Afleveringen
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Como un reloj que avanza con precisión absoluta, Dios marcó cada paso hacia la cruz. Así como el mundo vivió su propia “hora cero” en los albores de la era nuclear, el cielo también tuvo su momento decisivo en la plenitud de los tiempos.
En el reloj de Dios, cada segundo contaba. En la “hora cero” de la redención, la justicia y la gracia se encontraron en la cruz. Nosotros merecíamos ese juicio. Pero Él lo cargó. La cuenta regresiva terminó en el Calvario… para que nuestra historia pudiera comenzar de nuevo.
"Señor nuestro,
Gracias porque en tu soberanía
no dejaste nada al azar.
Gracias por amar tanto al mundo,
que no escatimaste a tu propio Hijo.
Enséñanos a vivir conscientes
de la magnitud de tu sacrificio.
Que nunca olvidemos que cada latido de
nuestro corazón es posible gracias a tu "hora cero".
En el nombre del que fue entregado por nosotros,
Jesucristo. Amén."
La gracia de de Dios sea contigo. -
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
En un mundo que trivializa la culpa y relativiza el pecado, el mensaje de la cruz irrumpe con fuerza y claridad: el pecado es tan grave, y la justicia divina tan santa, que ni siquiera el Hijo de Dios fue eximido del castigo por nuestra culpa. Este no fue un acto de crueldad, sino el clímax del amor eterno de Dios: entregar a su propio Hijo para que tú y yo no seamos condenados.
Hoy reflexionamos en esa frase tan impactante como gloriosa: Dios no perdonó ni a su propio Hijo… para poder perdonarnos a nosotros.
La cruz no fue un accidente ni una injusticia divina: fue el escenario en el que "la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron." Salmo 85: 10. Allí se abrazaron la justicia perfecta y el amor inagotable.
Dios no escatimó a su Hijo, lo entregó voluntariamente, para que tú y yo pudiéramos tener vida. ¿Cómo responderemos a un amor así? ¿Cómo vivir indiferentes ante tan gran salvación? Este mensaje es un llamado a la gratitud reverente, a la obediencia motivada por amor, y a una vida que honre el sacrificio del Hijo.
"Padre nuestro,
nos postramos ante Ti con asombro y humildad.
Gracias por no habernos dejado en nuestra miseria,
y por no haber escatimado a tu Hijo amado.
Gracias, Jesús, por entregar tu vida en obediencia perfecta.
Te adoramos por la cruz,
por la sangre derramada,
y por el amor que sostuvo cada clavo.
Ayúdanos a vivir con gratitud, a caminar con fidelidad,
y a nunca olvidar el precio de nuestra redención.
En tu nombre glorioso,
Amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
Zijn er afleveringen die ontbreken?
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Había terminado la fiesta. Cada uno regresó a su casa… pero Jesús no. Él se fue al monte de los Olivos. Allí, en soledad y oración, el Hijo de Dios buscaba al Padre antes de enfrentar, una vez más, la dureza de los corazones humanos. A la mañana siguiente, en el templo, se encontraba enseñando con serenidad, cuando una escena brutal interrumpió la paz del momento: una mujer fue arrojada frente a Él, acusada de adulterio.
Su pecado era real. Su vergüenza era pública. Su condena, aparentemente, inevitable. Pero en medio de ese escenario de culpa, hipocresía y legalismo, Jesús reveló el rostro de Dios. No fue indiferente al pecado… pero tampoco fue insensible ante el alma quebrantada. Con una sola frase, desmontó la trampa de los acusadores y abrió un camino de esperanza para la mujer: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”Esas palabras no era sólo para ella. Es también para nosotros. Para los que hemos fallado, caído, sido expuestos o vivimos con el peso del error. Hoy, una vez más, la gracia de Cristo se levanta en defensa del culpable que se arrepiente y busca ser restaurado.
Cuando el mundo nos señala, cuando la religión nos condena, cuando nuestra propia conciencia nos acusa… Jesús permanece. No para excusar el pecado, sino para ofrecer perdón. No para destruir al pecador, sino para levantarlo con amor.
