Afleveringen

  • El tiempo, lo efímero de la vida. El acecho, siempre presente de la muerte y el olvido. Y frente a estos, el poder de la palabra inmortal.

    Estas son algunas de las constantes que siento una y otra vez en la obra de Saramago.

    Además de un permanente enfrentamiento, no solo con la religión, sino con Dios, con sus designios, o con los nuestros, con la realidad tal como es, como la hemos hecho: sus jerarquías, su mezquindad, sus injusticias, su crueldad, su aparente inevitabilidad.

    Además de este permanente enfrentamiento, decía, hay una búsqueda - siempre incompleta- de algún tipo de cambio, de reorganización, ya sea individual, colectiva o universal, ya sea simbólica, o ya sea material, que rectifique la existencia, y que nos ayude a entender lo inentendible, a soportar lo insoportable, a vivir… y si realmente no existe otra posibilidad, a morir.

    Sus personajes e historias contagían la energía vital de la rebeldía, pero al mismo tiempo transmmiten la melancolía de quien sabe que al final nada va cambiar. Me deja con una extraña sensación de triteza, pero no de esa tristeza amarga de la negación, sino esa otra que es casi una sonrisa.

    El otro día estaba en el tren y de la nada me vino el recuerdo del prefacio dell Evangelio según Jesucristo, que es una descripción verdaderamente impresionante del grabado “La crucifixion” de uno de los artistas alemanes más importantes Alberto Durero - Albrecht Duerer- creo que se dice en alemán. Y para mi esa debe ser la mejor descripción sobre cualquier cosa que he leído en mi vida. Va entre narración, explicación y reflexión, es como una síntesis de lo que se nos viene en el libro, que comienza y termina en la cruz: el problema de la culpa, la humanísima historia de Jesús, en conflicto primero con su padre José, luego con el Diablo, luego con su madre, luego con su padre Díos, al que cuestiona, al que cuestiona también el narrador, al que cuestiona también el Diablo, al que cuestionamos también nosotros, pero él que no cambia nada, porque no quiere, porque porque la vida es así y siempre lo será.

    Jesús en su cruz nos pide: Perdonadlo, no sabe lo que hace.

    El Evangelio según Jesucristo es un libraso, incluso recuerdo que fue después de la primera vez que lo leí que comencé a interesarme por leer la Biblia, porque aunque uno no sea religioso es super interesante conocer bien la mitología de la cultura de la que somos parte. Otro libro que tiene que va más o menos por ahí es Caín.

    Entonces, ese día que iba en el tren y me acordé de ese prefacio tuve que buscar en el celular el tal grabado La Crucifixión, ventajas del mundo moderno, acceso al arte de hace 600 años al instante, y después tuve que buscar y leer el prefacio, y después todo libro, y después otro libro de Saramago, y después otro, y de un tirón eso es lo que he estado leyendo últimamente. Segunda vez que me pasa. Cuando tenía unos veinte años me enganché más o menos así con los libros de Saramago.

    Tiene este estilo único que le sale todo seguido sin respetar las tradiciones de los espacios y los puntos, exige un poco de concentración, pero vale la pena, porque vamos como navegando por la historia y las ideas a toda velocidad, como sin frenos. Uno llega sin aliento al final de cada párrafo, donde de tanto en tanto nos espera la estocada de alguna frase brutal que nos deja en blanco.

    “Al día siguiente no murió nadie.”

    Esta es por ejemplo una de esas frases. Así comienza las Intermitencias de la muerte, en el que un primero de enero la muerte, por primera vez en su larga carrera, decide dejar de matar. La gente no deja de envejecer o de enfermar, simplemente deja de morir.

    Luego, durante medio libro acompañamos una reflexión sobre la muerte, y sobre cómo sería la vida en su ausencia.

    Después de meses de huelga, la muerte vuelve aparecer, pero esta vez con un nuevo sistema. Ahora las personas antes de morir van a recibir una carta color violeta una semana antes de que les llegue la hora para que así puedan decidir cómo pasar sus últimos días.

    Así va trabajando la muerte, enviando por correo su correspondencia letal, hasta que pasa lo impensable: por primera vez desde que la muerte es muerte, un hombre que debería haber muerto hace una semana, resulta que no muere. Por alguna razón cada vez que la muerte le manda la carta violeta, la carta le vuelve aparecer sobre su escritorio. Inexplicablemente no puede llegar a su destinatario final: un pobre músico solitario que vive sin saber que su tiempo se ha acabado.

    Desconcertada, la muerte lo sigue día y noche y termina transformándose en mujer de carne y hueso para entregarle en persona la carta mortal. En dos ocasiones lo encuentra, conversa con él, pero no puede entregarle la carta, parece que no se anima.

    En la última noche del plazo que se había dado ella misma para resolver el problema del violonchelista que no moría, va a tocar el timbre de su casa y esto fue lo que pasó:

    Eran las once cuando sonó el timbre de la puerta. Algún vecino con problemas, pensó el violonchelista, y se levantó para abrir. Buenas noches, dijo la mujer del palco, pisando el umbral, Buenas noches, respondió el músico, esforzándose por dominar el pasmo que le contraía la glotis, No me pide que entre, Claro que sí, por favor. Se apartó para dejarla pasar, cerró la puerta, todo despacio, lentamente, para que el corazón no le explotara. Con las piernas temblando la acompañó a la sala de música, con la mano que temblaba le indicó el sillón. Pensé que ya se habría ido, dijo, Como ve, decidí quedarme, respondió la mujer, Pero partirá mañana, A eso me comprometí, Supongo que ha venido para traerme la carta, que no la ha roto, Sí, la tengo aquí en este bolso, Démela, entonces, Tenemos tiempo, recuerdo haberle dicho que las prisas son malas consejeras, Como quiera, estoy a su disposición, Lo dice en serio, Es mi mayor defecto, todo lo digo en serio, incluso cuando hago reír, principalmente cuando hago reír, En ese caso me atrevo a pedirle un favor, Cuál, Compénseme por haber faltado ayer al concierto, No veo de qué manera, Ahí tiene un piano, Ni se le ocurra, soy un pianista mediocre, O el violonchelo, Eso es otra cosa, sí, podré tocarle una o dos piezas si se empeña, Puedo escoger, preguntó la mujer, Sí, pero sólo lo que esté a mi alcance, dentro de mis posibilidades. La mujer tomó el cuaderno de la suite número seis de bach y dijo, Esto, Es muy larga, lleva más de media hora, y ya comienza a ser tarde, Le repito que tenemos tiempo, Hay un pasaje en el preludio en que tengo dificultades, No importa, sálteselo cuando llegue, dijo la mujer, o ni será preciso, ya verá que tocará aún mejor que rostropovich. El violonchelista sonrió, Puede tener la certeza. Abrió el cuaderno sobre el atril, respiró hondo, colocó la mano izquierda en el brazo del violonchelo, la mano derecha condujo el arco hasta casi rozar las cuerdas, y comenzó. Demás sabía que no era rostropovich, que no pasaba de un solista de orquesta cuando la casualidad del programa lo exigía, pero aquí, ante esta mujer, con su perro echado a los pies, a esta hora de la noche, rodeado de libros, de cuadernos de música, de partituras, era el propio johann Sebastian bach componiendo en cóthen lo que más tarde sería llamado opus mil doce, obras ellas casi tantas como fueron las de la creación. El pasaje difícil fue traspasado sin que él se hubiera dado cuenta de la proeza que había cometido, manos felices hacían murmurar, hablar, cantar, rugir al violonchelo, he aquí lo que le faltó a rostropovich, esta sala de música, esta hora, esta mujer. Cuando él terminó, las manos de ella ya no estaban frías, las suyas ardían, por eso las manos se dieron a las manos y no se extrañaron. Pasaba mucho de la una de la madrugada cuando el violonchelista preguntó, Quiere que llame un taxi que la lleve al hotel, y la mujer respondió, No, me quedaré contigo, y le ofreció la boca.

    Entraron en el dormitorio, se desnudaron, y lo que estaba escrito que sucedería sucedió por fin, y otra vez, y otra aún. Él se durmió, ella no. Entonces ella, la muerte, se levantó, abrió el bolso que había dejado en la sala y sacó la carta color violeta. Miró alrededor como si buscara un lugar donde poder dejarla, sobre el piano, sujeta entre las cuerdas del violonchelo o quizás en el propio dormitorio, debajo de la almohada en que la cabeza del hombre descansaba. No lo hizo. Fue a la cocina, encendió una cerilla, una humilde cerilla, ella que podría deshacer el papel con una mirada, reducirlo a un impalpable polvo, ella que podría pegarle fuego sólo con el contacto de los dedos, y era una simple cerilla, una cerilla común, la cerilla de todos los días, la que hacía arder la carta de la muerte, esa que sólo la muerte podía destruir. No quedaron cenizas.La muerte volvió a la cama, se abrazó al hombre, y, sin comprender lo que le estaba sucediendo, ella que nunca dormía, sintió que el sueño le bajaba suavemente los párpados. Al día siguiente no murió nadie.

    Increible no? La muerte enamorada.

    Creo que siempre es bueno tener a la muerte presente y esta es una linda novela para no olvidarla.

    Hay una parte del libro cuando la muerte, que era el típico esqueleto con su manto negro y su gadaña y se transforma en una mujer de carne y hueso y sonrisa irresistible, para entregar aquella carta, y a su paso va dejando un difuso perfume mitad rosa y mitad crisantemo.

    Resulta que ese es el mismo olor que se siente entre los papeles de la Conservaduría General de Registro Civil, en la que trabaja Don José, el protagonista de Todos los nombres, y cuyo Conservador tuvo la revolucionaria decisión de juntar en un solo archivo todos los nombres y papeles de los vivos y los muertos que tenía a su cuidado, alegando que solo juntos podían representar a la humanidad como debería ser entendida, un todo absoluto, independientemente del tiempo y los lugares y que haberlos tenido separados había sido un crimen contra el espíritu.

    Todos los nombres es una novela cortita, en la que curiosamente el único nombre que aparece es el de Don José, un funcionario cincuentón de la Conservaduría del Registro Civil al que no le había pasado nada muy interesante en la vida, hasta que por accidente se le entrepapela la ficha de una mujer desconocida y de repente Don José no puede pensar en otra cosa, quién será esa mujer, cómo habrá sido su vida. Entonces es tomado por la decisión de averiguarlo, porque son las decisiones las que nos toman y no al contrario, y por primera vez comienza a vivir una aventura de verdad. Una aventura que también transita entre la vida y la muerte.

    Mi escena favorita es cuando Don José entra al departamento de la mujer desconocida, y pasa lo siguiente:

    La puerta chirrió al abrirse, sobresaltando al visitante, repentinamente con dudas sobre la eficacia de la justificación que había pensado dar a la portera en el caso de que lo interpelara. Se deslizó con rapidez al interior de la casa, cerró la puerta con todo cuidado y se encontró en medio de una penumbra densa, a la que le faltaba poco para ser oscuridad. Palpó la pared junto al marco de la puerta, encontró un interruptor, pero prudentemente no lo hizo funcionar, podría ser peligroso encender las luces.

    Poco a poco los ojos de don José estaban habituándose a la penumbra, se diría que en situación semejante lo mismo le ocurre a cualquier persona, pero lo que comúnmente no se sabe es que los escribientes de la Conservaduría General, dada la frecuentación regular al archivo de los muertos a que están obligados, adquieren, al cabo de cierto tiempo, facultades de adecuación óptica absolutamente fuera de lo común. Llegarían a tener ojos de gato si no los alcanzase primero la edad de la jubilación.

    Aunque el suelo estuviese enmoquetado, don José creyó que sería mejor descalzarse los zapatos para evitar cualquier choque o vibración que pudiese denunciar su presencia a los inquilinos del piso de abajo. Con mil cuidados descorrió los cerrojos de los postigos de una de las ventanas que daba a la calle pero sólo los abrió lo suficiente para que entrase alguna luz. Estaba en un dormitorio. Había una cómoda, un armario, una mesilla de noche. La cama, estrecha, de soltera, como se decía antes. Los muebles eran de líneas simples y claras, lo contrario del estilo bazo y pesado del mobiliario de la casa de los padres. Don José dio una vuelta por las restantes habitaciones del apartamento, que se limitaban a una sala de estar amueblada con los sofás de costumbre y una estantería de libros que ocupaba de extremo a extremo una pared, una habitación más pequeña que servía de despacho, la cocina minúscula, el cuarto de baño reducido a lo indispensable.

    Aquí vivió una mujer que se suicidó por motivos desconocidos, que había estado casada y se divorció, que podría haber vuelto a vivir con los padres después del divorcio, pero que prefirió continuar sola, una mujer que como todas fue niña y muchacha, que ya en ese tiempo, de una cierta e indefinible manera, era la mujer que llegó a ser, una profesora de matemáticas que tuvo su nombre de viva en el Registro Civil junto a los nombres de todas las personas vivas de esta ciudad, una mujer cuyo nombre de muerta volvió al mundo vivo porque este don José fue a rescatarlo al mundo de los muertos, apenas el nombre, no a ella, que no podría un escribiente tanto. Con las puertas de comunicación interiores todas abiertas, la claridad del día ilumina más o menos la casa, pero don José tendrá que despacharse en la búsqueda si no quiere dejarla a medias. Abrió un cajón de la mesa del despacho, pasó los ojos vagamente por lo que había dentro, le parecieron ejercicios escolares de matemáticas, cálculos, ecuaciones, nada que le pudiese explicar las razones de la vida y de la muerte de la mujer que se sentaba en este sillón, que encendía esta lámpara, que sostenía este lápiz y con él escribía. Don José cerró lentamente el cajón, todavía comenzó a abrir otro pero no llegó al final del movimiento, se detuvo pensando un largo minuto, o fueron solamente uno pocos segundos que parecieron horas, después empujó el cajón con firmeza, después salió del despacho, después se sentó en uno de los sofás de la sala y allí se quedó. Miraba los viejos calcetines zurcidos que traía puestos, los pantalones sin raya un poco subidos, las canillas blancas y delgadas, con escaso vello. Sentía que su cuerpo se acomodaba a la concavidad suave del tapizado y de los muelles del sofá dejada por otro cuerpo, Nunca más se sentará aquí, murmuró. El silencio, que le había parecido absoluto, era cortado ahora por los sonidos de la calle, sobre todo, de vez en cuando, con el paso de un coche, pero había en el aire también una respiración pausada, un latir lento, sería tal vez la respiración de las casas cuando las dejan solas, ésta, probablemente, aún no se percató de que tiene alguien dentro. Don José se dice a sí mismo que aún hay cajones para examinar, los de la cómoda, donde se suelen guardar las ropas más íntimas, los de la mesilla de noche, donde intimidades de otra naturaleza son generalmente recogidas, el armario, piensa que si abre el armario no resistirá al deseo de recorrer con los dedos los vestidos colgados, así, como si estuviese acariciando las teclas de un piano mudo, piensa que levantará la falda de uno para aspirarle el aroma, el perfume, el simple olor. Y están los cajones de la mesa del despacho que no llegó a investigar, y la pequeña cajonera de la estantería, en algún sitio tendrá que estar guardado aquello que busca, la carta, el diario, la palabra de despedida, la señal de la última lágrima. Para qué, preguntó, supongamos que tal papel existe, que lo encuentro, que lo leo, no será por leerlo por lo que los vestidos dejarán de estar vacíos, a partir de ahora los ejercicios de matemáticas no tendrán solución, no se descubrirán las incógnitas de las ecuaciones, la colcha de la cama no será apartada, el embozo de la sábana no se ajustará sobre el pecho, la lámpara de la cabecera no iluminará la página del libro, lo que acabó, acabó. Don José se inclinó hacia delante, dejó caer la frente sobre las manos, como si quisiese seguir pensando, pero no era así, se le habían acabado los pensamientos. La luz se quebró de pronto, alguna nube está pasando en el cielo. En ese momento el teléfono sonó. No se había fijado antes, pero allí estaba, en una pequeña mesa, en un rincón, como un objeto que pocas veces se utiliza. El mecanismo del grabador de llamadas funcionó, una voz femenina dijo el número de teléfono, después añadió, No estoy en casa, deje el recado después de oír la señal. Quien quiera que hubiese llamado, colgó, hay personas que detestan hablarle a una máquina o, en este caso, se trató de una equivocación, de hecho si no reconocemos la voz que sale de la grabadora no merece la pena continuar. Esto habría que explicárselo a don José, que nunca en su vida había visto un aparato de éstos de cerca, aunque lo más probable sería que él no prestase atención a las explicaciones, tan perturbado lo pusieron las pocas palabras que oyó, No estoy en casa, deje el recado después de oír la señal, sí, no está en casa, nunca más estará en casa, quedó apenas su voz, grave, velada, como distraída, como si estuviera pensando en otra cosa cuando realizó la grabación. Don José dijo, Puede ser que vuelvan a telefonear, y con esa esperanza no se movió del sofá durante más de una hora, poco a poco la penumbra de la casa se iba haciendo más densa y el teléfono no sonó más. Entonces don José se levantó, tengo que irme, murmuró, pero antes de salir todavía dio una última vuelta por la casa, entró en el dormitorio, donde había más luz, se sentó un momento en el borde de la cama, una y otra vez deslizó la mano despacio por el embozo bordado de la sábana, después abrió el armario, allí estaban los vestidos de la mujer que había dicho las definitivas palabras, No estoy en casa. Se inclinó hacia ellos hasta tocarlos con la cara, el olor que desprendían podría llamarse olor de ausencia, o será aquel perfume mixto de rosa y crisantemo que de vez en cuando recorre la Conservaduría General.

    Bueno no?

    Esos son los libros que he releído en estos meses, pero tiene tantos más. Recuerdo que fue leyendo El año de la muerte de Ricardo Reis que pude imaginar maravillado las calles de Lisboa, encantadora ciudad llena de historia y azulejos por la que tuve la suerte de caminar años después. De hecho leyendo ese libro fue que conocí a Fernando Pessoa. Gracias Saramago.

    También tiene un par de libros que se hicieron películas como Blindness, basada en Ensayo sobre la ceguera, o Enemy, que es buenísima, basada en El Hombre duplicado.

    Recuerdo que una navidad le regalé a mi padre Ensayo sobre la luz. Fue el mismo año que me hice un tatuaje con el nombre de mi abuela. Ahora que en paz descanse. La vida es realmente un suspiro y se nos va.

    Te extraño Mina.

    No he leído mucho sobre la vida privada de José Saramago, pero en sus comentarios contra las élites financieras y la desigualdad global, en su defensa del ser humano y sus derechos, en sus batallas contra la iglesia y la censura, en su amor por las palabras y por sus semejantes, solo he podido encontrar admiración.

    Aquí termino. Gracias Señor Saramago. Y que el mundo siga escuchando el eco conjuto de sus voces, tan relevante hoy como siempre.

  • Hola Hola, cómo les va?

    Hoy quería hablarles de La Historia Interminable, de Michael Ende, es uno de mis libros indispensables, de esos que van creciendo conmigo, todos tenemos de esos libros, al que uno vuelve varias veces y cada vez es un libro distinto, obviamente porque el que va cambiando es uno, pero al mismo tiempo, cuando uno lo vuelve a leer, además de ser un largo reencuentro con el libro y con sus personajes, también de alguna forma es un largo reencuentro con la persona que fuimos todas aquellas veces que leímos el libro anteriormente.

    La Historia sin fin, o la historia interminable, fue escrita originalmente en alemán, y hace unos días volví a leer el libro, entre otras cosas para practicar el idioma. Lo menciono porque muchas veces dicen que el alemán es un idioma tosco o que suena agresivo, pero este es un libro tan dulce… realmente es una prueba viviente de la dulzura con la que se puede usar el alemán. Está realmente escrito con la misma ternura y simplicidad con la que uno le habla a un niño para hacerlo dormir.

    Así que ya saben, es ideal para los que quieran practicar su alemán.

