Afleveringen
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El Cristo “recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3: 16) no nos dejó solos. El Rey entronizado envió al Espíritu prometido, y con Él, nos entregó poder, dirección y presencia.
No caminemos en nuestras propias fuerzas. Caminemos con la unción del cielo sobre nosotros, con el encargo del Rey en nuestros labios y con la certeza de que pronto volverá.
¿Anhelas ser investido con poder desde lo alto? Pide hoy una nueva unción, una renovación en tu vida espiritual, una pasión fresca por el Evangelio. Jesús declaró que el Padre está más deseoso de dar el Espíritu Santo a los que se lo piden, que los padres están de dar buenas dádivas a sus hijos. (cf. Lucas 11: 13).
La gracia de Dios sea contigo. -
La ascensión de Jesús no fue el final, sino el comienzo de nuestra esperanza más gloriosa. Allí, en lo alto del monte de los Olivos, no hubo lágrimas de pérdida, sino gozo y adoración. El Salvador no se fue en silencio ni con reproches; se fue bendiciendo, con las manos alzadas, dejando a sus discípulos una promesa más fuerte que cualquier ausencia: "Este mismo Jesús ... vendrá".
En un mundo donde tantas miradas están puestas en la tierra, en los temores, en las crisis y en las sombras, "Mirad al cielo." No como quien evade la realidad, sino como quien vive con los pies en la tierra y el corazón en la eternidad. Hasta que Él regrese, no vivimos como huérfanos, sino como enviados. No esperamos con los brazos cruzados, sino con las manos ocupadas y los ojos abiertos. Porque cada día, cada decisión, cada oración, cada acto de amor es una forma de decir: "Sí, Señor, te esperamos."
La gracia de Dios sea contigo. -
Zijn er afleveringen die ontbreken?
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Llamados a Vivir y Proclamar el Evangelio
¿Estás creyendo de verdad o solo conociendo?¿Qué señales podrían estar siguiéndome hoy si viviera plenamente esta fe?
Mientras el mundo aún se recuperaba del impacto de su cruz y resurrección, Él envió a sus discípulos con poder, esperanza y propósito. No irían solos: señales de vida y victoria los acompañarían. Y aún hoy, en medio de un mundo dolido y enfermo, esa promesa sigue viva.
No es para unos pocos, es para todos los que creen. A los que creen, Él les da palabras que sanan, manos que restauran, y un mensaje que salva. Porque no se trata solo de proclamar… se trata de vivir con la certeza de que Él está con nosotros, obrando a través de nosotros. Este es el privilegio de los que creen.La gracia de Dios sea contigo.
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Una comisión con autoridad celestial, entregada a los discípulos del Rey resucitado.
Antes de ascender al cielo, Jesús reunió a sus seguidores en una montaña de Galilea. Allí, les confió la tarea más trascendente: llevar la luz del evangelio a todas las naciones. Esta no fue solo una orden; fue el llamado de un Rey, revestido de autoridad ilimitada, que envía a sus siervos al mundo con poder, propósito y la promesa de su presencia constante.
La misión no es de unos pocos, sino de todos los que creen.
¿Estás viviendo como un enviado?¿Tu vida refleja la gloria del mensaje?
¿Dónde te está llamando Jesús a ir, hoy?
El mundo de hoy necesita oír el mensaje del Rey, y sus seguidores continuamos siendo los portadores de la gloria del Evangelio. -
El reencuentro de Jesús con Pedro nos revela que el amor de Cristo no solo perdona, sino que también restaura y renueva el llamado.
Después de la resurrección, Jesús no se dirige primero a los poderosos ni se manifiesta en grandes escenarios. Busca a los suyos. Y entre ellos, hay uno cuya herida aún está abierta: Pedro, el discípulo que prometió fidelidad hasta la muerte, pero que terminó negándolo tres veces. En una playa tranquila, junto a unas brasas que evocan aquella noche amarga, Jesús se encuentra con él. No para reprenderlo, sino para restaurarlo.Este encuentro no es solo el cierre de una herida personal, sino una revelación del carácter del amor de Cristo: un amor que no se cansa de buscar, que no se rinde ante el fracaso humano, y que es capaz de convertir la vergüenza en nuevo llamado.
Este mensaje es para los que han caído, para los que creen que ya no hay vuelta atrás. Jesús no ha terminado contigo. El mismo amor que miró a Pedro, te mira hoy a ti. -
Una respuesta divina a la fragilidad humana.
La escena es íntima, intensa y profundamente humana: un discípulo marcado por la incredulidad se enfrenta cara a cara con el resucitado, pero Jesús no abrumó a Tomás con reproches ni entró en controversia con él. Jesús se acerca, se ofrece, se revela...