La mujer se fue con una vida nueva. Su pasado no fue borrado de la historia, pero fue cubierto por la gracia. Jesús no ignoró su pecado; lo venció con misericordia. Y hoy sigue haciendo lo mismo con todos los que vienen a Él con un corazón contrito.
"¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica." Esa es la buena noticia del evangelio: hay gracia para el culpable.
"Señor Dios,
Gracias porque no nos tratas
como merecen nuestros pecados.
Gracias porque tu compasión
es más fuerte que nuestra culpa,
y tu gracia más poderosa que nuestra vergüenza.Hoy reconocemos que hemos fallado.
Nos presentamos ante ti como esa mujer,
sin excusas ni defensas.
Pero también como ella,
abrimos el corazón a tu voz:
“Ni yo te condeno.”Sálvanos, Señor, no solo del castigo,
sino del poder del pecado.
Restaura lo que se ha quebrado en nuestras vidas.
Haznos caminar en la libertad del perdón
y en la santidad de tu Espíritu.Y que nunca olvidemos…
que donde abundó el pecado,
sobreabundó tu gracia.
En el precioso nombre de Jesús,
Amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
¿Alguna vez has sentido que los que hacen lo malo prosperan mientras los justos sufren? Esa sensación de injusticia puede sacudir nuestra fe. Asaf, el salmista, también luchó con esa realidad. Vio a los arrogantes avanzar sin freno, mientras él, intentando mantenerse puro, sufría aflicción. Pero algo cambió cuando entró en el santuario de Dios.
Hoy aprenderemos con él lo que ocurre cuando parece que los malos ganan.
Dios no está ciego ni indiferente. El éxito temporal de los impíos es solo eso: temporal. Pero los que conocen a Dios tienen una herencia eterna.
La clave no está en lo que vemos en este mundo, sino en lo que entendemos cuando miramos con los ojos de la fe. En el santuario, Asaf comprendió que Dios es nuestra porción, nuestra roca y nuestro destino final.
Que esta visión transforme también nuestro caminar diario.
Señor,
tú conoces cuántas veces nuestro corazón
se ha llenado de envidia, frustración o duda
al ver la injusticia prosperar.
Perdónanos por haber mirado con ojos terrenales
y no con ojos eternos.
Como a Asaf, llévanos a tu santuario,
donde podemos comprender tu propósito,
tu justicia y tu fidelidad.
Aumenta nuestra fe,
fortalece nuestra esperanza
y ayúdanos a vivir con la certeza
de que tú eres suficiente,
que tú eres nuestro bien.
En el nombre de Jesús, amén.
La gracia de Dios sea contigo. -
En un mundo donde el sufrimiento suele considerarse una señal de fracaso o de abandono divino, el evangelio nos presenta una perspectiva radicalmente distinta: el sufrimiento por Cristo no es castigo ni pérdida, sino honra y comunión.
A lo largo de la historia, hombres y mujeres han sellado su fe con su sangre, siendo testigos valientes del amor, la verdad y la esperanza que sólo el evangelio puede ofrecer. Este mensaje nos invita a mirar de nuevo ese "fuego de prueba" que Pedro menciona, no como una extrañeza, sino como una oportunidad para compartir los padecimientos de Cristo y anticipar la gloria venidera.
Ser fiel hasta la muerte no es una consigna vacía ni una simple muestra de heroísmo humano. Es el fruto de una comunión profunda con Cristo, de una vida rendida a su voluntad, incluso cuando esa voluntad conduce al sufrimiento. La historia de los mártires —desde Juan el Bautista hasta los creyentes perseguidos de hoy— nos recuerda que la fidelidad en la prueba no solo glorifica a Dios, sino que también silencia para siempre las acusaciones del enemigo. Al final, los que permanecen firmes no solo sobreviven: triunfan. Ser mártir, en su sentido más profundo, es ser un testigo, y todo testigo fiel será también coronado como vencedor.