    Además, es mucho más que una simple historia infantil. Es un libro con una historia profunda y compleja, contada de una forma simple y llena de encanto.

    Y cuál es esta historia profunda y compleja?

    En su simplicidad y profundidad, la Historia Interminable es un libro en muchos sentidos sobre la condición humana, a mi entender. Sobre nuestra relación con lo real y lo fantástico, sobre nuestro infinito mundo interior como fuente de significado y de vida, y sobre la importancia de compartir, también, ese mundo con otras personas en el mundo real; es un libro sobre el amor propio, pero también sobre el amor fraternal, o sea, sobre la amistad.

    También es un libro sobre equilibrios, y en ese equilibrio entre la realidad y la fantasía, entre el mundo interior y el exterior, y tantos otros equilibrio que también están en el libro, o que también hay en el libro, también está el equilibrio entre la libertad y la responsabilidad. Para mi ese es de los puntos más importantes del libro.

    Porque, Qué es la libertad sin responsabilidad? Qué es el individuo sin los demás? Cómo alimentarnos del poder de nuestra voluntad sin perdernos en el laberinto de los deseos?

    En ese sentido el periplo de Bastian por Fantasía me hace acuerdo al dilema inicial de la Insoportable levedad del ser. Pero nos estamos adelantando… volvamos a empezar

    La Historia Interminable es la historia de un niño de unos 10 años que se llama Bastian y que está atravesando por un muy mal momento. No encuentra la forma de relacionarse con su padre, sufre bullying en el colegio y nadie aprecia su único talento: el de inventar historias.

    En algún momento ya habíamos dicho que no buscamos historias para escapar de la realidad, sino para encontrarla.

    Y es ese precisamente el viaje que sin saberlo tiene que hacer Bastian Baltasar Bux por el reino sin fronteras de Fantasía para encontrarse a sí mismo, y a su verdadera voluntad; voluntad necesaria, además, para curar, entre comillas, el mundo en el que le tocó vivir.

    Y al acompañarlo, ese es un poco también el viaje que también nosotros hacemos.

    El libro está dividido en dos partes. La primera es el viaje de Bastian desde el mundo real al mundo de Fantasía. Pero este viaje no lo puede hacer por sí mismo. Es a través de las aventuras de Atreyu que Bastian puede llegar hasta Fantasía. Es un viaje del exterior al interior.

    La vida real no tiene color, ni sentido. Y es a través de Atreyu que Bastian comienza su viaje de transformación.

    Atreyu también es un niño, pero ni hace falta decir, es un niño lleno de cualidades que Bastián no tiene. Atreyu es el perfecto niño héroe capaz de enfrentar cualquier peligro para salvar el mundo en el que tocó vivir.

    Atreyu vive en Fantasía, y Fantasía está en peligro, día a día está siendo consumida por la nada, porque hace mucho tiempo que personas del mundo real ya no la visitan para llenarla de nuevas historias.

    Ya que así como el mundo real es invivible o insoportable sin fantasía, Fantasía no puede existir sin el mundo real.

    Un mundo se alimenta del otro, y están entrelazados el uno al otro de la misma forma que el símbolo que se encuentra en la tapa del libro: las dos serpientes que se muerden mutuamente la cola formando la señal del infinito.

    El peligro mortal que la nada representa es el drama de Fantasía y Atreyu es el héroe escogido, que para salvarla tiene que encontrar un niño de carne y hueso que traiga nuevas historias. A través de la Gran búsqueda de Atreyu Bastian se va enamorando del maravilloso mundo de Fantasía, que lo llama y lo jala cada vez con más fuerza, y a nosotros junto a él.

    Fantasía está llena de magia, de misterios, y de personajes increíbles como Fújur, el dragón de la suerte, con sus ojos rojos como un rubí y cuyo canto con su voz de bronce es de las cosas más bellas que existen, o Pérellin la selva de colores fosforescentes que nace cada noche y no deja de crecer y crecer, y crecería tanto que se consumiría el mundo entero si no fuera porque cada día al amanecer despierta Graógraman, un león que cambia de colores como un camaleón y cuyo cuerpo emite un calor tal que derrite toda la selva y la convierte en un impresionante desierto multicolor. Pero cada atardecer, Graógraman se convierte en piedra y nuevamente la selva comienza a crecer y crecer, hasta que sale el sol, cuando Graógraman vuelve a despertar.

    Aquí otra vez la idea de un eterno equilibrio.

    Otro episodio fascinante es cuando La Emperatriz Infantil va en busca del Viejo Errante de la Montaña. Son uno como la contraparte y el reflejo opuesto del otro. Ella siempre niña, él siempre viejo, ella como la adorada inspiración a través de la cual existen todas las historias que forman Fantasía, y él, quien las escribe disciplinadamente en soledad.

    Ella se ve forzada a ir a verlo, porque incluso después de la larga búsqueda que hace Atreyu, Bastián no se anima a dar el último paso para entrar.

    Entonces, muy cansada, y muy enferma, ya que la nada lo está consumiendo todo, la Emperatriz Infantil va en busca del Viejo Errante para pedirle que narre desde el principio la Historia Interminable.

    Y cuando se encuentran es realmente un momento fascinante y confuso, que ahora al volver a leerlo me hizo pensar en la fijación o fascinación que tiene Borges por los espejos, y por las mil y una noches.

    El Viejo Errante le hace caso y comienza contar la historia desde el principio, y esta vez Bastián se lee así mismo dentro del libro, se ve a sí mismo dentro del libro, el cual se repetiría desde el principio hasta ese momento una y otra vez para siempre, a menos que él haga algo, lo que lo fuerza a entrar en el Reino de Fantasía.

    Y aquí comienza la segunda parte del libro. El viaje de regreso de Bastian desde Fantasía hasta el mundo real. Un viaje del interior al exterior. El viaje de retorno, es el viaje necesario para curar el mundo en el que tocó vivir, después de beber el agua de la vida en el mundo interior.

    En esta parte de la historia es imposible no recordar, para mi es imposible no recordar el podcast que hice sobre Teseo y el Minotauro, porque resulta que hay un problema: Bastian no quiere volver, y Fantasía entonces se convierte en el Laberinto, en un laberinto del que Bastián no puede salir.

    Al llegar a Fantasía, para llenarla de historias, pero también para encontrar su propia voluntad, a Bastian se le otorga el poder de hacer realidad todos sus deseos. Y es así que Bastian comienza a transitar el peligrosísimo camino de los deseos.

    Usando el poder de sus deseos Bastián salva a Fantasía de la nada, la llena de historias, de todo tipo de historias, pero al mismo tiempo se va transformando en todo lo que no era y él quería ser: al principio se vuelve super atractivo y fuerte, luego se hace resistente a todo tipo de adversidades, luego se hace popular y querido, luego adminado, luego respetado y más adelante hasta temido. Pero como todo en la vida tiene un costo, cada deseo le costaba un recuerdo. Por lo que poco a poco se va quedando sin recuerdos del mundo real. En el momento en que se hace fuerte, por ejemplo, se olvida que una vez fue débil, en el momento que se hace valiente, se olvida que una vez fue miedoso… Y el que no tiene recuerdos nada puede desear, y sin deseos tampoco puede encontrar su verdadera voluntad, ni el camino de regreso a casa.

    Entonces, de poderoso, temido y respetado, Bastian pasa al olvido, y por poco se pierde para siempre en en el mundo irreal, con un par de deseos de sobra, es solo con paciencia y trabajo en la mina donde se encuentran los sueños perdidos es que Bastian encuentra su verdadera voluntad: que es ser capaz de amar, de amarse así mismo tal y cual él es, y de compartir ese amor, el amor de vivir con su padre, y con el mundo.

    Y es una vez más gracias a la ayuda de Atreyu que Bastian llega a la fuente del agua de la vida, recupera sus recuerdos y logra volver. Bastian, que ha encontrado la alegría de vivir, al volver la comparte con su padre, y cura de cierta forma su mundo y su realidad, y al mismo tiempo, se convierte en nuestro Atreyu, y nos lleva de regreso a Fantasía, para que… Quien sabe, tal vez nosotros podamos también beber de la fuente del agua de la vida y curar el mundo en el que nos tocó vivir.

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  • ¿Qué tal amigos? ¿Cómo les va? Hace tiempo que no estoy por acá, no es que no haya estado leyendo, sino que he estado leyendo cosas que no tenían mucho parecido con el podcast. Por alguna razón he estado interesado en libros que no tienen nada que ver con el contenido que he hecho hasta ahora Y no quería traer esas lecturas aquí, se sentía un poco como una traición, pero extraño hacer el podcast que al final es como una terapia gratuita pero al mismo tiempo sigo interesado en otro tipo de libros he intentado leer cosas que quisiera comentar en el podcast cosas que me gustan y que quiero leer pero que últimamente no he podido llegar a terminar parece que estoy en una fase de leer otras cosas y como no quiero dejar de hacer el podcast ni quiero dejar de leer lo que me está interesando. Voy a tratar de comentar las cosas que vaya leyendo.

    Hace unas semanas conseguí el último libro de una trilogía que se llama El Recuerdo del Pasado de la Tierra del escritor chino Liu Cixin aunque no sé muy bien cómo se pronuncia de verdad su nombre y... ya leí los dos primeros pero los acabo de releer para refrescar la memoria el último todavía no lo terminé pero tuve que parar hacer el podcast porque qué libro! qué librazo, sobre todo el segundo libro que se llama El Bosque Oscuro es tremendo, tremendo. Algunas cosas del final no me encantaron, pero la sensación que me dejó la totalidad del libro fue realmente de asombro.

    Este no es un tipo, no es un libro así, tipo thriller en el que lo que más importa es saber qué es lo que va a pasar a continuación si no es de esos otros libros que te confrontan con cuestiones profundas y esenciales de la realidad y del ser humano no quisiera contar muchos detalles de la historia porque creo que es mejor leerlos sin saberlos sino como siempre, simplemente compartir algunas impresiones pero desde ya lo que puedo decir es que el libro tiene unas escenas poderosísimas. No recuerdo la verdad el último libro que me haya hecho imaginar tanto y quedar nuevamente sorprendido del poder mismo de la imaginación. Estamos tan acostumbrados a todo tipo de efectos especiales, de historias con todo tipo de seres y criaturas e imposibilidades que ya resulta difícil sorprenderse con algo nuevo, cada vez es más difícil tener esa sensación de niño cuando te cuentan algo increíble y maravilloso.

    Bueno, estos libros lo consiguieron y me trajeron de nuevo esa sensación.

    Con creatividad y usando esa habilidad para generar asombro Liu nos confronta una y otra vez con conflictos morales, conflictos éticos, sobre el uso del poder, sobre las posibilidades mismas de la existencia y de la realidad, nos hace reflexionar sobre la eterna pregunta de la maldad en el ser humano, sobre nuestro breve paso por la monstruosa enormidad del universo, sobre nuestra convivencia en este pedacito de tierra en el que giramos en el espacio, sobre nuestro tiempo y lo que hacemos con él.

    El problema de los tres cuerpos comienza en Pekín a finales de los años 60, en plena revolución cultural, con guardias rojos enfrentándose entre ellos y acusándose mutuamente de contrarrevolucionarios también van humillando y ejecutando intelectuales, por ejemplo, públicamente. Uno de los intelectuales es un profesor de física al que cuestionan, humillan y al final matan, con la excusa de lo que él le enseña, como la teoría de la relatividad o la teoría del big bang van en contra de los ideales comunistas. Incluso su esposa llega a participar del acto, por sus propios motivos, y su hija que en esa época era universitaria se encuentra también ahí entre los testigos sin poder hacer nada. Esa joven se llama Ye Wenji y es una de las protagonistas más importantes de la historia.

    Antes de morir, sin embargo, el profesor de física, cuando está siendo cuestionado por los guardias rojos, hace una pregunta, como defendiéndose en esa, digamos, confrontación pública que tienen. Hace la pregunta de si la filosofía debe guiar a los experimentos o los experimentos deben guiar a la filosofía. Él usa la palabra experimentos, pero creo que también podríamos usar las palabras ciencia o tecnología. Desde mi punto de vista, esta es la reflexión y la pregunta que mueve al primer libro. Y es imposible no ponerse a pensar. Obviamente también están en las cosas internas que le van pasando a los protagonistas, a los protagonistas del libro, ¿no? Por ejemplo a Ye Wenji observar, digamos, ver a su madre haciendo esto, no solo a su madre sino a todos, cuestionando, torturando básicamente a su padre, humillándolo ahí en público, y al final matándolo, obviamente todo esto la lleva a una decepción, una tremenda decepción por la humanidad, por la vida, por todo que después la llevan a hacer cosas que no les voy a contar, pero obviamente también existen todos esos motivos internos de cada personaje, pero,en general, la pregunta general digamos de la historia del libro me parece que es esta.

    Y a través de Ye Wenji y su historia personal vemos algunas respuestas extremas esta pregunta, pero son innumerables las posibles historias que han habido y que pueden haber en relación a este tema, cosas que pueden pasar cuando ideas se convierten en dogma y guían y o norman o financian la búsqueda del conocimiento esperando permanentemente conseguir una autovalidación o el otro extremo, cuando sea crea o se usa tecnología sin ningún tipo de pensamiento o reflexión o entendimiento de lo que esta tecnología puede llegar a significar. Posibilidad que con la super especialización del conocimiento parece crecer exponencialmente.

    Antes de hacer el podcast, le hice la misma pregunta que hizo el profesor de física, se la hice aquí a nuestro amigo el chatGPT. Me respondió que hay, digamos, personas, hay dos variantes, hay personas que creen que son los experimentos, la ciencia, que debe guiar a la filosofía y también hay lo contrario. Los que creen que la ciencia que debe guiar a la filosofía… es el empirismo científico que defiende que los experimentos científicos deberían guiar a la filosofía y por otro lado el estudio de la epistemología y de la filosofía de la ciencia argumentan que la reflexión filosófica sobre la naturaleza del conocimiento, sobre la evidencia que es evidencia, que no es evidencia sobre la metodología científica, ¿no? qué métodos se usan para generar, para adquirir conocimiento…puede proporcionar orientación y marcos conceptuales importantes para la investigación y para la interpretación de los experimentos, que la filosofía puede guiar y cuestionar la dirección de la investigación científica y ofrecer perspectivas críticas sobre los supuestos subyacentes. Chat PT termina diciendo, concluyendo,que en la práctica ambas perspectivas interactúan y se complementan mutuamente. Que puede ser que sea así en la mayoría de los casos, pero al final de la conversación aquí con la inteligencia artificial me quedé yo con la impresión que el chatGTP tiene una impresión, justamente, bastante benevolente sobre la humanidad.

    En fin. Y el segundo libro, el segundo libro es un intento dramático de resolver otra pregunta, que es la paradoja de Fermi. La paradoja de Fermi es la discrepancia entre la falta de evidencia concluyente de vida extraterrestre avanzada y la aparente alta probabilidad de su existencia. O sea, las probabilidades que seamos los únicos seres con vida inteligente en la vastedad de todo lo que existe, es minúscula; y sin embargo, no hay ninguna evidencia de lo contrario. ¿Por qué? Esa es la pregunta del segundo libro, que me parece, de la misma forma que es la pregunta que guía la historia en términos generales.

    El Bosque Oscuro comienza con un encuentro entre Ye Wenji, ya anciana, con su compañero de estudios. Bueno, no compañero de estudios, con un compañero de estudios de su hija, en realidad. Que se llama Luo Ji, en su breve encuentro, Ye Wenji le sugiere crear una nueva rama de estudios: la sociología cósmica, que sería el estudio teórico de cómo serían las dinámicas y las relaciones entre supuestas civilizaciones de diferentes planetas. Pero al mismo tiempo, también, cómo serían las dinámicas internas entre las relaciones entre los estados y las personas en la Tierra.

    El libro también nos hace pensar sobre eso, el primer libro también ya ya nos hace pensar sobre esas cosas ¿se uniría la humanidad en una sola comunidad digamos identitaria frente a la posibilidad de que existan otros? o se dividirían aún más como por ejemplo pasó con los nativos americanos cuando llegaron los europeos a América.

    Entonces, son cosas que son interesantes, no? muy interesantes de pensar y aquí en el libro las vemos dramatizadas y es super, super interesante. Y otra vez, con una increíble capacidad de generar asombro, Liu dramatiza ideas de la teoría de los juegos, por ejemplo, como el dilema de seguridad o el dilema del prisionero, y nos confronta con las nociones más básicas de lo que significa ser humano. Este libro me encantó porque este es un tema que me apasiona desde hace mucho tiempo a mí. Y la verdad que no es muy seguido que aparece tan bien explicado y dramatizado como en estos libros. Especialmente en el Bosque Oscuro. La verdad, espectacular. Espectacular esa parte.

    No quiero contar más detalles de la historia para no fregarle la experiencia. Pero por ejemplo, solo así como que para hablar un poco sobre del tema. Recuerdo que en la película de Batman el caballero de la noche también hay una escena en la que el guasón intenta usar el dilema del prisionero como un arma en su batalla moral que tiene con Batman. Coloca bombas en dos barcos, uno con prisioneros y otros con ciudadanos que no son prisioneros. Cada barco tiene un detonador para la bomba del otro barco y de detonar el otro barco antes de la medianoche para salvarse.

    O sea, los unos pueden hacer explotar al otro, ¿no? En la película, los ciudadanos de Ciudad Gótica tienen la fuerza necesaria para aferrarse a sus principios, a sus ideales, para tomar una decisión moral, incluso en una situación extrema, y así llegan a resolver el dilema. Sin embargo, esta no es la única, y me parece que tampoco es la más probable solución o respuesta al dilema del prisionero.

    En fin, El Bosco Oscuro es un librazo, un librazo para leerse en un fin de semana largo.

    Tiene una de las mejores escenas de batallas que he leído, por si acaso, para los que le interesa eso.

    Sobre el tercer libro no voy a decir nada porque todavía lo estoy leyendo, todavía lo estoy disfrutando.

    Otra de las cosas que me gustó de los libros, que un poco da como pena no saber chino, no? Pasa un poco cuando uno lee cualquier libro traducido, pero incluso a través de la traducción se puede apreciar cierta forma de expresión asiática como el uso de la palabra responsabilidad o de la palabra deber en situaciones en la que probablemente en el mundo occidental se usarían otras formas de expresión. Para mí, este es uno de los encantos del libro aunque sería espectacular poder leer cada libro en su idioma original.

    No cuesta nada soñar.

    Otro de sus encantos es el contexto histórico obre todo en el primer libro que comienza en plena revolución cultural como ya conté y luego nos va llevando como de casualidad a través de aciertos y tragedias por el proceso de transformación del estado y de la sociedad china de la segunda mitad del siglo pasado la verdad que es muy interesante eso, no?

    Y por último otra cosa que me gustó es la capacidad que tiene Liu para contagiar su pasión por las matemáticas, los algoritmos, los números. Él mismo cuenta en una nota al final del primer libro que lo que él intenta hacer en su trabajo es poner en palabras las historias y la belleza que esconden o que están escondidas en las ecuaciones. Con esa habilidad nos muestra y nos comparte un increíble mundo lleno de fantásticas pero eternas y coherentes posibilidades en el que hasta lo más ínfimo puede tomar características colosales o donde la totalidad del todo puede estar en el más pequeño grano de arena del último desierto.

    Que también no deja de tener su encanto oriental… la verdad es muy bueno, muy bueno espero que les interese ahora yo me voy a continuar leyendo el último libro..

    Si lo leen y quieren comentarlo pueden escribirme a lecturasdelbosque@gmail.com

    Estoy pensando hacer un canal de Telegram en el que se pueda conversar sobre las lecturas... al que le interesa, si hay alguien que le interese participar me puede mandar su contacto a ese correo.

    Bueno, un abrazo y hasta la próxima.