En el trato que concedió a Tomás, él dio una lección para sus seguidores. Su ejemplo demuestra cómo debemos tratar a aquellos cuya fe es débil y que dan realce a sus dudas. “Paz a vosotros” no es solo un saludo: es una declaración del corazón de Dios hacia los que temen, los que dudan, los que han caído... -
Habían salido de Jerusalén con el corazón roto y los sueños hechos trizas. El Mesías en quien habían confiado y por quien lo habían dejado todo, había sido crucificado. Sus pasos eran pesados, sus palabras teñidas de tristeza. Sin embargo, ese viaje a Emaús, que comenzó en sombra, terminaría bajo la luz gloriosa de una revelación que cambiaría sus vidas para siempre.
Jesús se les acercó en el camino. Y cuando comprendieron quién era, todo cambió. Su tristeza se transformó en gozo, su confusión en certeza, su silencio en anuncio. “Cristo ha resucitado”, repiten, una y otra vez, con el corazón ardiendo.
Esta es la historia de un encuentro que convirtió la desilusión en misión, y que sigue resonando hasta hoy, porque la tumba está vacía… y Él está vivo.
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Del sepulcro sellado al corazón encendido, un viaje desde la desolación hasta la esperanza eterna.
Aún en la oscuridad de la madrugada, los ecos del dolor y la incertidumbre pesaban sobre los corazones de quienes amaban a Jesús. María Magdalena y las otras mujeres caminaban hacia el sepulcro, guiadas por el amor y el recuerdo, sin imaginar que el momento más glorioso de la historia estaba por revelarse. El jardín que había sido escenario de lágrimas se convirtió en el lugar del primer encuentro con el Cristo resucitado. Esta es la historia de un giro divino: del llanto desconsolado al gozo indescriptible, cuando la voz del Maestro quebró el silencio de la tumba. Una invitación a mirar más allá del vacío y escuchar el llamado de Aquel que vive para siempre. -
En la oscuridad silenciosa de la tumba, cuando todo parecía perdido, ocurrió el acto más glorioso de la historia: Jesús, el Hijo de Dios, rompió las cadenas de la muerte y emergió triunfante. No fue liberado por manos humanas, ni rescatado por estrategias terrenales. Él se levantó por el poder de su divinidad, proclamando con autoridad eterna: “Yo soy la resurrección y la vida”. Tenemos una esperanza que se extiende hasta la tumba. Su resurrección es figura, garantía y muestra de la resurrección final de todos los que duermen en él. Más que una historia antigua, este evento es la base de nuestra fe.
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“Se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos de que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis.” (S. Mateo 27: 62-67).
La tumba sellada no marcó el fin de la historia de Jesús. Él ahora descansaba de la obra de la redención, y aunque había pesar entre aquellos que le amaban en la tierra, había gozo en el cielo. Mientras el mundo guarda silencio, el cielo contempla el triunfo de la redención. -
Las palabras finales de Jesús —“Consumado es”— no fueron simplemente una expresión de alivio ante el fin del sufrimiento, sino la declaración solemne del cumplimiento de un plan eterno. En ese momento culminante, el cielo y la tierra presenciaron la revelación completa del amor divino y el desenmascaramiento definitivo del enemigo de Dios. La cruz no fue un fracaso, sino una victoria: en ella se mostró que la justicia no excluye la misericordia, que la ley no contradice la gracia, y que el amor divino es más fuerte que cualquier rebelión. Esta victoria, presenciada por los ángeles y ofrecida a la humanidad, marcó un antes y un después en la historia del conflicto entre la luz y las tinieblas.
Hoy, al recordar ese momento, somos invitados no solo a aceptar el sacrificio, sino a vivir bajo su poder transformador, sabiendo que la victoria del amor no es un evento del pasado, sino una realidad presente que nos alcanza y nos renueva. -
El inmaculado Hijo de Dios pendía de la cruz: su carne lacerada por los azotes; sus manos y sus pies clavados en el madero; su cabeza herida por la corona de espinas; sus labios formulaban clamores de dolor. Y todo lo que sufrió: las gotas de sangre que cayeron de su cabeza, sus manos y sus pies, la agonía que torturó su cuerpo y la inefable angustia que llenó su alma al ocultarse el rostro de su Padre, gritaban una sola verdad: FUE POR TI. No por una masa anónima, sino por tu rostro, por tu historia, por tu alma. FUE POR TI.
POR TI consiente el Hijo de Dios en llevar esta carga de culpabilidad; POR TI él destruye el dominio de la muerte y abre las puertas del Paraíso. El que calmó las airadas ondas y anduvo sobre la cresta espumosa de las olas, el que hizo temblar a los demonios y huir a la enfermedad, el que abrió los ojos de los ciegos y devolvió la vida a los muertos, se ofrece como sacrificio en la cruz, y todo esto POR AMOR A TI. Jesús, el Expiador del pecado, soporta la ira de la justicia divina y POR TU CAUSA se hizo pecado.