"Querido Padre Celestial,
🙏 te damos gracias por el ejemplo de
aquellos que han sido fieles hasta la muerte.
Gracias por su testimonio, por su valor ypor la luz que dejaron encendida para nosotros.
Ayúdanos a entender el honor de participarde los padecimientos de Cristo.
Danos la fuerza, la fe y la fidelidadque sólo tu Espíritu puede dar,
para que, en los días de prueba,no retrocedamos, sino que
permanezcamos firmes en tu verdad.
Haznos testigos fieles, en vida o en muerte,para la gloria de tu Santo nombre.
Por Cristo Jesús, nuestro Salvador y Señor.Amén.”
La gracia de Dios sea contigo. -
Todos, en algún momento, hemos sentido el peso invisible pero real de la culpa. Es una carga que oprime el alma, que quita el gozo, la paz y hasta las fuerzas físicas.
¿Estás cargando con culpa que Dios ya está dispuesto a perdonar? ¿Estás viviendo en silencio, ocultando el pecado?¿Has probado la dicha del perdón pleno en Cristo?El Salmo 32 no es un lamento… es una himno de libertad.
El Salmo 32, escrito por David, no solo reconoce esta realidad, sino que también revela el camino hacia la libertad. David, desde su quebranto, testifica que hay dicha, hay gozo, hay refugio para el pecador.
El alivio de la culpa es real… porque el perdón de Dios es real.
"Padre celestial,Gracias porque no nos tratas
conforme a nuestras faltas,
sino conforme a tu gran misericordia.
Gracias porque en Cristo
encontramos perdón, restauración y paz.
Ayúdanos a no encubrir más nuestro pecado,
sino a venir con confianza a tu presencia,
sabiendo que tú eres fiel para perdonar y limpiar.
Que el gozo de tu salvación
inunde nuestros corazones
y vivamos cada nuevo día
para la gloria de nuestro Salvador.
En el nombre de Jesús,
Amén."
La gracia de Dios sea contigo.
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Treinta y ocho años esperando. Un hombre junto a un estanque. Una pregunta que atraviesa los siglos: ¿Quieres ser sano? Este no es solo su relato... es también la historia de todos nosotros.
Todos tenemos un "estanque". Una esperanza frustrada, un esfuerzo constante por alcanzar algo que parece siempre quedar fuera de nuestro alcance. Este mensaje es para los cansados, los decepcionados, los que ya no tienen fuerzas para intentarlo una vez más.
No importa cuántas veces hayas fallado, cuánto tiempo hayas esperado o lo lejos que crees estar. Jesús aún extiende su mano. Y hoy también puede sanar. Jesús se ha acercado a ti. Escucha su voz… y "levántate".
"Señor Jesús,
me acerco hoy a Ti,
no por mis fuerzas ni por mis méritos,
sino por tu gracia.
Ya he esperado lo suficiente
junto a estanques vacíos.
Tú conoces mis luchas, mis frustraciones,
y el dolor que cargo desde hace tanto tiempo.
Hoy, al igual que aquel hombre junto al estanque,
te escucho hacerme la pregunta:
‘¿Quieres ser sano?’
Y mi respuesta es sí.
Sálvame, límpiame, renuévame.
Sana mi alma, transforma mi corazón.
Levántame, Señor,
y enséñame a caminar contigo.
Amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
La muerte de Esteban marcó el inicio de la primera gran persecución contra la iglesia en Jerusalén. Sin embargo, lo que parecía una derrota, dio un gran impulso a la obra del Evangelio. El ministerio de la palabra en ese lugar había tenido éxito, y existía el peligro de que los discípulos permanecieran allí demasiado tiempo, sin tener en cuenta la comisión del Salvador: "Me seréis testigos… hasta lo último de la tierra" (Hechos 1: 8).
La iglesia, empujada por el sufrimiento, fue esparcida, pero no en silencio: dondequiera que iban, llevaban la Palabra con poder. A través de creyentes sencillos y perseguidos, el Evangelio comenzó a cruzar fronteras, a sanar corazones, y a llenar ciudades de gozo.