  • Confieso que hasta hace poco no había leído casi nada de Borges, porque aunque suene a pecado, no me había llamado mucho la atención. Tal vez por la fama que tiene Borges de escribir cosas super mentales y complejas, tal vez por todo el aire intelectual que gira a su alrededor, tal vez por esa especie de respeto y nostalgia que inspira todo el personaje: el viejo ciego, erudito y de bastón.

    Y eso que tuve durante años, en el estante de mis libros ,un retrato de Borges, pintado por Ricardo Jordan, un cuadro que me había prestado Yoyó. Y aún así no lo leía, he sido una farsa.

    Pero creo que debo estar lejos de ser la única persona que se haya sentido intimidada por Borges. Así que en este episodio quería hablar de uno de sus cuentos, a ver si se animan a leerlo, porque disfrutar a Borges no es tan complicado como parece, y además, los va a enriquecer con un arsenal de frases tremendas, y de ideas loquísimas, que desafian el límite mismo de lo que se puede imaginar y que se pueden usar hasta para los más maquiavélicos de los proyectos.

    El caso para mi se resolvió el pasado Diciembre, cuando fui a visitar a mi familia, y unos días después de navidad vi a uno de mis tíos, a mi tio Quico. Mi tío Quico es un tipo super interesante. A pesar que desprecia la mayoria de las cosas que lee y que ha leido, el tipo siempre está leyendo. Conozco a pocas personas que lean tanto como él. Y además, como es medio hipocondriaco, siempre está comiendo sano y haciendo ejercicios. Asi que, qunque tiene una tendencia a renegar a gritos sobre cualquier cosa que no le agrada – y pocas cosas le agradan – debe estar aparentando unos 20 años menos de los que tiene en realidad.

    La cosa es que unos días después de navidad me topé con mi tio Quico, y le comenté que estaba haciendo este podcast. Me preguntó si había hecho algo sobre Borges y cuando le dije que no había leido mucho de Borges pude ver como se le iba perdiendo la mirada y como comenzaban a rechinarle los dientes, casi que le temblaba el labio de arriba, pero se aguantó las ganas de renegar hasta que se levantó. Despues de un rato volvió con un librito de cubierta de cuero oscuro y letras doraras: era Ficciones, de Borges, lo puso en la mesa y me lo regaló. Y así due comencé de leer de verdad a Borges. Hace poco.

    Hoy quería hablar de uno de sus cuentos: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.

    Ya de entrada vemos que comienza con un nombre medio extraño. Pero no se asusten.

    En el prólogo, Borges, que nunca escribió nada que no fuese breve, ya nos dice:

    “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explorar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario. Así procedió Carlyle en Sator Resartus; así Butler en The Fair Haven; obras que tienen la imperfección de ser libros también, no menos tautalógicos que los otros. Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios.”

    Y este cuento es basicamente eso, notas sobre un libro imaginario. Pero no es cualquier libro. Ya vamos a llegar a lo importante. Por ahora sigamos.

    En el cuento, el propio Borges hace de narrador personaje y nos va contando cómo va descubriendo más y más cosas sobre ese libro.

    En ese libro se describe un universo diseñado durante varias generaciones, por un número incierto de personas, cada una especializada en una disciplina diferente. Unos inventaron su geografía, otros su fauna y flora, otros sus leyes físicas, otros su geometría, otros sus lenguajes, otros sus poesías, sus filosofías, sus religiones, etc. Un trabajazo ultra detallado que van haciendo en diferentes tomos de su propia enciclopedia que poco a poco van siendo filtradas al público en general.

    Pero en ese mundo todas estas disciplinas tenían algo en común: todas estaban guiadas por un profundo idealismo subjetivo. O sea, la idea principal de que la sustancia material no existe, sino que todas las cosas son percebidas por la mente. La idea de que ser, es ser percebido.

    El obispo y filosofo irlandés George Berkeley basó su filosofia en esta idea. Para él, la cosas materiales no existen, o mejor dicho, solo existen en tanto las percebimos; y nuestra realidad es básicamente un conjunto de ideas compartidas que podemos percibir gracias a la conciencia de Dios, que nos hace percebirlas de manera coherente. Como si estuviesemos viviendo en una especie programa tipo Matrix que tiene Dios para nosotros.

    En el cuento, también aparece don George Berkeley, como uno de los miembros que diseñan este mundo imaginario. El nombre del mundo es Tlon. Y en Tlön, la realidad, en lugar de estar hecha de la consciencia de Dios, está hecha de las conciencias del grupo de personas que van imaginando y diseñando el mundo en su enciclopedia, o a través de su enciclopedia. En Tlön, los hombres cumplen el papel de Dios.

    Hasta aquí todo benevolo e inofensivo. Pero las cosas se ponen más interesantes cuando poco a poco la realidad de Tlon comienza a invadir la nuestra. Cuando poco a poco nuestro mundo comienza a convertirse en Tlon.

    Alucinante es poco.

    Para saber cómo es que pasa eso, hay que leer el libro.

    Una de las cosas esencialísimas y siempre importantes en la que nos deja pensando el cuento es en la naturaleza misma de la realidad:

    Qué es la realidad? El sufrimiento de una de persona en el Donbás? Las noticias de las barbaridades que pasan en las calles? La idea y el sentimiento colectivo de de la percepción de una injusticia? O Los profundos e infinitos laberintos de mi propio mundo interior? O del mundo de Victor Hugo, no es terrible también sufrimiento de Jean Valjean.? No es real? Qué es real?

    Las novedades de conocidos y desconocidos en redes sociales? Porque ya casi que parece que si algo no está en internet no ha sucedido realmente.

    Reemplacemos la palabra real por la palabra importante. Qué es lo que hace que algo sea importante? Las efímeras emociones que nos provacan? Su permanencia en la conciencia de la gente? El hecho de que podamos no solo mirarlas sino tambiñen tocarlas? O el hecho de que algo sea, de alguna forma, parte de nosotros? Si seguimos así en cualquier momento nos topamos con dios.

    Puede que parezca algo trivial, pero es una de las preguntas más antiguas que se viene haciendo el ser humano. Cómo puede uno andar por la vida sin preguntarse qué es la realidad, qué es la verdad.

    Se habla mucho de lo fantástico en Borges, pero este fantástico no es de magos con varitas mágicas, dragones que escupen fuego, o de leones que pueden hablar; tampoco es fantástico en el sentido de tener mariposas amarillas que persiguen por todas partes a un hombre enamorado, o pueblos fantasmas en el que sus habitantes se niegan a morir. Sus historias, como pudieron ver, son fantásticas en el sentido que decía antes, que llegan a desafiar a nuestra propia imaginación, nuestra capacidad misma de imaginars; por ejemplo: un libro infinito que resulta que es un laberinto, en el que los caminos estan hechos de tiempo y no de espacio, o un hombre que da vida a otro hombre tan solo soñándolo, y que para evitarle el sufrimiento, le oculta su origen onírico, solo para descubrir más tarde, que él mismo también estaba siendo soñado.

    Que locura no?

    Aquí leo un fragmento justamente de Tlön, para que se hagan una idea:

    “ … unas de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente. Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo – y en ella nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas – es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio.

    Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen todos los símbolos y que solo es verdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.”

    Cuantas novelas, series, peliculas, obras de teatro pueden salir solamente de ese párrafo? haha

    Algunas películas modernas se parecen a estas ideas Borges. Christopher Nolan, de hecho es su admirador confeso, y no es de extrañar que películas como Interestellar, Tennet, Memento, o Inception, nos hagan recuerdo a algunas historias de Borges. O sea que si te gustan estas películas, y te gusta leer, es practicamente seguro que te va gustar Borges.

    Ademas de estas ideas que desafían la propia fantasía, Borges tiene un uso del lenguage que a veces es... no se, brutal y sublime, al mismo tiempo. En una frase te tira dos sopapos, que te dejan pasmado, pensando. En una frase.

    Por ejemplo, en el episodio que hice, aquñí en el podcast sobre mi queridísimo Capitan de Ultramar, al querer expresar que la vida es en realidad como la recordamos, usé la cita de García Marquez de que la vida no es como uno la vive, sino como uno la recuerda para contarla. Pero si en ese entonces ya hubiese leído a Borges, sin duda hubiese citado a Borges, que queda mucho más elegante, y que también combina perfectamente con mi amigo Vasco Moscoso de Aragao, escuchen a Borges:

    “somos nuestra memoria, somos ese químerico museo de formas inconsistentes, ese monton de espejos rotos”.

    En fin, repito, leer a Borges solo nos puede enriquecer. Espero que se animen y que disfruten.

    Para quien esté interesado en un buen análisis sobre Borges y su obra, voy a dejar un link aquí en la descripción, un link de una serie de videos de una conferencia sobre Borges que da Ricardo Piglia que es muy buena.

    Un abrazo, y hasta la próxima.

    https://www.youtube.com/results?search_query=borges+por+piglia

  • Mi madre tenía un maestro de tai chi, el Sr. Zhu, un viejito de China, muy sabio, con el que tuve la suerte de conversar con él algunas veces.

    Un día el Sr Zhu me dice así con su español a medias que todo es lo mismo que nada.

    Ese rato no supe muy bien como responderle, pero esa frase se me quedó, y de vez en cuando vuelve para atormentarme haha. Mientras pensaba en hacer este episodio la frase estuvo flotando todo el tiempo aquí a mi alrededor, así que la dejo aquí de Intro antes de comenzar.

    Ahora sí. Hola Hola mi nombre es Camilo, y bienvenidos a Lecturas del Bosque. Hoy día quiero hablar de un libro de Julio Cortázar que se llama Los Reyes.

    Julio Cortazar es uno de los escritores argentinos más famosos y reconocidos, fue parte del boom latinoamericano y es considerado uno de los autores más innovadores de su tiempo. Por ejemplo su libro más famoso, Rayuela - que yo no he leído todavía, está anotado en las deudas pendientes - tiene diferentes finales y diferentes formas de leerse, es un libro muy estudiado y analizado por los críticos literarios. Otro día hablaremos sobre Rayuela. Continuemos con Los Reyes.

    Los Reyes parece que fue el primer libro publicado con su nombre, cuando todavía era un autor relativamente desconocido. En su momento pasó desapercibido, pero en él ya podemos ver el afán de Cortázar de ver, o de descubrir el otro lado de las cosas, el lado escondido, lo que no se ve a simple vista, o lo que no nos cuentan.

    Los Reyes está compuesta de versos endecasílabos, heptasílabos y alejandrinos. Escrita como una obra de teatro, llena de un lenguaje antiguo y elegante, nos lleva a un ambiente medio épico, mitológico, justamente.

    Una de las cosas que más me gustan del libro es que nos deja con más ganas de saber más sobre la historia de Teseo, del laberinto y del Minotauro.

    Y para cualquier persona que se interese por ese mito, debería estar sí o sí en su lista.

    Ahora les voy a dejar el fragmento de una entrevista en la que Julio Cortázar cuenta, con su acento afrancesado, sobre cómo escribió Los Reyes. Es una anécdota muy bonita. Para que vean que la historia promete.

    En cuanto a Los Reyes, bueno, ese es un caso muy extraño, ese librito que tú has calificado de poema dramático, algo así.

    La idea del libro me nació en un colectivo, tú sabes lo que es un colectivo?

    - Un autobús, no?

    Sí, unos pequeños autobuses que habían. Un microbús donde nos metían como sardinas a quince personas, pero que era muy cómodo porque uno iba de un lado al otro, y eran muy baratos, además. Y volviendo a mi casa. Yo vivía en Extramuros, bastante lejos del centro. Un día de golpe, así en un viaje de esos en que te aburres, de golpe sentí toda la presencia de algo que resultó ser pura mitología griega. Lo cual creo que le da razón a Jung y a su teoría de los arquetipos no? En el sentido que todo está en nosotros, que hay una especie de memoria de los antepasados y que por ahí un archibisabuelo tuyo, que vivió en Creta 4 mil años antes de Cristo, pues, a través de los genes y de los cromosomas, te manda así algo que corresponde a su tiempo y no al tuyo. Y tú sin darte cuenta escribes un cuento o una novela, y en realidad estás transmitiendo un mensaje muy antiguo y muy arcaico… no tengo otra explicación que dar, a parte de que es muy bonita, tu admitirás.

    No tengo otra explicación que dar, porque en ese momento yo no tenía preocupaciones de tipo mitológicas, ni mucho menos. Me interesó siempre la literatura griega y la mitología, pero no al punto de identificarme así.

    Bueno, pues eso. En ese colectivo, que nada tiene de griego, salió así, la noción del laberinto, en fin, el mito de Teseo y el Minotauro. Pero sucede que yo lo vi al revés. Y eso es lo que me interesó. Y cuando llegué a mi casa comencé a escribirlo, y creo que en un par de días o tres días lo hice.

    Es decir, la noción es lo contrario. Existe la versión oficial del mito: Teseo es el héroe que entra en el laberinto, guiado por el libro de Ariadna, para poder volver a salir. Y busca a ese monstruo espantoso que es el Minotauro, que devora a jóvenes rehenes. Entonces lo mata, y sale como el héroe. Yo vi eso totalmente al revés. Yo vi en el Minotauro al poeta, al hombre libre, al hombre diferente. Y que por lo tanto es el hombre al que la sociedad, el sistema, encierra inmediatamente. A veces los meten en clínicas psiquiátricas y a veces los meten en laberintos. En ese caso era un laberinto. Y entonces Teseo en cambio, es el perfecto defensor del orden. El entra allí para hacerle el juego a Minos, al Rey. Es un poco el gánster del rey. Que va ahí a matar al poeta, y efectivamente, en ese poema, cuando tú conoces el secreto del Minotauro, es que el Minotauro no se ha comido a nadie. El Minotauro es un ser inocente, que vive con sus rehenes, y que juega y danza, y ellos son felices dentro.

    Llega entonces este joven Teseo, que tiene los procedimientos de un perfecto fascista, y que lo mata inmediatamente.

    - Es el Nazi

    Si quieres, me da lo mismo. Están todos en el mismo juego.

    Que bonita entrevista no? La entrevista completa es super interesante y está disponible en youtube para el que quiera verla.

    Entonces. Es eso, desde hace miles de años que nos venimos contando y recontando ese mensaje antiguo, arcaico, del que habla Cortazar en la entrevista. La historia de Teseo y el Minotauro, nos la venimos contando de manera oral, en crónicas, en piezas de teatro, en cuentos, en novelas y hasta en películas.

    Normalmente la historia es la misma: La isla de Creta era el reino más poderoso de su tiempo, Minos competía con sus hermanos por el trono, y para hacerse con el poder pide ayuda a Poseidón, dios del mar, pidiéndole que se manifieste mandándole un toro divino al que Minos habría de sacrificar en su honor. Poseidón hace nace del mar un toro magnífico, blanco como la nieve, y al ver la belleza del toro, Minos desea quedarse con él, y sacrificar otro toro en su lugar. Eventualmente consigue el trono de Creta, y se vuelve en el rey más poderoso de su tiempo. Pero al anteponer el privilegio privado al bienestar público quedándose con el toro divino en lugar de sacrificarlo, simbólicamente se convierte en un tirano al no cumplir su rol, al no cumplir su papel.

    Poseidón, en venganza, hace que Pasifae, la esposa de Minos, se enamore perdidamente del toro. Entonces, mientras Minos estaba ocupado en batallas y rutas comerciales, Pasifae, seducida por el toro, pide ayuda a Dédalo, que era una especie de científico loco de la época, el que termina construyendo una vaca de madera para que Pasifae pueda engañar y conquistar al toro, lo que consigue. Así es que nace el Minotauro, una bestia con cuerpo de hombre y cabeza de toro.

    Por temor, y por vergüenza, Minos acude también a Dédalo, para que construya un laberinto donde esconder y encerrar al Minotauro, y en lugar del perfecto Juez y guía se convierte en el símbolo del Rey tirano que todo lo puede por medio de la fuerza.

    Como una promesa, la cultura naciente de Atenas comienza a amenazar la hegemonía de Creta. Como símbolo de sumisión, Minos pide que cada 9 años 7 hombres y 7 mujeres jóvenes, elegidos al azar sean enviados a Creta para entrar en el Laberinto como una ofrenda al Minotauro. Teseo todavía no era muy querido en esa ciudad, era extranjero y el hijo bastardo del Rey. Ya había vivido algunas aventuras de cierto renombre, pero la gente todavía lo veía con escepticismo. Entonces, cuando tocaba el siguiente envío, Teseo se ofrece como voluntario para viajar a Creta, y promete matar al Minotauro y poner fin a la sumisión de Atenas.

    Así es que Teseo llega a Creta. – Entre paréntesis, aquí es donde comienza la historia en Los Reyes, con la llegada de Teseo - Y en el mito clásico, tras su llegada Ariadna se enamora de él, y se ofrece a ayudarlo a salir del laberinto si Teseo promete llevarla con él una vez vencido el Minotauro. Para esto, Ariadna recurre una vez más a Dédalo. Ella también recurre a Dédalo, quien le da el hilo con el cual guiar a Teseo de vuelta hacia la libertad.

    En resumen Teseo entra en el laberinto, mata a la bestia, y vuelve a casa para convertirse en Rey.

    La matanza del minotauro eleva a Teseo a las grandes ligas de los bravos ídolos griegos. El arquetipo del héroe ecnuentra en él a su gran representante. Hasta aquí es el mito propiamente de Teseo y el Minotauro, pero vale la pena algunas palabras sobre lo que vino después.

    En este punto, incluso en el mito clásico hay muchas versiones sobre cómo y por qué lo hace, pero Ariadna no llega hasta Atenas con Teseo, se queda en el camino, por voluntad propia en algunas versiones, por que es secuestrada en otras, para casarse con Dionisio o porque Teseo la quiso abandonar.

    El asunto es que Ariadna se queda en el camino y que más tarde Teseo se casaría con su hermana menor, Fedra, en otra interesantísima historia que tendrá que ser comentada en otra oportunidad.

    También hay varias versiones sobre por qué y cómo es que al regresar de Creta no izan las velas blancas en señal de triunfo, Teseo vuelve con velas negras. Entonces Egeo, su padre, al ver esto desde lejos, no puede con la tristeza de pensar que su hijo ha muerto y se suicida lanzándose al mar, que desde entonces lleva su nombre. El mar Egeo.

    Teseo al regresar se convierte en Rey, y unifica en Atenas a toda la región del Ática que estaba dividida en varias pequeñas ciudades. Llama a todos a una ciudad en términos de igualdad, y al parecer comienza la tradición democrática de Atenas.

    En el mito clásico, más adelante Teseo vive muchas más aventuras, la mayoría al lado de su mejor amigo, Pirítoo, cómo la expedición de los argonautas en busca del vellocino de oro, o el viaje al mismísimo infierno para intentar secuestrar a Perséfone, esposa de Hades o el secuestro de Helena de Troya, cuando esta todavía era una niña, - secuestro que le termina costando el trono, pues los hermanos de Helena colocan otro rey en Atenas en su ausencia: Menesteo, que es el que comanda más adelante las naves atenienses en La Ilíada. -

    Cuando Teseo es rescatado del Hades por Hércules, que dicen que era su primo y en cierto sentido su inspiración y rival, vuelve a Atenas solo para ser rechazado. Termina su vida lejos de su ciudad y de su gente. En algunas versiones empujado desde un precipicio por un precavido rey y en otras se cae por accidente.

    A grandes rasgos esa es una de las historias que de una y otra formas nos hemos estado contado desde la antigüedad.

    En 1947, Jorge Luis Borges ya nos da otra mirada sobre el mito del Minotauro en su interesante cuento La casa de Asterión, en el que el Minotauro no es un monstruo malvado, sino un ser solitario e incomprendido, marginado por la sociedad, que mata, casi sin querer, a las personas que entran en el laberinto y que al final se deja matar con Teseo como si este fuese una especie de redentor que lo libraría de su solitaria existencia.

