo de personas, todas con poca ropa. Un par, envueltos en impresionantes trajes de látex. “Gomosos” los llaman. Una sensación que ojalá algún día pueda tener, porque pocas cosas me excitan tanto como las caricias sobre el látex en mi piel. Pero no he tenido (aún) la suerte de que me inviten a un acto de gomosos y me presten un traje. Tengo esperanzas, muchas. Ojalá pronto. Guillermo y yo accedimos sin problemas a la fiesta. Habría como un centenar de personas. De todos los tamaños, de todos los colores, de todas las formas. Un revolutum magnífico de personas dispuestas a tener sexo y a disfrutar con él. Me excitaba verlos. Una chica muy delgada, con el pelo rosa muy largo le comía la polla a un tío de enormes dimensiones. Él apoyaba la mano en su cabeza tenuemente, dejando que hiciera y disfrutando de la mamada. La mujer acariciaba sus huevos, se la metía en la boca y la baboseaba para que resbalara mejor. Él gemía d e placer junto a la escalera dándonos la bienvenida. Guillermo conocía a muchos de los que estaban y me los fue presentando. Un hombre de unos cuarenta años se paseaba completamente desnudo con un collar en su cuello del que pendía una cadena que amarraba una mujer, también desnuda completamente. De vez en cuando, él se paraba y se volvía a ella para lamerla de arriba a abajo, siguiendo sus instrucciones, haciendo todo lo que deseaba. — Ahora, el coño (mujer)Dijo en un suspiro. Y allí entró él, entre sus piernas, abriéndole los labios completamente rasurados para lamerle el clítoris. La mujer subió una de sus piernas y la apoyó en una de las mesas de la estancia para dejarle el suficiente ángulo. Como un perro, la lengua del hombre empezó a lamer con rapidez y gusto mientras ella se derretía. Reconozco que me ponía muy cachonda estar rodeada de gente que fornicara. Pero no era lo único. El local, compuesto por tres salas, tenía una donde fui testigo de mi primera sesión de spanking. Montse era una mujer preciosa. Morena, alta, con un bonito cuerpo y una boca dibujada para el deseo. Su marido, Víctor, era un hombre también muy apañado. Un poco más alto que ella, muy delgado y fibroso y con un aspecto de dandi con aquella barbita tan bien recortada. Estaban magreándose cuando él le dio la vuelta y ella lo invitó con su culo. Se lo ofreció. Víctor sacó una pala de madera y la dejó caer, con toda su fuerza, sobre el culo de su amada. ¡PLas!Resonó en toda la estancia. Argggghhh, gimió ella. A partir de aquí se sucedieron los azotes. Seguidos. Uno detrás de otro. Víctor le decía de todo, desde amores hasta insultos. — VAmos, putita, te mereces todo. Todo te lo mereces. ¡PLas!Montse se retorcía de placer y también de dolor. Su culo iba poniéndose rojo, caldeado, azotado. ¡Plas!Verla en esa posición, cayendo sus inmensos senos me excitó. Un hombre pidió permiso a los dos y se acercó a lamerle los pezones, poniéndose bajo ella para alcanzar y no importunar. Se la comía entera por donde podía, haciendo hincapié en aquel pedazo de tetas que me hubiera encantado tocar de lo caliente que me estaban poniendo. ¡Plas!Arghhhhhh gemía Montse. A la vez, empezó a tocarse ella misma. Tenía un pubis precioso, con un triángulo de pelos del que sobresalía tenuemente unos labios y se escondía el clítoris que ella manejaba. ¡Plas!Su culo estaba al rojo vivo. Dolía verlo pero a la vez excitaba. El hombre que se había incorporado no dejaba de lamer su cuerpo y pidió entrar entre sus piernas. Montse simplemente apartó su mano y lo dejó entrar. Él la amarró por los muslos para controlar su movimiento y dejar libres las nalgas que soportaban los envites del marido. ¡Plas!Montse se retorcía de placer. A cada golpe gemía como se gime cuando te gusta lo que te ocurre. Sus tetas seguían llamando mi atención tanto como su culo. Me moría por comérmelas…Con el hombre entre sus piernas y los palmetazos del marido, Montse se corrió delante de todos. Su gemido fue prolongado, sonoro y virtuoso. Casi se le vio palpitar el clítoris. Aplaudimos. Nos salió del alma aplaudir ante semejante exhibición de spankim. Entendimos perfectamente que para Montse el placer y el dolor iban de la mano y juntos hacían maravillas. Guillermo y yo seguimos andando cuando un hombre se acercó a mí con una caja de madera entre sus manos. Era una de estas cajas que se abren solo desde un extremo, haciendo girar la lámina de madera. Se usan mucho para las barritas de incienso. Igual, pero más grande. Cuando estuvo conmigo, simplemente abrió la caja. En su interior había una soga perfectamente doblada haciendo eses. Me la ofreció. — Querría atarte a la cruz de San Andrés para darte placer sin que pudieras moverte. Aquello me impresionó. Pocas cosas me excitan tanto como que me aten. Y la oferta era de lo más apetecible. La cruz de San Andrés es esa en forma de equis en la que se torturaba durante la inquisición. Guillermo me animó. — Déjate, Tana. Lo pasarás bien…A mí me dio reparo. Yo, la que todo lo analiza, la que todo lo piensa, la que todo lo revisa. Pero accedí. El hombre amarró primero mis muñecas y después mis tobillos. Yo llevaba el vestido lencero que él, simplemente, me quitó antes de atarme. Me quedé solo en bragas, intento no llevar sujetador si puedo. Y, a partir de aquí, todo comenzó. Lo primero que hizo fue meterme una bola en la boca que amarró detrás de mi cabeza. — Muerde. Muerde cuando no puedas más. Primero cogió una pluma con la que estuvo acariciándome. Las cosquillas hacían que yo me retorciera pero él parecía saber por dónde pasarla para que la cosa fuera a más. Cuando la pasaba por las axilas yo me moría de las cosquillas, pero cuando la pasó por mis pechos, mi tripa y mi coño bajo la braga, sentí de verdad la excitación. Después de estar así unos minutos se acercó a mí mostrándome unas tijeras. — Déjame que te quite las bragas. Yo accedí con la cabeza y él cortó el hilo que unía las dos partes. Mis bragas cayeron dejándome completamente desnuda delante de todo. Yo miraba a Guillermo con los ojos desencajados. No me había visto en una así en la vida. Y el hombre comenzó a pasar la pluma por mi pubis. Primero por El Monte de Venus, después entre las piernas. La sensación de la pluma en mi clítoris era muy tenue, apenas perceptible. Pero me inquietaba y hacía que todo mi cuerpo reaccionara. Entonces, se acercó mucho. Se puso tan cerca de mí que podía ver sus ojos color miel, las arrugas marcando su cara, los labios apretados. — Shshhhhh… relájate.. solo quiero darte placer. El hombre se arrodilló y empezó a tocarme delicadamente, como si él también fuera una pluma. Pasa ala y a de sus dedos por todo mi cuerpo. Empezó en el cuello, bajó hasta los pechos, los rodeó, jugó con mis pezones haciendo que se pusieran erectos. Yo respiraba entrecortada de la excitación. Bajó por mi barriga, rodeando mi ombligo. Sus dedos eran virtuosos, decididos, siguió bajando hasta El Monte de Venus donde jugó con el poco vello que tenía. Acariciaba el pelo como quien acaricia una reliquia. Despacito. Bonito. Hasta que llegó al clítoris. Tocó muy delicado. Posó el dedo y mi almendra respondió poniéndose erecta, empezando a hincharse. Depositó la yema de uno de sus dedos encima y empezó a moverlo en círculos, primero despacio, después acelerando. Yo gemía de placer al compás de aquellos dedos. Se metía los dedos en la boca para llenarlos de saliva. Escupió en mi coño y masajeó todas las babas. Mi clítoris estaba tan hinchado que yo no podía parar de gemir, sus dedos eran virtuosos como los de un pianista, yo estaba tan excitada que la almendra de mi entrepierna se hinchó como pocas veces se ha hinchado y entonces, cuando estaba a punto de correrme, clavó las rodillas en el suelo, me agarró por las nalgas y empezó a lamerme. Aquello me volvió loca. AaaaaaaaaaaahhhhhhhhMe corrí, me corrí entera. El flujo resbaló por mis piernas abiertas equis. Noté como caía. Cuando el hombre me oyó gritar lamió un par de veces más haciendo que yo intentara librarme de mis ataduras. Pero no podía. Estaba atada. Estaba a su merced. Entonces paró y sopló entre mis piernas. Mis palpitaciones estaban muy subidas. Mi acelere era real. El hombre dejó que cobrara la respiración para acercar su cara a la mía y decirme casi en un susurro: — Tiene usted uno de los coños más sabrosos que me he comido nunca. Ojalá quiera más veces que esto pase. Quitó mis ataduras con delicadeza, tomándose su tiempo. Primero las de los tobillos, después las de las muñecas. Yo estaba exhausta de placer. Cuando me desató me vine abajo; él me recogió con sus brazos para ayudarme a mantenerme en pie y me acercó a Guillermo. Guillermo estaba empalmadísimo con el espectáculo. Me costó un poco recuperarme. Habían sido muchas cosas. Guillermo se lo había pasado estupendo, incluso se había masturbado mientras a mí me comían el coño. En realidad, a nuestro alrededor se congregó un buen número de gente que además de mirar se acariciaba solos o en compañía de alguien. Había sido el epicentro de la fiesta durante unos minutos. Yo no hubiera podido follar después de aquella. Me sentía completamente saciada. Guillermo se entretuvo con una chica rubia de grandes ojos azules que llevaba un corsé abierto del que emanaban unos enormes pechos. Le metía mano por todos lados y se arrimaba todo lo que podía. La mujer se dejaba hacer mientras agarraba su verga y la meneaba. A los pocos minutos follaban encima de un sofá de cuero rojo magistralmente colocado. Salimos de allí después de un par de horas en las que a nuestro alrededor solo había personas queriéndose mucho. Era una bacanal preciosa en la que un grupo de personas se decían cosas bonitas y se las hacían. Guillermo me acompañó a casa mientras comentábamos la jugada. — ¿Vendrás a más? Me encantaría. Con suerte en una de estas soy yo el que te cata. — Claro que sí, Guillermo. Para la próxima, me avisas. Guillermo y yo terminamos follando en su casa pocas semanas después. No hizo falta que hubiera ninguna orgía para que al final lo hiciéramos. Teníamos un secreto: habíamos ido a una orgía, que solo fue la primera de otras cuantas. ¿Nunca han ido a una orgía? No saben lo que se lo recomiendo…
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE28 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Pienso en un trío en la cama
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE27 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Dejar un bonito recuerdoLo mejor que me ha pasado en la vida es tener una pequeña recua de amantes de los que me acuerdo. Tener de esos que dejan una huellita, por pequeña que sea, en el corazón y en el alma. Mi canadiense es uno de esos que, si me paro a pensar, no podría recordar cómo era el sexo con él, pero todo él me gustará siempre. Por su educación. Por su sonrisa. Y porque me ha dejado que yo recordara sus polvos como lo más bonito del mundo porque lo que recuerdo es lo bien que me lo hizo pasar. Nos reímos, me acarició mucho, me dijo muchas muchas muchas veces lo bonita que era. Me hizo creerme alguien. El del premio es otro. Y mira que el pobre no pudo. Me lo avisó antes de desnudarme: “No se me va a poner dura” y así fue. No se le puso, por mucho que lo intentara. En este caso lo abracé. Y me empeñé en quererlo mucho. Metía su polla flácida en la boca arropándola con la lengua para que no se sintiera tan sola. Lamía con gusto porque él me gustaba mucho, entera y hasta los huevos, masturbándolo con la mano, intentando que aquel trozo de carne inerte se encabritara con mi despliegue. Sin prisa. Con placer. Con gusto. Besándolo al tiempo. —Te vas a aburrir, Tana, no se va a poner dura. Y, entonces, me abrió de piernas y me lamió con sumo gusto, empeñándose en que yo sí que sintiera… Ahhh… ahhhh… ahhhhh—Me gusta tu coño, señoritinga. Me gusta cómo te mueves cuando lo lamo. Me gusta meterte los dedos por el agujero y notar que estás empapada. Yo chorreaba, literalmente. Yo chorreaba con aquella comida de coño de un tipo que acababa de llegar de muy lejos y que se había presentado en La Venencia, a conocerme, porque me había leído, me había escuchado, me había visto. Ahora que ya no soy la mujer que él conoció me acuerdo de cómo me comía el coño, porque me lo comía muy bien. Me gustaba su ritmo de lamida. Rápida y certera, no dejándose nada a medias. Me gustaba que me metiera los dedos, que me follara con sus dedazos, que se tomara el tiempo necesario en hacerme gozar. Yo intentaba alcanzarlo. Mesaba su larga cabellera, más larga que la mía, entre mis piernas. A mí aquel hombre me gustaba. Me gustaba que hiciera aquello que hacía. Su lengua en mi clítoris me dio más placer del que me habría dado, seguro, con la polla. Lamía y metía. Metía sin dejar de lamer. Lamía sin dejar de meter… me volvía loca. Me corrí. Tuve que correrme con aquel hombre empeñado en que me corriera. Pero entonces quise más y quise que me dejara a mí. Me puse cómoda. Todo lo cómoda que puedo ponerme con mi metro setenta y cuatro de estatura. Me puse cómoda para chupársela bien. Para que el tiempo fuera igual de inexistente que lo había sido para mí. Y volví a su polla. A chuparla. A acariciarla. A sobarla. En la boca no dejaba de lamerla y chuparla. Aquello me provocaba mucha baba que hacía un sonido particular. A comida de polla. A quererte un poco más, a metérmela entera en la boca para quererte así. Cogiéndola y acariciándola, meneándola para que empezara a engordar. La mano en el tronco, de arriba abajo, regodeándome en su glande con los labios y con la lengua. Queriéndola de verdad, para que pudiera revivir como revivió dentro de mi boca, donde notaba que engordaba gracias a mis caricias y a mis lamidas. Empezó, sí, se hichó. Él empezó a gemir y a tocarme la cabeza acariciándome el pelo animándome a seguir. Y yo seguía, claro que seguía,porque el sabor de aquella polla que había empezado inerte y que se había endurecido se me antojó al sabor del triunfo. —- No sé cómo lo has logrado.. No sé— Acertó a decir mientras yo lamía aquella polla bonita, dejando que se corriera en mi boca, tragándome la lefa entera, sabiendo que aquel hombre, por mucho que no volviéramos a encontrarnos, se había quedado con un bonito recuerdo mío, que es lo único que nos mantiene vivos. Bueno, las redes sociales y que yo soy una salvaje, hicieron que dejáramos de hablarnos. Pero si escucha esto, que sepa, el del premio, que en mí dejó un bonito recuerdo. Al morir desaparecemos. Son los bonitos recuerdos que dejemos los que sí mantienen con vida. Yo tenía a las dos personas que quería que escribieran mi obituario, pero ahora, dudo. Porque se perdieron el episodio más salvaje y solo lo podrán leer. Menos mal que lo voy a escribir para que todos sepan lo que es. Pero tengo recuerdos muy buenos. Y quiero, al morirme, acordarme de ellos. A est, de Almería, de la playa en la que crecí, lo recordaré por haber empezado conmigo. Por haber aprendido juntos. Por irnos a la casa de su madre cuando estos estaba de vacaciones y desnudarme en el aquel ático, mi primer ático. Me amarraba a la cama, porque fue con él con quien descubrí lo que me gustaba que me ataran. Me comía entera, enterita, aprendiendo ambos cómo aprendíamos a querer a otras personas. Se aficionó a mi coño como pocos. Le encantaba. Gustaba de meter la cabeza lo primero de todo, para lamerme despacio, primero, acelerando después, cuando comprobaba que yo me partía en dos. Así me quiso el primero y lo mucho que se lo agradecí. Porque no fue el primero primero, el primero de verdad fue el rarito del pueblo que gustaba poco pero que a mí me encantaba. Me folló en el maletero de un coche ranchera, en un descampado junto al Cerro de los Ángeles. Yo actué como si supiera. Él actuó sabiendo. Ni me gustó especialmente, ni me disgustó. Ocurrió. Por eso para mí el primero siempre será el que me hizo tan feliz. El que me enseñó a chuparla, guiándome con las palabras. “Más despacio”, “más tranquila”. “Así”, “así”, “así”. Fuimos amantes desde los 16 hasta los 33, que yo me lié con uno que parecía que iba a ser un diamante y terminó siendo mierda. Mierda. Mierda pura. De esos también tenemos. De los que nos tenemos que olvidar pero tanto nos cuesta. Mucho peor si follaban bien. A esos es muy difícil quitárselos de encima. Esos que aprendieron todo tu cuerpo porque lo admiraron primero, lo exploraron después para idolatrarlo el tiempo que tuvieras la suerte. ¿Cómo se olvida al que mejor te lo comía?AL que sabía que lo de que no cerraras las piernas es fundamental para que te derritas. No puedes olvidar al que la tenía grande, tan grande como para ponerte a cuatro patas y que te cubriera entera. Benditos lubricantes. Benditos todos. Lástima que los que la tienen tan grande sean de los que se creen que con eso basta. Tienes también al que la tenía gorda y la metía y te llenaba. El que sabía cómo reaccionabas a sus dedos en tu coño porque había provocado que gritaras. Tú no gimes. Tú gritas como si te asesinaran… Porque te mueres en los orgasmos. Tú te mueres de verdad. Y gritas despavorida porque sabes que a ese, a ese te va a costar olvidarlo. Te olvidas, claro que te olvidas. Te olvidas cuando admites que eso era lo único que hacía bien: follarte. Entonces, en esos casos, puede que te deje de parecer sexy, precisamente porque lo único que era imprescindible era su rabo. Y el rabo se acaba. También se acaba. Se acaba por la edad, uno de cada dos hombres mayores de 50 años ya no se les pone dura… pero eso no quiere decir que no tengan sexo. Eso los simplones. Los que lo único que tienen es el poder en una empresa. O haber conquistado a la mediocre que paga. El sexo es mucho más que follarme. Y Antes de que me la claves tienes que hacer mucho más. Otras veces me han follado sin tocarme siquiera. Pero si, para ti, el sexo es solo ver el atardecer tomándote un vino con tu pareja, es que te negaste el placer de los besos, de las caricias, de los masajes, de las felaciones pausadas y largas con las que se tarda. Quiero pollas que no sean grandes para que su presencia se adorne de mucho más que solo el rabo. Ya tuve solo rabo y no fue suficiente. Yo sé hacer muchas más cosas, además de follar. Por eso es a lo único que no le pongo precio. No puedo ponerle precio a mi deseo. Yo deseo. No hay más. Deseo a un hombre con la piel de cuero que es un rinoceronte al que no veo desde hace mucho pero recuerdo porque es de los que dejan un reguero. Recuerdo cómo me cogió en volandas, a pulso, cómo aguantó el polvo entero, enterito, los ventitantos minutos que tardé en correrme. Aquella combibnación de fuerza, yo entonces pesaba 56 kilos, era fácil. Ahora estoy en 65, no puede ni de coña repetirlo. De ese también me acuerdo. Dejar un bonito recuerdo, que estén en casa, tranquilos, quieran masturbarse y se acuerden de mí. De cómo la chupo. De cómo me gusta que me enculen… De cómo el sexo, si es contigo, es lo que se te ocurra hacer… Porque eres tú quien me gusta, quien me excita y con quien quiero perder el tiempo. ¿Y tú? Que me ignoraras no ayudó mucho. Fui consciente de lo mucho que te necesitaba no para respirar sino para que mi cerebro ideara. Me di cuenta de que a tu lado se me ocurrían grandes cosas.