“Me seréis testigos ...” Estas palabras no han perdido nada de su fuerza. Nuestro Salvador pide testigos fieles en estos tiempos de formalismo religioso. La historia de la iglesia es la historia de un pueblo que, aún en la dispersión, sigue testificando. Hoy, como entonces, el llamado permanece: "Id, y haced discípulos a todas las naciones" (S. Mateo 28: 19).
“Padre celestial,gracias por edificar una iglesia
que ni la persecución, ni el miedo,
ni hombres o demonios pueden detener.
Ayúdanos a ser fieles testigos donde nos lleves,
con valor, compasión y convicción.
Que el dolor no nos paralice,
sino que nos impulse.
Y que,
como aquellos creyentes esparcidos,llevemos Tu Palabra con amor
a los que aún no te conocen.
Usa nuestras vidas para Tu gloria,
en el nombre de Jesús. Amén.”
La gracia de Dios sea contigo. -
Hay momentos en la historia en los que el cielo se abre… pero la tierra cierra los oídos. Así ocurrió con Esteban, un hombre lleno del Espíritu Santo, lleno de gracia, poder y sabiduría. Su rostro brillaba como el de un ángel, pero sus oyentes no pudieron ver más allá de sus prejuicios y eligieron resistir al Espíritu y rechazar la verdad.
El relato de Esteban nos presenta un contraste dramático: mientras el cielo se abre para aprobar al testigo fiel, hay corazones que se cierran con violencia a la voz de Dios.
Esta historia es más que un martirio… es una advertencia y una inspiración. Nos deja una elección clara: ¿cerraremos nuestro corazón, o lo abriremos a la voz del Espíritu?
Dios sigue hablando, sigue enviando mensajeros, sigue abriendo los cielos. Que no sea dicho de nosotros que resistimos al Espíritu Santo, sino que respondimos con fe, humildad y valentía.
"Señor, abre nuestros oídos,
ablanda nuestros corazones,
y haznos sensibles a la voz de tu Espíritu.
Líbranos de la dureza que mata,
del orgullo que rechaza,
y del miedo que nos hace callar.
Queremos ser como Esteban:
llenos de tu Espíritu, firmes en la verdad,
y con los ojos puestos en los cielos abiertos.
Si llega el momento de dar testimonio
en medio de la oposición,
danos tu gracia para mantenernos fieles,
con un rostro que refleje tu gloria
y una voz que proclame tu amor.
En el nombre de Jesús. Amén."
La gracia de de Dios sea contigo. -
Cuando el conflicto amenaza la unidad, el Espíritu Santo levanta líderes con sabiduría para preservar la misión.
La iglesia de Jerusalén crecía rápidamente. Cada día se añadían nuevos discípulos. Había generosidad, había poder, había milagros. En medio de este crecimiento, surgió una queja. Las viudas de los helenistas se sentían descuidadas en la distribución diaria. Y esa queja se convirtió en una murmuración. El enemigo vio una oportunidad. Satanás sabía que si lograba dividir a la iglesia, podría detener su avance. Pero el Espíritu Santo tenía un plan… y lo reveló a través de líderes humildes, sabios y guiados por Dios.
En cada generación, la iglesia de Cristo ha enfrentado desafíos. No siempre los problemas han venido desde fuera. A veces… los mayores peligros surgen dentro. Hoy vamos a meditar en un momento decisivo de la iglesia primitiva. Un momento en el que el conflicto amenazó la unidad… pero la sabiduría del Espíritu trajo victoria.
La iglesia no fue derrotada por la murmuración. No se dividió por las diferencias culturales. No se debilitó por el conflicto. Porque hubo sabiduría. Hubo oración. Y hubo obediencia al Espíritu. ... El resultado fue crecimiento, unidad y una nueva expansión del Evangelio.