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En lo alto del Calvario, cuando todo parecía oscuridad y derrota, se alzó una palabra que rompió el silencio con la fuerza de un amor infinito. No fue un grito de reproche, ni una súplica de auxilio; fue una oración, nacida del corazón traspasado del Hijo de Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ¿Cómo puede alguien orar así mientras lo están matando? ¿Cómo puede el dolor convertirse en una oración por quienes lo causan? Estas palabras, pronunciadas en medio del dolor más profundo, no solo revelan la ternura insondable del Corazón de Cristo, sino que abren una puerta de esperanza para toda la humanidad. En esa súplica brota un perdón que no se limita al momento histórico del Gólgota, sino que se extiende como un abrazo eterno que alcanza cada herida, cada error, cada corazón que anhela ser sanado. Contemplar esta oración es entrar en el misterio de un amor que no guarda rencor, que no condena, que no espera a que el otro lo merezca. Déjate abrazar por esas palabras. Jesús no solo perdona: Él te enseña a perdonar.
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Una decisión que marcó la historia con sangre y silencio.
El clamor de una multitud resuena a lo largo de los siglos: “¡Crucifícale!” No fue solo una consigna, ni una explosión momentánea de furia popular; fue el eco de una nación extraviada, de corazones cegados por la dureza y la religión vacía, de líderes movidos por el miedo y el poder. En aquel tribunal improvisado, donde la justicia fue pisoteada por la conveniencia, no solo se condenó a un hombre inocente: se rechazó al Rey de gloria.La escena es tan conocida como estremecedora: Jesús, callado ante sus acusadores, humillado por quienes debían honrarle, y entregado por aquellos que anhelaban un Mesías a su medida. Pilato, figura de autoridad, lavándose las manos pero no la culpa. Y el pueblo, cegado por su expectativa frustrada, prefiriendo a un criminal antes que al Santo.
Esta decisión –clamada por voces humanas, pero permitida por un propósito divino– marcó la historia con sangre... y con un profundo silencio. Porque aunque el cielo guardó silencio ese día, no fue indiferente.
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En la quietud de un amanecer en Jerusalén, un juicio se desarrolla con apariencia de rutina. Un hombre es entregado por su propio pueblo, acusado sin pruebas, y llevado ante la autoridad romana. Pero este no es un hombre cualquiera, y este no es un juicio más. En ese instante silencioso y desconcertante, se está manifestando uno de los misterios más profundos de la fe cristiana: el Rey eterno es sometido al juicio de los hombres que Él mismo creó.
La gloria está presente, pero velada. No hay corona visible, solo una de espinas. No hay trono, sino un estrado de burla. No hay ejército, sino una multitud que clama por su muerte. Todo parece al revés, y sin embargo, todo es exactamente como debía ser. La paradoja del Evangelio se revela con claridad inquietante: el Juez del universo se deja juzgar; el Inocente carga con la culpa de todos.Que al contemplar al Rey humillado, comprendamos mejor el amor que se oculta tras la injusticia, y la gloria que se esconde bajo la apariencia de derrota.
La gracia de Dios sea contigo.
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“Estando Pedro abajo, en el patio, vino una de las criadas del sumo sacerdote; y cuando vio a Pedro que se calentaba, mirándole, dijo: Tú también estabas con Jesús el nazareno. Mas él negó, diciendo: No le conozco, ni sé lo que dices. Y salió a la entrada; y cantó el gallo. Y la criada, viéndole otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí: Este es de ellos. Pero él negó otra vez. Y poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis. Y el gallo cantó la segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en esto, lloraba.” (S. Marcos 14: 66-72).
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“Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas Jesús callaba.
Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte! Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó.” (S. Mateo 26: 59-68).
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“Assim, a escolta, o comandante e os guardas dos judeus prenderam Jesus, manietaram-no e o conduziram primeiramente a Anás; pois era sogro de Caifás, sumo sacerdote naquele ano. Ora, Caifás era quem havia declarado aos judeus ser conveniente morrer um homem pelo povo.”
“Então, o sumo sacerdote interrogou a Jesus acerca dos seus discípulos e da sua doutrina. Declarou-lhe Jesus: Eu tenho falado francamente ao mundo; ensinei continuamente tanto nas sinagogas como no templo, onde todos os judeus se reúnem, e nada disse em oculto. Por que me interrogas? Pergunta aos que ouviram o que lhes falei; bem sabem eles o que eu disse. Dizendo ele isto, um dos guardas que ali estavam deu uma bofetada em Jesus, dizendo: É assim que falas ao sumo sacerdote? Replicou-lhe Jesus: Se falei mal, dá testemunho do mal; mas, se falei bem, por que me feres? Então, Anás o enviou manietado, à presença de Caifás, o sumo sacerdote.” (S. Juan 18: 12-14 e 19-24).
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“Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo.”
“Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.” (S. Juan 18: 12-14 y 19-24).
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“Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo." (S. Mateo 26: 45-47).
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