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE26 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Lo que esperas de la noche de San JuanRecogí las miguillas de naranja y coco de mis pasteles y las chupé con el dedo. Quería hacer lo que me tocaba a las diez de la noche. Un encuentro sexual con un señor de Cuenca capital. Un señor encantador, muy educado que suspiraba por mí pero no por que estuviera buena. Necesitaba a alguien con quien hablar. La primera prostituta a la que entrevisté, Gladys, una de la C/Montera que, si la ven,mándenle muchos besos de mi parte, me dijo que la mayoría de los hombres que reclamaban sus servicios lo que querían era hablar. Contar sus penurias, sus dolores, sus complejos, sus martirios y que fuera una mujer la que los escuchase. Yo hago eso. Ese es mi trabajo. A mí me gusta cuando el padre que está tan bueno nota que su hija siente interés por él y no sabe manejarlo. Su hija. Esa que es un quesazo. Quería comerme todas las miguillas igual que quería entrevistar a ese padre que guardaba fotografías de su hija en ropa interior en su móvil y que, aseguraba, no habían tenido nada. Yo tengo fotografías de algunos amantes en ropa interior. Pero me los he follado antes. Yo quiero investigar todo lo que es posible hacer. Por ejemplo, a mí, que me gusta que me aten, me imagino que amarran las muñecas al cabecero y los pies al somier y me lo comen. Despacito. Pasando la lengua por el clítoris, apartando con los dedos los labios protectores, metiendo los dedos en el agujero que chorrea… Chorrea por ti. Por ti.Yo quiero que aparezca Marina, claro que quiero que venga. Que se venga desde Barcelona a pasar la noche de San Juan y a que no caiga en la maldición Sanjuanera, la que dice que, si no follas, tu verano será una mierda. Quiero que venga Marina para que quememos las 3 cosas de las que queramo desprendernos, yo la foto del Malecón, de Cuba que me encantaría que alguien la comprara porque es una buena foto, pero por eso será mágico si termina engullida por las llamas de mi hoguera de San Juan 2023. Yo, que haré sangría, pero solo para los de mi casa, así que traigan lo que vayan a beber… Bajaré comida, si es que tengo entonces, pero bajaré lápiz y papel, para que quememos 3 cosas malditas de este último año sanjuanero y yo lo haré. Para saltar tres veces. Una por mi hijo, otra por mí, otra por el que se va a morir. Y quemar los deseos3 deseos. Para que, al menos, se te cumpla uno. Uno que tenga que ver contigo, solo contigo. “Que este año me venga a ver más que nunca y pase dos días al mes abrazado a mi cuello”. Ese es un buen deseo, ¿no les gusta? Pues ya lo tengo escrito, para que esté. Junto con el de Salud, que es lo único que me importa. Necesito salud para seguir. Para disfrutar. Para sentir más y más placer. Tres deseos, uno salud, otros amor y el último… ¿dinero? Sí. Dinero. Dinero para saldar las cuentas con los que lo miden todo así. Yo, ahora, que no tengo amante. Quiero encontrar una persona a la que le guste cocinar. Que entienda que entre pucheros me curo el dolor del desprecio. Que le guste venir al Cabo. A follarme en las ponientás. A que abramos las puertas de mi habitación para que nos golpee el mar. Hay quien prefiere desnudarme y hay quien me pide que lo haga yo. Yo lo que quiero es estar desnuda porque tardé mucho en aceptar mis imperfecciones. No soy perfecta. No lo soy. Pero mis tetas están duras y se dejan tocar. El pezón se pone duro, a mí me duele un poco de más, incluso. Pero es ese dolor que te excita también. Porque hay una persona que te pellizca los pezones.. Que los retuerce. Que me los muerde. Quiero que esa persona no tenga miedo, que no sea un cobarde, que quiera más. Que no se arrincone en cuanto le diga y, sobre todo, que no desaparezca sin despedirse. ¿Tan complicado es ser educados? Yo, que me planteé ser puta porque el sexo soy capaz de separarlo de mi condición humana y disfrutarlo lo mismo. Si lo que pasa es que, con la edad, ahora quiero mucho más. No solo chupártela como me gusta a mí chuparla. Mira, ven… A mí me gusta cogértela entera, amarrarte los huevos y empezar a lamer. Lamo los huevos para metérmelos en la boca para que los notes ahí dentro, mientras te repaso con la lengua desde el perineo. Slurp. Con la mano te amarro la polla. Te la meneo al tiempo que me la meto en la boca. Me caben todas enteras, todas… Y me gusta calibrarlas ahí dentro. Saber que algunas llegan hasta mis dos campanillas, que si fuera de un cómic, empezarían a repicar. Y otras que puedo envolverlas enteras con la lengua. Chuparlas desde el inicio del tronco hasta el glande donde me recreo… Me quedo y me quedo… Yo, que no soy de quedarme a medias. Que si te la chupo querré más. Más de todo. De todo. Átame al cabecero de mi cama, mira, tengo amarres de terciopelo para que no me escape. Átame. Átame y ábreme las piernas. En el segundo cajón del mueble hay pañuelos, coge dos. Y átame también los tobillos, cada uno a una esquina. Así. Que no pueda mover los brazos, que no pueda mover las piernas. Y, ahora, bucea. Mete la cabeza entre mis piernas. Aparta con los dedos los labios, mira, comprueba. Ya estoy húmeda y solo acabas de empezar. Mete los dedos un poquito, pero empieza en la que tienes que empezar. Lámeme, ahí, justo ahí. En la punta. Nota cómo se hincha mi clítoris. Nota como reverbera de sangre como respuesta a cada lamido. Me gusta notar la lengua que repasa de arriba abajo, que golpea con destreza en la almendra de mi placer. Mete los dedos a al vez, claro, claro que sí. Cómo me conoces sabe que me vuelve loca. Pero es que esta vez no puedo abrazarte porque estoy atada. No puedo enroscar mis piernas en tu cuello porque estoy atada. Eso hace que me dé un latigazo en la espalda. Coges el golpeador. Coges la pala de spanking y me la enseñas mientras sigues comiéndome el coño. No poder moverme acelera mucho más mi excitación. Es lo que más cachonda me pone. Me encanta que hayas sabido, mi amor, qué hacer esta noche conmigo. Cómo me conoces. Lames el coño, lames con tu lengua de animal porque eres un animal bebiendo agua y saciando su sed, con los dedos no dejas de follarme. Por eso me gustan esos dedazos, tan grandes. Me muevo atada todo lo que puedo. Me retuerzo. Tu lengua en mi coño, en mi clítoris, hace que me intente liberal de las ataduras aunque sea de mentira. Esos amarres son los que me atan a ti. A ti. Que sabes qué hacer porque me has escuchado. Lame. Lame. Lame. Mete los dedos y lame. Haz que me corra… Haz que me corra… Lo que ocurre es lo único que puede ocurrir entre tú y yo. Me corro y entonces, me liberas de las ataduras para ponerme boca abajo y volverme a atar. Yo me dejo. Estoy corriéndome… Y atada boca abajo, me besas en la boca todo lo que sabes besarme, porque son tus besos los que me vuelven loca y no tu polla… Tiene la pala, tienes mi culo. Metes los dedos en mi coño desde atrás, me lames un poco, porque ya me he corrido y sabes cómo saben mis fluidos. Y golpeas. ¡Zas!Un golpe seco en el culo que me encanta. — Me gusta cuando me pides más. — Quiero más. Sabes que contigo quiero más. ¡Zas!Golpeas en la otra nalga… Y metes los dedos por mi coño para comprobar cómo está de húmedo. — ¿Qué quieres que te haga, zorra? — Quiero ponértela muy dura, cabrón. — Ya me la pones. Pero es que quiero que me pidas… ¡Zas!— Pídeme, Tana. Pídeme qué quieres tú en la cama. Empiezas a comerme el coño de nuevo en esa posición. Me has puesto a cuatro patas y me lo comes y metes los dedos. — Quiero que me azotes… Quiero que me pegues todo lo que te apetece pegarme cuando discutimos… Cuando te digo que no me haces casito… cuando no quieres follarme pero te encantaría ver cómo me masturbo. — Quiero que te toques mientras pides.- Libera mi mano derecha que va, directa a mi entrepierna. ¡Zas!¡Zas!¡Zas!Empiezo a masturbarme. Me masturbo para él. Quiero que me vea, cómo toco mi clítoris, cómo muevo mis piernas atadas… como me derrito ante él mientras me toco y me toco. —-¡Dame!¡Zas!¡Zas!—¡Fóllame!Entonces es cuando me folla.. Me la mete sin mesura. Yo, atada de piernas, una mano atada, la otra libre para masturbarme, boca abajo. Y el tipo que más me pone follándome… ASÍ. Así hasta que me corro porque mientras me folla me azota, hace que me corra y empape la sábana que no es nupcial… Tengo la inmensa suerte de haberme liberado de todos los corsés que me pusieron. Ya solo me pongo corsé para salir del brazo de alguien. A mí me encanta que me exhiban… Por eso soy una gran actriz porno. ¿Que no? Paguen y lo comprueban. Dice uno de mis amantes que quiere estar conmigo una noche cuando locute todo esto. Dice que quiere ponerse de rodillas y lamerme mientras yo cuento todo esto. Dice que distingue perfectamente cuándo me corro y cuándo lo finjo. Dice que el día que venga a comérmelo… Esa.. Esa locución valdrá el Ondas.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE25 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Déjeme que se lo demuestre, ama.“Nunca hagas una pregunta cuya respuesta no quieras escuchar”. Me sentó regu ver que me llamaba. ¿Ahora? ¿Ahora quieres que te la ponga dura? Pero es lo que tiene ser la que te brinda la posibilidad de tener el tipo de sexualidad que demandes. Toda yo tengo precio. Enterita. Y, menos follar, que aún se me hace muy cuesta arriba, soy capaz de hacerte lo que quieras. Lo que quieras. A mí, los que pagan por ese servicio (10€ más al mes) pueden llamarme cuando ellos quieran. Sus demandas siempre se cumplen. Tengo la suerte de que me respetan mucho. Son sumisos, les gusto sanota. Pero aquella tarde, después de todo lo que me había pasado, no tenía el coño pa ruidos. Pero los suyos sí debía atenderlos. — “Podemos hablar, ama”— en un escueto mensaje sobre las cinco y veinte de la tarde de un jueves cualquiera después de mandar un mail a tu banco. — ¿Todo bien?— Siempre, primero, que sepa que me intereso por él— Cuando quieras. ¿Qué te apetece esta tarde? —Quiero que me veas desnudarme, masturbarme y, mientras, me digas lo que te provoco. Quiero saber qué remuevo en ti. Uy, qué putada. Lo mejor de mi trabajo es que se conforman con satisfacer su ansiedad, masturbándose con mi voz, con mis tetas, con mi vulva… Depende de lo que paguen acceden a uno u otro contenido. SI lo único que no vendo son mis orgasmos. Esos los brindo a quienes se lo ganan y, sinceramente, son poquísimos quienes lo logran. Mi socio dice que necesitamos porno chupándola. Y a cuatro patas. Quiere que grite cuando me corro. Genial… ¿Con quién? Yo ya he asumido que soy actriz porno, que no puedo usar mi propio nombre porque otra lo fue antes que yo,pero que doy mucho juego para cualquiera que me necesite en su programa de televisión, de radio o de cromos. Todos sabemos que lo hago todo. Todo. Bibian Norai, magnífica productora, directora y actriz dice que se viene al Cabo y pensamos en algo. Y yo solo quiero saber, de verdad, si pagarían por ver cómo me deshago, cómo me derrito, cómo me corro… Que yo soy muy exagerada. —Quiero que me pongas caliente, masturbarme, que lo veas y que me explique qué sientes. Tadeo sabía muy bien lo que quería de mí. Y yo estoy para satisfacer, no para juzgar, si acaso, para aprender. Pasamos al Zoom inmediatamente. Estaba ojeroso. Parecía que el trabajo no le había dejado tregua, no sabía si había viajado, no sabía si había tenido muchas clases, no sabía si había solucionado lo del consultor que, mira tú, se había largado justo cuando tenían ese pedazo de proyecto. “Me cago en mi estampa” tenía escrito en la frente. A mí me emocionó. —¿Qué quieres, Tadeo? Estoy aquí para que hagas lo que yo quiera, recuerda. — Sí, ama. Quiero postrarme a tus pies. Adorarte y darte placer. —¿Tú? ¿Darme placer tú? Para eso tendrás que ser muy bueno, Tadeo. Y no te recuerdo el mejor. —Déjeme que se lo demuestre, ama. Su placer me alimenta. Su delirio me enloquece. Sus gritos certifican que soy bueno y aspiro a ser el mejor. Me habría gustado decirle que yo también lo necesitaba, pero aquel señor pagaba porque yo fuera su ama. Y no soy barata. El sumiso era de los de pasta. Había elegido el formato Premium. Podría reclamar ver lo que quisiera. Es decir, podía pedirme que me desnudara para él aunque yo fuera la ama. El suplemento de+ 450(desnuda) se paga. Si yo le he puesto precio a todo. ¿No les gusto tanto? Y miren que me veo normalita…Pero sé que quieren verme desnuda. Tienen ganas ¿eh? Por eso, cuando me ducho, siempre de noche, después me grabo echándome el aceite. Estoy desnuda, me unto. Me entretengo con mis pechos, los aprieto, los acaricio, intento chuparlos. Ojalá me los chupen la próxima vez que me follen… Porque, ¿querrían follar conmigo? ¿Por qué? ¿Qué expectativas ponen en mí, que solo soy una mujer de 51 años que hace equilibrios para no dejarse caer. A mí me dinamitaron la vida. No por dejarme. Por seguir conmigo cuando no me deseaban. Eso escuece. A cambio, me desnudo. Y dejo que me llamen. Videollamada. Al otro lado, él. Cincuenta y muchos…Pelo blanco y negro. Guapo. Alto. Quiere preguntarme cosas. —¿Cómo te gusta follar con mujeres? —Despacio. Con ellas me gusta despacio. Que empecemos besándonos. —¿Cómo son tus besos? — Lentos. Me gusta arroparte con la lengua, mordisquear los labios que me besan. Decirte que me toques las tetas al mismo tiempo… — Y me la pondrás muy dura. — Claro. Claro que te la pondré. — ¿Harás porno? La pregunta me desconcertó. Pero contesto a todo lo que me preguntan. Tengo ese defecto. —Ya lo hago. Sexteo con una persona a la que le mando cerdadas. Y le pregunto qué quiere ver y trato de mandárselo. —¿Qué tiene él para conseguir que se lo mandes? A nadie más le mandas eso. —Me excita. Me pone cachonda. Saca esa parte mía de desbocada. Podría hacer con él lo que quisiera en la cama. — ¿Por qué con otros no? -- Preguntó no de muy buenos modos——Porque otros son vulgares. Irrelevantes. — Yo no lo soy. Me callé. Me quedé pensando. Sabía perfectamente qué parte de él me chirriaba y me alejaba de desearlo por muy guapo que fuera. Y estaba segura de que si follábamos lo íbamos a pasar en grande. Pero no. No me ponía. ¿La elegancia personificada no estaba a mi altura?¿O es que yo no quería ese sexo que parecía encantarle? Si yo era su ama, podía obligarlo. — Quiero que me digas qué placer sería el súmmum para ti como sumiso. Quiero que me lo describas. —Quiero que me ordenes que te lo coma. Postrarme a tus pies. Abrir tus piernas y meter la cabeza para pasar la lengua. Comértelo entero. Aquello me encantaba. Creo que fue lo que me animó. Que lo dijera tan claro. —Imagina que estoy delante de ti. Quiero que me lo comas y quiero que me describas cómo vas a hacerlo. —Ama, abriré tus piernas. Separaré las rodillas para que no puedas cerrarlas mientras estás sentada en la silla roja de hierro, la que te gusta tanto en la terraza. Tú mirarás el horizonte, el mar, escucharás las olas y yo abriré tus piernas. —Están ya abiertas— Conforme lo dijo, me senté en la silla roja de hierro que tengo en la terraza y abrí las piernas mirando al mar. —Meto la cabeza y saco la lengua. Repaso con ella todo el trámite desde el ano hasta el clítoris. Con el dedo me repasé por dónde él dijo. —Me entretengo en el clítoris por que es lo que más te gusta. Sentir mi lengua en la puntita, en el lugar exacto de tu clítoris que te da latigazo. Mi dedo tocaba el epicentro de mi placer mientras leía. — Te meto dos dedos. Esto te gusta más. Te meto dos dedos y hago como si te llamara desde dentro, para tocar esa parte rugosa que tienes pegada al pubis que te derrite. Te lamo y meto los dedos dentaros. Te chupo y te follo a la vez. —-¡Más!¡Paga tributo y dame más!