Hoy, como entonces, necesitamos esa misma sabiduría del cielo para enfrentar nuestras propias crisis. La solución no está en ignorar el conflicto ni en imponer la autoridad, sino en buscar juntos al Espíritu Santo y responder con humildad, orden y fe.
* Hermano, hermana, quizás hoy tú estás viendo tensiones en tu iglesia. Tal vez enfrentas críticas, murmullos, o sobrecarga. No te desanimes. Dios sigue siendo el mismo. Lo que hizo en Jerusalén, lo quiere hacer contigo. Busca sabiduría de lo alto. Aprende a escuchar, a delegar, a orar. Levanta a otros contigo. La iglesia es fuerte cuando está unida. El Espíritu todavía capacita a hombres y mujeres con sabiduría para servir.
"Señor,
gracias porque Tú edificas Tu iglesia,
incluso en medio de los conflictos.
Enséñanos a no caer en la murmuración,
sino a buscar la unidad.
Danos el discernimiento
que viene de lo alto
para saber cuándo hablar,
cuándo escuchar y cómo actuar.
Levanta entre nosotros hombres y mujeres
llenos del Espíritu y de sabiduría,
como lo hiciste en Jerusalén.
Que nuestras crisis no sean tropiezos,
sino peldaños para un crecimiento mayor.
En el nombre de Jesús, amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
¿Qué ocurre cuando el hombre intenta detener lo que Dios ha comenzado?
En el libro de los Hechos, los apóstoles fueron arrestados, juzgados y amenazados por proclamar a Jesús. Los líderes estaban furiosos. “¿No os mandamos que no hablarais en ese nombre?” Pero ellos no estaban allí para defenderse, sino para testificar.
Su respuesta fue clara: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.”
El Espíritu de Dios llenó a los discípulos. Los acusados se convirtieron en testigos. El mensaje era directo: “Ustedes mataron a Jesús. Pero Dios lo ha exaltado como Príncipe y Salvador.” “Nosotros somos testigos de estas cosas… y también el Espíritu Santo.”Hoy también hay voces que dicen: “No hables de Jesús.” Pero el mundo no necesita nuestro silencio… Necesita la verdad. Necesita la luz.
La verdad no puede ser encadenada. Los hombres pueden callar una voz, pero no pueden detener la verdad. Cuando la obra es de Dios, no importa cuántas amenazas se levanten, seguirá adelante. Resistirla es inútil. Negarla es peligroso. Oponerse… es luchar contra Dios.
Escucha, reflexiona y comparte.
"Señor,
Danos la valentía de Pedro,
y la fidelidad de los apóstoles.
Que no temamos a los hombres,
sino que vivamos para obedecerte sólo a Ti.
Fortalece a tus siervos.
Haznos fieles testigos,
en todo lugar y en todo tiempo.
En el nombre de Jesús. Amén."
La gracia de de Dios sea contigo. -
“¡La cárcel no detuvo el mensaje... y la sombra de un apóstol traía vida!”
En medio de una ciudad que rechazó al Mesías los apóstoles recibieron una orden clara desde el cielo: “Id, y anunciad todas las palabras de esta vida.” (Hechos 5: 20). No pidieron permiso, no calcularon riesgos. El corazón dispuesto no negocia con el miedo, solo responde a la voz de su Señor.
Las autoridades los encarcelaron. Actuaban como hombres que habían perdido la razón. Quisieron encerrar la verdad, pero Dios abrió puertas. Quisieron silenciar el mensaje, pero el templo volvió a llenarse de la palabra viva. Los discípulos caminaban sin miedo por las calles, y la gente sacaba a los enfermos para que la sombra de Pedro los tocara. Cuando el cielo da la orden, ningún muro es suficiente.
Hoy el mundo sigue intentando encerrar la verdad. Y Dios sigue buscando hombres y mujeres que se levanten cuando Él diga “Id”. No perfectos. No influyentes. Solo dispuestos.
¿Estás listo para obedecer? Puedes tener mil excusas, pero si tienes la orden de Dios, eso basta. No esperes que todo esté claro para moverte. Los fieles no esperan condiciones perfectas… sólo necesitan escuchar: “Id” ... y van.