    En 1949 Cortazar, siendo todavía un escritor prácticamente desconocido publica Los Reyes, y aquí el Minotauro no solo no es una bestia malvada, sino que es un filósofo, un poeta, que no mata, sino ilustra a todos los que entran al laberinto, quienes lo tratan con admiración y como a un maestro. Ariadna no está enamorada de Teseo, sino del Minotauro. Y el hilo que le da era para engañosamente salvar al Minotauro. En esta versión Teseo es un fascista al que nada le importa mucho más que el poder de su propia voluntad.

    Aquí le leo un fragmento en el que Ariadna, que en Los Reyes se llama Ariana narra con qué intenciones le da el hilo a Teseo:

    (…) Los ojos de Teseo me miraron con ternura. “Cosa de mujer, tu ovillo; jamás hubiera hallado el retorno sin tu astucia.” Porque todo él es camino de ida. Nada sabe de nocturna espera, del combate saladísimo entre el amor y la libertad (…)

    (…) Si hablas con él dile que este hilo te lo ha dado Ariana”. Marchó sin más preguntas, seguro de mi soberbia, pronto a satisfacerla. “Si hablas con él dile que este hilo te lo ha dado Ariana…” ¡Minotauro, cabeza de purpúreos relámpagos, ve cómo te lleva la liberación, cómo pone la llave entre las manos que lo harán pedazos! (…)

    Pero el Minotauro, que también ama a Ariadna, al ver a Teseo con el hilo, piensa que ella lo ha traicionado, y en lugar de luchar contra Teseo, elige la muerte y se deja matar, con la esperanza de vivir por siempre en los sueños de los hombres, donde todo es permitido.

    Así el Minotauro le dice a Teseo:

    (…)Muerto seré más yo(…)

    (…)Qué sabes tú de muerte, dador de la vida profunda. Mira, sólo hay un medio para matar monstruos: aceptarlos. (…)

    (…)¿No comprendes que te estoy pidiendo que me mates, que te estoy pidiendo la vida? (…)

    (…)Llegaré a Ariana antes que tú. Estaré entre ella y tu deseo. Alzado como una luna roja iré en la proa de tu nave. Te aclamarán los hombres del puerto. Yo bajaré a habitar los sueños de sus noches, de sus hijos, del tiempo inevitable de la estirpe. Desde allí cornearé tu trono, el cetro inseguro de tu raza… Desde mi libertad final y ubicua, mi laberinto diminuto y terrible en cada corazón de hombre(…)

    (…)Cuando el último hueso se haya separado de la carne, y esté mi figura vuelta olvido, naceré de verdad en mi reino incontable. Allí habitaré por siempre, como un hermano ausente y magnífico. ¡Oh residencia diáfana del aire! ¡Mar de los cantos, árbol de murmullo! (…)

    El libro termina con la muerte del Minotauro, y con Teseo saliéndose con la suya, pero no como héroe. Lo interesante es ver como Cortazar cambia todo el sentido de la historia sin cambiar las acciones de la misma. O sea, a pesar que suceden las mismas cosas que en el mito clásico, tiene de algún modo todo al revés. Los personajes hacen las mismas cosas, pero con otras intenciones y desde otras perspectivas, lo que cambia el significado de la historia y nos deja con la pregunta:

    ¿Son las intenciones y los pensamientos con las que se hacen las cosas lo que les da su significado? ¿Son estos igual o más importantes que las acciones en sí? O, por el contrario, y al margen de las intenciones, será que lo que realmente importa es lo que se termina haciendo, y ya?

    Los dejo con la reflexión.

    En los Reyes, al cambiar las intenciones de los personajes, cambia todo el significado de la historia. Pero yo creo que al mismo tiempo enriquece al mito tradicional, porque por algo son mitos, son historias que se van alimentando y creciendo con todas las versiones que la forman.

    En 1946, André Gide, escribe un hermoso librito llamado Teseo, en el que nos cuenta la misma historia clásica, pero desde la perspectiva de un Teseo ya envejecido, que cuenta sus memorias.

    En este libro, Teseo, en su juventud, tiene actitudes bastantes similares a las del Teseo de Los Reyes, también es un tipo egoísta y medio fascistoide, un charlatán intrépido que nos confiesa, por ejemplo, alegrase de la muerte de su padre, puede que incluso nos esté contando que fue a propósito que no izaron las velas blancas al regresar. Por dar un ejemplo solamente.

    El laberinto aquí, al igual que en Los Reyes, es un lugar del cual nadie quiere salir, pero por otras razones. Aquí Dédalo ha instruido que se quemen ciertas hierbas debajo del laberinto para que este esté permanentemente lleno de un vapor alucinógeno que deja a todos los que están dentro en un estado de placentera confusión, o iluminación si se prefiere.

    Aquí la matanza del Minotauro tampoco tiene nada de heroica, Teseo lo encuentra durmiendo, pero es justamente después de volver de Creta que el Teseo de Gidé hace su gesta realmente heroica al unificar y transformar Atenas en la ciudad del pueblo, redistribuyendo y reorganizando y llamando a todos los extranjeros a poblarla con los mismos derechos de los que ya viven ahí. A partir de ahí vemos a un Teseo más sabio, más democrático y mñas maduro. En esas memorias Teseo comenta que todas las aventuras del vellocino de oro, el viaje al infierno y demás, habían sido solo habladurías de la gente que nunca se ocupó por desmentir.

    Termina el libro después de una conversación con Edipo de Tebas, y acercándose al precipicio donde habría de morir dice:

    “Si comparo mi destino con el de Edipo, puedo sentirme satisfecho. No ha quedado nada por hacer. Atrás queda la ciudad de Atenas. La he amado, más aún que a mi mujer y a mi hijo. Hice de ella mi ciudad. Mi pensamiento, a mi muerte, sabrá habitarla inmortalmente. Y me acerco, por mi propio pie, a la muerte solitaria. He saboreado los bienes de la tierra. Me resulta reconfortante pensar que después de mí, gracias a mí, los hombres se reconocerán más afortunados, mejores y más libres. Mi obra no tiene más sentido que el bien de la humanidad futura.

    He vivido.”

    Como yo lo veo, es así que el mito se va alimentando de todas las historias que lo forman. Podríamos seguir mencionando escritos sobre los mismos protagonistas y los mismos temas durante horas de horas, sin embargo, a mí me parece que el mito “original” por llamarlo así, se va nutriendo de todas estas versiones, y se mantiene vivo en y a través de ellas.

    En un episodio anterior ya hablé de como las historias han sido y son de vital importancia en nuestras vidas. Los mitos se han usado para crear y recrear todo tipo de empresas, para mover y promover todo tipo de intereses, pero también han servido para guiar al ser humano a través de sus propias incertidumbres y dificultades.

    La vida es bella. Pero todos sabemos que vivir no es fácil. En cualquiera de sus etapas, no es fácil vivir. Ya nacemos llorando, y a partir de ahí nada es fácil, ser niño es dificilísimo: el miedo al abandono o a la competencia permanente con otros niños, quien salta más lejos, quién corre más rápido, o, por el contrario, la soledad infantil. Y No es fácil crecer. Y la adolescencia, ni qué se diga, la inseguridad y hasta el disgusto de ser quien uno es, el rechazo de los pares, la rebeldía porque sí. La juventud, los laberintos del amor, el convertirse en hombre, en padre, conocer la pérdida, el fracaso, conocer la vejez, reinventar una y otra vez las alegrías de la vida... e ir aprendiendo poco a poco a morir. No es fácil.

    Lo que sí es fácil, es perderse en el camino, no saber hacer algunas de las tantas transiciones que debemos hacer en la vida. No reconocer el momento de avanzar, o no saber cómo buscar la fortaleza para hacerlo. Ya sea en religiones, en filosofías o tradiciones, a lo largo del tiempo las historias nos han ayudado a transitar estos caminos.

    Llegando a esta parte tengo que mencionar a Joseph Campbell, que tanto me gusta. Para él, al igual que para Carl Jung, los mitos son más que simples historias. Para él, así como los sueños son expresiones del inconsciente del individuo, los mitos son expresiones del inconsciente colectivo de la humanidad.

    Él ve en los mitos y en los rituales justamente la fuente de la sacamos los símbolos que hacen avanzar el espíritu humano y que contrarrestan otras constantes fantasías humanas, que tienden a atarnos al pasado, que no nos dejan crecer. Porque no es fácil crecer.

    Y los mitos nos ayudan precisamente a hacer eso, y nos pueden dar esa ayuda, porque nuestra vida no es tan única como podemos estar tentados a pensar. En ellos están condensadas las experiencias de nuestros antepasados.

    Al comienzo de su libro El héroe de las mil caras, mientras nos explica las diferencias entre mito y sueño, JC hace unos comentarios muy interesantes sobre el mito de Teseo y el Minotauro.

    En primer lugar y al empezar el drama, ve en Minos al hombre que por egoísta, no cumple con el rol que tiene que desempeñar en su comunidad – rol que es expresado a través del rito, en este caso el rito de coronación como rey - y al no cumplir la promesa del rito y lo que significa para el ideal que representa -en este caso ser un buen rey -, Minos se separa del resto de la comunidad y se convierte en tirano.

    En el caso de Minos se convierte en Tirano para su reino y para las ciudades vecinas, pero esto también puede suceder a menor escala en cualquier comunidad: ya sea esta un barrio, una empresa, una familia, una amistad.

    JC lo explica mejor así:

    “…De acuerdo con la antigua leyenda, la falta original no fue de la reina sino del rey, y él no pudo culparla, porque recordaba lo que había hecho. Había convertido un asunto público en un negocio personal, sin tener en cuenta que el sentido de su investidura como rey implicaba que ya no era meramente una persona privada. La devolución del toro debería haber simbolizado su absoluta sumisión a las funciones de su dignidad. El haberlo retenido significaba, en cambio, un impulso de engrandecimiento egocéntrico. Así el rey elegido "por la gracia de Dios", se convirtió en un peligroso tirano acaparador. Así como los ritos tradicionales de iniciación enseñaban al individuo a morir para el pasado y renacer para el futuro, los grandes ceremoniales de la investidura lo desposeían de su carácter privado y lo investían con el manto de su vocación. Ése era el ideal, ya se tratara de un artesano o de un rey...”

    “…La figura del Monstruo-Tirano es conocida en las mitologías, en las tradiciones populares, en las leyendas y hasta en las pesadillas, en todo el mundo, y sus características son esencialmente las mismas. Él es el avaro que atesora los beneficios generales. Es el monstruo ávido de los voraces derechos del "yo y lo mío". Los estragos por él provocados están descritos en la mitología y en el cuento de hadas y son de universales consecuencias dentro de sus dominios. Éstos pueden reducirse a su habitación, a su psique torturada, a las vidas que contamina con el toque de su amistad y de su ayuda o puede alcanzar a toda su civilización…”

    Entonces, el mundo está atrapado en una tiranía y clama por un héroe salvador. Esta es la llamada del héroe, y todos la tenemos. En el caso del mito de Teseo el héroe viene del exterior, de la naciente fuerza cultural ateniense, pero esto no tiene que ser siempre así. El héroe también puede venir del interior.

    El mundo está atrapado en el tedio y el terror. Y es deber del héroe el traer renovación, resurrección. Pero no puede haber resurrección sin muerte.

    Hay que dejar de ser bebé para convertirse en niño, y hay que dejar de ser niño para convertirse en hombre, hay que dejar de gobernar a unos pocos para ser el líder de todos, así son las transiciones de la vida. Pero la muerte no significa la desintegración total, y el renacer no sígnica el hacer aparecer algo de la nada. En nuestro laberinto interior está todo lo que hemos sido y las semillas de todo lo que podríamos llegar a ser. Y es justamente ahí donde el héroe tiene que ir. El viaje del héroe es hacia dentro, donde se encuentran los monstruos más temibles, pero donde también está el tesoro más valioso.

    Otra vez, a pesar de la traducción JC lo dice más bonito, escuchen:

    “El primer paso, la separación o retirada, consiste en una radical trasferencia de énfasis, del mundo externo al interno, del macro al microcosmos, un retirarse de las desesperaciones de la tierra perdida a la paz del reino eterno que existe en nuestro interior. Pero este reino, como lo conocemos por el psicoanálisis, es precisamente el inconsciente infantil. Es el reino que penetramos en los sueños.

    Lo llevamos dentro de nosotros eternamente. Todos los ogros y los ayudantes secretos de nuestra primera infancia están allí, toda la magia de la niñez. Y lo que es más importante, todas las potencialidades vitales que nunca pudimos traer a la realización de adultos; esas otras porciones de nuestro ser están allí; porque esas semillas de oro no mueren. Si sólo una porción de esa totalidad perdida pudiera ser sacada a la luz del día, experimentaríamos una maravillosa expansión de nuestras fuerzas, una vívida renovación de la vida, alcanzaríamos la estatura de la torre.”

    Pero, ¿cómo hacemos para transitar por esos caminos? ¿cómo hacemos para no perdernos en el laberinto?

    Ahí viene la eterna ayuda de las historias, los mitos y las leyendas. Las antiquísimas enseñanzas de nuestros ancestros son nuestro hilo de Ariadna, gracias al cual podemos salir del laberinto.

    Y si el hilo de Ariadna representa a los mitos, Dédalo representa al chamán, al terapeuta, al psicólogo, al guía espiritual, conocedor de nuestro pasado, que llegado el momento nos dará el arma necesaria para matar al monstruo.

    Solo que el monstruo es el mismo héroe, que solamente después de morir y renacer puede y debe volver para compartir lo aprendido. El viaje del héroe no esta completado hasta que vuelve y comparte lo aprendido.

    “Y lo que es más, ni siquiera tenemos que arriesgarnos solos a la aventura, porque los héroes de todos los tiempos se nos han adelantado, el laberinto se conoce meticulosamente; sólo tenemos que seguir el hilo del camino del héroe. Y donde habíamos pensado encontrar algo abominable, encontraremos un dios; y donde habíamos pensado matar a otro, nos mataremos nosotros mismos; y donde habíamos pensado que salíamos, llegaremos al centro de nuestra propia existencia; y donde habíamos pensado que estaríamos solos, estaremos con el mundo.”

    Para Campbell, el héroe es “el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales.”

    De un tiempo a esta parte hemos comenzado a deconstruir, desaprender y reinventar todo tipo de mitos e ideas, lo que nos da una enorme libertad a la hora de buscar, plantear y replantear significados. Lo que puede ser de una enorme ayuda en nuestro intento de entender nuestro propio camino, pero como dijo el Sr. Zhu: todo es lo mismo que nada. Por eso, al toparnos de frente con esa infinidad de posibilidades, es tanta la libertad que es fácil sentir la insoportable levedad del ser de la que hablaba Kundera.

    Sin embargo, de algo nos tenemos que agarrar. Porque después de matar a todos los dioses y a todos los héroes, cómo vamos hacer para navegar las turbulentas aguas de la incerteza, y en la noche más oscura, cómo vamos a iluminar nuestro viaje interior en busca de la fortaleza necesaria para hacer lo que tiene que ser hecho, cómo vamos encarar las obligatorias transiciones de vida y de muerte que conlleva el estar aquí.

    En mi propio intento, he elegido refugiarme en la literatura, agarrarme del hilo del camino del héroe, ya sea este mitológicos, o de barrio, ya sea este un príncipe ateniense o un hombre con cabeza de toro. Con mucho cariño he ido llenando este podcast con estos héroes que nos muestran el camino del ser humano: Juan Preciado, Zezé, Antonio José Bolivar Proaño, Luis Padilla Sibauti, Héctor Chacón alias “el Nictálope”, el anónimo fugitivo de la isla de Morel, Miguel Hernández y Josefina Manresca, mi querídisimo Capitán Vasco Moscoso de Aragón, Altazor, el Jaguar, el Poeta, el Esclavo, la estirpe de José Arcadio Buendía, la encantadora y disimulada Capitú, Florentino Ariza y también Fermina Daza, con quien finalmente he hecho las paces. Y claro, todos los demás héroes que vendrán.

    Espero no los aberlos aburrido con tantas divagaciones. Eso es todo por hoy. Una vez más le recomiendo darle una leída a Los Reyes y si pueden me cuentan por qué caminos los llevó. Un abrazo, y hasta la próxima.

  • Desde tiempos ancestrales las historias nos ayudan a entender o interpretar la realidad, a darle algún tipo de sentido. Nos asisten en el interminable intento de explicarnos de dónde venimos, a dónde vamos, quiénes somos, qué es lo que está pasando a nuestro alrededor, o qué fue lo que pasó.

    En definitiva, las historias iluminan y dirigen el escenario de nuestras vidas, y son parte integral de lo que somos o de lo que creemos ser, como individuos, como sociedad, como especia humana.

    De hecho, el famoso historiador Yuval Harari habla sobre cómo lo que nos diferencia de todas las otras especies y nos ha permitido prácticamente dominar el mundo, es la capacidad de contar historias. Lo que nos permite cooperar de manera flexible y a gran escala. Explico un poco:

    Ninguna otra especie puede hacer esto. Hay algunas como las abejas, o las hormigas, que pueden cooperar a gran escala, pero no de manera flexible. Por lo que no pueden adaptarse rápidamente a nuevos peligros o aprovechar nuevas oportunidades.

    Otras especies, como los lobos o los chimpancés, pueden cooperar de manera flexible, pero no a gran escala. Y el motivo por el que no pueden cooperar a gran escala, es porque necesitan conocer personalmente a los otros miembros de su especie para poder confiar y así cooperar con ellos. Y eso siempre tiene un límite, no puede ser a gran escala.

    El ser humano sin embargo, puede cooperar a gran escala y de manera flexible, incluso con desconocidos. Y esto es precisamente gracias a las historias. A los mitos compartidos. Porque estos nos ayudan a crear o a inventar objetivos, reglas, y toda clase de ideas comunes, ya sean estas sobre el bien y el mal, sobre los derechos inalienables, o sobre una mano invisible que controla el mercado. Es nuestra capacidad de contar historias lo que nos da la posibilidad de viajar por el espacio sideral o por las desconocidas profundidades de los mundos submarinos; de hacer revoluciones libertarias o implacables guerras de conquista.

    En nuestro afán de explicar, o reemplazar, o entender la realidad, creo que la mayoría de las buenas historias nos dan respuestas a nuestras preguntas más profundas. En ellas nos vemos reflejados y decimos: sí, así es la vida.

    Pero también historias que nos llevan por otro camino, y en lugar de dejarnos con respuestas sobre la realidad, nos dejan llenos de preguntas.

    Al leerlas no nos quedamos asintiendo diciendo que sí, que así es la vida. Tampoco rechazamos que no lo sea así, sino no sería una buena historia. Las buenas historias nos tienen que contar alguna Verdad. Por lo menos tenemos que sentir que nos cuentan alguna Verdad. Verdad con mayúscula. Aunque sea a través de la duda… que nos cuenten esa verdad.

    En fin, al leer este tipo de historias, en lugar de asentir, nos preguntamos, una y otra vez: es así la vida? Será que es así la vida?

    Estas historias pueden ser muy poderosas, porque a veces una buena pregunta vale más que todas las respuestas.

    Y creo que ese es el caso de Don Casmurro, la novela de la que quiero hablar hoy.

    Por qué digo que Dom Casmurro es un libro que nos llena de preguntas?

    Porque personalmente, creo que esa es la intención del libro. Creo que ha sido escrito como un enigma. Pero incluso sobre cuál es la intención del libro se han librado y se libran intensos e interminables debates. Lo que refuerza mi impresión de la historia como enigma, como pregunta.

    Incluso en unos de los capítulos del libro, el narrador reflexiona sobre la diferencia entre libros confusos y libros omisos, y nos cuenta sobre su preferencia por los omisos, y sobre su afición por cerrar los ojos y ponerse a llenar las lagunas que la historia le dejó y al mismo tiempo nos invita a hacer lo mismo con la historia que nos está contando.

    Es así que el libro está lleno de lagunas, contradicciones y detalles que nos pueden llevar tanto en una como en otra dirección.

    Pero de qué se trata la historia de Don Camurro?