— Lo quiero todo. Van 150€ para Verse y 150 para Bizum. En cuanto vi el ingreso di el ok y me llamó. Hicimos, como siempre, videollamada. Estaba guapo el cabrón. Con ese jersey de pico verde agua. Con esa camisa blanca debajo. Con sus gafas, su barbita blanca y negra, su tripita de no ser ya tan flaco como a los 40. Estaba guapo, el cabrón. — Quiero comértelo de verdad. Que pueda sentir en mi lengua a lo que sabes. —Yo quiero que te agarres la polla con la mano y empieces, suavemente, a tocártela. Porque te la toco desde lejos. —Yo quiero que me cuentes cómo se lo comes a una mujer porque me impresionaría vértelo hacer. —Yo a ellas las desnudo… Las acaricio primero. Repaso cada uno de sus pliegues para saber quiénes son. Me gustan con las piernas duras y largas… Con las tetas como sea, me gustan todas, quiero chuparles las tetas, lo primero. —Yo quiero verlo. — Y pasar el dedo entre sus piernas. Para saber si están húmedas o necesitamos más tiempo. Querré comérselo muy pronto, porque no tengo paciencia. Porque quiero olerlas y comerlas. Meteré los dedos por el agujero, para acariciarla por dentro. Para buscar los pliegues en los que más le guste. Para saber cómo hacer para que yo le guste. Porque yo no quiero que me olviden. Es mi obsesión. —Yo no podría olvidarte. —No, tú no. Porque te obligo a que me lo comas. Y a que veas cómo se lo como a ella, mira: meto la lengua en su vulva y voy directa al clítoris, que repaso abiéndole las piernas con las manos porque sé que lo que más nos gusta es que nos obliguen a comérnoslo. —Por eso quieres que te abra yo. —Por eso quiero que te mueras por comérmelo. —Yo ya me muero. Lo quiero. — MI sexo lésbico es despacito, para recrearme en ella. Lamo su clítoris, meto mis dedos por su agujero, lamo, lamo, lamo, chupo y como todo a la vez. Me deleito con cómo sabe porque sabe a ella que es preciosa, que me gusta, que la quiero. —Mi comida de coño son lentas hasta que te pones nerviosa y me pides que acelere y, entonces, tengo que chupar más deprisa. — Sí. Más deprisa.. Así un poco más deprisa. Quiero que le des. Quiero que me lo comas. Quiero que me metas los dedos y llames hacia ti para buscar ese pliegue que me derrite… Me clava la mirada detrás de sus gafas. Sé que la tiene durísima. —¿Cómo de dura la tienes? —Te diría esa frase tan tuya, “como el cerrojo de un penal”. —Quiero que me digas cuánto te excito.. — Todo, Tana. Me excitas todo. Excitar es lo que más me gusta. Es lo que quiero. Me encanta que un excompañeros de la tele me diga que me imagina chupádosela y que lo vuelvo loco. A mí me puedes hablar así. Por eso. Soy quien soy, la que quiere saberlo. Nos mirábamos hundiéndonos en las pupilas ajenas de aquella comunicación. Me da igual que hables conmigo como sea, lo que quiero es que me hables. Me he acostumbrado a que este el medio sea irrelevante si lo promueve el deseo. Necesito que me deseen. Quiero ser deseada. Me estaban comiendo el coño y nos hemos ido. Quise que pusiera la cámara para ver, de verdad, su polla. Su polla mientras se la machacaba. La agarraba con fuerza, estaba enhiesta, la zambombeaba a su antojo. Yo tenía el móvil directo a mi coño. Con los dedos, me restregaba el clítoris. Los humedecía y me los restregaba. Viéndolo a él, masturbarse por mí. —¡Cómemelo, sumiso!— Por supuesto mi ama. Lamo ese clítoris que está tan rojo, tan hinchado. Separo con las manos los labios para que sea mi lengua la que lame todo eso. Escucharlo me volvía loca, me hacía poderosa, clavaba mis manos en mi clítoris, las chupaba y volvía a darle… AhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhMi sumiso calló en mi corrida… Respiró hondo, pude escucharlo. Y tardó en hablar. —Pido permiso, ama para correrme yo también.Y aquí saqué mi lado más pervertido que no perverso. — NI lo sueñes. Quédate con toda esa, aguántala. Y, mañana, o pasado, si quieres correrte, paga más y ven hasta el Cabo a correrte en mi cara…. Me encanta la mujer en la que me estoy convirtiendo, señoras. Me encanta que no me importe una mierda a quien besa quien yo ya no quiero. Me encanta mandar fotos de mis tetas a quien elijo, de mi coño a quien quiero que se lo coma. Soy una amazona. Y va a dar igual lo que hagas. No podrás… No podrás conmigo, maldito mediocre de mierda.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE24 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Comer coño de forma salvajeEL FIN DE SEMANA me sorprendió. .Llegó sin que lo llamara. Había sido una semana intensa con asuntos de cambio de abogados, cambio de estrategia, digno capítulo para la serie con ese momento en el que yo me despido de la mujer en la que más más más más he confiado y me dejo seducir por un tipo al que no conozco. Pero trabajaba en un pedazo de despacho de abogados. Y cuando dije “necesito un abogado de oficio” me dijo: “No. Yo quiero tu caso”. Porque mi caso es el de muchas. Porque a mí me ha pasado lo que les pasa a otras tantas. No dejo de recibir mensajes de señoras, que, antes que a mí las dejaron por una mucho más guapa y un poco más joven. Yo tuve suerte; me dejó a los 50. Lo dijo mi madre en cuanto se enteró. “Te hubiera dejado a los 60 y, mírate, nunca unos 50 fueron tan apetecibles como los tuyos”. Pobre Adela, a la que dejó Manuel a los 63 por una de 38 añitos. Con ganas de ser madre. Y que ha dado ya dos. En apenas 5 años… Pobre Anuska, tan lejos de los suyos. Y que el muy cabrón le dijera que la iba a denunciar por loca. Pero Darko no la denunció. Y hubieran dicho algo los guardia civiles si se hubiera presentado en el cuartelillo a denunciar, por loca, a una mujer que trabaja tanto. Porque la @GuardiaCivil sabe, que si un tío dice que su mujer está loca, probablemente tiene miedo de que lo denuncien por malos tratos. Sabe que se le ha ido la mano. Sabe que la ha maltratado. Después de años escuchando que nosotras somos las aprovechadas, todavía quedan señores que no pueden aguantar dos años sin vivir como marqueses. Yo solo desayuno fuera de casa cuando me invitan. No gano para desayunar fuera. Por eso, que ella me invitara me encantó. No me lo esperaba. Regresaba de pasear a #DenverBowie, mi chucho y pasé por el Catrina. Quería un pastelito de la vieja. Esa bendita bomba de relojería que jamás me permito. Son 3 euros el pastelito. Base de galleta con leche condensada y una crema de fruta encima, unos días sandía, otros piña, otros melón. Lo que toque.Pero pasé por la puerta para saludar y Víctor me lo dijo: “Te han pagado un desayuno con pastelito”. No me lo podía creer. ¿Quién? En la terraza había una familia con dos niños muy pequeños que acaparaban toda la atención de sus padres. Por mucho que les gustara, yo era la señora mayor de al lado de Murcia. Un tipo de unos cincuenta y… Con el pelo largo. Gafas. Una mano, la derecha, cortita y muerta. Lo he visto colocarla con la izquierda. Me abraza siempre que me ve, me da dos besos y me pregunta que qué tal estoy. Lo conocí en la casa de alguien con muchos complejos. Cumplía años y no podía evitar presentarme a todos. Y, desde entonces, él me abraza al saludarme. Doy por hecho que se sabe mi vida porque se la han contado. Me gustaría saber si sabrá lo bien que la chupo, porque la chupo bien. Porque sé que es mi boca la perdición. No por ser especialmente gruesa, ni definida, ni siquiera pintada normalmente. Pero mi boca es lo más apetecible del mundo. Porque me gusta mucho chuparla. Soy de las que mete mano por inercia y se la lleva a la boca a la mínima. Sí, se la he chupado a todos los hombres con los que me he cruzado… Aunque hayamos echado un mísero polvo en una nave espacial en el parking de los colegios mayores. Y que nos pillaran. Yo sé que la noche que me dijeron: “Pero, ¿me has puesto los cuernos en estos 16 años?” Contesté lo que más dolió. Lo que más. Y eso que yo seguía con él porque era el que más placer me daba. A mí hay que comérmelo muy bien para que me quede a tu lado. Somos las mujeres las que en enseñamos. Porque yo he dejado en el mercado al mejor comedor de coños. Espero, de corazón, que lo estén disfrutando. Pero, ¿cómo no me iba a reír si todas las Pajas que escribo las escribo pensando en quién mereció aparecer en mi diario? Me habían pagado un desayuno. Y no sabía quién. Fantaseé con que hubiera sido el Militar, que me conoce bien, pero no sabe qué hacer. Porque yo no necesito más ordenanzas, sino menos estrategias. A mí me conquistó para siempre el que tenía casi 37 y no estaba para estrategias. Follar con él fue lo mejor que me había pasado en la vida. 16 años, 9 meses y 2 días después empecé a olvidarme de él. No me quedó otra. Ahora, que podría tener amantes sin demasiado problema me he vuelto exquisita. Sí. Ahora, cuando la chupo quiero chuparla desde mucho antes. El sexteo es lo más divertido y mejor se me da. Puedo ponértela dura en cinco frases porque leeré atentamente las que me mandes. Y sabré qué es lo que más te gusta de mí. ¿Mi tono de voz? Bien. Querrás que te diga cerdadas en la nuca, mientras recorro todo tu culo con el dedo… Dejándome hacer… por ti. ¿Qué es lo que más te impresiona? ¿Mi piel? Si la tienes de esas de cuero, como aquel rinoceronte y como aquel cachalote tatuado… Querré restregarme contra ti cada vez que te vea. Es tan fácil gustarme. Manos grandes. Cicatrices. Dedos como muestrarios de pollas para que, cuando me los metas mientras me lo comes, aquello sea gloria bendita. Ahí un tipo por ahí suelto que lo hace de maravilla. Ojalá a su señora. Pero sin pensar en otra. Sé yo que hay quien odia que yo pueda ser tan clara en los asuntos de cama. Que diga qué me gusta. Y con quién. No tengo, ahora, mucho amante. Eso era antes, cuando no se me conocía. Ahora, a ver quién es el valiente que se atreve a intentar que yo sienta como quiera él. ¿Cómo quieres tú que te quiera? No me quieres de novia. Me quieres de amante. ¿Cómo son las amantes del siglo XXI? ¿Podemos llamar por teléfono cuando necesitemos un mimo? No creo que sea más dura; si acaso, más realista. —¿Quién me ha pagado el desayuno, Víctor? —Me hizo prometer que no te lo diría, Tanita… Pedí el especial. Café con leche, el más grande y un pastel de sandía con nueces por encima. La base es de galletas con leche condensada. Nadie sabe quién lo hace, pero llevan por la mañana tres. O, si lo encargan, lo tienen desde que abren. Y, entonces, la vi. Más o menos mi edad. Más o menos mis arrugas. Más o menos la misma mochila cargada de señores que nos quisieron de menos. Me miraba desde la otra punta. Estaba tan lejos, que parecía estar en la playa, no en la terraza del Catrina. Me sonrió. No más. Y subió su taza para brindar conmigo. Yo le respondí el gesto pero no me quedé en mi mesa. Yo quiero conocerla, señora. —Me alegra que te pidieras algo de comer. Estoy cansada de ver que solo tomas café con leche. ¿Me espiaba?¿Quién era? — Yo también me enamoré de un chulo de putas. Uno que no soportaba que yo brillara de mediocre que era. Pero me follaba mejor que nadie. Por eso estuve tantos años con él hasta que me dejó, también, por una más joven, no más guapa. Y la mía es tonta como un mordisco en la polla. Siete año llevan. Y el gilipollas aún piensa en mí cuando la otra le dice que no se la quiere chupar. Que le da asco. A mí, aquellaCalcaícas. Eramos calcaícas. Ella en rubia, yo en canosa, las dos altas, las dos flacas. Las dos con rictus hierático de las engañadas. Tres café americanos de los rosas nos cayeron. Y al segundo ya no nos hablábamos de usted. Me encantó aquella mujer poderosa que se reía de su mala fortuna con un mierda que la había engañado, robado y maltratado. Estaba infinitamente mejor sin él. Por nada del mundo volvería. — ¿Dónde te quedas a dormir? Le pregunté cuando la noche cayó sobre nosotras, con una luna creciente que dejó la mangata hasta los pies de mi cama. —Iré al hostal a ver si le quedan. —No hace falta; no tengo niño. Yo tengo un cuarto para ti. Mientras subía las escaleras detrás de su culo pensaba que me gustaría morderlo. Me atraía mucho, me encantaba. Y solo pensaba en si podría seducirla. Mi apartamento le encantó. La terraza la conquistó. Directamente se desnudó y se puso en la tumbona a dejar que el sol la acariciara lo que yo deseaba. Serví dos zumos de sandía con naranja. No acostumbro a tener ni cervezas… Ella agradeció que no fuera alcohol. Bebimos hasta hartarnos. — Si yo viviera aquí, estaría todo el día desnuda. —En invierno lo estoy, pero en verano no tengo ganas de ser la atracción del barrio. __Ya lo eres, cariño. Lo dijo al tiempo que me apartaba el pelo de la cara para agarrarme la y llevar su boca hacia mi boca. Me gustó besarla. Me encantó que me besara ella. Me quitó la ropa con agilidad y tocó mis senos con cariño. Los lamía, los besaba, los acariciaba. Sus manos eran d una destreza sin igual. Lo mismo estaba entre mis piernas, acariciando mi clítoris que sobre una de mis tetas poniendo el pezón como una piedra. No dejamos de besarnos ni meternos mano hasta que me pidió que me tumbara en el suelo. Y me abrió las piernas. Sentir su lengua hizo que el latigazo desde la espalda me dejara casi sin sentido. Cómo sentí aquella lengua sobre mí. Con los dedos hizo lo mejor, meterlos y curvarlo, para que yo enloqueciera con su lengua y sus dedos mientras escuchaba sus plegaria. — Me gusta tu coño húmedo… — Me excita ser yo la que te pone tanto. Conforme más me hablaba más me excitaba. Yo quería comérselo. Comérselo ya, sin esperar, así que serpenteé hasta su entrepierna para que ella siguiera conmigo y yo pudiera comérmela. Qué bien me supo. La carne se hinchaba entre mis labios, se hinchaba cuando pasaba mi lengua. Metí dos dedos en su coño y con el pulgar acariciaba su ano perfecto, inmaculado, parecía dibujado. Tenía totalmente rasurado El Monte de Venus. Me impresionó verle el Coño de la Nancy pero nunca pensé que me excitaría tanto como me excitó el suyo. Chupaba yo, chupaba ella. Chupábamos las dos y nos derretíamos ambas. Quiso cerrar las piernas y se lo impedí, acelerando con la lengua para que se corriera… Se corrió. Pegó dos estertores que no fueron de la muerte sino de placer. Gimió rompiéndose en dos. Me mojó la cara su corrida que yo quería seguir y ella no me dejaba. — Qué bonita eres, Tana… Me dijo antes de meter de nuevo la cabeza entre mis piernas y dedicarse en cuerpo y alma a mi placer. A que sintiera aquella lengua acariciándome estera. A que notara como sus dedos curvos raspaban en ese punto, justo en ese que me gusta tanto. Se me hinchaba, se me llenaba de sangre que ella manejaba con la lengua y los labios llenándome de babas. Si, sí. Ahí… Ahí…..Nos quedamos desnudas mirando a la playa. El mar acunó nuestros gemidos hasta que desaparecieron. Nos quedamos abrazadas a cuchara, tocándonos; yo, detrás, a ella las tetas. Ella delante mi vulva desde las manos en su culo. Eran caricias. No queríamos más. Era descanso después del subidón. Nos dormimos abrazadas y abrazadas amanecimos. Para mirarnos a la cara y decirnos mutuamente: “PERO MIRA QUE ERES GUAPA”
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE23 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Sexo del SalvajeMe costaba mucho ubicarme en aquella historia. Sentía que me quería. Sabía que le gustaba con locura. Pero era incapaz de situarme en el tablero de la relación. Él estaba cómodamente en su casilla: C3, casado y con 3 hijos. Que amaba a su esposa estaba claro. Que a mí no, también. Pero entre nosotros se forjó una relación algo más que amistosa desde el momento en el que nos cruzamos por la estación. Nos miramos de lejos. Como haciendo que no nos veíamos. Él con su impecable camisa blanca, sus pantalones vaqueros, aquellas zapatillas cuya marca no identifiqué y la gorra de béisbol calada hasta el fondo. Llevaba una mochila rarísima. Confieso que me fijé primero en la mochila y después me paré a mirarlo a él. Estaba de espaldas, en el andén, esperando el mismo tren que yo, mirando a que llegara el tren que nos llevaría a ambos a Almería. Eran las ocho menos cuarto de la mañana y la estación de Chamartín era un hervidero. Reconozco que me llamó mucho la atención su tamaño. Tenemos dos metros cuadrados de piel pero… ¿cuántos podría tener aquel hombre? Desde luego más. Cuando se dio la vuelta clavó su mirada en mí. Yo se la sostuve, soy así de chula. Tenía los ojos tan oscuros que no se distinguía la pupila. Era un pozo sin fondo en el que sumergí y no quise salir. No estábamos en el mismo vagón. Eso hubiera sido demasiado fácil. Pero, por supuesto, nos encontramos en la cafetería. Tardamos menos de media hora en levantarnos e ir a desayunar. Yo, café con leche sin azúcar ni sacarina. Él cortado descafeinado y bocadillo de jamón con aceite. Cuando fui a pagar los 2 euros con 30 me dijo la azafata: “La ha invitado aquel señor”. Yo, simplemente le sonreí con mi inmensa boca y me acerqué. — No hacía falta, pero gracias. — Me pareció que podía ser un detalle bonito. NO se lo tome a mal, por favor. Sé quién es. La he escuchado durante años en la Cadena SER. Que supiera quien era me allanó mucho el terreno. Para aquel señor yo era “la del sexo”. Y eso es tener el pabellón muy alto. Uno de cada dos españoles mayores de 50 años tiene problemas de disfunción eréctil según la Asociación de Andrología Española. Yo he debido llevármelos a todos porque, no sé por qué, a muchos les doy pánico. Pero aquel no los había cumplido aún, se le notaba, y crucé los dedos para que fuera uno de los pocos más jóvenes que yo que me gustaran. Charlamos sin parar. Nos contamos la vida. Supe desde el principio que tenía una familia, que trabajaba mucho y que disfrutaba de su vida todo lo que podía. Yo le expliqué la mía. Me habían dejado por una más joven y más guapa que yo después de 17 años, a los 3 meses de comprarnos juntos una casa. Ahora reclamaba los 60 mil euros que había puesto después de no haber trabajado durante 14 años. Y me iban a quitar la casa para subastarla y que yo le pagara mi deuda. Los parados de largo recorrido mayores de 50 años con los que no te casas hacen esas cosas cuando son miserables. Y el mío lo era. Mi melodrama no lo asustó. Tampoco le impresionó. Se manejaba con pasta, hacía negocios importantes y estaba bien considerado en su profesión, una que no entendí muy bien porque a mí, en cuanto me hablan de finanzas, me pierdo. El dinero me importa solo para poder vivir. Si no de qué mi ex había podido robarme durante tantos años…Pero nos gustamos. Se nos noto a los cinco minutos. Así que, cuando llegamos a Almería, en vez de tirar yo sola al Cabo, tiramos los dos. Y, como era de los que soltaban, no quiso ir en el autobús que dura casi una hora desde Almería hasta el pueblito. Pagó los 35 euros que cuesta el taxi como yo hubiera podido pagar el café del tren, pero no el bocadillo. Al llegar al Cabo tiramos, directos para El Bahía. Era el único que podía estar abierto aquel jueves de mayo. El Navas Y el Naranjero solo abrían, entonces, los fines de semana. Así que pescaíto frito, tabernero, huevas y un buen vino fueron nuestro almuerzo. No paramos de reír y de lamernos mutuamente las heridas. Yo las de mi hecatombe, él las de sus horas de trabajo sin descanso. Aquello que estaba haciendo era un extra porque