"Señor, que mi oído siempre escuche tu voz,
y que mis pasos respondan sin demora.
Hazme fiel. Hazme valiente.
Hazme uno de los que no esperan permiso
de los hombres para obedecer.
En el nombre de Jesús. Amén.
La gracia de Dios sea contigo. -
Una advertencia para la iglesia, una invitación a la sinceridad.
El libro de los Hechos nos muestra una iglesia viva, llena del Espíritu, generosa y comprometida. Pero en medio de esta comunidad vibrante, se narra una historia que corta el aliento: la de dos creyentes que pretendieron engañar no solo a sus hermanos, sino al mismo Dios. Ananías y Safira se convirtieron en un recordatorio permanente de que la hipocresía no tiene cabida ante la santidad de Dios.
Dios no necesita nuestras ofrendas fingidas; Él quiere corazones sinceros. Podemos equivocarnos, podemos fallar… pero cuando tratamos de aparentar delante de Dios y de los hombres, cruzamos una línea peligrosa. Que este mensaje nos mueva no al temor vacío, sino al arrepentimiento genuino. Que nos inspire a vivir con integridad, conscientes de que el Dios que habita en su iglesia es santo, y sigue llamándonos a una vida sin doblez.
"Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía." (S. Lucas 12: 1).
Haz esta oración:
"Señor nuestro,
Tú que conoces los corazones,
líbranos de toda hipocresía y de todo engaño.
Danos un espíritu sincero, que no busque aparentar,
sino vivir con verdad delante de Ti.
Que tu Espíritu Santo nos guíe en integridad,
y que la historia de Ananías y Safira
sea para nosotros una advertencia seria,
y también una oportunidad de examen y renovación.
Purifica tu iglesia, Señor, y comienza por nosotros.
En el nombre de Jesús,
Amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
Cuando el Espíritu Santo transforma el corazón, nacen vidas que valoran las almas más que los bienes, y hacen de la generosidad un testimonio del cielo.
La iglesia primitiva vivía una fe profunda, auténtica y transformadora. Sus obras testificaban de que tenían a las almas de los hombres por más preciosas que las riquezas terrenales. Unidos por la fe en Cristo resucitado, movidos por el Espíritu Santo, compartían todo lo que tenían con un amor desinteresado y puro. En ellos no había codicia, sino comunión. No vivían para acumular, sino para dar.
En ese cuadro glorioso de unidad y generosidad, vemos reflejado el carácter de Cristo, quien "nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros" (Efesios 5: 2). Su generosidad no era obligada, sino natural. Así luce una iglesia llena del cielo: desprendida, amorosa, generosa. Así será siempre que el Espíritu de Dios tome posesión de la vida. El espíritu de liberalidad es el espíritu del cielo.
La iglesia que ama lo eterno es una iglesia viva, guiada por el Espíritu, desprendida del mundo y entregada a la misión. Allí donde el Espíritu de Dios gobierna, la codicia se apaga y nace la generosidad. La gracia no solo se predica, se vive. Hoy, como en aquel tiempo, Dios busca formar en nosotros un corazón celestial: uno que se conmueva por las necesidades de los hermanos, que invierta en lo eterno, y que vea en cada alma una joya por la cual Cristo murió. Que la iglesia de hoy vuelva a ser reconocida no solo por sus palabras, sino por la profundidad de su amor.
"No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. ... Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre." (1 S. Juan 2: 15, 17).
Haz esta oración:
"Señor, dame un corazón como el tuyo.
Líbrame del egoísmo y de la comodidad,
y llena mi vida con tu Espíritu Santo.
Que ame lo eterno más que lo pasajero,
que valore las almas más que los bienes,
y que viva cada día
como testigo del cielo aquí en la tierra.
Que refleje tu amor,
y que mi generosidad sea un canal de tu gracia.
En el nombre de Jesús, Amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
Cuando la obediencia al Cielo desafía al poder de la tierra.