    La historia comienza cuando un tipo rico, Dom Casmurro, que es el narrador, ya al final de su vida decide contarnos sus memorias, según él, nos dice que lo hace a modo de calentamiento, antes de comenzar a escribir un libro más serio.

    Ahora, por qué es realmente es que se pone a escribir su vida entera?

    Motivo de intenso debate.

    Mas allá de sus motivos, el hilo conductor la vida que nos cuenta, es la historia de amor con su vecina de infancia, Capitú. Historia que vemos nascer y crecer en medio de enredos y desenredos hasta que llegan a casare, y a tener una vida aparentemente plena y feliz.

    Algunas historias terminan ahí; pero raramente la vida es así. Por lo que esas historias normalmente son malísimas.

    Nuestra historia continúa, y la aparente plenitud que vivían se acaba con la muerte de Escobar, que era el mejor amigo de Don Casmurro, que por ese entonces todavía no tenía ese apodo, lo llamaban simplemente por su nombre: Bento, o Bentinho.

    Don Casmurro nos cuenta cómo después de la muerte de Escobar, de manera aparentemente repentina, al parecer gracias a una mirada delatora, él toma total y absoluta conciencia de la infedilidad de Capitu.

    A partir de ahí, lo que sigue es la historia del deterioro y la destrucción de todo, que termina en la soledad de Don Casmurro, quien dice haberse perdido a si mismo en el camino, quien termina reconstruyendo en la vejez la casa de la adolescencia y escribiendo y contando sus memorias.

    Don Casmurro es un clásico de clásicos de la literatura brasilera, el típico libro que se estudia en la escuela, y es prácticamente imposible conversar sobre literatura con una persona de Brasil sin escuchar, aunque sea un poco, sobre Machado de Assis.

    Pero qué es al final de cuenta un clásico?

    Los estudiosos de la forma y del estilo tienen interminables y laberínticas formas de explicar cómo y porqué los clásicos son clásicos, de qué forma captaron los más profundos estigmas de su sociedad y rompieron los paradigmas literarios de su tiempo ganándose un lugar imperecedero en nuestras vidas.

    Por otro lado yo, ya sea por ignorancia o ya sea por flojera, me contento con la simple idea de que los clásicos son clásicos porque de una u otra forma supieron reflejar de especial manera la esencia del ser humano.

    Y en este caso cómo atrapa don casmurro la escencia humana?

    Es en ese sentido que yo realmente disfruté de Dom Casmurro, por el cuidado con el que se va armando la historia, por cada detalle que dice, por cada detalle que omite decir, por el interminable debate que provoca, es una historia que se termina convirtiendo en una herramienta de reflexión, tanto individual y colectiva.

    Si quieren conocer bien a alguien, pídanle que lea Don Casmurro y después háganle unas cuantas preguntas sobre el libro, y rápido van a saber mejor con quien están hablando.

    Si quieren conocerse mejor a si mismos, es cuestión de leer el libro y después comenzar a pensar por qué lo interpretamos de la forma en que lo hacemos. O sentarnos a pensar en qué creemos que pasó en las lagunas y vericuetos de la historia.

    El libro funciona así por qué nos es dado precisamente como un enigma, por lo menos eso es lo que creo yo, desde el principio hasta el final. Un enigma sin respuesta, pero gracias al cuál podemos apreciar el misterio mismo de los caminos interiores del ser humano. Y no solo leyendo el libro, sino sobre todo después...en las conversaciones con otras personas que también hayan leido el libro o en artículos, estudios, ensayos, tesis,videos, charlas, conferencias, entrevistas, etc.

    El debate sobre Don Casmurro nos lleva por un vendaval imparable de simpatías y odios encarnizados, de fieros ataques y de defensas apasionadas, y en cada opinión en realidad llegamos a conocer más sobre el que está opinando que sobre qué fue lo que pasó realmente entre Bentinho y Capitu.

    El drama de Don Casmurro, en apariencia parece ser bastante sencillo, pero por la forma en que está escrito, puede ser leído como un libro sobre la traición, o como un libro sobre los celos, o como un libro sobre las personas que lo leen y lo interpretan, o como un libro sobre la sociedad en las que estas personas viven y aprendieron a leer.

    De todas sus lecturas posibles, hay alguna que sea la indicada o la correcta? La mejor? Personalmente creo que no, porque tal vez, solo tal vez, puede ser que la vida sí sea así, un enigma más omiso que confuso, en el que el acto de imaginar sea más importante que el de saber, y en el que preguntar sea más importante que responder.

    Les voy a leer una partecita del libro, una de las escenas de amor más bonitas que ya leí, a ver si así se animan a leer o releer la historia, como siempre. espero que les guste.

    Todo era materia de las curiosidades de Capitú. Hubo un caso, sin embargo, del cual no sé si aprendió o enseñó, o si hizo ambas cosas, como yo. Es lo que contaré en el otro capítulo.

    En éste diré solamente que, pasados algunos días del acuerdo con el agregado, fui a ver a mi amiga; eran las diez de la mañana. Doña Fortunata, que estaba en el patio, ni esperó que yo le preguntara por la hija.

    –Está en la sala, peinándose, me dijo; ve despacito para darle un susto.

    Fui despacio, pero el pie o el espejo me traicionaron. Puede ser que éste no; era un espejito de baratija (perdonadme el menosprecio), comprado a un mercero italiano, moldura tosca, argollita de latón, pendiente de la pared, entre las dos ventanas. Si no fue el espejo, fue el pie. Uno u otro, la verdad es que, apenas entré en la sala, peine, cabellos, toda ella voló por los aires, y sólo le oí esta pregunta:

    –¿Hay alguna novedad?

    –No, ninguna, respondí; vine a verte antes de que el padre Cabral llegue para la

    lección. ¿Cómo pasaste la noche?

    –Yo bien, ¿José Dias todavía no habló?

    –Parece que no.

    –¿Pero entonces cuándo hablará?

    –Me dijo que hoy o mañana piensa tocar el asunto: no va a ir luego de golpe, hablará largo y tendido, un toque. Después, va a entrar en materia. Primero quiere ver si mamá tiene la decisión tomada...

    –De que la tiene, la tiene, me interrumpió Capitú. Y si no fuese necesario alguien para vencer luego, y del todo, no se le hablaría. Yo ya ni sé si José Dias podrá influir tanto; creo que hará todo, si siente que realmente no quieres ser cura, ¿pero podrá lograrlo...? Él es escuchado; si, no obstante... ¡Esto es un infierno! Insiste con él, Benito.

    –Insisto; hoy mismo ha de hablar.

    –¿Lo juras?

    –¡Lo juro! Déjame ver tus ojos, Capitú.

    Me había acordado de la definición que José Dias había hecho, “ojos de gitana oblicua y disimulada”. Yo no sabía lo que era oblicua, pero disimulada sí, y quería ver si se podían llamar así. Capitú se dejó ver y examinar. Sólo me preguntaba qué pasaba, si nunca los había visto; yo nada encontré de extraordinario; el color y la dulzura eran mis conocidos.

    La demora de la contemplación creo que le dio otra idea de mi propósito; pensó que era un pretexto para mirarlos más de cerca, con mis ojos grandes, constantes, metidos en ellos, y a esto le atribuyo que empezaran a estar agrandados, agrandados y sombríos, con tal expresión que...Retórica de los enamorados, dame una comparación exacta y poética para decir lo que fueron aquellos ojos de Capitú. No me acude imagen capaz de decir, sin romper la dignidad del estilo, lo que fueron y me dijeron. ¿Ojos de resaca? Vaya, de resaca. Es lo que me da

    idea de aquel aspecto nuevo. Traían no sé qué fluido misterioso y enérgico, una fuerza que arrastraba hacia adentro, como la ola que se retira de la playa en los días de resaca. Para no ser arrastrado, me agarré de las otras partes cercanas, de las orejas, de los brazos, de los cabellos esparcidos por los hombros; pero tan rápido buscaba las pupilas, la ola que salía de ellas venía creciendo, cava y oscura, amenazando con arrollarme, jalarme y tragarme.

    ¿Cuántos minutos consumimos en aquel juego? Sólo los relojes del cielo habrán marcado ese tiempo infinito y breve. La eternidad tiene sus péndulos; no por no acabar nunca deja de querer saber la duración de las felicidades y de los suplicios. Ha de duplicar el gozo a los bienaventurados del cielo conocer la suma de los tormentos que ya habrán padecido en el infierno sus enemigos; así también la cantidad de las delicias que habrán gozado en el cielo sus desafectos aumentará los dolores a los condenados del infierno. Este otro suplicio se le olvidó al divino Dante, pero yo no estoy aquí para enmendar poetas. Sí para contar que, al cabo de un tiempo no marcado, me agarré definitivamente de los cabellos de Capitú, pero entonces con las manos, y le dije –por decir algo– que podía peinarlos si quisiera.

    –¿Tú?

    –Yo mismo.

    –Vas a enredarme todo el cabello, eso sí.

    –Si lo enredo, te lo desenredas después.

    –Vamos a ver.

    Capitú me dio la espalda, volteándose al espejito. La así de los cabellos, los sujeté todos y empecé a alisarlos con el peine, desde la frente hasta las últimas puntas, que le bajaban a la cintura. De pie no había manera: no olvidaste que era un poquito más alta que yo, pero aunque tuviese la misma estatura. Le pedí que se sentara.

    –Siéntate aquí, es mejor.

    Se sentó. “Vamos a ver al gran peluquero”, me dijo riendo. Seguí alisando los cabellos, con mucho cuidado, y los dividí en dos partes iguales, para hacer las dos trenzas. No las hice luego, ni así deprisa, como pueden suponer los peluqueros de oficio, sino despacio, despacito, saboreando con el tacto aquellos hilos gruesos, que eran parte de ella. El trabajo era desordenado, unas veces por ineptitud, otras a propósito, para deshacer lo hecho o rehacerlo. Los dedos rozaban la nuca de la pequeña o la espalda vestida de percal, y la sensación era un deleite. Pero, al fin, los cabellos acabaron, por más que yo los quisiera interminables. No pedí al cielo que fuesen tan largos como los de la Aurora, porque no conocía todavía a esta divinidad que los viejos poetas me presentaron después; pero, deseé peinarlos por todos los siglos de los siglos, tejer dos trenzas que pudiesen envolver el infinito por un número innombrable de veces. Si esto os parece enfático, desventurado lector, es que nunca peinasteis a una pequeña, nunca pusisteis las manos adolescentes en la joven cabeza de una ninfa... ¡Una ninfa! Ando todo mitológico. Todavía hace poco, hablando de los ojos de resaca, llegué a escribir Tetis; borré Tetis; borremos ninfa; digamos solamente una criatura amada, palabra que incluye todas las potencias cristianas y paganas.

    Finalmente, acabé las dos trenzas. ¿Dónde estaba la cinta para atarles las puntas? Encima de la mesa, un triste pedazo de cinta sucia. Junté las puntas de las trenzas, las uní con un nudo, retoqué la obra, jalando aquí, acortando ahí, hasta que exclamé:

    –¡Listo!

    –¿Quedó bien?

    –Vete en el espejo.

    En vez de ir al espejo, ¿qué piensan que hizo Capitú? No se olviden que estaba sentada, dándome la espalda. Capitú curvó la cabeza, a tal punto que fue necesario ayudarla con las manos y sostenerla; el respaldo de la silla era bajo. Después me incliné sobre ella, rostro a rostro, pero cambiados, los ojos de uno en la línea de la boca del otro. Le pedí que levantara la cabeza, podía marearse, magullarse el cuello. Llegué a decirle que estaba fea; pero ni esta razón la movió.

    –¡Levanta la cabeza, Capitú!

    No quiso, no levantó la cabeza, y permanecimos así mirando uno al otro, hasta que ella cerró los labios, yo bajé los míos, y...

    La sensación del beso fue grande; Capitú se levantó, rápida, yo retrocedí hasta la pared con una especie de vértigo, mudo, los ojos negros. Cuando se me clarearon, vi que Capitú tenía los suyos en el piso. No me atreví a decir nada; aunque quisiera, me faltaba lengua.

    Preso, aturdido, no encontraba gesto ni ímpetu que me despegara de la pared y me lanzara a ella con mil palabras cálidas y cariñosas... No te mofes de mis quince años, lector precoz. A los diecisiete, Des Grieux (y era Des Grieux) no pensaba todavía en la diferencia de los sexos.

    Oímos pasos en el corredor; era doña Fortunata, Capitú se arregló deprisa, tan deprisa que, cuando la madre apareció en la puerta, ella movía la cabeza y reía. Ningún pálido vestigio, ninguna contracción de timidez, una risa espontánea y clara, que ella explicó con estas palabras alegres:

    –Mamá, mire cómo este señor peluquero me peinó; me pidió acabar el peinado, e hizo esto ¡Mire qué trenzas!

    –¿Qué tiene? dijo la madre, derramando benevolencia. Está muy bien, nadie dirá que lo hizo una persona que no sabe peinar.

    –¿Qué dice, madre? ¿Esto? replicó Capitú deshaciendo las trenzas. ¡Mire esto, madre!

    Y con el enfado gracioso y espontáneo que a veces tenía, tomó el peine y se alisó los cabellos para renovar el peinado. Doña Fortunata la llamó tonta y me dijo que no le hiciera caso, no era nada, tonterías de la hija. Nos miraba con ternura a mí y a ella. Después, me parece que sospechó. Viéndome callado, metido, cosido a la pared, tal vez creyó que había entre nosotros algo más que un peinado, y sonrió con disimulo...

    Como yo quisiera hablar también para ocultar mi estado, llamé algunas palabras de acá adentro, y acudieron de pronto, pero atropelladas y me llenaron la boca sin que saliera ninguna. El beso de Capitú me cerraba los labios. Una exclamación, un simple artículo, por más que embistiesen con fuerza, no lograban abrir de dentro. Y todas las palabras se refugiaron en el corazón, murmurando: “He aquí uno que no hará gran carrera en el mundo, por poco que lo dominen las emociones...”

    Así, descubiertos por la madre, éramos dos y contrarios, ella encubriendo con la palabra lo que yo publicaba con el silencio. Doña Fortunata me sacó de aquella turbación, diciendo que mi madre me había mandado llamar para la lección de latín; el padre Cabral estaba esperándome. Era una salida; me despedí y me encaminé por el corredor.

    Caminando, oí que la madre censuraba los modales de la hija, pero la hija no decía nada. Corrí a mi cuarto, tomé los libros, pero no pasé a la sala de la lección; me senté en la cama, recordando el peinado y lo demás. Tenía estremecimientos, tenía unos olvidos en que perdía la conciencia de mí y de las cosas que me rodeaban, para vivir no sé dónde ni cómo.

    Y volvía a mí, y veía la cama, las paredes, los libros, el piso, oía algún sonido de fuera, vago, cercano o remoto, y luego perdía todo para sentir solamente los labios de Capitú... Los sentía dilatados, debajo de los míos, igualmente estirados hacia los de ella, y uniéndose unos a otros. De repente, sin querer, sin pensar, me salió de la boca esta palabra de orgullo:

    –¡Soy hombre!

    Supuse que me hubieran oído, porque la palabra salió en voz alta, y corrí a la puerta de la habitación. No había nadie fuera. Volví hacia adentro y, bajito, repetí que era hombre. Todavía ahora tengo el eco en mis oídos. El gusto que esto me dio fue enorme. Colón no lo tuvo mayor, al descubrir América, y perdonad la banalidad en favor de la propiedad; en efecto, hay en cada adolescente un mundo encubierto, un almirante y un sol de octubre.

    Hice otros descubrimientos más tarde; ninguno me deslumbró tanto. La denuncia de José

    Dias me había sublevado, la lección de la vieja palmera también, a la vista de nuestros nombres abiertos por ella en el muro del patio me dio gran sacudida, como ya viste; nada de eso valió la sensación del beso. Podían ser mentira o ilusión. Siendo verdad, eran los huesos de la verdad, no eran la carne y la sangre de ella. Las mismas manos tocadas, apretadas, como fundidas, no podían decir todo.

    –¡Soy hombre!

    Cuando repetí esto, por tercera vez, pensé en el seminario, pero como se piensa en un peligro que ya pasó, un mal abortado, una pesadilla extinta; todos mis nervios me dijeron que los hombres no son curas. La sangre era de la misma opinión. Otra vez sentí los besosde Capitú. Tal vez abuso un poco de las reminiscencias osculares; pero las saudades son así; es el pasar y repasar de las memorias antiguas. Ahora, de todas las de aquel tiempo creo que la más dulce es ésta, la más nueva, la más comprensiva, la que me reveló completamente a mí mismo. Tengo otras, vastas y numerosas, dulces también, de distinta especie, muchas intelectuales, igualmente intensas. Gran hombre que fuese, la recordación era menor que ésta.

  • Hola hola, mi nombre es Camilo, y sean bienvenidos a Lecturas del Bosque.

    Le estaba escapando a hablar sobre Gabriel García Márquez. Porque la verdad es que me gusta tanto que no se bien qué decir.

    Pero por alguna razón, después de hacer el capítulo anterior aquí en el podcast me dió la curiosidad leer su biografía escrita por Gerarld Martin, un trabajaso que le tomó unos 18 años, y nos muestra una una vida que termina siendo igual o más fantástica que cualquiera de sus relatos.

    Así que aquí estamos. Vamos a intentar hablar un poquito del maestro de maestros.

    La mayoría de las historias de García Márquez están conectadas las unas con las otras, como si casi todas existieran dentro de la misma realidad imaginada. Por ejemplo, las cosas que un personaje dice en un cuento a veces solo se terminan de entender al leer otra novela. O hay personajes que deambulan y se pasean de una historia a otra, como reafirmando que estamos en el mismo mundo, en la tierra de Macondo.

    Hay escritores, que escriben toda su obra como si fuese un solo proyecto, como hechizados siempre por la misma idea, tratando de decir lo mismo de todas las formas posibles. En gran medida, ese es el caso de Gabriel García Márquez. Y aunque parezca contrario, o incluso opuesto a lo colorido y a lo lleno de vida que es su mundo imaginario; este es un mundo, aparentemente levantado y fundado, sobre la idea de la soledad.

    En una oportunidad Garcia Marquez dijo: «En realidad, uno no escribe sino un libro. Lo difícil es saber cual es el libro que uno está escribiendo. En mi caso, sí es el libro de Macondo, que es lo que más se dice. Pero si lo piensas con cuidado, verás que el libro que yo estoy escribiendo no es el libro de Macondo, sino el libro de la soledad”.

    Pero cuál es esta soledad y de dónde viene? En realidad podemos ver el rastro de la soledad por todas partes en su obra, desde la soledad en la que José Arcadio descubría el amor en el oscuro y laberíntico cuarto de Pilar Ternera, hasta la soledad de las batallas perdidas, por ejemplo en la alquímica e infructuosa búsqueda de la fortuna eterna que lleva a su padre, también José Arcadio, a la locura. O en los 32 levantamientos en armas del Coronel Aureliano Buendía, para volver a ser siempre derrotado, o la soledad en la que su tropa de hijos que se tuvieron que criar sin padre, o la soledad en la que la pobre cándida Eréndida tuvo que sobrevivir la bestial soledad de su abuela desalmada. O la soledad a la que se tiene enfrenta Fermina Daza cuando se le muere el viejito de su vida, tratando de bajar a su célebre loro del árbol. O la soledad en la que a Florentino Ariza se le quema el corazon en más de medio siglo de amarla. Pero tal vez, y sobre todo, y en todas partes, la colorida y maravillosa soledad de un mundo en el que nadie puede decidir nada sobre si mismo, porque ya estaba todo escrito desde antes de nacer, un mundo donde nadie vive su vida, sino la sufre, de la mejor manera posible, como a una inevitable consecuencia del destino. Quizás sea esa la más grande soledad.