había quedado con un cliente al día siguiente. Si no, de qué. Cuando terminamos de comer le propuse ir al Arrecife de las Sirenas. Es una playa chiquita que está justo pasado el Faro del Cabo, que tiene una lengua de lava de una erupción de hace milenios del volcán que se arropa en la Sierra de Gata. Un lugar impresionante en el que se ven los inmensos peces desde la orilla. Basta con que te sientes en la barca de pescadores que está en la orilla. Allí me besó. El beso me gustó mucho. Muchísimo. Yo, que le doy tantísima importancia a los besos, agradecí que los diera tan bien. Que me dejara arroparlo con mi lengua y que me arropara él con la suya. Hacía calor, mucho calor. Era un día de esos que sobrepasamos los 20 grados y yo había viajado con camiseta de tirantes, pantalones vaqueros roídos cortísimos y mis botas de chúpame la punta. Estaba para que me dieran mordiscos. Y él me los dio. Empezó por tocarme las tetas encima de la camiseta, yo, sin sujetador, dejé que incursionara como le apeteciera. Mis pezones empezaron a ponerse duros inmediatamente. Más cuando él me los pellizcó, apretándolos fuerte entre los dedos. Yo tiré para su entrepierna inmediatamente. Quería calibrarla y saber cómo era. Dura. Pétrea. Abultaba debajo del vaquero como la verga que era. Yo acaricié por encima de la tela, metiéndole los dedos entre los botones de la entrepierna. Quería chupársela ya. No podía esperar. Empecé despacio. Muy despacio. Lamiéndola de arriba abajo, metiéndomela entera para sentirla en el hueco entre mi lengua y mi garganta. Llegaba perfecta. Ni muy grande ni pequeña. Tamaño medio, como a mí me gustan. Él me bajó la cremallera de los pantalones para meter su inmensa mano en ellos. Manos grandes. Dedos firmes. Dos dentro inmediatamente mientras con el pulgar acarició mi clítoris. Empecé a babear por ahí abajo al segundo movimiento. Cómo me gustaba lo que me hacía. Mi boca se derritió con su polla dentro mientras no dejaba de chuparla. Más despacio. Más lamidas. Más dentro. Babas y más babas. Flujo del mío chorreándome. Dedos por todos lados, placer a destajo. Tener su polla en mi boca me hacía sentir poderosa. Sentir sus manos en mi coño me derretía. Hicimos lo posible para triunfar ambos. Él metiéndome los dedos, acariciándome el clítoris, recogiendo tomo mi empapamiento y restregándomelo por la tripa. Yo agarrándolo de los huevos, metiéndomelos en la boca, volviendo a chupar una y otra más, otra, otra, otra… Se corrió en mi boca y yo me lo quise tragar. Se me quedó un hilito en la bocera que lamí con la lengua. Me besó antes de que volviera a esconderla. Aquel beso fue aún mejor. Sabía a él. A su semen. A su ser. Yo no me había corrido así que me bajó los pantalones y me apoyó contra la barca abriéndome las piernas. Metió la cabeza entre ellas y empezó a comérmelo. Su lengua pasó por mi vulva para centrarse dónde debía. Lo de que me mantuviera las piernas abiertas, apoyando sus manazas en mis muslos me excitó muchísimo. No podía cerrarlas mientras me lamía el coño. No podía casi moverme mientras me lo comía. Temblaba de placer bajo los efectos de sus lametones, empeñados en que mi pepitilla se pusiera cada vez más gorda. Más. Más. Más. Metió dos dedos para empaparse del todo. Recogía el néctar que emanaba a borbotones y lo dispersaba por todos lados. Me pasó la mano por la tripa para empaparme y que comprobara cuánto me gustaba. Yo gemía y él lamía. Yo gruñía y él chupaba. Los dedos hacían maravillas por ahí abajo y la lengua aceleraba mis pulsaciones. Ahí, ahí… Sigue ahí. Sigue chupándome ahí.. Ahí… Me corrí. Me corrí como una cerda. Me corrí como lo que soy. Me corrí y quise más y me quedé en la barca para ofrecerle mi culo. Quería que me la metiera por detrás. Sí, por favor. Se puso rápidamente un condón antes de clavármela. No hizo falta lubricante, bastó con que esparciera por detrás todo mi flujo, que era mucho. Entró entera. Enterita. Gemí de placer al sentirla, más aún cuando empezó a empujar despacio, despacito. Aquel hombre me daba amor lentito. Queriéndome sin conocerme haciendo que creyera que era lo más bonito del universo porque, en aquel momento lo era. Su polla entraba y salía con cuidado mientras me agarraba las dos tetas y volvía a ponerme los pezones como piedras. Yo levantaba mi culo para que me enculara mejor. Para que entrara del todo. Para sentir su inmenso pecho golpeando contra mis nalgas y creer que era de cuero puro. Su piel. Su carne. Sus manos. Su olor. Sacó la polla, se cambió el condón y me dio la vuelta. Subí los tobillos a sus hombros y dejé que entrara hasta el fondo. Sentía su calor dentro. Yo cerraba mi hueco para sentirla aún más agradeciéndote los ejercicios de suelo pélvico que me permitían estrangulársela mínimamente, sintiéndola al máximo. Gemíamos ambos mientras nuestros cuerpos chocaban con fuerza. No paraba de sobarme, de tocarme. Golpeó con los dedos mi clítoris y después se esmeró con la mano entera. Aquella sensación de su polla y su mano me volvía loca. Más flujo. Más empape. Más corrida. Más humedad. Más… Más… Más… Fue todo tan salvaje, en la playa, sin nadie, sobre la barca dándonos el sol. Su camisa blanca tirada sobre el canto rodado de la playa, los pantalones de ambos dispersos. Disfrutamos como los animales que éramos. Y no paramos hasta que no volvimos a corrernos ambos. Me encantó follármelo a la primera. Pero más me encantó que solo fuera la primera. Ni la única. Estuvimos meses viéndonos cada vez que él tenía asuntos en Almería o yo los tenía en Madrid. Entraba en la habitación de mi hotel y, apenas sin hablar, me desnudaba y volvía a follarme. Así durante un año. Nunca supe bien qué era para él. Un buen día se lo pregunté a bocajarro. — No es una encerrona. Pero necesito colocarme y saber cómo me quieres. No necesito cantidad sino calidad. Quiero saberlo. Se lo envié por whatsapp usando esos filtros que necesito para hablar de las cosas importantes. Tardó en contestar. Tardó mucho. Dejé que lo pensara durante un par de horas porque necesitaba que fuera honesto. — No te quiero como novia. Te quiero como lo que eres. Entramos en una relación increíble pero no quiero ser nada tuyo. Haré de ti una estrella, si te dejas. Pero no tenemos ningún proyecto que nos una más allá de esa cama que, a veces, compartimos. Me encantó que fuera así de honesto. Me gustó que creyera en mí. Y no eché de menos ser nada más porque ya intuía que no lo sería por mucho que me gustara acostarme con él y me encantara todo él. Agradecí que no me lo dibujara bonito. Acepté que fuera el perfecto C3. Casado y con 3 hijos. Ni siquiera envidié a su mujer. Agradecí que pudiera querernos a ambas, aunque a mí me quisiera mucho menos. Dejé, a partir de entonces, de pensar tanto en él. Sonreí cuando leí su mensaje que, curiosamente, me llegó en otro tren en el que volvía de Madrid sin haberlo visto. Nuestras vidas nunca fueron de la mano, por mucho que, al principio, yo me emocionara tanto. Él vio algo en mí que le gustó y, simplemente, lo disfrutó. Yo vi algo en él y me acoplé. Pero agradecí mucho que no me contara mentiras ni quisiera alargarlo más de lo que era necesario. Ahora somos capaces hasta de vernos sin meternos mano y nos morimos de risa recordando lo salvajes que éramos cuando follábamos. Porque lo nuestro fue más animal de lo que ninguno de los dos pensamos.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE22 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones -El CiegoItalia es el país en el que más aventuras he tenido, sin contar el mío, claro. Me siento unida a este país. Mi mote, Tana, viene de que un compañero de facultad dijo que yo, cuando me enfadaba, era como una italiana de los años 50, una maggiorata. Por mis curvas, por mi genio, por cómo gesticulo y por mi nariz. Supongo que eso ha hecho que sea una de las pocas mujeres que ha estado una docena de veces en el país y jamás ha ligado con italianos. Paso totalmente desapercibida. Riccione es una población en el Mar Adriático muy turística. Pensada para que se llene en verano de turistas y, por su cercanía con la República de San MArino, un bomboncito para las escapadas. Allí me fui para grabar los campeonatos del mundo de atletismo para ciegos; durante años hice estos reportajes para La2 y, me estrené así en las televisiones nacionales. Campeonato del Mundo para ciegos… Ahí es nada. Desde el principio, la relación con los atletas y sus guías fue excelente. Nos alojábamos en el mismo hotel, así que desde el primer día nos conocimos. Yo tenía que grabar también los entrenamientos, así que, temprano, estaba ya en las pistas haciendo mi trabajo. Las carreras se hacen con guía. La guía va por delante del corredor, con un testigo encadenado a otro, de donde prende la persona ciega. Estaban entrenando eso cuando me fijé en el lanzamiento de disco. En el círculo pertinente un inmenso hombre de dimensiones sublimes. Piernas gruesas, espalda inmensa, brazos gigantes. Daba las vueltas exactas y lanzaba con precisión y exactitud. Una maravilla. Me quedé un poco impresionada por lo grande que era. No recordaba haber visto jamás a alguien así. Grabé a los atletas de velocidad y a los de relevos y me fui para los individuales. El del disco, estaba, ahora, con martillo. Y lo hacía con exacta precisión. Cuando terminó, me acerqué a él y me presenté. Él clavó sus ojos en los míos. Estuvimos charlando un par de minutos, los cuales, el hombre no dejó de mirarme. Así que no me quedó otra que preguntarle, me inquietó que no perdiera la vista ni distinguiera ninguna mácula en su iris como ocurría con el resto de ciegos. — ¿Qué lesión tienes en la vista? Parece que ves correctamente. Él soltó una sonora y grave carcajada. — Retinosis quística. Soy ciego desde los 19 años. Completamente ciego. No veo nada. Pero tienes una voz preciosa y sé, exactamente, dónde están tus ojos. Aquello me descolocó. Alfonso no veía nada. Pero había aprendido a calcular dónde estaban los ojos en función desde dónde le llegara el sonido de la voz. Y acertaba. Clavaba sus pupilas inertes en las mías. Y subía las cejas para que pareciera que no era invidente. A mí me tenía fascinada.Aquella noche, en la cena, Alfonso y yo nos sentamos juntos. Me maravillaba verlo hacer, sin ver nada, manejándose perfectamente. Sabía echarse el agua en el vaso y que no se le desbordara, manejaba los cubiertos sobre la carne como si viera. Pero en realidad no dejaba de mirarme a mí, sentada enfrente. Al terminar nos entretuvimos con el café. Y con el café vinieron las risas. Me contó cómo condujo su moto, siendo ya ciego, para despedirse de ella. Si se estrellaba lo daba por buen final. Pero no se estrelló. Completó el camino que hacía desde los 16, se bajó de la moto y se la regaló a su mejor amigo. A mí se me saltaron las lágrimas con aquella historia. Aquella noche no podía dejar de pensar en Alfonso. Me gustaba. Me gustaba mucho. Pero me impresionaba lo de que fuera ciego y que creyera que era por pena. La caridad es algo que me repugna tome la forma que tome. Y no quería que creyera que la sentía hacia él. Al día siguiente seguimos con las grabaciones para volver a cenar juntos y en esa cena saltaron todas las chispas del mundo. Subíamos a las habitaciones en el mismo hotel, cuando se paró en su planta aguantó la puerta y me lo dijo: — Ven. Ven conmigo. Prometo cuidarte y mimarte. No necesitó más. Le di la mano y lo seguí hacia el cuarto. Desde que cerró la puerta supe que aquel polvo sería diferente. Alfonso puso música nada más llegar al cuarto. Sonaba música clásica, cosa que agradecí enormemente porque me gusta infinito y porque me siento como pez en el agua si me rodea. Me contó cómo había sido su infancia en un pueblo de León, cómo su hermana había quedado ciega antes que él y cómo se había hecho las pruebas para comprobar si su hijo podría desarrollar la enfermedad hereditaria. La retinosis quística es así de cruel. Nos besamos nada más cruzar el umbral. Sus besos eran plenos, grandes como él. Y sus manos.. Sus manos eran gloria bendita. Del cuerpo de un hombre lo que más me atrae son las manos. Las quiero grandes, de dedos gruesos y largos. Las quiero que aferren sin dejarme escapar. Que me empeñezcan en su caricia. Y Alfonso las tenía así. Empezó por mi cara. Milímetro a milímetro.— Tienes las cejas espesas, los ojos grandes, una nariz alargada y fina y unos labios gruesos en una boca enorme. La descripción era perfecta. Me veía a través de las yemas de sus dedos. Siguió bajando de mi cara por mi cuello, alabando que lo tuviera tan largo y que se me marcaran tanto las clavículas. Cubrió los hombros varias veces, acariciándolos lentamente para seguir por las axilas. Yo subí los brazos por la inercia de las cosquillas, él metió los dedos aferrando, como tenazas sus músculos. Fue bajando… Bajando.. por todo el tronco. Calibrando mis dimensiones. — Eres grande y dura. “Como esta”, dije yo mientras le tocaba la verga encima del pantalón. Bajó por mis costillas, calibrándola una a una. Encajó los dedos en el esternón como para saber su forma exacta. Subió a las tetas y las cubrió. Sus dedos pasaban por mis medias lunas despacio, con las yemas de los dedos aferró los pezones. Los tocaba con delicadeza haciendo que ereccionaran. Me los puso duros como una piedra y, entonces, empezó a lamerlos. Despacio. Primero uno, luego el otro. Mientras lamía desabrochó mi pantalón que yo dejé que cayera al suelo. Metió una de sus manos entre mis piernas. Sentirla, tan grande, me encantó. Los dedos, perfecto muestrario de pollas empezaron con mi coño. Primero uno, despacio, bien dentro, oblicuo, contra la pared. Después dos, más dentro, mejor…. …..Alfonso dejó mis tetas para besarme. Dejó mis pezones para estar con mi lengua. Desde la boca fue bajando por la tripa, lamiéndola en una perfecta línea recta hasta mi pubis. Me quitó las bragas, abrió las piernas y se metió entre ellas. Sus lametones eran intensos. Lentos. Desde el ano hasta El Monte de Venus. Tenía la lengua grande. Ancha. Mi coño empequeñeció en aquella boca gloriosa. Abrió los labios con los dedos para poder hacer. La lengua lamía con tanta gana que yo solo podía derretirme. Metió los dedos por el agujero. Todo a la vez. Sus inmensos dedos cual penes y su lengua en el clítoris. Solo en el clítoris. Lametones concentrados que me hacían temblar. Empujones con los dedos que me partían en dos…. Siguió hasta que me corrí. No paró hasta que no escuchó cómo me partía en dos. Siguió con la lengua y los dedos hasta que convulsioné por sus caricias. Yo había perdido el control de mis propias manos y había dejado de acariciarle, así que bajé sus pantalones de deporte y me centré en su polla. Estábamos tumbados sobre la cama, así que fue fácil metérmela en la boca. Era una polla dura como una piedra, grande, gorda. Circuncidada, lo que hacía que pareciera aún más inmensa. La lamí con mucho gusto, jugando con su glande. La masturbaba al tiempo que la chupaba. Él gemía con su voz ronca, era como un oso al que dan placer. Agarraba sus huevos, me los metía en la boca, los lamía hasta subir al glande entreteniéndome en el tronco. Era una de las pocas pollas que no podía meterme entera en la boca sin que me dieran arcadas. Él se dejaba, yo me superaba. Intentando que supiera que aquella belleza podía estar conmigo y yo con ella. Mis lametadas se multiplicaban, mi mano volaba, quería más y lo quería de él y no paré hasta que lo obtuve. Alfonso se corrió, apartando él mismo mi boca y dejando que cayera sobre mis tetas. Me encantó sentir la lefa caliente… Después de aquellos nos enrollamos el uno en el cuerpo del otro. Yo parecía pequeña entre sus brazos. En esa sensación que tan pocas veces disfruto de sentirme minúscula. Pero con él, podía. Aquella noche nos quedamos dormidos en su habitación sin que ocurriera nada más. Yo me dormí mientras él me acariciaba la espalda, dibujaba mi cuerpo en la yema de sus dedos para saber cómo era. Me cantó canciones de cuna mientras yo me adormilaba, las mismas que había cantado a su hijo cuando era un bebé. Me sentí su niña bonita. Su bien querida. Alfonso y yo no hicimos nada más. No tuvimos más sexo que aquel, que fue todo oral. Eché de menos sentirla dentro, pero, por las dimensiones, agradecí que no insistiera. No soy yo de pollamisiles más que para comérmelas y él presupuso que en una aventura era innecesario estropear lo conseguido. El campeonato terminó y cada uno regresó a su ciudad. Él a León y yo a Madrid. La ONCE se encargó de que estuviéramos lo suficientemente alejados como para que él siguiera su carrera profesional y yo no lo distorsionara. Durante años fui fiel a las retransmisiones de Paralímpicos durante los Juegos. Él siempre estaba ahí. Y siempre ganaba. Récord del Mundo durante años de disco y de peso. Hasta que se retiró y nunca más volví a verlo. Pero siempre recordaré que hubo un ciego que me desnudó y supo cómo era por sus caricias. Por lo que mi piel le contó a la yema de sus dedos.