En un mundo donde la presión por callar la verdad se intensifica, la historia de Pedro y Juan ante el Sanedrín nos recuerda que la verdadera gloria está en obedecer a Dios, cueste lo que cueste. Su valentía no nació de la autosuficiencia, sino del Espíritu de Cristo y de una vida rendida a su Señor. La fidelidad a Dios no siempre es segura ante los hombres, pero siempre es gloriosa ante el cielo.
Aunque las amenazas del mundo intenten silenciar el nombre de Jesús, el corazón lleno del Espíritu no puede callar lo que ha visto y oído. Hoy, como entonces, el llamado sigue vigente: Obedecer a Dios antes que a los hombres, con la confianza de que Él nos sostendrá con su poder.
"En el mundo tendréis aflicción;
pero confiad, yo he vencido al mundo."
(S. Juan 16: 33).
Haz esta oración:
"Señor Soberano,
Tú que hiciste los cielos y la tierra,
danos hoy el mismo denuedo
que diste a tus siervos Pedro y Juan.Llena nuestro corazón de tu Espíritu,
para que no temamos la oposición
ni nos callemos ante la presión.Haznos fieles testigos de tu nombre,
valientes en la verdad, humildes en el servicio
y constantes en la oración.Que nuestras vidas proclamen, con palabras y obras,
que hemos estado contigo.En el nombre glorioso de Jesús. Amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
La transformación que Cristo obra en la vida de sus discípulos es profunda y evidente. Pedro y Juan, antes temerosos y comunes, ahora se presentan con denuedo ante las autoridades, reflejando el carácter de Aquel a quien servían. No fue la educación humana ni el estatus social lo que impresionó al Sanedrín, sino la presencia viva de Jesús en ellos.
Así como Pedro y Juan fueron reconocidos porque habían estado con Jesús, también nosotros estamos llamados a ser testigos vivos de su poder transformador. No importa nuestra formación, nuestras limitaciones o nuestra historia pasada: lo que el mundo necesita ver es el reflejo de Cristo en nosotros.
Que nuestra vida proclame con firmeza y humildad que en ningún otro hay salvación, y que cada paso, cada palabra y cada obra apunten al único Nombre que puede salvar y dar vida eterna: Jesucristo, nuestro Señor.
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.” (Romanos 1: 16).
Haz esta oración:
"Señor Jesús, único Salvador,
gracias por el poder de tu Nombre
y por la salvación que nos has regalado.
Te pedimos que transformes cada día nuestro corazón,
para que nuestras vidas reflejen tu amor, tu verdad y tu gloria.
Que el mundo, al vernos, pueda reconocerte a Ti en nosotros.
Danos el valor y la humildad para testificar de Ti, aun en medio de la oposición.
Y ayúdanos a vivir recordando que fuera de Ti no hay salvación ni esperanza.
Te amamos, Señor, y deseamos honrarte con todo lo que somos.
En tu poderoso Nombre oramos,
Amén."
La gracia de Dios sea contigo. -
En los primeros días de la iglesia cristiana, los apóstoles se encontraron con una oposición feroz por parte de las autoridades judías, que no solo rechazaban la enseñanza de la resurrección de Jesús, sino que se negaban a escuchar las evidencias claras del poder divino obrando a través de los discípulos.
Hoy nos confrontamos con la dura realidad de que la oposición a la luz de Dios no es solo un acto del pasado, sino una actitud presente en aquellos que, al igual que los líderes religiosos de la época, eligen resistir a la verdad, incluso cuando esta se les revela con claridad.
Cada vez que rechazamos el llamado de Dios, nos enfrentamos a una decisión: aceptar la verdad que nos libera o seguir en el camino de la obstinación, que lleva al endurecimiento del corazón. Al igual que los sacerdotes y saduceos en Jerusalén, nosotros también tenemos la oportunidad de ser transformados por la gracia de Dios si estamos dispuestos a ceder ante su Espíritu.