    Hay un episodio en la vida de Gabriel García Márquez que al parecer tuvo una tremenda importancia en su vida, y que parece que lo termina definiendo como escritor. La importancia de ese episodio es tal, que él mismo comienza a contar su autobiografía con ese episodio: La vez que su madre va a buscarlo a Barranquilla, para que la acompañe a Aracataca, el pueblo en el que vivió su niñez, para vender la casa de sus abuelos.

    Para entender mejor ese episodio, hay que tomar en cuenta que García Márquez, era de la costa colombiana, y que poco después de su mismo nacimiento, tuvo que vivir sus primeros años de vida con el abandono de su madre, que lo dejó en Aracataca para ser criado por sus abuelos, en un pueblo que estaba viviendo la etapa final de una gran bonanza, la bonanza del banano, que había llenado de dinero y de vida toda la zona de la costa.

    Vivió en una casa llena de mujeres, de cuentos y de supersticiones, en la que la fantasía era simplemente otro aspecto de la realidad, y donde el abuelo, un ex combatiente de la guerra de los mil días, diccionario en mano, se convierte para el niño en una figura paterna heroica, y en la voz de la razón. Más adelante García Marquez dirá que desde la muerte del abuelo no le ha pasado nada interesante en la vida.

    En fin, unos años más tarde, es García Marquéz quien tiene que dejar el pueblo para irse con su padre a Barranquilla a ayudarlo a buscar nuevas perspectivas, dejando atrás el mágico mundo de los abuelos. Y más tarde, debe irse sólo, a Bogotá, a buscarse una beca para poder seguir estudiando. Bogotá fue un cambio duro para él. Veía en esta ciudad grande y fría una tristeza completamente opuesta a su pueblito costeño lleno de vida, de folclore y de color. Nunca se acostumbró, y vivía en la nostalgia del paraíso perdido.

    Entonces, un día llega su madre y lo invita a volver para vender la casa de sus abuelos. Pero al volver nada era como antes. La bonanza del banano había terminado ya hace años, y el que una vez fue un pueblo lleno de magia y de alegría, era ahora un pueblo fantasma, desierto, envejecido, empobrecido, y abandonado.

    García Marquez narra que cuando llegaron, su madre al saludar a una vieja vecina en una tienda, sin decir ni una sola palabra, al encontrase, se abrazaron y lloraron durante media hora. Y que fue en ese momento que a él le viene la idea de contar por escrito el pasado de todo eso.

    Este enfrentamiento entre el paraíso de sus recuerdos y la realidad que se le presenta, es quizás la imagen de soledad más profunda, y la idea que fecunda toda la obra de García Márquez.

    Mario Vargas Llosa, al comentar este episodio nos recuerda un pasaje de Cien años de Soledad, en el que el Coronel Aureliano Buendía vuelve a Macondo, en medio de una de sus guerras, y en su ausencia el tiempo ha deteriorado a su pueblo y a su casa, como había deteriorado a Aracataca cuando García Márquez volvió con su madre. Dice la novela, refiriéndose al Coronel: «No percibió los minúsculos y desgarradores destrozos que el tiempo había hecho en la casa, y que después de una ausencia tan prolongada habrían parecido un desastre a cualquier hombre que conservara vivos sus recuerdos. No le dolieron las peladuras de cal en las paredes, ni los sucios algodones de telaraña en los rincones, ni el polvo de las begonias, ni las nervaduras del comején en las vigas, ni el musgo de los quicios, ni ninguna de las trampas insidiosas que le tendía la nostalgia» . Lo que no le ocurre al Coronel le ocurrió a García Márquez: él sí percibió los destrozos, a él sí le pareció aquello un desastre, él sí cayó en la trampa de la memoria.

    Vargas Llosa continúa explicando el episodio así:

    Sufre, pero, en verdad, no tanto por su pueblo como por él mismo. Su dolor es sincero aunque egoísta: se siente engañado, traicionado, contradicho por la realidad. Una infidelidad es el premio que merece su más honda devoción: la Aracataca a la cual se había mantenido aferrado con toda la furia de sus recuerdos, aquélla que lo había hecho sentirse un forastero en el internado, ya no es más. ¿El tiempo destrozó realmente el pueblo o fue su propia memoria lo que el tiempo alteró? No importa: el adolescente, confrontado con ese desmentido brutal que le inflinge la realidad, se siente súbitamente privado de lo que más ansiosamente añoraba, de lo mejor que tenía: su infancia. Un ‘demonio’ que no lo abandonará más acaba de afirmarse en él, y allí permanecerá, azuzándolo, hasta que él sienta que lo ha exorcizado del todo y lo instale a su vez en el título de un libro: la soledad.

    Por otro lado, Gerald Martin en su biografía, analiza que uno de los pasos importantes que tienen que suceder antes de que García Márquez pueda o llegue escribir su obra maestra, es la toma de conciencia de una identidad y una realidad latinoamericana amplias. Es solo después de viajar por medio mundo, de vivir muchas cosas y conocer mucha gente, solo después de reconocer la realidad latinoamericana y contrastarla con otras, que García Márquez la trata de explicar usando sus propias experiencias personales.

    Esa toma de conciencia lo hace seguir escribiendo sobre si mismo y su pueblo, pero desde una perspectiva continental.

    De hecho, Gerald Martin comienza la primera parte de la biografía así:

    Quinientos años después de que los europeos se toparan con el Nuevo Mundo, a menudo América Latina parece una decepción para sus habitantes. Es como si su destino hubiera sido determinado por Colón, “el gran capitán”, que descubrió el nuevo continente por error, que equivocadamente lo llamó “las indias” y murió lleno de amargura y desilusión a comienzos del siglo XVI; o por Simón Bolivar, que puso fin al gobierno colonial español a principios del siglo XIX, pero murió consternado ante la desunión que reinaba en la región recién emancipada y atenazado por la sombría impresión de que “el que sirve a una revolución, ara el mar”. Más recientemente, el destino de Ernesto “Che” Guevara, el ícono revolucionario romántico por excelencia del siglo XX, que murió como un mártir en Bolivia en 1967. Soló confirmó la idea de que América Latina, el continente desconocido, la tierra del futuro, alberga grandiosos sueños y fracasos calamitosos.

    Mucho antes de que el nombre de Guevara recorriera el obre, en un pequeño pueblo de Colombia que la historia solo iluminó fugazmente durante los años en que la United Fruit Company, con sede en Boston, decidiera plantar allí bananeras a comienzos del siglo XX, un niño escuchaba absorto mientras su abuelo contaba relatos de una guerra que duró mil días y que al acabar le había hecho sentir también la amarga soledad de los vencidos, relatos de hazañas gloriosas de antaño, de héroes y villanos espectrales; historias que le enseñaron al niño que la justicia no se entrama de manera natural en el urdimbre de la vida, que el bien no siempre vence en el reino de este mundo, y que los ideales que llenan los corazones y el espíritu de muchos hombres y mujeres pueden ser derrotados e incluso desaparecer de la faz de la tierra. A menos que perduren en la memoria de quienes viven para contarla.

    (entre paréntesis vuelvo a decir que esta biografía es un librononón que no hay que dejar de leer)

    En fin, en esa introducción eso que dice sobre América Latina, sobre ser la tierra del futuro, nueva y sin embargo olvidada, lugar de sueños colosales y de fracasos estrepitosos, marcada siempre por la inevitabilidad del destino, tierra de nadie, de riqueza infinita y de pobreza interminable, saqueada y ultrajada; y sin embargo, hogar predilecto de la esperanza, de la alegría, del baile, del amor, de la vida en su más total expresión; aunque también de la tragedia, de la desdicha y el dolor. Un lugar, donde todo es posible y nada es seguro, donde la mayoría de sus héroes patrios son también vilipendiados de cobardes o de villanos, y que por añadidura luego van a morirse traicionados, en medio del abandono y la desgracia. Sin un mito de origen satisfactorio, una tierra repleta de hijos sin padre, de embusteros y de piratas. Donde la sombra de la ilegitimidad se extiende por los siglos de los siglos, un continente de la contradicción, del caos y de la fantasía, colmado de individuos, familias y sociedades tan fragmentadas y delirantes como nuestras identidades y conciencias de nosotros mismos.

    Todo esto, son cosas profundamente ancladas en el imaginario colectivo latinoamericano. Es nuestra peculiar soledad, sobre la que podemos leer hasta enfermarnos, de rabia y frustración, en cualquier buen libro de historia, o escuchar, con incredulidad y asombro, en las historias familiares de prácticamente cualquier familia latinoamericana, o incluso que podemos también verla a nuestro alrededor, en nuestro día a día, o en el noticiero cotidiano. Todos los días hay cosas que no se pueden creer, pero que inexplicablemente suceden. Hay lugares como el nuestro, donde la locura es lo normal.

    Y La obra de Gabriel Garcia Marquéz nos hace sentir todas estas cosas, en mi experiencia, como ninguna otra. Su obra, es como una síntesis de su vida propia, pero también de la vida latinoamericana. Uno lo lee como asintiendo, como reconociéndose a uno mismo y a su entorno en cada página, aunque el tipo escriba sobre la costa Colombiana y uno sea boliviano. Porque la verdad es que tantos y tantos pueblos por toda América se parecen a Macondo.

    No se si pasará lo mismo con sus lectores en otros continentes. Pero puede que de alguna manera también sí, porque no deja de ser una obra global, especialmente sobre un mundo en transición, rápida y brutal, de sociedades tradicionales a la era industrial.

    Ademas, la forma en la que escribe es simplemente bellísima, llena de poesía, de ironía y de humor. Incomparable. En todas las casas que yo viví, siempre hubo varios libros de Garcia Marquéz, con ellos comencé a leer mis primeras novelas. Me encantó, siempre me encantó. Incluso puede ser que haber leído a Garcia Marquéz primero, me haya fregado la experiencia de leer otros libros después, porque en ningún otro encontraba la misma belleza, ningún otro me hacia cerrar el libro para repetir unas cuantas veces la frase que acababa de leer. Y la verdad es que hasta ahora, leer nunca ha sido tan placentero como leyendo a Garcia Marquéz. Mas adelante aprendí a apreciar otro tipo de historias, con otro tipo de belleza, pero la preferencia por el estilo inconfundible e inimitable de Garcia Marquéz se me quedó.

    Una de las cosas que más me encanta de sus libros por ejemplo, es que tienen las mejores primeras frases. Vienen con una especia de poder místico y antiguo..

    La primera frase de Los Funerales de la Mamá Grande, por ejemplo, un cuento en el no pasa mucho más que la muerte de una gorda que era la dueña de absolutamente todo, pero es una muerte tan espectacular que nos termina revelando cómo es la sociedad y la vida por estos rumbos. Su primera frase es así:

    “Esta es, incrédulos del mundo entero, la verídica historia de la Mamá Grande, soberana absoluta del reino de Macondo, que vivió en función de dominio durante 92 años y murió en olor de santidad un martes del septiembre pasado, y a cuyos funerales vino el Sumo Pontífece.”

    O la primera frase de El amor en los tiempos del cólera, la más linda historia de amor que uno pueda leer.

    Que es la historia inspirada en lo que pasó con sus padres, comienza así:

    “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.”

    O la que quizás sea su frase más celebre, con la que comienza su obra maestra, Cien años de Soledad:

    “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”

    Mierda, no? Hahaha. Nunca pasa de moda.

    Cien años de soledad es una novela única, de una fuerza y vitalidad apocalípticas. El retrato literario en el que millones de personas de una generación vieron reflejada su sociedad.

    Carlos Fuentes, el gran escritor mexicano, hablaba de ella así: «Acabo de leer las primeras setenta y cinco cuartillas de «Cien años de soledad». Son absolutamente magistrales... Toda la historia «ficticia» coexiste con la historia «real», lo soñado con lo documentado, y gracias a las leyendas, las mentiras, las exageraciones, los mitos... Macondo se convierte en un territorio universal, en una historia casi bíblica de las fundaciones y las generaciones y las degeneraciones, en una historia del origen y destino del tiempo humano y de los sueños y deseos con lo que los hombres se conservan o destruyen.

    La verdad es que para mi, analizar o decir muchas cosas sobre todas estas historias es difícil, creo que porque sigo como en el primer encanto. No puedo encontrarle un sentido a todo esto más que apenas disfrutarlas y leerlas y reelerlas otra vez.

    Entre todas las cosas que escribió, hoy me decidí por compartir su discurso de aceptación del premio Nobel de literatura que ganó en 1982.

    Me decidí por compartir ese discurso por ser una síntesis o breve explicación de la intención de su trabajo, una obra dedicada a la soledad, ya sea individual o colectiva, a los espíritus de la poesía y al amor.

    Que lo aprovechen:

    Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

    Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. El Dorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

    La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

    Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

    De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

    Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

    Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

    No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

    América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

    No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

    Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

    Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

  • La Ciudad y los Perros

    Hola Hola, mi nombre es Camilo y sean bienvenidos a Lecturas del Bosque.

    Hoy quiero hablar un poco sobre La ciudad y los perros, la primer novela de Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura y junto con Gabriel García Marquez quizás los rockstars más grandes del boom latinoamericano.

    Hace años que no leía nada de Vargas Llosa, fue leyendo Historia de un Deicidio, precisamente su ensayo sobre la obra de García Marquez, que me volví a interesar por sus libros. Comencé a ver videos, entrevistas, charlas que dió sobre literatura, y la verdad es que cuando no habla sobre política, escucharlo narrar cualquier cosa es un verdadero placer. Escucharlo hablar unos minutos sobre Madame Bovary o sobre los Miserables, ya lo deja a uno con ganas de leerlo todo. No he leído sus ensayos sobre Onetti, Victor Hugo, o Flaubert, pero después de leer su ensayo sobre García Marquez creo que entiendo mucho mejor el mundo de Macondo y su origen, y lo que es curioso, en algunos sentidos, también me entiendo mejor a mismo. El ensayo es entretenido y realmente vale la pena leerlo. Además, no deja de ser atractivo leer semejante ensayo literario de un premio nobel sobre la obra de otro premio nobel, que además era su amigo, y cuya amistad terminaría unos años después con uno de los puñetes más famosos del siglo XX.

    El sopapito contemporaneo de Will Smith no fue nada comparado con el KO en el que terminó Garcia Marquéz esa vez. Eran otros tiempos.

    Una vez decidido que quería leer a Vargas Llosa, no sabía cuál de sus libros leer para el podcast. No se muy bien por qué me decidí por La ciudad y los perros, pero la verdad es que es una novela tremenda. Tremenda. El libro comienza en la mitad de la historia, ya en medio de la acción. La historia es contada por diferentes narradores y puntos de vista, a través de los cuales vamos conociendo el complejo mundo en el que suceden las cosas. Hay varios personajes importantes, pero los principales son: el Jaguar, el Poeta y el Esclavo. Tres adolescentes totalmente diferentes el uno del otro, pero que coinciden en la misma sección, del mismo año, del colegio militar Leoncio Prado.

    Conforme la historia va avanzando hacia el final, a veces vamos también para atrás, hacia los inicios en el colegio militar, o antes, hasta las razones por las que terminaron ahí, o incluso antes, hata sus conflictos familiares, y a su niñez.

    En la primera mitad de la novela el viaje a veces puede llegar a parecer confuso, pero luego todo fluye, y en cuanto comenzamos a intuir el panorama de la obra completa, con cada página que pasa comenzamos a apreciar más y más la belleza del paisaje entero.

    Como otras novelas de Vargas Llosa, La ciudad y los perros es una novela con la ambición de contarlo todo, en este caso, de mostrar la sociedad entera a través de la historia de unos cuantos muchachos que están en pleno proceso de transición a la edad adulta.

    Sin embargo cuando quiero expresar lo que más me gustó del libro no encuentro la forma, quedo mudo. Así que voy a tratar de hacerlo con la ayuda de otro libro que he estado leyendo en estos días. He estado leyendo a Joseph Campbell, su ideas sobre la importancia de los mitos, los rituales y los símbolos, tantos en nuestras vidas individuales como colectivas me tienen encantado. Pero lo voy leyendo despacio, demorándome un buen tiempo en cada cita que me interesa, o en cada mito que él usa para expresar sus ideas. Por ejemplo, ahí tengo en lista de espera unos 3 libros sobre Teseo y el Minotauro: Borges, Cortazar, y otro premio nobel, André Gide, escribieron versiones novedosas que quiero leer y comparar con el mito clásico.

    Creo que es la única forma de realmente aprovechar un libro de esos. Y como pintan las cosas voy a tardar en terminar. De un tiempo a esta parte se me hace que la vida no me va a alcanzar para leer todo lo que quisiera, comienzo a arrepentirme de todas las horas que gasté jugando counter strike cuando estaba el colegio. O FIFA.

    Mientras tanto, Vargas Llosa cuando era adolescente estaba internado en un colegio militar viviendo las cosas que iban a inspirar su primer novela. De paso, en sus vacaciones de verano, a sus 15 años, ya estaba trabajando en un el periódico La Crónica escribiendo reportajes, notas y entrevistas.

    Bueno, en fin, en el prólogo que hace en su libro El Héroe de las mil caras, Joseph Campbell habla sobre la tragedia y la comedia como medios narrativos y sobre el valor simbólico que tiene cada uno de estos medios narrativo en en nuestro viaje interior, así como de su importancia como medio de catarsis y redención. Para explicar mejor su idea sobre la tragedia Campbell cita a James Joyce, en su novela Retrato de un artista adolescente:

    En esta novela, a través del stephen dedalus, que por si acaso viene de Dédalo, el peronaje mitológico que construyó el laberinto del minutauro bueno, a través de este personaje James Joyce dice:

    “Compasión es el sentimiento que paraliza la mente en la presencia de todo lo que es grave y constante en los sufrimientos humanos y lo une con el humano que sufre. Terror es el sentimiento que paraliza la mente en la presencia de todo lo que es grave y constante en los sufrimientos humanos y lo une con la causa secreta.”

    pero qué es la causa secreta? Qué quiere decir la causa secreta.

    Es lo que no es evidente, es la razón más profunda sobre el por qué pasan las cosas, envuelta siempre en misterio y en un aura de inevitabilidad.

    La directora de teatro y opera Anne Bogart explica que así como la ciencia tiene la materia oscura, y las artes visuales tienen el espacio negativo, el teatro tiene la causa secreta.

    Yo nunca escribí ninguna historia, pero me imagino que no debe ser nada fácil expresar esta causa secreta. Es el alma de la historia, el encanto de lo que no se dice, o de cómo no se lo dice. Más que decirlo hay que mostrarlo. A veces, como en el caso de La ciudad y los perros, hay que decir mucho, contar muchas cosas, para mostrar algo sin decirlo, en otras, tal vez no se necesite contar tanto, pero me imagino que nunca debe ser tarea fácil. Además, una misma serie de sucesos, motivados por distintas razones, llegan a ser historias completamente diferentes.

    Joseph Campbell da un ejemplo:

    Un hombre A. mata a un hombre B.

    Cuál es la causa de su muerte?

    Hay una Causa instrumental, una causa formal, y una causa secreta.

    La causa instrumental puede ser la bala con que se mató al hombre B, y una historia centrada en eso podría servir por ejemplo para una noticia o un documental sobre las políticas de control de armas. Infelizmente ese tipo de noticia se ve todo el tiempo.

    Avanzando un nivel, Campbell propone que el hombre A sea blanco y el hombre B sea negro. La causa formal de la muerte del hombre B puede ser el racismo. Una historia de racismo puede servir para una novela sociológica, o para algún tipo de estudio, pero no es una tragedia en el sentido narrativo y simbólico del que estamos hablando. El terror, para que sea trágico tiene que ser humano, no étnico, no de género, no de clase.Tiene que ser humano.

    Avanzamos otro nivel. El hombre B es Martin Luther King Jr. Quien sabía que si seguía protestando por la igualdad de derechos laborales de los afrodescendientes en Estados Unidos, lo más probable era que lo terminen matando.

    De hecho, un día antes que lo maten el da un famoso discurso en el que cuenta que él sabe que su vida corre peligro, pero explica que la longevidad no es tan importante como la causa por la que él está viviendo.