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE21 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco (@Latanace) - La VozDel episodio debo deciros que para mí es el mejor de todos los que ha hecho. Es el más limpio y, a la vez, más morboso y sexual.Me gustaba su voz. Sí, su voz. Era una de esas voces perfectas, sin maquillaje, sin dudas. De las que entran por el oído para quedársete en la cabeza y, en mi casa, envolvía todo mi cuerpo. Lo conocía de coincidir con él en el autobús para ir a trabajar. Los dos estábamos en la misma televisión y el viaje significaba poder conocerse. Reconozco que su físico ayudaba pero que no era lo importante. Era guapete, sin más. De estos que te hacen gracia pero no sabes por qué. Yo sí lo sabía. A mí lo que me había conquistado había sido su tono de voz. Tuvieron que pasar muchas mañanas hasta que hiciéramos aquel viaje que nos unió. AL principio, solo nos decíamos “buen día” y cada uno se ensimismaba en sus cosas, casi siempre un libro o una revista, lo que hace todo el mundo. Aún no existían las redes sociales y los móviles no daban más que para sms. Pero a nosotros nos mandaron a los dos, a cada uno en nuestro programa, al mismo sitio, por eso cuando coincidimos en el avión camino de Los Ángeles, no nos quedó otra que alegrarnos de la buena suerte. Él iba para hacer un reportaje en el programa en el que estaba. Yo, para lo mismo, pero para informativos. Su Alteza Real el Príncipe de Asturias viajaba a Los Ángeles en uno de sus viajes preparativos para cuando ascendiera a Rey y su simple imagen ya estaba lo suficientemente revalorizada como para que en todos los programas quisieran la noticia. El viaje a Los Ángeles es un suplicio. No hay vuelos directos desde Madrid y se alarga ocupando un día entero. En el avión, nos saludamos y ocupamos nuestros asientos; yo en turista, él en Primera, cosas de la caridad de los productores. Ni nos vimos más que en la sala de espera, donde charlamos un rato y, después, en el autobús que nos llevó a la terminal del aeropuerto. Pero estábamos en el mismo hotel. Un hotelazo de esos de Beverly Hills en el que las habitaciones eran casi más grandes que el estudio en el que yo vivía. El periplo profesional fue de los grandes. Muchos medios de comunicación, al tratarse de un encuentro internacional, yo conexiones en directo con los informativos y él búsqueda fructuosa de novedades y detalles que se nos escaparan al resto. Terminamos agotados todos. Nos cruzamos de vez en cuando en alguno de los puntos de la cobertura, pero de una sonrisa o guiño no pasamos. Cuando terminamos de enviar nuestra respectivas crónicas nos encontramos en el hall del hotel. — Destrozada. Estoy destrozada. — Y yo. Y mañana, otra vez. Van a ser cinco días de espanto. Subíamos ambos en el ascensor cuando se le ocurrió la genial idea: — ¿Por qué no cenamos en la habitación y así no salimos siquiera?A mí me pareció una idea excelente. UN sandwich de esos de súper hotel me vendría de miedo. — Ay, sí. Entonces, nos vemos mañana en el desayuno, ¿no? No. La idea no era esa. La idea era compartir espacio y las habitaciones en las que estábamos tenían esa especie de recibidor de las suites que permite hacer una cena en común.— Te espero en media hora y pedimos.— Dijo cuando llegamos a mi planta y yo salí del ascensor. Me pegué una buena ducha de las largas, eliminando cualquier resquicio de la cobertura, desmaquillándome por completo y terminando con una ducha fría como acostumbro. Me sentí completamente recuperada. Iba a cenar con un compañero de profesión al que conocía, no vi ninguna necesidad de engalanarme para una cena con él y elegí un vestido de algodón de manga corta, muy ajustado en el pecho, con escote de pico y falda por encima de la rodilla. El típico que te pones para ir a casa de tu madre y que le parezca que vas bonita. Por supuesto, no volví a maquillarme. Así, subí hasta su cuarto y, con el pelo aún húmedo, me presenté. Cada uno eligió la cena. Yo uno de esos inmensos sandwiches que solo encuentras en los hoteles más selectos y él una ensalada de pasta con la que podría haber cenado un regimiento. Cuando nos trajeron la comida celebramos la elección porque podíamos compartirla y cenar de vicio. Él se empeñó en elegir una botella de vino blanco para ambos puesto que mi sandwich llevaba salmón ahumado y su ensalada ventresca de atún. Las bromas empezaron comiendo. A mí se me quedó un poco de salsa en la comisura de la boca y él sacó el móvil para hacerme fotos sin decirme que estaba manchada. Cuando las vimos no pudimos más que reír. — ¡Qué pintas! ¡Eres un desgraciado! ¡No voy a poder enseñarlas! __ Claro que puedes. Puedes hasta invertarte que has ligado. Aquello nos hizo soltar una carcajada. Pero fue el inicio de toda una conversación sobre situaciones surrealistas que hubiéramos vivido en nuestras aventuras. — Yo recuerdo el día que me dieron mil euros por. Tres botones de una camisa, en Japón, porque el tipo era fetichista y los botones le recordaban al círculo negro que ponen en las películas porno japonesas. Risas y más risas. No habíamos pedido postre, pero en la habitación había una cafetera, café y detallitos cuquis para hacer deliciosa la estancia, así que yo me encargué de los cafés. Estaba de pie, en la cafetera, introduciendo la cápsula para el primero de ellos cuando él se quedó detrás, muy cerca y me besó en la espalda, cerca del cuello. Sentí un latigazo desde los tobillos hasta mi cabeza. Me encantó. Me dejé hacer como te dejas hacer cuando te gusta lo que sucede. Mi cuerpo se dejó vencer y él siguió. Del cuello fue bajando hasta mi hombro, deslizó con los dedos la hombrera del vestido para que cayera y mi teta derecha quedara al aire. Llevo sujetador muy pocas veces, cosas de tenerlas pequeñas. Él siguió besándome por la espalda, por el cuello, acariciándome la parte trasera de mis brazos. Yo tenía la piel de gallina ante sus caricias. Y, entonces empezó. Empezó a decirme, casi en un murmullo, con su bendita voz toda una ristra de cosas bonitas que a me excitaron una detrás de otra. — Cuando te hablan desde atrás, la voz entra en tu cerebro para quedarse en un rinconcito donde puedas recordarlas. Para que no se te olvide ni el momento ni la persona que se rindió a tus pies y te eligió como diosa. Yo ni me movía. Solo le dejaba hacer. — Si en el sexo, te colocas así y dejas que tu amante se confiese, podrás imaginar mejor todo lo que te hace. Yo, querría tocar tus tetas, acariciarlas, sentir esa piel sin mácula que tienes y hacerte creer cuánto me gustas. Cogí sus manos y las puse sobre mis tetas. Escucharlo y sentir al mismo tiempo era muy excitante. Me acariciaba con cuidado, con gusto, haciendo que no hubiera ni un centímetro de mi piel que no reaccionara. Al tiempo, besaba mi cuello, mi espalda, la parte baja de mi cabello mientras sus manos hacían que mis pezones se pusieran más y más duros. — Tus tetas son perfectas. Pequeñas y duras como las de una deportista. Se pueden esconder en las manos. Puedo dejar de existir si me dejas convertirme en unas manos que solo te quieran. —¡Espera!— Dije yo— Quiero prueba gráfica de esto. Cogí su móvil, le pedí la clave para desbloquearlo y lo coloqué para hacernos una foto. Puse el 10 para remotear la foto y volví a colocarme. A él le dio tiempo que volviera a ponerme cachonda antes de que saltara la foto. Sus manos cogiéndome los dos pechos, su cabeza detrás de mi espalda, lamiéndome el cuello. La foto fue gloriosa. Después de aquello me dio la vuelta para que estuviéramos frente a frente. Nos besamos lentamente, como si quisiéramos que duraran más. Con las manos me bajó las dos hombreras para que el vestido cayera a mis pies mientras yo desabrochaba su camisa y acariciaba su pecho. Tenía un pecho ancho, muy ancho arriba, estrechando conforme llegaba a la cintura. Tenía una línea de vello oscuro en el centro y rodeando los pezones. Yo empecé a lamer uno de sus pezones, mordisqueándolo con los labios mientras con las manos desabrochaba su pantalón. Dejamos que cayeran al suelo y él los apartó con el pie. Estaba empalmado. Muy empalmado. Sobre el calzoncillo acaricié su sexo mientras él hacía lo propio sobre mis bragas. Yo notaba cómo cada vez me excitaba más con aquella liturgia lenta de sexo que sacralizamos. Subía la mano por la cara interna de mis muslos hasta llegar a mi coño y aferrarlo desde abajo, como si fuera un tesoro que protegiera. Enganchó el dedo a uno de los bordes de la braga y me las bajó para tocarme entera. Puso su mano ocultando hasta mi pubis mientras con los dedos acariciaba con cuidado. Yo notaba cómo me derretía, cómo me humedecía, cómo me volvía loca. Lo abrazaba y besaba sin descanso al tiempo que tocaba su perfecto pecho, su polla, su culo, acariciándole la unión de las nalgas, metiendo los dedos para que los sintiera alrededor del ano. Entonces él se arrodilló. Primero abrió mis labios con los dedos con una delicadeza que parecía que descorría levemente las cortinas de mi placer. Metió la cabeza entre las piernas y empezó a lamer. El primer lametón fue casi inocuo, como por encima, el segundo adentró un poco más y el tercero fue de punta a cabo para que sintiera bien su lengua. Yo subí la pierna y la apoyé sobre la mesa del café para dejar que el amigo pudiera incursionar. En esa postura fue fácil. Metía los dedos al tiempo que me lamía. Acompañaba por dentro lo que perpetraba por fuera, haciendo que los dedos, se movieran con gestos curvos hasta acariciar la parte de mi delirio. La lengua cada vez lamía más fuerte. Los dedos cada vez tocaban mejor. YO agarraba su cabeza dejándola hacer sin necesidad de guiarla porque conocía perfectamente el camino a seguir. Lamía, tocaba. Lamía, tocaba. Tocaba, tocaba, tocaba y lamía….Mi orgasmo fue tan limpio que ni me lo creí. Había sido mucho más rápido de lo que estaba acostumbrada. Yo, que me conozco tan bien, consigo el orgasmo en las duchajas en tres minutos; él sin conocerme de nada, lo consiguió en el mismo tiempo. Cuando me corrí me temblaron las piernas y me dejé caer. Él me cogió en brazos y me llevó hasta la cama. Sobre ella y sin abrirla empezamos a follar. Su polla estaba tan dura que entró con una facilidad pasmosa. Yo estaba empapada entre sus babas y mis flujos. NOs besábamos al tiempo que follábamos y nos tocábamos por todo el cuerpo. Aquello sí que era un buen polvo. De vez en cuando él me besaba el cuello y me decía alguna frase para que me derritiera. — Me gusta tu coño húmedo. Adoro tus tetas pequeñas. Me vuelve loco tu olor a ámbar. Solo quiero follarte… Follarte… Follarte… Yo coloqué mis pies sobre sus hombros, una postura que me vuelve loca. Él entraba hasta el fondo. Cogió los dos pies los juntó, levantó mis piernas y me penetró en un ángulo de 45 grafos perfecto. Aquello me partió en dos… Me hizo volver al paraíso del que no quiero salir cuñado estoy en una cama….Yo quería comérsela. Quería chuparle la polla a ese tipo de preciosa voz. La cogí con la mano y me la metí entera en la boca. Noté cómo llegaba casi hasta mi campanilla lo que me puso aún más cachonda. Lamí sus huevos, lamí su perineo, me la metí en la boca mientras toqueteaba su ano y todo su miembro. Notaba cómo se hinchaba al máximo mientras él jadeaba soltando alguna que otra frase entre gemido y gemido. — Me gusta esa boca perfecta… Esa que come entero… Me gusta tu lengua en mi polla, mi polla en tu garganta mis huevos llenos de babas…La polla se hinchaba y latigueaba por dentro. El semen se disponía a salir cuando la sacó de mi boca y me puso de espaldas. — Ven, déjame. Prometo cuidarte mucho. De la mesilla cogió un preservativo y se lo puso, untó su miembro con lubricante y empezó a besarme la espalda mientras él mismo se masturbaba para que no se le bajara. Recorrió toda mi espalda hasta llegar al culo donde separó las nalgas y lamió mi ano. Una lametada delicada, de pequeños toques que lo cubrieron entero. Una lametada detrás de otra que hacía que yo me dejara llevar por él. Metió un dedo primero haciendo juego con el lubricante que, cada cierto tiempo, aumentaba. Tenía el culo más que preparado cuando entró. Grité. Grité de placer al tenerlo dentro. Grité aún más cuadno empezó a moverse despacio y con cuidado, haciendo de aquello una delicia. Despacio, despacito, a buen ritmo. Yo quería más, necesitaba más. Me coloqué de tal manera que entrara más cómodamente y se lo pedí: — Dale.. DAle… Por favor, dale. El hombre de la voz más bonita del mundo empezó a darme bien. Cogió mis tetas para obtener la resistencia necesaria que le permitiera encularme. Yo apoyada sobre la cama en perfecta postura animal para permitirle hacerlo todo. Notaba la verga entrando y saliendo con cuidado y mimo por el lubricante y el ritmo, notaba que la sentía tan dentro que pareciera que me saldría por la boca dándome placer en todo el recorrido. Empujaba mientras yo me derretía, empujaba mientras yo apretaba el culo para sentirlo aún más. Empujaba hasta que yo noté que iba a volver a correrme y se lo dije: — Voy a correrme. Voy correrme… Voy a correrme… Ahhhhhh. A mi grito se unió el suyo. Los dos nos corrimos a la vez. Fue un grito magnífico y triunfante de dos personas entregadas al sexo y al placer. Ël se dejó caer sobre mi espalda y yo sobre la cama. Nos quedamos así, callados, algo más de un minuto. Él con la cabeza metida en el ángulo de mi cuello y mi hombro, yo arropándolo con mi mejilla. —Eres la cosa más bonita que me he encontrado en mi vida. Qué suerte habernos conocido mejor. Aquella noche dormimos en su habitación, abrazados y desnudos. A la mañana siguiente nos duchamos juntos y nos acicalamos para seguir con la cobertura que nos había mandado a Los Ángeles. Su Alteza Real visitaría Santa Mónica y ambos tendríamos trabajo. El resto de noches que pasamos en Los Ángeles repetimos nuestro amor. Volvimos en el mismo avión, otra vez en clases diferentes, aunque esta vez, él vino a mi sitio varias veces para traerme prebendas de las que dan en Primera. En un momento del viaje me conminó a que cambiáramos de sitio para que yo pudiera dormir y se lo agradecí mucho. Llegamos a Madrid pletóricos, como dos enamorados que vinieran del viaje de novios. En la parada del taxi nos despedimos. Él cogió el suyo para un barrio alejado del centro, yo otro para el epicentro de la ciudad. NO hablamos si volveríamos a vernos, si quedaríamos, no necesitamos hacer planes porque estábamos pletóricos con lo ocurrido. A la semana siguiente volvimos a coincidir camino del trabajo y, simplemente, hicimos el camino juntos. Dejé de trabajar en aquella televisión poco tiempo después. Una oferta de la competencia me alejó para siempre de los estudios de San Sebastián de los Reyes. Dejamos de vernos y de tener contacto rápidamente. Hasta que un día recibí un mensaje. Era la foto que nos habíamos hecho, con él en mi cuello y sus manos sobre mis senos. “Ojalá repetir”, escribió. “Ojalá pronto”, contesté. Desde entonces, esa foto es la llamada que utilizamos ambos cuando nos echamos de menos. UNa preciosa foto en una hotel de Los Ángeles. Y basta con que nos llegue a uno o a otro para que busquemos hueco y volvamos a querernos. Hay amores que no necesitan más constancia que seguir los parámetros del deseo. Hay aventuras que no terminan nunca.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE20 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco para MTVRX Producciones - Metió los dedos mientras me lo comíaEn realidad, fue todo tan rápido que ni me dio tiempo a resistirme. Lo tenía todo bien planeado. Muy bien planeado. Sabía cómo debía hacerlo, simplemente, esperó a que sacara a mi perro por la tarde. Por todo lo que cuento en redes sociales sabía que, sobre las siete, desfilaría. Y que mi camino es siempre el mismo. Así que, en el bar de debajo de mi casa me esperó. Y no solo esperó a que yo sacara al perro, esperó las dos horas que tardé en pasearlo porque ese momento, lo disfruto al máximo. Estaba en la terraza del bar, sentado en una de las mesas, tomándose un Café americano de los de aquí, no de los de EEUU, de los de licor de nuez. Yo ni le vi, pero le dijo a Víctor, el dueño del Catrina, que me dijera que tenía pagado un café de los rosas esa tarde y, cuando lo supe, simplemente, lo pedí y me senté. Fue él el que me lo trajo. NO me fijé mucho y supuse que sería un camarero que habían contratado; simplemente, di las gracias. Llevaba mi diario, así que podría disfrutar del café. El tipo se sentó de nuevo en una de las mesas y me observó. Yo, ensimismada en mis cosas ni le presté atención hasta que me habló directamente. — Si escribes más libros, me harás muy feliz. Me gusta cómo escribes. Aquello no me lo esperaba. No soy una escritora famosa ni se espera que lo sea. Soy una pobretica que ha publicado 4 libros y que pocos conocen. — ¿Los has leído?— Pregunté extrañada. — Los 4. Tengo los 4. Y el que más me gusta es el cuento de Sara en el primero. El cuento de Sara es el primero de mi primer libro. Es la historia de una mujer que se acuesta con un hombre más joven al que conoce en un tren. Una fantasía recurrente de muchas señoras de mi edad que aspiran a carne tierna y vigor en la cama. No es mi caso. El tipo no era mucho más joven que yo, así que no me pareció que quisiera aprovechar el cuento para ligar conmigo. — Bueno, a muchas mujeres les gustan los hombres más jóvenes, no es mi caso. —No, lo sé. A ti te gustan de tu edad o mayores. Y tienes predilección por los calvos. ¿Cómo podía saber eso? No es que tenga predilección pero mis últimos grandes amores, efectivamente, son calvos. — ¿Me sigues tanto? — Te sigo en todas las redes sociales desde hace años. He leído todos tus artículos y todos tus libros. Sé quién eres y me gustas. No hay más. Después de semejante confesión no sabía qué decir. Me quedé petrificada. Simplemente sonreí, miré el café y le dije: —Imagino que el café es cosa tuya. ¿Cómo sabías que me gusta este?