La gracia de Dios sea contigo. -
En un mundo marcado por el dolor y la necesidad, el encuentro con Jesús transforma la vida y llena de alabanza los corazones. En la puerta del templo, un hombre pasó de la miseria a la plenitud, lo que nos recuerda que en Cristo cada herida puede ser sanada y cada vida renovada.
Así como aquel hombre fue levantado en el nombre de Jesús, nosotros también somos llamados a levantarnos en fe, a caminar en la nueva vida que sólo Él puede dar. Ese mismo poder que sanó junto a la puerta Hermosa sigue actuando hoy, transformando el dolor en alabanza y la miseria en testimonio. Donde había ruina, ahora hay vida.
Que, como aquel hombre junto al templo, nos aferremos a Jesús con fe, y que nuestras vidas sean un testimonio vivo de Su poder y de Su amor."
La gracia de Dios sea contigo. -
Era una fiesta como pocas: Pentecostés, la celebración de las primicias. Jerusalén estaba llena de peregrinos, de cantos, de recuerdos del Sinaí. Pero ese día, las primicias no serían de trigo, sino de almas. Un viento recio rasgó el cielo, lenguas de fuego descendieron, y la voz de Pedro —llena del Espíritu que Jesús había prometido— se levantó con poder.
Las palabras no fueron suaves. Fueron como saetas certeras. “A este Jesús... vosotros crucificasteis.” Pero no fue un mensaje sin esperanza. Fue una palabra que cortó para sanar, que acusó para perdonar, que despertó para salvar.
Aquel día, la ciudad que había gritado “¡Crucifícale!” ahora preguntaba con el corazón compungido: “¿Qué haremos?” Esta es la pregunta que marca el inicio de toda verdadera conversión. No es una pregunta teórica, sino desesperadamente práctica. Ya no hay excusas, ni justificaciones, ni distracciones religiosas. Es el momento en que el alma, desnuda ante la verdad, clama por una salida… por una esperanza.
Pedro responde con un llamado claro, lleno de verdad, pero también rebosante de gracia. Dios no solo revela el pecado: ofrece perdón, restauración y poder. La gracia que alcanzó a los culpables de la cruz es la misma que nos alcanza hoy.
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El Pentecostés no fue solo un evento extraordinario, sino el inicio de una nueva era. El Espíritu Santo descendió como fuego del cielo, llenando de poder a hombres comunes para una misión divina. Aquel día, la Iglesia dejó de ser un grupo temeroso y se convirtió en un testimonio vivo del Cristo resucitado. En ese fuego comenzó la expansión imparable del Evangelio.
El Pentecostés no es una reliquia del pasado, sino el modelo del poder de Dios obrando en su pueblo. Lo que sucedió ese día fue la validación divina de una promesa cumplida y el anuncio glorioso de que el cielo estaba abierto sobre la iglesia. Ese mismo fuego sigue disponible para quienes esperan, oran y creen.
Hoy, más que nunca, necesitamos el poder del Espíritu Santo. No bastan las estructuras, estrategias o discursos; necesitamos fuego del cielo. ¿Estamos dispuestos a buscarlo como lo hicieron los primeros discípulos? ¿A rendir nuestro corazón, a confesar nuestra tibieza, a unirnos en oración y expectativa? El mismo Espíritu que descendió sobre ellos quiere llenar a su iglesia hoy, para que el mundo vuelva a oír, en su propio idioma, “las maravillas de Dios”.
Oremos:
Señor nuestro Dios,
te damos gracias por el don precioso de tu Espíritu Santo.
Tú, que encendiste fuego en el corazón de la iglesia primitiva,
enciéndelo también en nosotros.
Límpianos, renuévanos, llénanos.
Haznos testigos valientes, humildes y llenos de compasión.
Que el mundo vea en nosotros la belleza de Jesús
y el poder del cielo obrando en lo cotidiano.
Haznos vasijas dispuestas para tu gloria.
En el nombre de Cristo, nuestro Señor exaltado,Amén.
La gracia de Dios sea contigo. - Laat meer zien