    Martin Luther King Jr. Sabía que su lucha probablemente le costaría la vida, pero no por eso la abandona, continúa, desafía los límites de lo posible, camina valientemente hacia su destino y al día siguiente de dar ese discurso termina siendo asesinado. Esa es la causa secreta de su muerte, esa es una tragedia humana.

    Ahora, los personajes de La ciudad y los perros no son héroes defensores de los derechos civiles ni nada por el estilo, son adolescentes de diferentes partes del Perú y de diferentes clases sociales que en medio de todo tipo de violencia tratan de encontrarse a si mismos, pero aun así, cada uno a su manera, también tiene que hacer el viaje del héroe.

    Podría haber hecho el mismo análisis sobre la causa secreta con los personajes de La ciudad y los perros, pero el episodio se iba a llenar de spoilers.

    Ahí queda para quien le interese, no deja de ser un ejercicio interesante.

    Sin embargo hay algunas cosas que me gustaría mencionar.

    Como en el ejemplo anterior, todas las vidas tienen un límite, y al desafiarlo uno se acerca a este límite, los héroes son quienes siguen su objetivo a pesar de las consecuencias del destino, y la causa secreta de su muerte, es precisamente la forma heróica en que viven. Uno muere en tales o cuales circunstancias o situaciones en gran medida de a cuerdo a las decisiones que uno toma en los grandes momentos de presión.

    “La causa secreta de todo sufrimiento es la muerte, no puede ser negada si se quiere afirmar la vida”. Dice Joseph Campbell

    Ahora bien, la vida tiene fases, y morimos y renacemos varias veces de manera simbólica antes de nuestra muerte real y definitiva.

    La ciudad y los perros es una novela principalmente sobre la transición de la adolescencia a la vida adulta. Una pequeña muerte también. En cada uno de los personajes podemos ver cómo la forma en que viven esa transición es también la causa de como“mueren” para dejar de ser niños y convertirse en hombres.

    El servicio no se abandona, salvo muerto.

    Esa frase se repite tres veces en el primer episodio del libro que se narra desde el punto de vista de Alberto, el poeta. Cada una circunstancia diferente.

    El servicio no se abandona, salvo muerto.

    Hago tanto incapié en este concepto de la causa secreta porque creo que es precisamente de ahí que nace la fuerza y la belleza de La ciudad y los perros. La forma en que Vargas Llosa nos narra la historia nos paraliza de la forma en que explica Joyce, nos paraliza, a ratos con compasión, a ratos con terror.

    Al final de la novela se termina de armar el rompecabezas de la historia y quedamos en ese estado semi nirvánico propio de las narraciones bien logradas, apreciando como cada detalle nos fue conduciendo de manera ineludible, casi matemática, yendo y viniendo a través en el tiempo, a través de una estructura perfecta, usando diferentes narradores para aprovechar mejor los conflictos y dilemas de cada personaje. Queriendo abarcarlo todo, La ciudad y los perros es una novela total: trata sobre la masculinadad, la violencia, el poder y la autoridad, las clases sociales, la diversidad de la sociedad peruana, la justicia, la lealtad, la venganza, la sexualidad, trata sobre lo jodido que es ser hombre, que ser hijo, que ser padre, ser madre, sobre lo terrible de haber nacido pobre en un país pobre, sobre la inmutabilidad del mundo, pero al mismo tiempo sobre el poder transformador del amor y de la muerte.

    Nos va conduciendo, decía, de manera inevitable, a la tragedia, hasta quemarnos en una poderosísima catarsis para llegar luego a la redención.

    – para mi, de hecho, la escena del velorio es una obra maestra en si misma-

    y Al terminar, cerramos el libro diciéndonos a nosotros mismos: Sí, así es la vida.

    Porque todos, al igual que los muchachos de la ciudad y los perros, hemos transitados esos caminos, hemos hecho, cada uno a su modo, aquel viaje, sin duda siempre accidentado, en el que hemos tenido que dejar de ser niños.

    En mi caso, yo también tuve una especie de círculo, solo que menos violento, tuve amistades con personajes interesantísimos, como mi amigo Búho, hijo de un sirio dueño de camiones y de un cine para adultos, con el que conocí parte del bajo mundo boliviano, la vida de mercado y de frontera. O mi amigo el Judio, maestro de la carroña humana, O mi amigo Maki, que en cada borrachera soñaba con exportar plátanos verdes al Japón. Qué será de mis amigos. Con algunos todavía tengo contacto, con otros infelizmente, no tanto.

    Una buena historia es siempre una experiencia enriquecedora, por que nos ayuda a gestionar el tesoro más grande: nuestros recuerdos. Esa cadena de memorias fragmentadas de lo que más o menos hemos sido.

    Cuál fue la causa secreta que nos hizo tomar las decisiones que tomamos, vivir, de la forma en que lo hicimos?

    Hemos vivido de acuerdo a nuestras convicciones sin importar las consecuencias del destino, o aflojamos a último momento?

    Cómo ha influido eso en la persona que más o menos hemos llegado a ser?

    Cuál es la causa secreta que nos lleva hoy hacia nuestro ineludible destino?

    Y cuando llegue el momento, y nos volvamos a encontrar, frente a frente con la muerte, ya sea en la risa o el abandono de nuestras personas más cercanas, o ya sea en el frío de un salón militar, cómo la vamos a encarar?

    Quién sabe, tal vez lo hagamos como el Esclavo, o como el Poeta, o como el Jaguar.

    Como siempre, espero que se animen darle una leída al libro, que vale la pena.

    Cualquier comentario pueden escribirme a lecturasdelbosque@gmail.com

    Un abrazo y hasta la próxima.

  • Mujer el mundo está amueblado por tus ojos

    Se hace más alto el cielo en tu presencia

    La tierra se prolonga de rosa en rosa

    Y el aire se prolonga de paloma en paloma

    Al irte dejas una estrella en tu sitio

    Dejas caer tus luces como el barco que pasa

    Mientras te sigue mi canto embrujado

    Como una serpiente fiel y melancólica

    Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro

    ¿Qué combate se libra en el espacio?

    Esas lanzas de luz entre planetas

    Reflejo de armaduras despiadadas

    ¿Qué estrella sanguinaria no quiere ceder el paso?

    En dónde estás triste noctámbula

    Dadora de infinito

    Que pasea en el bosque de los sueños

    Heme aquí perdido entre mares desiertos

    Solo como la pluma que se cae de un pájaro en la

    ( noche

    Te hablan por mí las piedras aporreadas

    Te hablan por mí las olas de pájaros sin cielo

    Te habla por mí el color de los paisajes sin viento

    Te habla por mí el rebaño de ovejas taciturnas

    Dormido en tu memoria

    Te habla por mí el arroyo descubierto

    La yerba sobreviviente atada a la aventura

    Aventura de luz y sangre de horizonte

    Sin más abrigo que una flor que se apaga

    Si hay un poco de viento

    Qué me importan los signos de la noche

    Y la raíz y el eco funerario que tengan en mi

    ( pecho

    Qué me importa el enigma luminoso

    Los emblemas que alumbran el azar

    Y esas islas que viajan por el caos sin destino a

    ( mis ojos

    Qué me importa ese miedo de flor en el vacío

    Qué me importa el nombre de la nada

    El nombre del desierto infinito

    O de la voluntad o del azar que representan

    Y si en ese desierto cada estrella es un deseo de

    ( oasis

    O banderas de presagio y de muerte

    Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos

    Con la cabeza levantada

    Y todo el cabello al viento

    Eres más hermosa que el relincho de un potro en

    ( la montaña

    Que la sirena de un barco que deja escapar toda

    ( su alma

    Que un faro en la neblina buscando a quien

    ( salvar

    Eres más hermosa que la golondrina atravesada

    ( por el viento

    Nada se compara a esa leyenda de semillas que

    ( deja tu presencia

    Tu voz hace un imperio en el espacio

    Y esa mano que se levanta en ti como si fuera a

    ( colgar soles en el aire

    Y ese mirar que escribe mundos en el infinito

    Y esa cabeza que se dobla para escuchar un mur-

    ( mullo en la eternidad

    Y ese pie que es la fiesta de los caminos

    ( encadenados

    Y ese beso que hincha la proa de tus labios

    Y esa sonrisa como un estandarte al frente de tu

    ( vida

    Y ese secreto que dirige las mareas de tu pecho

    Dormido a la sombra de tus senos

    Si tú murieras

    Las estrellas a pesar de su lámpara encendida

    Perderían el camino

    ¿Qué sería del universo?

    Lo que puede ser el hombre con la palabra no?

    Esos son fragmentos del Canto II del Altazor o el viaje en paracaidas, de Vicente Huidobro.

    Cómo hablar de esa poesía sin hablar de mi? Es increíble como el arte y la vida se entrelazan. Cómo decía mi profesor Puky Gutierrez, Somos los libros que hemos leído, las músicas que escuchamos, las personas que hemos amado.

    Por eso, a veces al hablar de libros que o películas es inevitable terminar hablando de uno mismo.

    Porque al contrario de lo que pueda llegar a parecer, leemos y vemos historias, no para escapar de la realidad, sino para encontrarla.

    Nuca estuve más de 3 años en ningún colegio. Estuve en diferentes tipos de escuelas, en diferentes ciudades y países. Por lo general no me gustaba mucho ir a clases, con la excepción de dos colegios a los que fui. El primero, se llamaba Técnico Universal Montessori, que fue mi primer colegio, donde jugando uno aprendía desde matemáticas hasta a lavar los platos después de almorzar. Era un lugar maravilloso, donde todo el colegio era como una gran familia. Después pasé por una serie de lugares más tradicionales donde habían pupitres individuales en lugar de mesas grupales, donde había que quedarse quieto en lugar de jugar, y donde se aprendía a multiplicar repitiendo 2x1 2, 2x2 4, 2x3 6. Ni pensar en hacer rondas matutinas, sentados en la alfombra para compartir los sueños de la noche anterior. Parte importante de mi identidad es ser uno de los niños montessori de Miss Mariana.

    Por alguna razón tanto en las historias como en la vida, todo termina en una situación parecida a la que comenzó. Tal vez por eso el otro colegio al que me encantó ir, fue donde hice mis últimos 3 años, el Colegio De la Sierra, donde viví sin duda una de las mejores etapas de mi vida, la pasé rodeado de personas de una inconmensurable calidad humana. Tanto los profesores como mis compañeros.

    En el De la Sierra, teníamos un excelente profesor de Radio, Abraham Ender, tremendo anarquista que nos ayudó a ser adolescentes. En ese entonces la Radio era un oficio que estaba en decadencia, no se cómo ni porqué el colegio se animó a ofrecer esa materia opcional, pero hoy en día ya vemos como el antiguo oficio de la radio resucita a través de la emergente cultura del Podcast.

    También teníamos un profesor de teatro brutal, Jorge Arturo Lora, uno de nuestros mejores actores, que ahora está publicando recomendadísimos relatos, un tipazo que contagia de manera natural la pasión por el arte de contar e interpretar historias.

    Por increíble que parezca, también teníamos una materia que se llamaba Creatividad. Y esta no era opcional. Porque si había una cosa que era importante para Alvaro Puente, nuestro querido amigo y director, era que seamos capaces de pensar por nosotros mismos. Una capacidad que muchas veces es poco deseada y por lo tanto difícil de desarrollar en una sociedad como la de Santa Cruz.

    El profesor de esta materia era un poeta. Puky Gutierrez. Más tarde Puky también fue mi profesor en la Universidad.

    La sala de creatividad estaba llena de todo tipo de dibujos que los alumnos hacían en las paredes, y las actividades de la clase iban desde explicar el significado de nuestros nombres, hasta mostrar a los demás de alguna manera creativa cualquier cosa que nos gustara hacer.

    En una clase Pucky nos mostró la pelicula de Eliseo Subiela, El Lado Oscuro del Corazón, (tremenda película) y fue así que conocí a Mario Benedetti, Oliverio Girondo, Vicente Huidrobro, Alejandra Pizarnik, entre otros poetas cuyas poesías llenan los diálogos y la historia de la película.

    Altazor o el viaje en paracaídas es considerada la obra máxima del poeta chileno Vicente Huidobro, tiene un prefacio y 7 cantos en los que se narra el vieje de Altazor desde las alturas del cielo, que mientras va cayendo hace su poema. El ritmo y el ímpetu del poema van cambiando conforme a la caída de Altazor, a veces suave y demorado como una hoja cayendo de un árbol, a veces hay pequeñas pausas en las que su paracaídas puede quedar atascado en alguna estrella, y a veces puede ser rápido y violento como una piedra que cae a toda velocidad. Cada canto también tiene diferentes temas, el Canto I por ejemplo es un tanto metafísico, y el canto II, que es el que está en El Lado Oscuro del Corazón, y también aquí en el Podcast, como vimos, es una Oda a la mujer. Elegí fragmentos de ese Canto para compartir porque fue con ese Canto que llegué a conocer el Poema.

    En fin, fue así como llegue a conocer a el viaje en paracaidas, ahora espero que como a mí, el vieje de Altazor los ayude y asista a ustedes también en su propio viaje, sea este el que sea, y que se adueñen y usen sus palabras y poesía, porque como dijo el cartero en Il Postino, la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita.

    Mi nombre es Camilo, un abrazo y hasta la próxima.

  • Transcripción:

    Qué es la verdad y donde encontrarla? Cómo usar su coqueto brillo para navegar las oscuras olas de la realidad y la incerteza?

    Hoy día en Lecturas del Bosque quiero hablares de El Capitán de Ultramar, una novela de Jorge Amado, que a mi parecer se trata principalmente sobre eso. Es una de mis historias favoritas de todos los tiempos, porque cada vez que la leo me devuelve, al menos por un momento, la capacidad de ver lo extraordinaria que es la vida, la vida común, la de todos los días, me presta la capacidad de apreciar, incluso en la más monótonas de las existencias, la belleza y la poesía de como se van dando las cosas. De admirar la suma de infinitas casualidades y mentiras de las que está hecha la vida cotidiana de cualquier persona. Y la certeza de saber que en el fondo de toda esa maraña de miserias, se esconde, desnuda, la verdad.

    Me encantan los libros de Jorge Amado, porque en ellos la vida es total. Aparece, ineludible, en todo su esplendor, en la lealtad de los amigos, en el sueño de la mujer imposible, en la redención de los sueños cumplidos, en las fortunas familiares perdidas, en el ardiente pecado de los placeres terrenales, en la picardía y el engaño, en la mezquindad y la avaricia, en los chismes y en la envidia, en los más superfluos y banales de los deseos y manías, en el perjurio de la traición, en las noches de juerga y en las de desconsolado desvelo, incluso en la crueldad, en el odio y la venganza, o en las más terribles de las situaciones, ya sea en la desesperada soledad o en la cruda lucha por la subsistencia. Aparece la vida. Implacable. Terrible. Cruel. Injusta. Triste. Brutal. Pero nunca gris. Llena de héroes cotidianos, que la enfrentan con las mismas modestas armas con las que despertamos nosotros todos los días antes de ir a trabajar.

    El comandante Vasco Moscoso de Aragón, capitán de Ultramar, es uno de estos héroes cotidianos. En su caso, el comandante usa la verdad como principal arma para enfrentarse a semejante totalidad, usa la más verdadera verdad, esa que es capaz de sutiles metamorfosis para adaptarse a las más urgentes necesidades de los laberíntico e indescifrables caminos del recuerdo y del porvenir. Porque después de todo, como dijo García Marquez, La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda, y cómo la recuerda para contarla.

    En el caso de la discutida vida del Capitán, en el libro aparecen dos versiones, narradas por un encantador poeta de barrio, que entre capítulo y capítulo nos cuenta, con elocuencia e ironía, como va aprendiendo, también él, a desvelar los secretos poderes de la verdad.

    Una de las versiones, la de Chico Pachecho, inspector de hacienda jubilado, respaldada con fechas, testigos y documentos, y la otra versión, la del mismísimo capitán, respaldada por la experiencia y los recuerdos, se enfrentan en encarnizada lucha por ganar los corazones y la credibilidad de los habitantes de Periperi.

    El otrora pacífico suburbio bahiano a horillas del mar, de pronto se ve envuelto en una terrible guerra fría por el control de la verdad sobre las discutidas aventuras del comandante. El pueblo queda dividido. Los bancos en la estación del tren que tienen vista al mar son para los seguidores del comandante, los que miran tierra adentro para los que creen en Chico Pachecho, la playa para los del Capitán, la plaza central para los del Inspector de Hacienda, amistades de la vida entera destruidas de repente, discusiones campales entre jubilados, amenazas de muerte con cuchillos, tensión en las calles día a día.

    Al final, cada lector puede elegir, usando su sacrosanto libre albedrío, dónde buscar la verdad, en cual de las versiones creer. Y después del final, al cerrar el libro, cada uno tendrá que ver cómo navegar por sus propias y temibles tempestades.

    Jorge Amado nos guiña un ojo y nos deja la siguiente reflexión:

    (...)Díganme, al fin y al cabo, los señores, con sus luces y su experiencia: ¿dónde está la verdad, la absoluta verdad?(...)¿Está la verdad en eso que sucede todos los días, en los acontecimientos cotidianos, en la mezquindad de la vida de la inmensa mayoría de los hombres, o reside la verdad en el sueño que nos es dado para huir de nuestra triste condición? ¿Cómo se elevó el hombre en su caminata por el mundo: a través del día a día de miserias y vulgaridades, o por el libre sueño sin fronteras ni limitaciones? ¿Quién llevó a Vasco da Gama y a Colón al puente de sus carabelas? ¿Quién dirige las manos de los sabios que mueven las palancas de ese juego de los sputniks, creando nuevas estrellas y una nueva luna en el cielo de este suburbio del universo? ¿Dónde esta la verdad? Díganmelo, por favor: ¿en la pequeña realidad de cada uno o en el inmenso sueño del hombre? ¿Quién la conduce por el mundo afuera, iluminando el camino del hombre? ¿El Meritísimo juez o el paupérrimo poeta? ¿Chico Pacheco, con su integridad, o el comandante Vasco Moscoso de Aragón, capitán de ultramar?

    Déjenme leerles el primer capítulo, para que sientan el ritmo de la historia:

    DE CÓMO EL NARRADOR, CON CIERTA EXPERIENCIA ANTERIOR Y AGRADABLE, SE

    DISPONE A EXTRAER LA VERDAD DEL FONDO DE UN POZO

    Mi intención, mi única intención, pueden estar seguros, es sólo restablecer laverdad. La verdad completa, de tal modo que no quede ninguna duda en torno del comandante Vasco Moscoso de Aragón y de sus extraordinarias aventuras. «La verdad está en el fondo de un pozo», leí una vez, no sé si en un libro o en un artículo periodístico, desde luego, en letras de molde, y, ¿cómo dudar de afirmación impresa? Yo, por lo menos, no acostumbro a discutir, y mucho menos a negar, la verdad de la literatura y el periodismo. Y, por si eso no bastara, varios titulados universitarios me repitieron la frase, no dejando así el menor margen para un error de revisión a fin de retirar la verdad del pozo y colocarla en mejor abrigo: palacio («La verdad está en el palacio real»), regazo («La verdad se esconde en el regazo de las mujeres hermosas»), polo («La verdad ha huido al polo norte») o pueblo («La verdad está en el pueblo»), frases todas ellas, creo yo, menos groseras, más elegantes, que no dejan esa oscura sensación de abandono y frío, inherente a la palabra pozo.

    El Meritísimo doctor Siqueira, juez jubilado, respetable y probo ciudadano de calva lustrosa y erudita, me explicó que se trataba de un lugar común, es decir, de cosa tan clara y sabida que llega a convertirse en un proverbio, en un dicho de todos. Con su voz grave, de inapelable sentencia, añadió un detalle curioso: no sólo la verdad está en el fondo de un pozo, sino que allá se encuentra enteramente desnuda, sin ningún velo que le cubra el cuerpo, ni siquiera las partes vergonzosas. En el fondo del pozo y desnuda.