— Bastó con preguntar al dueño. Te conoce todo el pueblo, Tana. Solté una carcajada. Me conoce todo el pueblo. Por eso soy feliz en el Cabo de Gata porque me quieren y me lo hacen notar. No me quedó otra que invitarlo a que se sentara. Conversamos un buen rato, me contó algo de su vida, que estaba en el Cabo con su mejor amigo y que no había podido evitar intentar conocerme. Se quedaban una semana, habían alquilado en la calle Consuelo, lo que hacía que estuvieran muy cerca de mi casa. Me pareció muy majo. Muy educado. Muy divertido contando sus aventuras de profesor de universidad con ganas de jubilarse. Quedamos para tomar unas cañas al día siguiente y nos despedimos. Dos hombres me esperaban en El Brisa, el bar en el que habíamos quedado. Uno era el que me había abordado el día anterior, el otro su amigo. La primera ronda nos sirvió para romper el hielo, la segunda para contarnos la vida y la tercera para que quisiéramos estar más tiempo juntos. Se nos notó desde el principio que había química, que había conexión, que nos gustábamos y, en mi caso, que nos deseábamos. Sí, los deseé. Porque los dos me parecieron magníficos y no estoy yo muy acostumbrada a que me vengan buenos de dos en dos. Pero aquellos me encantaron. Por las risas, por lo inteligentes que eran, uno maestro de universidad y el otro físico y porque en ningún momento me adularon tanto como para que me lo creyera. Se nos hicieron las mil en el bar y, después, no había dónde tomar la última. Así que, acepté ir a su casa a tomarla. La casa era una Casa Relicario. Una de esas que pertenecieron a alguien que murió y los familiares exigen que no se cambie nada de la casa para honrar al muerto. Hay muchas de esas en Andalucía y los inquilinos no quieren contarlo porque les da vergüenza, no quieren reconocer que, por eso, son más baratas. A estos dos les encantaba que allí hubiera vivido un tío que se había ahogado y que su hermana y su madre se negaran a cambiar ni una alcayata. Nos estuvimos riendo de la situación y de lo que hablaban en el pueblo al respecto. — Aquí vivió una cantante mediocre— Les conté yo— Que se lio con un tío casado, fue un numerito porque el cabrón, se había comprado, tres meses antes, una casa con su mujer. ¡Y le exigió que le devolviera la pasta que había puesto por la compra después de vivir de ella durante años! 250 euros pagaban por el alquiler. Lo sabíamos todos. Pero no pudieron poner un inmenso cuadro, tan grande como el cartel de una marquesina de autobús, que el tío traía bajo el brazo. Los dos se reían mucho escuchando las anécdotas que yo me sabía porque el pueblo entero las contaba. — Ella se creía Malú y él solo la fotografiaba, porque él era un vago, que no había trabajado durante años. Se fueron porque tuvieron movida con otra vecina. Una a la que odiaban y que intentaron asustar un par de veces. La vecina los denunció y el pueblo entero los odió. Se terminaron yendo a un pueblo de Ávila. Las historias nos hacían reír. Yo no dejaba de hablar. Y la casa no dejaba de ofrecernos historias, conforme encontrábamos un cuadro y nos inventábamos una historia. Marcos y Alejandro eran lo más. Fumamos marihuana. Fumamos marihuana lo que hizo que nos relajáramos aún más. Sonaba una canción de Gotan Project cuando Marcos, el que me había invitado al café, me sacó a bailar. Aquello fue precioso, porque bailar a los francoargentinos es toda una experiencia. Se te suelta el cuerpo, se te sube la libido, quieres tocar y que te toquen. Y Marcos y yo comenzamos a hacerlo. Empezó por mis brazos. Por cruzarse con ellos y acariciarlos. Alejandro hacía como que miraba los discos y pinchaba, pero estaba pendiente de nosotros. Yo me dejaba hacer. Bailaba y bailaba rodeándolo, mirándolo a los ojos con una inmensa sonrisa en mi cara. Me gustaba y quería que quedara claro. Le gustaba, se le notaba demasiado. Así que en la segunda vuelta que nos dios, me besó. Y lo hizo como parecía hacerlo todo, sin darle mucha importancia. Me dejé, me dejé aún más. Alejandro hacía como que la historia no iba con él hasta que cambió el tercio y puso a Bruce Springsteen… Con aquello nos vinimos los tres arriba. Bailamos como locos. Yo, besando en los labios a Marcos cada dos saltos, Marcos animándome a seguir haciéndolo y Alejandro, muerto de la risa, aplaudiéndonos. Hasta que me cogió de la mano para que bailáramos juntos y fue él el que me besó. Lo hizo como si fuera la consecuencia de todo aquello. Y yo me dejé besar también por él. Pero lo que más me gustó es cómo Marcos se nos unió. Se acercó a ambos, me besó a mí primero y después lo besó a él. Éramos tres besándonos mucho. En el Cabo suelo llevar minifaldas o pantalones cortos. Aquella noche había elegido la más corta de mis faldas. Las manos de ambos fueron fácilmente debajo de ella, tocándome los muslos, las nalgas, haciendo piruetas saltándose las bragas hasta que ya me relajé lo suficiente como para dejar que ambos me las quitaran. Entonces Marcos se puso de rodillas, me acercó a su boca y empezó a comérmelo. El Boss sonaba a todo trapo mientras la lengua de Marcos hacía maravillas. Con las manos me abrió las piernas y separó mis labios para lamerlo bien. Mordisqueaba con los labios mi clítoris que engordaba a cada caricia. Alejandro, empezó a tocarme las tetas mientras me besaba. Allí estaba yo, con uno al lado y el otro a mis pies. No me he sentido tan bonita como esta vez. La lengua de Marcos hacía maravillas. Metió dos dedos al tiempo, para masturbarme mientras me lo comía… Alejandro me quitó la camiseta y dejó mis senos, sin sujetador, al aire. Empezó a lamerme los pezones al tiempo que los pellizcaba. Era una sensación muy buena, de placer y dolor enrevesado. Uno abajo, el otro arriba, los cuatro flancos cubiertos, mi sexo húmedo, mi respiración jadeante… Alejandro, entonces, se puso también de rodillas. Y unió su lengua a la de Marcos. Yo los miraba sin saber cómo estaban consiguiendo que yo me derritiera, pero sucedía. Una lengua centrada en mi clítoris, la otra en mi ano, las manos de ambos jugando, las de Marcos masturbándome, las de Alejandro acariciándome el culo. No pude más que venirme abajo y caer al suelo de puro placer. Y fue ahí donde nos acomodamos. Me abrieron las piernas bien. No sé quién fue pero, de repente, estaba con unas manos impidiendo que pudiera cerrarlas mientras otras no dejaban de acariciarme, masturbarme y engolosinarme. Me tocaban todo el cuerpo, me lamían entera. La sensación de tener dos lenguas sobre mi piel me excitaba muchísimo. La certeza de tener cuatro manos sobre mi cuerpo me volvía loca. Repasaban cada hueco, lamían cada centímetro, besaban por todos lados. Fue Marcos el que me invitó a ponerme a cuatro patas para penetrarme. Cuando noté su polla dentro me encantó… Estaba dura, era grande, entraba hasta el fondo. En esa postura, Alejandro se colocó de tal manera que pudo lamerme el clítoris al tiempo. Me follaban, me lamían, me lo hacían todo. Aquello me volvió loca…Jamás había sentido tanto placer al mismo tiempo. Me corrí… Dejaron que me corriera la primera. Quisieron que disfrutara sin dar nada a cambio. Lo que pasó es que, con el subidón del orgasmo, yo quería más. Y tenía dos pollas para mí. Empecé a comérsela a Alejandro mientras con la mano masturbaba a Marcos. La polla de Alejandro era manejable, pétrea, dura como una piedra que se amoldaba perfecta a mi boca. La lamía y la chupaba con muchas ganas. Me habían puesto muy cachonda y quería hacerlo todo. Con las manos ambos me acariciaban, Alejandro empeñado en mis tetas, Marcos encandilado con mis coño. Cuatro manos. Cuatro… La polla de ALejandro se dejaba hacer. Me la metía en la boca para repasarla con la lengua desde los huevos hasta el glande, acariciándole en el perineo, cogiéndole de los huevos. Lamí sus testículos con sumo cuidado sin dejar de meneártela a Marcos. Alejandro gemía de placer, Marcos farfullaba palabros que no entendíamos bien. Lo estábamos pasando divino. Noté en mi boca cómo la polla de Alejandro se hinchaba al máximo y cómo dentro de ella se activaba la excitación. Sabía que estaba a punto de correrse y no pensaba parar bajo ningún concepto. Entera en la boca, lamiendo, chupando, subiendo y bajando a la vez para que no se perdiera nada. Seguía ambas masturbaciones con ambas manos para no hacerles daño, siguiendo un ritmo que les gustara a los dos. Alejandro fue el primero en correrse y lo hizo dentro de mi boca. Lo miré solo para ver cómo cerraba los ojos del placer y echaba para atrás la cabeza al tiempo que exhalaba un suspiro de placer. Me lo tragué y empecé a lamer la otra polla, la más grande. También me cabía entera, también la lamí despacio, también la guarreé. Alejandro se recuperó en poco tiempo y quiso penetrarme mientras yo se la chupaba a su amigo, así que me coloqué de nuevo a cuatro patas para que pudiéramos hacerlo. Yo seguía con la polla de MArcos en la boca, lamiéndola de arriba abajo, agarrándole los huevos para metérmelos en la boca y pasarles la lengua entera. Quería aquellas dos pollas conmigo y las tenía ambas. Alejandro follaba con más ahínco que MArcos, como poniendo más fuerza para compensar el tamaño menor. Me enganchaba de las caderas para poder aferrarme y empotrarme. Marcos estaba a punto de correrse cuando se apartó. — Quiero follarte a la vez. La carcajada se debió escuchar en todo el pueblo. — ¿Cómo? — Pregunté. — Así— dijo Marcos con un bote de lubricante en la mano. Me untó el gel por todo el ano, haciéndome cucadas con los dedos en el agujero. Alejandro no dejaba de tocarme, de besarme, mientras su amigo procedía. Alejandro se tumbó en el suelo y yo me puse encima a seguir follándomelo. Estaba con las piernas a ambos lados de su cuerpo, para notarlo bien. Marcos me untaba más y más lubricante hasta que me pidió que hincara las rodillas en el suelo. Alejandro seguía abajo y, entonces, Marcos conminó a su amigo para que se quitara y nos pusiéramos de pie.— Yo por delante que la tengo más grande. Tú por detrás para que se lo pase bien. Marcos me agarraba una pierna para que su polla entrara mejor y Alejandro se untó la polla con más lubricante y entró también. AhhhhhhhDoble penetración.. Eso no sabía que podría… Besaba a Marcos que me follaba, miraba a Alejandro que me enculaba, me partía en dos entre aquellos dos que me perforaban, que me hacían y deshacían… Me corrí antes por Alejandro que por Marcos pero el primero me sostuvo para que aguantara cuando me desbordé y consiguiera llegar al siguiente por el otro. MArcos seguía aun cuando ALejandro ya había salido de mí. A cambio siguió tocándome toda entera para que no me perdiera. Y se centró en mi clítoris, que masajeó por los dedos por el excaso hueco que dejaba su amigo. Yo apuntaba con mi coño para que alcanzara bien. Sentir la polla de uno y los dedos del otro me llevó al culmen de lo que pudiera sentir… Me corrí. Me corrí con ellos dos. Los sentí. Los tuve dentro a la vez. MI orgasmo fue apasionante. Brutal. Magnífico. Los tres estábamos agotados, empapados en sudor. Alejandro fue el primero en meterse en la ducha y lo seguimos los otros dos. Los 3 cabíamos a duras penas en aquella ridícula bañera pero nos metimos juntos. Reíamos, nos besábamos, nos tocábamos y nos aseamos mutuamente como si fuéramos gatitos que se acicalan mutuamente. Fue la mejor ducha de toda mi vida. Con dos hombres apasionantes y apasionados a los que, sí, me había follado. Me vestí sin ninguna prisa, con una sonrisa en la cara. Los besé a ambos con un largo beso. De esos que cuidas porque los disfrutas. — Chicos, ha sido un placer. De verdad. Nunca me quedo a dormir con mis amantes. Para mí eso supone un paso más. No quería dormir con ellos, quería irme a casa y ser feliz con lo que había sucedido. Abandoné la Casa Relicario muy contenta. Pensando que el fallecido, si estaba en esencia en la casa, habría disfrutado con nuestro polvo. Sabiendo que aquellos dos se irían en unos días pero segura de que volveríamos a vernos antes de su partida. Y ¿quién sabe? Lo mismo amplían su visita al Cabo, ahora, que saben que también hay mambo.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE19 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco (@Latanace) - ¡¡NOS PILLARON!!¡¡NOS PILLARON!!(de cómo la Policía amargó una follada mítica) La cena era mitad de placer, mitad de trabajo, pero no lo hice aposta. Yo había quedado con un ex amante con el que ya no me acostaba. Nos gustábamos, pero yo no lo deseaba. Sabía que yo lo volvía loco, pero él a mí no. Me encantaba para un rato pero no quería una relación. Y no estaba segura de que él no la quisiera. No era de mucho sentimentalismo. Y yo soy pesada con el tema todo el rato. El caso es que nada más pedir el sashimi y los niguiri alguien habló con voz alta y firme: Era el megaproductor del telediario. El que más sabe de todo eso. Mi ex amante, más educado de lo necesario, lo invitó a cenar con nosotros cuando vio que nos fundíamos en un honesto y sincero abrazo. Lo que zanjó toda posibilidad de que en la cena volviésemos a seducirnos. Estábamos con las risas, con los recuerdos de coberturas periodísticas vividas. Desde Juegos Olímpicos a coronación de su majestad. Ser los mejores en lo suyo. Triunfadores, ambos. Los periodistas somos endogámicos y pesados. De lo que más nos gusta hablar es de nuestro trabajo y de nosotros mismos. Narcisismo, cuando se sale de madre. Orgullo, la mayoría. Hablábamos de lo que más nos gusta salpicado de todo el sexo que mi presencia aporta, cuando vibró mi teléfono. Desde que tomo medicación intento no tener ruidos estridentes en casa. Todo vibra. Todo. Entonces, me llamó. Me llamó el cabrón. Me llamó un productor con el que trabajé hace milenios y al que no dejo de hacerle ojitos en cuanto nos cruzamos. Me llamó el productor de mi vida. Yo no sé ustedes, pero para mí la figura más indispensable es la de productora. Amaré sobre todas las cosas a MH, mi primera productora, recordaré a Jesús y Mónica toda mi vida. Y me alegraré de lo bien que le pueda ir a un buen puñado de conseguidoras. Porque eso es la productora o productor. Quien te consigue todo. — Sé que estás en Madrid. Quiero verte. ¿Dónde? Seguro que muchas otras habrían esquivado la ondonada. Yo no sé. Rogelio es de los que te gustan, por eso mejor lejos. Rogelio es tu amante. El que, en cuanto te ve, lo único que quiere es follarte. Le di las coordenadas exactas. Me moría por verlo. Llegó y acaparó toda la atención. Como siempre. Primero por su físico. Imponente espalda, para variar… Los ingredientes justos para que a mí me gustara y me dejara conquistar cada vez que nos veíamos. Yo soy el caramelito que se toma de vez en cuando y, aunque me ha costado, no necesito más. Claro que me volví loca por él, claro que quise ser su esposa, claro que muero por verlo todos los días pero nos separan 600 km, es un hombre felizmente casado y, así de lejos, soy lo más divertido de su vida. Con verlo cada dos meses me vale. Nos pillamos con ganas. Estaba en Madrid. Mira tú qué suerte. Recién llegado del norte, había comido bien, había hecho ejercicio, habría follado con absoluta seguridad porque este señor folla SEGURO, pero estaba allí, a mi lado. Acompañándome en mi exhibición. Yo, hablando, con un importante productor, un ex amante, estrella de una televisión canadiense… y un amante intermitente de esos que gustan. Y en aquella mesa había tres pedazo de tíos. Educadísimos. De los que puedes hablar de todo porque son feministas, no solo no votan a la derecha. Que machistas de izquierdas, tengo una hermosa lista. El japonés era muy cuqui. Pero no tan bueno como mi favorito, el Musashi, en la calle de las Conchas, El caso es que los caballeros pagaron, yo no, pero no por una cuestión de caballerosidad, sino por una cuestión de principios. Ellos ganan pasta. Yo sobrevivo. Y al salir, el canadiense, me preguntó: Do you want a cup of wine? L live in this street. Lo miré. Lo miré y lo besé en los labios. Quiero a ese hombre, no saben cuánto lo quiero. Desde 2014 sin acostarnos…— No, sorry. Ni al megaproductor de televisión ni a la estrella canadiense les metí mano. Al productor más mindundi de aquella mesa, se la metí en cuanto se sentó a mi lado. Se sentó para eso. Y la tenía dura. El caso es que nos despedimos y dispersamos, cada uno para su refugio, cosa que en mi caso se transformó en agarrar la M-30, ¡Mierda! ¡En obras!Hacia Ciudad Universitaria. Pensé inmediatamente en el parking de Ciencias de la Información. Mítico. Yo solo me enrollé con 3 en la carrera: Luis, Mario, Víctor con quien no follé. Y Rafa, que era mi novio pero no era de la facultad. En mi súper cinco rojo. Hasta sobre eso he follado en ese parking. “Hace años que tiene barreras”. Dijo él. Así que empezó a callejear con la nave espacial, mientras metía su mano derecha en mi braga… Empezó por rodear el clítoris, por intentar meter los dedos pero no poder. — Levanta el culo, repitió en dos ocasiones. Y yo ponía los pies, descalzos, sobre el salpicadero, abriéndome de piernas para que trajinara. Que me tocara. Que me pusiera tan cachonda como para que yo quisiera chupársela mientras conduce. En realidad ya no lo hago. No quiero morir en un accidente y creo que me sale especialmente bien. Metía los dedos. Uno, dos, tres. Hasta el pulgar albergué entre mis labios… Me gusta cómo me toca. Me gusta mucho. Por eso abro las piernas conforme aparece, para que entre. Y sus besos. Sus besos también. Pero conduciendo no puede besarme porque tiene que estar atento a la carretera. Quería llegar donde fuera, pero quería llegar. Parking de los colegios mayores. Nave espacial rodeada de Nissan, Peugeot y utilitarios de universitario. Sobresalía por delante y por detrás en la plaza en la que lo acomodó. Y nos fuimos a los asientos de atrás, él sentado, yo cabalgándolo. Lo follaba yo meciéndome al ritmo que marcaba él con las manos sobre mis caderas. Ahí, ahí, ahí dentro. Mi clítoris se restregaba contra su baja barriga. Seguía tocándome, tocándome entre las piernas, acariciándome el coño, haciendo que yo me derritiera. Tocaba yo misma; estaba empapada, se lo restregaba por el pecho. Oía como chapoteaba… Me gusta este tipo, no lo puedo remediar. Me gusta follar con él. En la postura que estábamos, si hubiera estado con mi ex, me habría destrozado, pero su polla entra sin problema. No puedo evitar pensar en mi vida pasada. Necesito darme cuenta de todo lo que me he librado, de lo bien que me ha venido, de lo bonito que es cuando estoy sola. Y él lo decora alrededor para que no importe que no me la saque por la boca… He de reconocer que aquel hombre, al que llevaba unos cuantos meses follándome, consiguió que no quisiera más polla misiles. El sexo con él era tan divertido que no necesitaba que me partiera en dos, sino que me acompañara. Me hizo reír desde el primer polvo, dándome aquellos besos. No recordaba a nadie que besara tan bien. Qué importantes son los besos, qué bién besa este hombre. Tanto como para que no quiera dejar de hacerlo mientras estoy con él. Y de repente saltó la alarma. MEEEEC MEEEEC MEEEEEC. No era una alarma cualquiera. Aquello parecía la alarma del ZARA. La nave espacial gritaba y se iluminaba como si los extraterrestres hubieran bajado a iluminarnos con su presencia. — ¡La llave! ¿Dónde está la llave? Gritó mi hombre. Y yo solo pude levantarme para que comprobara que no estaba bajo mi culo. Salí del coche desnuda mientras las luces iluminaban mi contorno. Unos tres o cuatro minutos después las llaves aparecieron y callamos al monstruo.. — Qué discreta nave espacial. Casi nadie se da cuenta del raca que tienes. Raca es coche. No recuerdo de dónde viene, pero viví con un malasañero bastante callejero que lo usaba mucho. El dueño de la nave espacial no sabía bien lo que le había dicho; su bendito coche era perfecto para todo lo que él quisiera. Hasta follarme a mí. Seguimos. Volví a ponerme encima y seguí restregándome. Me gustaba por el restregón, pero no estaba tan cachonda como para correrme y me apetecía guarrear. Yo lo que quería era chuparle la polla. Reconozco que me siento poderosa cuando la chupo. Me gusta mucho. Metérmela en la boca, lamerla, saber que le encanta que me quepa entera y que la rodee con la lengua. Que vuelva a metérmela de nuevo. Otra vez. A veces, pienso en el sumiso para quien el sumun del placer es chupar pollas de señores que se le corran encima… Me cae tan bien mi sumiso por reconocerme todo esto… Aprendo más del placer, lo quiero saber todo. Si mis amantes me contaran más cosas de cómo les gusta hacerlo conmigo, yo perfeccionaría todas las técnicas, pero aún no he encontrado amante capaz de seguirme el ritmo de intimidad.. Siempre dejan de mirarme a la cara y cambian de tema. El caso es que yo se la chupaba. Prestando atención a sus gemidos, sabiendo que si me la meto entera le gusta más, si la cupo con gusto lo derrito y le encanta que la amarre y guíe la bocanada… de polla… que tengo. Me gusta chuparte la polla, productor. Me gusta mucho. De repente vi una luz muy diminuta moviéndose mucho… Y unas voces. Yo con la polla de, aquí, mi primo en la boca y unos focos minúsculos iluminándome. — ¡Están dos follando!Era la voz de un hombre que rodeaba la nave espacial enfocando hacia nuestros cuerpos desnudos. —¡Dos follando!— Corroboró el compañero en cuanto apareció. El productor abrió la puerta y preguntó. — Nos vamos, ¿no? — ¡No!— Gritó el policía— Pero cierra el coche, chaval… ¡Creíamos que era un coche robado!Y abandonado junto a los coches de los estudiantes que, desde sus cuartos debieron disfrutar de lo lindo del numerito. Me vieron a mí desnuda, a él, acercarse a la policía… La alarma habría puesto en alerta a toda la chavalería… Y, espero, grabaran el acontecimiento, para poder pasarme las imágenes… Este señor y yo solo somos amantes pero en cuanto nos vemos, nos liamos, nos reímos mucho, nos contamos las epicidades y nos besamos. Nos besamos mucho. No quiero ser nada más porque ya lo soy todo en cuanto estoy con él. Y lo de la exclusividad, discúlpenme, me parece una imbecilidad. Yo quiero que me comparen todo el rato.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE18 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco (@Latanace) - MI PRIMER INTERCAMBIO DE PAREJASLa llamada me desconcertó. Era muy raro que aquel excompañero de la tele me llamara, un martes, a las 9 de la noche. Quería ir a mi casa a verme. Estaba investigando un caso y me necesitaba. — Claro, ven— Le dije. Cinco minutos después, estábamos en el salón, cada uno con una cerveza. —Necesito que me ayudes con esto. Necesito una mujer y tú eres la única que puede hacerlo. Ángel, llamémoslo así, era uno de los que más casos periodísticos había destapado. A mí me encantaba que conociera a tanta gente, que se moviera tan bien por los subterfugios y que pareciera que nunca tuviera miedo. Era el reportero que muchos aspiramos ser. Así que escuché con atención: Llevaba meses detrás de la pista de Antonio Anglés, aquel malnacido que huyó de la justicia después del asesinato de las niñas de Alcaçer. Según me dijo, lo había localizado trabajando en un local de intercambio de parejas. Y quería que fuéramos. Al principio no daba crédito.”¿Tú yo? ¿A un local de intercambio de parejas?”. Sí, me dijo. Vamos, vemos si es él y si es… La poli entra a saco. Según me contó, en el piso de enfrente habría dos policías nacionales para entrar en cuanto diéramos la voz de alarma. Y para allá que nos fuimos. ¿Algo difícil, peligroso y salvaje? ¡Me gusta!El local era uno de los de toda la vida, al lado del Pirulí, Torrespaña para los profanos, justo antes de entrar, señaló un piso en el que, efectivamente, alguien miraba con asiduidad hacia fuera. Ahí estaban los policías. Yo no había ido jamás a un lugar así, así que hice todo lo que me dijeron. Me desnudé completamente, dejé la ropa en una taquilla y entré en el garito. El lugar era muy curioso. Tenía varias piscinas de poco fondo donde las parejas se hacían arrumacos. Por todos sitios había muebles para fornicar: sofás, camas, sillones ergonómicos de ondas… un paraíso para el sexo. Por todas partes había hombres y mujeres, unos en albornoz y otros desnudos. Yo nunca he sido muy pudorosa, así que, en cuanto entré me quité el albornoz y me metí en una de las piscinas para ver con claridad a todo el mundo y no ser yo el centro de atención. Ángel se metió conmigo. A nuestro lado, un hombre y una mujer se metían mano, besaban e intentaban, infructuosamente, lo de follar en el agua. A mí me entró la risa y apunté que jamás había conseguido ese gran hito de hacer de la piscina una buena cama. Ángel me dijo que él alguna vez había conseguido algo, pero poco más que sobar mucho e intentarlo. Al minuto, dos mujeres se metieron también en la piscina. La verdad es que era muy excitante ver tantos cuerpos desnudos fornicando. Hombres con mujeres, mujeres con mujeres, hombres con hombres… Había una mujer trans especialmente bella que a mí me encantó nada más verla. De Anglés, ni rastro. Por más que miramos, por más que buscamos, saliendo de vez en cuando de la piscina y dándonos una vuelta, nada. Los camareros no se le parecían ni de lejos. Y los clientes, menos. — Oye, este no está aquí— Le dije al rato a Ángel. — Bueno, espera. Era un buen soplo. De vez en cuando, Ángel y yo nos mirábamos y nos sonreíamos. Hacíamos bromas, nos tocábamos al hablar y dejamos que el ambiente sexual impregnara nuestro ser. Yo, estaba cachonda, lo reconozco. Y él… él solo estaba esperando a que yo claudicara. En el borde de la piscina, los dos muy juntos, Ángel me miraba, se sonreía y me acariciaba la espalda, los brazos, la cara… Yo iba relajándome poco a poco hasta que me dejé, simplemente, me dejé. Ángel me besó, me agarró por la cintura y me pegó a él. Pude comprobar el estado de erección que tenía y, reconozco, me sentí orgullosa. Estaba muy a gusto, mucho más de lo que imaginaba. Que Ángel me agradaba, incluso que me gustaba, era evidente, pero no pensé que pudiéramos liarnos y menos liarnos en un local de intercambio de parejas. En el agua, las manos de Ángel no dejaban de trajinar en mi cuerpo. Me abrazaba, me besaba, me tocaba las tetas, la vulva, las piernas, la cara.. Me tocaba entera por todos sitios. Yo iba relajándome poco a poco y dejándome hacer, sabiendo que follar en el agua no podríamos, pero aprovechando la oportunidad del placer. Así, me agarró de la mano y me sacó de la piscinita para llevarme a uno de los divanes que había al lado, donde me tumbó. — Quiero follarte, Tana. Lo miré, sonreí y lo besé. Hacerlo fue seguir con lo empezado. Ángel no dejaba de besarme, no paraba de tocarme, insistía en que todo pasara como queríamos. Empezó besándome las tetas, amarrándolas con las dos manos, guareciéndolas en ellas. Se entretuvo con los pezones, agarrándolos con los dedos, pellizcándomelos mientras me mordía el cuello. Mi respiración se entrecortaba. Nos miraban. Me gustaba. Nos veían. Me ponía cachonda. Bajó una de sus manos y la metió entre mis piernas, haciendo monerías con los dedos, como si repicara sobre una mesa pero sobre mi vulva. Lo que más me gustaba es que no dejaba de besarme por nada del mundo, de lamerme, de morderme flojito, de que su boca estuviera en mi cuerpo y de que mi cuerpo la sintiera. Entonces, bajó. Bajó despacio. Entreteniéndose desde el cuello, parando en los pechos que lamió y mordisqueó, siguiendo por la tripa, por mi ombligo hasta El Monte de Venus donde se entretuvo besuqueándome el vello. Hasta que llegó. Con la lengua separó mis labios, haciendo que al pasar por el clítoris ya me sobrecogiera. Abrió mejor con los dedos y se esmeró. Lamiendo bien, a un ritmo bueno, certero, contundente. Acelerando conforme yo respondía con todo el cuerpo. Besando con los labios el clítoris, soplándolo después de muchos besitos para que se apaciguara el calentón. Metió los dedos en mi agujero y se pegó más a mí. Para que no hubiera hueco. Para que estuviera del todo dentro. Yo, literalmente, chorreaba…Los dedos entraban y salían al tiempo que él repasaba con la lengua mi clítoris, los labios. Puso una de sus manos bajo mi culo para alzarlo y llegar al ano y ahí… Ahí se esmeró. Notar la lengua en mi parte de atrás me partió en dos. Repasaba los bordes, entraba, volvía a repasar, tocaba, metía los dedos en el coño, volvía al clítoris. Me corrí. Me corrí como me corro yo. Grité. Grité como grito cuando me parto en dos. Una pareja que estaba al lado nos sonrió y animó. Y entonces, llegó ella. Ella era la mujer trans que habíamos visto antes. Se puso al lado, con una sonrisa inmensa y preguntó con voz dulce: “¿Puedo?” Yo no sabía qué quería poder hacer pero fuera lo que fuera quería que lo hiciera. “Sí” admití con la cabeza. “Sí” admitió él de viva voz. Era preciosa. Muy morena, tanto de piel como de pelo. Los ojos de un negro embaucador. Los labios muy gruesos. Los pechos operados pero no excesivamente grandes. El óvalo de la cara cuadrado, con una mandíbula marcada que le daba un toque divino. Me gustan las facciones adustas, las líneas firmes, los ángulos. Y ella reunía todas las características para ser deseada. La deseé en ese instante. La mujer empezó tocándome a mí, besándome mientras Ángel me penetraba aprovechando mi humedad después del orgasmo. Con las manos tocaba mis tetas, me acariciaba, tener a Ángel dentro y a la hermosa mujer regalándome caricias me excitó aún más. Yo busqué con la mano la polla de la mujer, una polla grande, delgada, completamente erecta que masajeé y masturbé con gusto. Sentir la polla de Ángel dentro y la de la mujer cerca me pareció una delicia, siempre quise un trío con dos pollas y lo estaba teniendo. Aquello era lo más bonito que me había pasado en una cama toda mi vida. Ángel me puso a cuatro patas para seguir penetrándome. Me gustó más porque lo sentía más y permitió que la mujer se pusiera a mi cabeza para que yo tambien la alcanzara a ella. Empecé a chupar su polla al tiempo que me follaban. Completamente depilada, parecía aún más grande. Tenía dos vergas centradas en mí. Acariciaba el cuerpo de la mujer, de una piel suave, firme, tersa. La cogía de las caderas, apoyando los codos en la cama, para acercarla a mi boca. Ponía especial cuidado en que sintiera mis labios, mi lengua, que se diera cuenta de que lo estaba disfrutando tanto como ella. Antes de correrse, me apartó pero dejó que el semen cayera sobre mí. Me salpicó en el cuello y el pecho. Ángel aceleró. Ella lamió su propio semen sobre mi cuerpo, Ángel también salió antes de correrse para esparcir su semen sobre mi espalda al tiempo que emitía un gemido de placer ronco. Yo me sentía la reina de los mares. Los tres nos miramos y nos sonreímos. Estábamos plenamente satisfechos con el acto. La mujer me besó en los labios y Ángel la besó, después, a ella. Yo estaba encandilada con aquel bellezón que se había unido a nosotros y no quería que se fuera, así que se lo dije: “No te vayas, por favor”. La morena sonrió abiertamente, cogió mis manos y las puso sobre sus pechos. Ángel empezó a tocarle el culo, a besarla por la espalda, ahora le tocaba a ella. Con un gesto, me dijo que volviera a la posición del perrito y, sin dudarlo, me puse. Su polla entró con facilidad, como si la hubiera estado esperando desde siempre. Me encantaba sentirla dentro y miraba para atrás y veía su preciosa cara y más me gustaba. (AHHH)Ángel se puso detrás de ella para acariciarla, tocarle las tetas, besarle la espalda, el culo. La polla de Ángel empezó a ponerse otra vez dura y, no sé cómo, pero con ella penetrándome, entró dentro de su culo. Ambos seguían la coreografía para que fuera como si ambos me follaran a mí. Era la coreografía perfecta de tres personas amándose. La mujer tocaba mis tetas, acariciaba mi espalda, acariciaba mi ano e introducía tenuemente algún la yema de sus dedos en el agujero. Yo me derretía con aquellos mimos. Entonces Ángel salió de ella y puso su cabeza sobre la cama, debajo de mí para alcanzar mi clítoris mientras seguíamos follando. Sentir su lengua al tiempo que sentía la polla de ella me maravilló. AHHHHHHHHHMe corrí. Me corrí como una perra. Me corrí coo no recordaba haberme corrido nunca. Me corrí. Los tres quedamos sobre la cama en un jaleo de brazos y piernas. — No venís mucho por aquí, dijo ella. — No, contestó Ángel, es nuestra primera vez. — Pues espero veros de vez en cuando. La mujer nos besó a ambos y se fue. Ángel y yo nos quedamos un momento abrazados, como asimilando lo ocurrido. — Como Anglés esté aquí, estamos listos. Le dije a mi compañero para que recordáramos a lo que habíamos ido. Ángel soltó una carcajada y me dijo: “Vamos a mirar bien”. Repasamos cada sala del garito, cada rincón. Y Antonio Anglés no aparecía. Después de un rato ambos teníamos ganas de salir, así que volvimos a los vestuarios a por nuestra ropa y salimos del local. — ¿Y ahora qué? Pregunté. — Ahora a casa. A disfrutar de lo que ha pasado. No hemos encontrado al malo, pero nos hemos encontrado a nosotros. Durante un tiempo, Ángel estuvo informándome de sus descubrimientos sobre el asesino de las niñas de Alcasser hasta que otro tema de otros malos lo alejó del tema. Yo me sentía orgullosa con lo que había pasado. Había disfrutado muchísimo y había hecho del sexo una deliciosa experiencia. Nunca más volví a un local de intercambio, Ángel no me lo propuso y yo no estuve con nadie que estuviera interesado en el tema. Seguimos nuestras vidas de reporteros de televisión, él en una cadena y yo en otra. A veces, nos mandábamos Whatsapp recordando el episodio, pero nunca más nos planteamos volver. Con El Paso de los años yo, cada vez estoy más convencida de que Ángel se inventó lo de Anglés para ir conmigo al local de intercambio de parejas. Y no me pareció mal, al contrario, me pareció la mejor de las estrategias. Me pareció que Ángel era uno de los hombres más originales para intentar ser mi amante y jamás le dije que no creía su historieta. Han pasado muchos años de aquello y yo he dejado de tener contacto con Ángel. Muchas veces me acuerdo de ella. De su piel. De su pelo negro. De su piel bronceada. De sus tetas perfectas y su polla grandiosa. Y pienso que debería volver al local para buscarla, pero no me atrevo. ¿Quién sabe? Lo mismo un día me animo y le recuerdo todo lo que hizo por mí una noche que yo me creí que encontraría al villano. Lo mismo hasta la conquisto.
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE17 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco - Follar con el CanadienseEL CANADIENSE: amante durante 20 años por unos botones. Admito tener el síndrome Sandra Bullock. Ese que hace que no te creas que te pueda pasar lo que le pasa a ella en sus películas. Lo tengo. Muy arraigado. No concibo que mi vida se reduzca a la aparición de ese hombre que conocí un día y no pude olvidar. Pero me pasan. En el año 98, no lo recordarán ninguno de ustedes, fueron los JJOO de Nagano, Japón. Yo fui a los Paralímpicos, inmediatamente después, mes casi de marzo, allí estuve más de dos semanas para mandar a TVE mi crónica diaria. A él lo conocí el primer día, el día que nos tuvimos que acreditar. Subía en el ascensor de mi hotel cuando él metió la pierna para entrar. Se colocó frente a mí, me sonrió y cogió con su mano la acreditación que me colgaba del cuello para saber de dónde era. — ¡Spain! Fantastic. I was in Barcelona 92. It was marvellous. Yo contesté educada, pregunté de dónde era él y me gustó que me dijera que era canadiense, porque siempre los he imaginado más educados, tolerantes y apacibles que el resto de norteamericanos. Hablamos el escaso minuto y medio que tardó el ascensor en subir a mi planta, la 14, nos despedimos y seguimos con nuestras cosas de reporteros de televisión. Aquel hombre era la estrella de una cadena deportiva canadiense. Había pasado los Juegos Olímpicos y ahora estaba en los paralímpicos. Y yo acababa de llegar de Madrid para cubrir, con solo dos cámaras todas las competiciones. Mi preocupación era cómo llegar a todo. Y el canadiense tuvo la solución. A la mañana siguiente de conocernos coincidimos en el desayuno. Yo, con mis dos cámaras y él con todo su equipazo de ocho personas. Cuando me vio, lo tuvo claro: nos repartiríamos el trabajo. Él al esquí de fondo, yo al alpino. Yo grabaría a los canadienses, él a los españoles, en cuanto regresásemos, repicaríamos las imágenes y ambos las tendríamos. Era un plan perfecto que cumplimos todos los días que duraron las pruebas. Por la tarde, noche, nos veíamos en el cuarto que tenían habilitado para montar los vídeos. 1998, entonces, aún grabábamos en soporte analógico. Había que regrabar las imágenes para duplicarlas y así, tener ambos a los deportistas de nuestros respectivos países. Esas noches, dieron para que tonteáramos tanto como para que pasados cuatro días, el canadiense dijera de salir juntos esa noche. Y yo dije que sí. Fuimos a un restaurante mongol a contarnos la vida. El primer beso nos lo dimos en un bar de Nagano, uno diminuto en el que solo había una barra, un señor con chaquetilla detrás de ella y otro, muy elegante en un extremo de la misma. Entramos porque era de lo poco que vimos abierto y solo queríamos tomar una copa después de la cena. Allí, en un ataque de risa hablando de no sé qué, el canadiense se me quedó mirando y, simplemente, me besó. Era más alto que yo. Muy guapo. Con los ojos de un verde precioso, el pelo castaño casi rubio y torcía la boca para hacer un gesto de gracia que a mí me encantó. Besarlo fue precioso, lo alargó mucho, cogiéndome del cuello y acercándome a él, con cuidado… me trataba con mucho cariño. Me decía cosas divertidas y bonitas. Me besaba después de cada frase repitiéndome todo el rato que era fantástico haberme conocido.Yo me lo creí. Justo entonces, el señor que estaba al otro lado de la barra, se acercó. Empezó a hablar con el canadiense en inglés. Pero hablaban de mí. Así que me dirigí al japonés trajeado y le dije que, por favor, me lo contara a mí. Lo que me contó fue sublime: El señor me ofreció más de 1000€ al cambio por los botones de mi camisa. Sí. Quería mis botones. Fue educadísimo, dijo que no quería nada más y que, por favor, lo hiciera con toda la comodidad. La camisa, una de las rebajas, tenía solo tres botones. Tres. Tamaño medio y con presilla, no con agujeros. Eran negros, como la camisa y, el señor, los quería. El canadiense se molestó y trató de mediar diciéndole al caballero que no me importunara con esas cosas, a lo que yo contesté: —-Yo a este señor, no lo voy a volver a ver en mi vida. Y, como le ponga precio a la gomilla de la braga, me la arranco con los dientes. ¡Cállate!El canadiense soltó una carcajada y me invitó a seguir con la historia mientras el japonés ponía los yenes encima de la mesa. Un fajo considerable, más de 145 mil yenes en billetes. Suspiré. Era mucho dinero para mí, malparada de productora con ganas de marcha. Pero con la disposición para hacer el negocio de mi vida. Uno a uno me arranqué los botones. Haciendo numerito, claro, pero dejando huella: —- Uno… Dos… ¡Tres!Los arranqué de cuajo para dejar que la camisa se abriera, que se me viera un poco el sujetador y atármela delante con un nudo. Los tres botones estaban encima de la mesa. La polla del japonés se puso gorda, lo noté bajo el traje. Fue algo inmediato. Mis tres botones pasaron a estar en una cajita de plata repleta de botones como los míos, todos negros, todos de presilla, de diferentes tamaños. “Domo Ari gato”, dijo el japonés, bajó la cabeza y se llevó mis botones, desapareciendo educadamente. EL CANADIENSE no daba crédito y yo me reía triunfante. ¡Vamos! Le dije después de darle un beso enorme y arrastrarlo fuera del garito. A partir de ahí ya todo siguió su curso. Nos fuimos al hotel, a su habitación, me desnudó con mucho cuidado, haciendo bromas sobre el japonés y preguntándose por qué querría mis botones. No parábamos de reír, lo que animaba a que sucediera todo lo que vino después. Al canadiense le gustaba mucho, yo lo notaba por cómo actuaba, con tanto cuidado y mimo. Me tumbó en la cama y acarició mi espalda, canturreaba una canción al tiempo y movía los dedos, alternándolo con besos, con arrumacos, con caricias… Aquello me pareció tan bonito…Metió su mano entre mis piernas y repasó por cada huequito. Apoyaba los dedos sobre el clítoris y empezaba a moverlos muy despacio mientras me besaba en la boca, en la cara, en el cuello. Poco a poco yo iba derritiéndome. Movía y movía, se chupaba los dedos y volvía otra vez. Pasaba por el clítoris, metía los dedos, los meneaba dentro y fuera, los sacaba, seguía con el clítoris. Yo estaba a punto de correrme cuando decidió seguir con la lengua. El cambio me sorprendió pero fue el culmen de mi excitación. Sentir la lengua supuso el placer más absoluto después de todo lo anterior. . Abría mis piernas con las manos y lamía mi bendito coño que ya estaba muy húmedo. Lametazos de verdad, empeñados en hacer de mi almendra una nuez. Lametazos de deseo que alternó con los dedos dentro de mí. Los colocó de tal manera acariciando mi pared interior, doblándolos una vez dentro para raspar en el punto exacto en el que yo me licué. Esa sensación, ese placer de que están dentro y tocan justo ahí, ahí, ahí……Me deshice por completo. Aquello me animó a mí. Hizo que me pusiera a cuatro patas para chupársela. Tenía el vello muy claro, más que cualquier otro con el que hubiera estado. La agarré y me la metí en la boca. Quería saber como sabía la polla del canadiense y me supo a gloria. Lamí aquella verga con esmero, pasando la lengua por todo el falo, hasta el capullo, que me lo metía en la boca y con la lengua lo arropaba, lo besaba, lo lamía, lo comía con ganas. Con la mano le acariciaba los huevos, poniéndomelos como en bandeja y moviendo los dedos haciéndole cosquillas, llegando a su perineo, acariciando su ano y notando cuánto le gustaba. Más dentro de la boca. Más saliva encima. Más lametazos. Más… más… más… El canadiense se corrió, prácticamente, en mi cara lo que nos sorprendió a ambos y provocó nuestras risas. Sin quitarme la lefa me colocó de tal manera que pudo entrar limpiamente dentro. Sentirlo fue… gozoso.Yo seguía a cuatro patas, él detrás envainándomela, agarrándome de las tetas, mordiéndome en el cuello. Diciéndome que era preciosa y demostrándolo con sus empujones. Follar con el canadiense fue impresionante. Me sentí alguien importante estando en la cama con la estrella de la televisión. Yo no lo conocía de nada más que porque me había encantado y tenía la suerte de habérmelo ligado. Ahí estábamos, desnudos, teniendo sexo. Seguimos acostándonos todas las noches que pudimos. Seguimos queriéndonos como si quisiéramos hacerlo. Hasta que volvieron a separarnos otros 6000 kilómetros y nos olvidamos el uno del otro. O no. Porque dos años después fue el Campeonato del Mundo de Atletismo en Sevilla y el Canadiense vino. Y allí estaba yo, en Sevilla, en verano,, por un campeonato del Mundo que me daba lo mismo pero al que había venido el canadiense. La noche por la ciudad fue deliciosa, cenando y contándonos cómo lo habíamos pasado. Volver a vernos fue precioso y placentero. La habitación de este hotel tenía mucha más luz que la de Nagano. La cama era también más grande y nosotros la disfrutamos. El canadiense gustaba de jugar con mi espalda, acariciándola, comprobando mis reacciones a sus cosquillas. Le gustaba usar la boca y la usaba todo el rato. Yo cogía su cabeza con mis manos cuando me miraba y lo besaba, a lo que él respondía metiéndome mano. Me gustaba que me tocara. Pasaba sus manos por mi vulva hasta encabritarla, tocaba primero despacio para luego acelerar y llevarme hasta casi el orgasmo. Y parar. Parar para cambiar. Para follarme o comérmelo. Jugar a desesperarme para después satisfacerme más. Pasa la lengua, repasa con ella, pasa la lengua y enciende mi clítoris. Pasa la lengua, repasa con ella, pasa la lengua hasta partirme en dos. Pasa la lengua, repasa con ella. Las dos veces que Madrid optó a los Juegos Olímpicos, el canadiense vino a España. Las dos veces nos acostamos en su hotel. Así fueron pasando los años hasta llegar a 2018, cuando recibí aquel mail que me desconcertó. El canadiense se había venido a vivir a Madrid. Y quería verme. Yo, ya lo he dicho, tengo el síndrome de Sandra Bullock y nunca pensé que el tipo en el que tanto pensaba, que tanto recordaba y tan guapo pudiese presentarse en Madrid y decirme “estoy aquí, también por ti”. Desde entonces nos vemos. Yo no quise ser ni su novia ni su mujer porque, en el 2018, amaba a otro. Y, aunque yo sea infiel, tengo la capacidad de querer a una persona por encima del resto y, aunque no lo merecía yo amaba a aquel. Ahora, que no tengo pareja andamos tonteando lo que pueden tontear dos que viven en ciudades diferentes. Solo que preguntándonos…Y fíjense, qué curioso, no nos hemos vuelto a acostar. Y eso que recuerdo su lengua, sus dedos y su polla como de las mejores. Pero no. NO ha sucedido. Él sigue siendo el impecable canadiense que no quiere importunar y yo la dejada que no podría ahora con una relación estable. Pero sepan, también, que mientras escribía este post, sí, mientras lo escribía, el canadiense me ha llamado. Y la semana en Madrid es una preciosa excusa…
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  • Agradece a este podcast tantas horas de entretenimiento y disfruta de episodios exclusivos como éste. ¡Apóyale en iVoox! T01XE16 - Diario de una Amazona - Un Podcast de Celia Blanco - ¿Quieres probar el cuartito oscuro?No sé quién lo llamó “cuartito oscuro” pero esa es la mejor definición. Un lugar en el que estamos solo los que ponemos dinero por mantener eso que se llama MetaverxApp y que no es más que un lugar seguro. En el que pasa de todo. En el que de todo pasa. Hay un hombre que, algunas mañanas, va temprano a casa de otro. A chupársela no más. Llama al timbre, sube al tercero, aquel espera con un café con leche en la mano y la polla fuera del pantalón del pijama. Para que se la coma conforme entra. Se la mete en la boca, la lame, la chupa, hace que se corra dentro para tragárselo. Le gusta sentirse así. Sometido. Que el que se corre disfrute. Y él… Él que lo provoque. Tambiçen dice ue le gustaría servir a más de una. Ser su mamporrero. Estar cuando estén con otros y claudicar. Bajar a chuparles el clítoris mientras ellos las penenetran. Tocarlas. Lamer, dejar que el otro folle que el otro meta… pero estar estar en lengua. Estar en dedos, estar. Hay otra que tiene las tetas más grandes que he visto jamás y le encanta mandarnos fotos de ella en toda su plenitud. De su culo. De su reguero de lefa en la boca después de chupársela a Esposo. De lo bonita que fue a ver a su hijo… quien sabe que su madre es nudista y se pasea por el cortijo desnuda. “Y quien no quiera que no mire”. Tengo yo unas ganas locas de ir a su pueblo. No sé si a desnudarme pero a estar, que ya es mucho.Hay otro al que echo de menos, porque antes hablaba pero ahora calla. Y no sé si es porque sigue a caballo entre Lisboa y Miami o porque lo aburrí. Debería no interesarme en él, que tengo que dejarme de señores felizmente casados porque, justo, luego termino encaprichándome. Y nunca sale bien. A las pruebas me remito. Estaba enamorado de su mujer. Yo elijo siempre. Elijo. Y la elegí a ella. O ella me eligió a mí. Nos elegimos en #MiHecatombe . En realidad, que me dejaran por otra más joven y más guapa es lo mismo que le ha pasado a la gran mayoría. Que me chuleen ya forma parte de mi melodrama. Que yo resista y encima ligue forma parte de mis encantos. No ligo mucho. Ligaba más cuando estaba casada, eso es así. Ella me eligió a mí y empezó a cuidarme. Y a mí me extrañó porque no estoy acostumbrada. Porque aprendí a que me dieran hostias pero no a que me acariciaran. Son mujeres las que lo han hecho. Rosa, una. Esta, otra. Ella intentó ayudarme como fuera. Ofreciéndome dinero, ofreciéndome comida, casa. Ofreciéndome un hombro sobre el que llorar. Ofreciéndome casos periciales muy similares al dolor y machaque por el que me me hacen pasar. Contándome lo que decían de mí. Descojonándose por las nuevas etiquetas elegidas para autodefinirse, las que creé yo. Cuánta podredumbre y vulgaridad. Hay que ser poca cosa… Yo relumbro más solo por su simpleza. Por eso no tenemos relación, nos ignoramos y, por supuesto, jamás estará en un cuartito oscuro en el que podamos hablar de sexo… Porque para estar en cuartito oscuro no te tienes que sentir sucia cuando te metes una polla en la boca. Ni cuando te enculan. Ni cuando te follan en cuanto entran en la habitación del hotel, porque tendremos que aprovechar que son las siete de la tarde, no tengo clase y mis hijos tienen nada que hacer…Ser amante es una dedicación. Y hay que ser elegante. Las hay tan vulgares. Tan paletas de invernadero auqnue jamás hayan pisado uno. Aquella mujer me eligió y yo la elegí a ella. Porque chupábamos parecido. Ella y sus primas se vanagloriaban de ello. Yo lo sabía por los años con hombres. Yo creo que la chupo bien. Ya me dirás…No nos habíamos visto. En fotos y de lejos. Pero aquella noche mandó un primerísimo plano donde pude ver su cara impoluta, sin arrugas apenas, en paz. Qué difícil es eso. Estar en paz. Conozco a tan pocas personas que no estén con el rictus hierático de las vírgenes… Me he desprendido de tanta morralla sentimental… Igual que ya no me acuesto por cansinos, como cuando me acosté con aquel jugador Del Real Madrid tampoco pierdo el tiempo con amigas de medio pelo. De esas que solo les vale su versión de tus hechos. Tus hechos. Tu vida. Esas que viven mejor tu vida que tú, porque para eso son tan listas. Que te deje tu marido implica esto. Que dejes morralla sentimental. Que te olvides del paquete completo. Cuándo se acercan las fechas de los cumpleaños me acuerdo. A mí no me llaman desde hace años, no sufran. Pero esta otra que no conocía y ahora sí se acuerda de mí. Y yo de ella. En el cuartito oscuro contamos nuestra vida. Ella contó que tiene a toda la oficina pendiente; nos ha jodido. Si estuviera en mi círculo de acción yo también intentaría que me prestara atención. Para besarla en los labios, para tocarle las tetas, para querer que suceda todo, todo lo demás. Pero no sucede. Porque no vivimos cerca. Tiene el cuartito oscuro una sabia definición, que hace que, de vez en cuando, dos se encuentren y se queden. Dice el más joven, diecinueve años, que querría estar una tarde con una de las mayores, la de cincuenta y uno. “Para charlar”, dijo, pero no sé si mientras lo escribía se tocaba la polla, pensando que era la de 51 quien se la chupaba despacito. A los de 19 ¿cómo se les chupa’ ¿Despacito? Imagino que sí. Yo se la chuparía despacito. Cogiéndola con las dos manos, dándole besitos, metiéndome el capullo primero, para que te relajes y no creas que necesito que te mueras por mí. Yo lo haría así, con alguien de 19 años, si el problema es que el de 19 años no me puede gustar porque no me gustan jóvenes. Porque me dan no sé qué. Que se rompan. Que se impresionen. Que yo pase a ser algo importante cuando solo puedo ser irrelevante. No sé yo si le gustaré al de 19 pero es más fácil si no. Porque así le contaré de todo… Luego hay un librero. Que nos pone versos de los mejores. Que nos despierta con poesía o con música, que nos cuenta anécdotas de los que hicimos mitos. Un pedazo de señor al que, quiero creer, tratan bien sus amantes. Porque no merece más que pleitesía. Debe de ser curioso tener una relación con alguien que ha aprendido tanto tanto tanto de literatura… Para algunas es la base de nuestra existencia. El germen de nuestra vida. Yo sueño con vivir de ellos cuando eso no sucederá jamás. Pero me lo creo y se lo creen. Y sé que hay quien maldice haberse cruzado conmigo porque yo contaré lo mediocres que son, lo irrelevantes, lo mierdas… Qué pena. Qué espanto. Y saber que me escuchan y me ven solo para intentar hacerme daño…Esas cosas contamos en el cuartito oscuro. Lo que nos debe nuestro ex, lo que le pagamos a nuestra hermana, lo que nos dolió que nos dejaran. Hay quien relata la última vez que estuvo con otro mientras Marido miraba masturbándose a la vez. Ella con el nuevo, uno que no conocían de nada, pero había entrado en la misma habitación, había sido educado y muy disciplente. Suficiente. Así se hace el amor cuando intercambias pareja. Vienen y te piden salir, como cuando éramos pequeñas. Solo que en vez de salir te follan. Eso contamos en el cuartito oscuro. Y nos decimos qué queremos los unos de los otros, para que no se nos pase. Qué segura me siento en el “cuartito oscuro” de MetaverxApp. En ese chat para unos pocos, los que confían en su sexualidad y quieren llevarla a efecto. Hay un señor que no habla ya de sexo, pero sí habla de vida, de todas sus ganas de vivirla aunque esté más cerca de ser abuelo de lo que él mismo concibe. Le gusta el cuartito oscuro. Le gusta creer que podrá, Estamos. Están. Somos. Queremos. Hay quien aparece solo de vez en cuando. Y nos cuenta cosas bonitas. Como que se salvó de un accidente de coche. Y nos enseña el vehículo. Hay quien sueña con quedar con alguien del chat, pero como habla tan poco, sabe que es complicado que ella se dé cuenta de que le presta tanta tanta tanta atención. Hay quien no puede mover una mano ni un pie. Peo invierte tiempo en sentarse desnudo, vistiendo la ropa que le gusta, esa que eligió ella, par acariciarse así. De arriba abajo. Sabiendo cómo le gusta, imaginando que es ella la que lo hace. Le encantaría que se lo hiciera. Que pusiera su mano sobre su polla, que está dura, que la amarrara. Que la moviera de arriba abajo diciéndole guarradas al oído: — Te gusta que te la toque, te encantará si te la chupo… Pídeme que te la chupe, amigo. Y el amigo que no puede mover la mitad de su cuerpo, pero sí su polla querrá que se la chupe y se lo pedirá. —-Chúpamela, chúpamela. Para comprobar si es verdad lo del cuartito oscuro. Que te la chupa quien quieres que te la chupe porque la convenciste de hacerlo, por que la sedujiste. Ojalá. Ojalá así sea. Pero mientras tanto tendrás que conformarte con esperar a que sea su cumpleaños para regalarle cualquiera de las cosas que dice que quiere tener. Como un rabo de zorra. Bendita zorra. Y contarle a todos que hay uno, en el cuartito oscuro, que quiere verme con esto en el culo y yo se lo he prometido. Quiero que en ese cuartito oscuro ocurra todo lo que tenga que suceder. Que se líen los que quieran, que se enrollen quienes puedan. Que si se enamora alguien nos lo haga saber. Y hemos quedado, sí. Para vernos todos. En mayo, en Sevilla, en una orgía. ¿Qué mejor sitio para quedar los que estamos en un cuartito oscura que en una orgía? No se me ocurre ningún otro. No quiero otro. Va a ser precioso ponernos cara, ponernos manso, cuerpo y cara. Quiero ver quiénes se interesan. Quiero sentir quiénes me ponen. Quiero probar. Y solo se puede probar bien en un cuartito oscuro. Qué bueno tener uno. Y tú.. ¿Tú no quieres? Vente al cuartito oscuro… Búscame. Encuéntranos. 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