    El doctor Alberto Siqueira es la cumbre, el colmo de la cultura en ese suburbio de Periperi donde vivimos. Es él quien pronuncia el discurso el 2 de julio en la Plaza y el 7 de septiembre en el Grupo Escolar, sin hablar de otras fechas menores, y de los brindis de cumpleaños o bautizo. Al juez le debo mucho de lo poco que sé, a esas conversaciones nocturnas en el jardín de su casa; le debo por todo respeto y gratitud.

    Cuando él, con la voz solemne y el gesto preciso, esclarece una duda, en aquel momento todo me parece claro y fácil, no me asalta ninguna objeción. Cuando lo dejo, sin embargo, y me pongo a pensar en el asunto, se van la claridad y la evidencia, como, por ejemplo, en ese caso de la verdad. Vuelve todo a ser oscuro y difícil, intento recordar las explicaciones del Meritísimo y no lo consigo. Un verdadero lío. Pero ¿cómo dudar de la palabra de un hombre de tanto saber, con los estantes abarrotados de libros, códigos y tratados? Sin embargo, por más que él me explique que se trata sólo de un proverbio popular, muchas veces me encuentro pensando en ese pozo, profundo y oscuro, desde luego, donde fue la verdad a esconder sus desnudeces dejándonos en la mayor confusión, discutiendo por esto y por lo otro, llevándonos a la ruina, a la desesperación y a la guerra.

    Pero el pozo no es realmente un pozo, y el fondo del pozo no es el fondo de un pozo. Según el proverbio, eso significa que la verdad es difícil de revelarse, que su desnudez no se exhibe en la plaza pública al alcance de cualquier mortal. Pero es nuestro deber, el de todos nosotros, buscar la verdad en cada hecho, hundirnos en la oscuridad del pozo hasta encontrar su luz divina.

    «Luz divina» es del juez, como todo lo del párrafo anterior. Él es tan culto que habla en tono de discurso, usando palabras bonitas hasta en las charlas familiares con su dignísima esposa doña Ernestina: «la verdad es el faro que ilumina la vida», acostumbra a repetirme el Meritísimo, dedo en ristre, cuando, por la noche, bajo un cielo de incontables estrellas y poca luz eléctrica, conversamos sobre las novedades del mundo y de nuestro suburbio. Doña Ernestina, gordísima, lustrosa de sudor y un tanto así como débil mental, asiente balanceando su cabezota de elefante. Un faro de poderosa luz iluminando a lo lejos, he ahí la verdad del noble juez jubilado.

    Tal vez por eso mismo su luz no penetre en los escondrijos más próximos, en los recovecos de las calles, en el oculto recodo de las Tres Borboletas, donde se abriga, en la discreta penumbra de una casita entre árboles, la hermosa y risueña mulata Dondoca, cuyos padres acudieron al Meritísimo cuando Zé Canjiquinha desapareció de la circulación, rumbo al sur.

    «Había tumbado a la mulatita», según frase pintoresca del viejo Pedro Torresno, padre afligido, y dejó a la chiquilla allí, sin honra y sin dinero:

    —En la miseria, señor juez, en la miseria…

    El juez echó un discurso moral, cosa digna de oírse, y prometió providencias. Y, en vista del conmovedor cuadro de la víctima sonriendo entre lágrimas, soltó unos billetes, pues, bajo la pechera almidonada del magistrado late, por difícil que sea creerlo, un bondadoso corazón. Prometió dar orden de busca y detención del «sórdido don Juan», olvidándose, en su entusiasmo por la causa de la virtud ofendida, de su condición de jubilado, sin fiscal ni comisario a sus órdenes. Iba a interesar también en el caso a sus amigos de la ciudad. El «conquistador de vía estrecha» iba a recibir su merecido…

    Y fue él mismo, tan consciente es el doctor Siqueira de sus responsabilidades de juez (aunque jubilado), a dar noticia de sus providencias a la familia ofendida y pobre en su distante chabola. Dormía Pedro Torresno aún el aguardiente de la víspera; lavoteaba sus ropas allá al fondo la flaca Eufrasia, madre de la víctima, y ésta cuidaba el fogón. Se abrió una sonrisa en los labios carnosos de Dondoca, tímida pero expresiva, y el juez la miró austero, cogiéndola de la mano:

    —Vengo para reñirla…

    —Yo no quería. Fue él… —lloriqueó la bella.

    —Muy mal hecho —y seguía sujetando el brazo de prietas carnes.

    Se deshizo ella en lágrimas arrepentidas, y el juez, para mejor reprenderla y aconsejarla, la sentó en su regazo, le acarició las mejillas, le pellizcó el brazo.

    Admirable cuadro: la severidad implacable del recto magistrado temperada por la bondad comprensiva del hombre. Escondió Dondoca el rostro avergonzado en el hombro confortador. Sus labios hacían cosquillas inocentes en el pescuezo ilustre.

    Zé Canjiquinha nunca fue encontrado. En compensación, Dondoca quedó, desde aquella afortunada visita, bajo la protección de la justicia, y anda hoy elegante, se ganó la casita de la rinconada de Tres Borboletas y Pedro Torresno dejó definitivamente de trabajar. He ahí una verdad que no ilumina el faro del juez y que me obligó a bucear un poco para encontrarla. Para contar toda la verdad debo añadir que fue agradable, delicioso buceo, pues en el fondo de ese pozo estaba el colchón de lana del lecho de Dondoca, donde ella me cuenta —cuando a eso de las diez de la noche dejo la prosa erudita del Meritísimo y de su voluminosa consorte— divertidas intimidades del preclaro magistrado, desgraciadamente no aptas para letra de molde.

    Tengo pues, como puede comprobarse, cierta experiencia en el asunto: no es la primera vez que investigo la verdad. Me siento así, bajo la inspiración del juez —«es nuestro deber, el de todos nosotros, investigar la verdad de cada hecho»—, dispuesto a desenrollar el ovillo de las aventuras del comandante, aclarando de una vez para siempre cuestión tan discutida y complicada. No se trata sólo de los hilos enredados de un ovillo sino de algo mucho más difícil. Constantemente aparecen nudos ciegos, nudos de marinero, cabos sueltos, hilos tronzados, hebras de otro color, cosas acontecidas y cosas imaginadas y, ¿dónde está la verdad de todo ello? En la época en que esto sucedió, hace más de treinta años, en 1929, las aventuras del comandante, y él mismo, eran el centro de la vida del Periperi, dando lugar a ardorosas discusiones, dividiendo a la población, provocando enemistades y rencores, casi una guerra santa. De un lado, los partidarios del comandante, sus admiradores incondicionales; de otro, sus detractores, y al frente de ellos el viejo Chico Pacheco, inspector de Hacienda jubilado, aún hoy memoria recordada entre sonrisas, lengua de víbora, hombre irreverente y escéptico.

    A todo, sin embargo, llegaremos con tiempo y paciencia. La búsqueda de la verdad requiere no sólo decisión y carácter, sino también método y buena voluntad. Por ahora estoy aún al borde del pozo buscando la mejor manera de bajar a sus misteriosas profundidades. Y ya sale de su tumba en un remoto cementerio, el viejo Chico Pacheco para embarullarme, para imponer su presencia, para hacerme perder el hilo. Sujeto quisquilloso y metomentodo, con la manía de la evidencia, amigo de exhibirse, su ambición era ser el primero de ese florido burgo suburbano donde todo es suave y manso, hasta el mar, mar de golfo donde jamás se alzan olas furiosas; playa sin oleaje y sin corrientes, vida pacífica y demorada.

    Mi deseo, mi único deseo, pueden creerme, es ser objetivo y sereno. Buscar la verdad entre el brío de las polémicas, desenterrarla del pasado, sin tomar partido, arrancando de las más diferentes versiones todos los velos de la fantasía capaces de encubrir, aunque sólo sea en parte, la desnudez de la verdad, aunque ya había tenido ocasión de comprobar en carne propia, o mejor aún, en la carne dorada de Dondoca, que no siempre es más seductora la absoluta desnudez que aquella que se esconde bajo cobertura o tela capaz de ocultar un seno, un trozo de pierna, la curva de la cadera. Pero, digámoslo de una vez, no es para acostarnos con ella en una cama por lo que la buscamos con tanta obstinación y desespero por esos mundos allá afuera.

    Así comienza el poeta su encantador relato. Espero que se regalen el tiempo de leer o releer el resto.

    Mi nombre es Camilo, y les mando fuerte un abrazo. Hasta la próxima.

  • Yo tuve la suerte de tener dos padres… y dos madres.

    Quizás, una de las posibles ventajas del mundo moderno.

    Después que mis padres se separaron, tuve la grandísima suerte de crecer, además de con ellos, también con Yoyó por un lado y con Mónica por otro. Y puedo decir, sin ninguna duda, y lleno de agradecimiento, que no sería quien soy, sin el cariño y atención que ellos me dieron.

    Al igual que muchas de las cosas que leo, el poema que quiero comentar hoy me llegó gracias a Yoyó.

    Los padres de Yoyo eran catalanes, y combatieron por la República durante la guerra civil española, ellos, como cientos de miles de personas, se vieron obligados a salir de España en esos años, fue así que un día llegaron a Bolivia.

    Escuchar historias increíbles de la Guerra civil española, fue siempre común para mi y para mis hermanos, no hace falta decir que es un tema que marcó por generaciones a las familias que lo vivieron.

    En el caso de este poema, me lo compartió Yoyo una mañana que le mostré un video de mi hijo Aurelio, que reía sin parar.

    El poema se llama Nanas de la Cebolla, y fue escrito en una cárcel de España, ya en el epílogo de la guerra, por el poeta y dramaturgo Miguel Hernández.

    Después de que él recibiera una carta de su esposa, en la que le cuenta la terrible situación en la que se encuentra con su hijo de pocos meses, que lo único que tienen para comer es pan y cebolla.

    Miguel Hernández, en su encierro y en su impotencia, le responde diciendo :

    “Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme”

    Esas coplillas que le mandó son las siguientes:

    La cebolla es escarcha

    cerrada y pobre:

    escarcha de tus días

    y de mis noches.

    Hambre y cebolla:

    hielo negro y escarcha

    grande y redonda.

    En la cuna del hambre

    mi niño estaba.

    Con sangre de cebolla

    se amamantaba.

    Pero tu sangre

    escarchada de azúcar,

    cebolla y hambre.

    Una mujer morena,

    resuelta en luna,

    se derrama hilo a hilo

    sobre la cuna.

    Ríete, niño,

    que te traigo la luna

    cuando es preciso.

    Alondra de mi casa,

    ríete mucho.

    Es tu risa en los ojos

    la luz del mundo.

    Ríete tanto

    que en el alma, al oírte,

    bata el espacio.

    Tu risa me hace libre,

    me pone alas.

    Soledades me quita,

    cárcel me arranca.

    Boca que vuela,

    corazón que en tus labios

    relampaguea.

    Es tu risa la espada

    más victoriosa.

    Vencedor de las flores

    y las alondras.

    Rival del sol,

    porvenir de mis huesos

    y de mi amor.

    La carne aleteante,

    súbito el párpado,

    y el niño como nunca

    coloreado.

    ¡Cuánto jilguero

    se remonta, aletea,

    desde tu cuerpo!

    Desperté de ser niño.

    Nunca despiertes.

    Triste llevo la boca.

    Ríete siempre.

    Siempre en la cuna,

    defendiendo la risa

    pluma por pluma.

    Ser de vuelo tan alto,

    tan extendido,

    que tu carne parece

    cielo cernido.

    ¡Si yo pudiera

    remontarme al origen

    de tu carrera!

    Al octavo mes ríes

    con cinco azahares.

    Con cinco diminutas

    ferocidades.

    Con cinco dientes

    como cinco jazmines

    adolescentes.

    Frontera de los besos

    serán mañana,

    cuando en la dentadura

    sientas un arma.

    Sientas un fuego

    correr dientes abajo

    buscando el centro.

    Vuela niño en la doble

    luna del pecho.

    Él, triste de cebolla.

    Tú, satisfecho.

    No te derrumbes.

    No sepas lo que pasa

    ni lo que ocurre.

    EL 28 de Marzo de 1942 muere Miguel Hernández en la cárcel Alicante, apenas a los 31 años; dicen que fue gracias al trabajo de su esposa Josefina Manresa, quien se dedicó a recopilar y proteger la obra de su marido a lo largo de toda la dictadura franquista, que gran parte de su trabajo no se ha perdido para siempre.

    Este poema más tarde fue musicalizado por Alberto Cortéz, interpretado por Manuel Serrat, y cantado en medio mundo por otros cientos de miles de personas, como una bella y terrible, evocación de amor.

  • Conversación con mi amigo Angel Careaga, sobre el primero de una serie de libros llamada "La Guerra Silenciosa", del escritor peruano Manuel Scorza.

    En esta serie se narra la realidad delirante de los pueblos campesinos de la sierra peruana en su lucha por defenderse tanto del Estado como de intereses extranjeros.

    pueden comprar el libro aquí:

    https://www.amazon.com/-/es/MANUEL-SCORZA-ebook/dp/B08LTTKLTR

    Música: Piraí Vaca

    Canción: Munasquechay

    Autores: Elmer y Gonzalo Hermosa

    Arreglos: Fernando Arduz

  • Breve reseña y lectura de un fragmento de la novela que lanzó al éxtito al escritor chileno Luís Sepúlveda, una novelita sobre la vida y la muerte en el mundo amazónico.

    Aquí se pueden comprar el libro:

    https://www.amazon.com/viejo-leia-novelas-amor-Spanish/dp/8483835304

    Transcripción:

    Hola Hola, bienvenidos a otro episodio de Lecturas del Bosque, un podcast para quienes buscan buenas historias.

    Hoy quiero leerles un fragmento de un librito bien corto, pero muy bonito. Se llama Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda.

    Luis Sepúlveda fue un escritor, periodista y cineasta chileno. Desde joven fue militante político, y luego activista ecologista, y si bien no deseo entrar en detalles sobre su vida política, sí hace falta mencionar que estuvo preso durante la dictadura de Pinochet y que luego fue exiliado. Este tipo de cosas te cambian la vida. En su exilio tuvo la oportunidad de viajar por muchos lugares y conocer el mundo. Vivió por ejemplo un tiempo en Alemania, y basó en Hamburgo uno de los primeros libros que tengo memoria de haber leído solito, sin ayuda de mis padres: Historia de una gaviota y el gato que le enseñó a volar. Un lindísimo libro para niños con un mensaje ecológista.

    Quizás en otro momento comente ese otro libro por aquí, pero hoy quisiera hablar de otra historia, la que lo lanzó a la fama: Un viejo que leía novelas de amor. Una novelita muy corta, traducida a más de 60 idiomas y con más de 18 millones de copias vendidas.

    Un viejo que leía novelas de amor está basada en Ecuador, país en el que Luis Sepúlveda también vivió, pero fue escrita cuando ya estaba muy lejos de ahí.

    Esta novelita cuenta la historia de Antonio José Bolivar Proaño, un hombre originario de la Sierra ecuatoriana, que escapando de las malas lenguas de la vecindad de su pueblo, se adhiere, junto a su esposa, a un grupo de colonos que trata de poblar la selva amazónica impulsados por promesas de ayuda del Estado. Pero esa selva es otro mundo, en el que no existe nada de lo previamente conocido, donde la agricultura y muchos otros trabajos no son posibles, es un mundo bajo la inexpugnable sombra de los árboles, un reino denso, húmedo, colmado de vida, que se rige en su propio tiempo y por sus propias reglas.

    Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otávalo, la esposa de nuestro protagonista, muere, en su segundo año de estadía, al igual que la mayoría de los primeros colonos, victima de los mosquitos y la malaria. Se hubiesen muerto todos, de enfermedad o de hambre, de no haber sido por la compasión de los Shuar, un grupo nativo y seminómada de la región.

    Lo Shuar vivían en comunión con esa selva, quizás desde mucho antes de que exista siquiera la palabra República, o la idea de inventar un país en el centro del mundo y llamarlo Ecuador.

    Es así que Antonio José Bolivar Proaño, uno de los pocos sobrevivientes de ese primer grupo de colonos comienza un viaje sin retorno, en el que se convierte en un hombre que nunca soñó ser, habitante de un mundo bello y perdido, conocedor de los secretos de la selva, amigo de los shuar, íntimo de sus historias y costumbres, de sus formas de vivir, de amar y de morir.

    Hace miles de años que filósofos de toda ralea y color mantienen enardecidos y hasta sangrientos debates sobre si el hombre es bueno o malo por naturaleza, sobre la legitimidad de las conquistas, los entrincados caminos del poder dentro del alma humana y sus inevitables consecuencias terrenales.

    Yo no se exactamente cuáles serán las razones divinas, cromosómicas,socio políticas, o económicas, pero lo cierto es que los equilibrados y pacíficos mundos como en el que viven los Shuar tienden a ser destruidos, borrados, o esclavizados, de una forma u otra, prohibidos y olvidados.

    Si bien el libro no profundiza en estos antiquísimos debates, al leer la historia podemos sentir en todo momento la presión, el peligro que se cierne sobre la Amazonía y los tesoros que guarda.

    No piensen que esta es una novela victimista que nos hace odiar al hombre blanco, no, al contrario, es una novela que con orgullo y asombro, nos presenta y nos muestra un mundo mágico y hermoso, al que para el final de la historia hemos de llegar a extrañar y a querer.

    Leyendo este librito es imposible no preguntarse, Qué podemos hacer ante el imparable avance del mundo moderno, que como la Nada en la Historia sin fin, de Michael Ende, todo lo traga, todo lo consume, Qué podemos hacer contra nosotros mismos y nuestro afán de siempre querer más? Hay todo tipo de respuestas a tan incómoda pregunta y yo no estoy en la posición de ensayar alguna, pero por ejemplo nuestro amigo, Antonio José Bolivar Proaño, un día decidió decidarse a leer novelas de amor.

    Antes de comenzar a leerle el fragmento de hoy, le mando un abrazo a mi padre que siempre trabajó de cerca con pueblos indígenas, tratando a su manera de buscar un mundo mejor, o por lo menos menos peor.

    Sin más palabras de por medio les leo ahora una partecita de la novela:

    Capítulo tercero

    Antonio José Bolívar Proaño sabía leer, pero no escribir.

    A lo sumo, conseguía garrapatear su nombre cuando debía firmar algún

    papel oficial, por ejemplo en época de elecciones, pero como tales sucesos ocurrían muy esporádicamente casi lo había olvidado.

    Leía lentamente, juntando las sílabas, murmurándolas a media voz como si las paladeara, y al tener dominada la palabra entera la repetía de un viaje. Luego hacía lo mismo con la frase completa, y de esa manera se apropiaba de los sentimientos e ideas plasmados en las páginas. Cuando un pasaje le agradaba especialmente lo repetía muchas veces, todas las que estimara necesarias para descubrir cuan hermoso podía ser también el lenguaje humano.

    Leía con ayuda de una lupa, la segunda de sus pertenencias queridas. La primera era la dentadura postiza. Habitaba una choza de cañas de unos diez metros cuadrados en los que ordenaba el escaso mobiliario; la hamaca de yute, el cajón cervecero sosteniendo la hornilla de queroseno, y una mesa alta, muy alta, porque cuando sintió por primera vez dolores en la espalda supo que los años se le echaban encima y decidió sentarse lo menos posible. Construyó entonces la mesa de patas largas que le servía para comer de pie y para leer sus novelas de amor.

    La choza estaba protegida por una techumbre de paja tejida y tenía una ventana abierta al río. Frente a ella se arrimaba la alta mesa. Junto a la puerta colgaba una deshilachada toalla y la barra de jabón renovada dos veces al año. Se trataba de un buen jabón con penetrante olor a sebo, y lavaba bien la ropa, los platos, los tiestos de cocina, el cabello y el cuerpo. En un muro, a los pies de la hamaca, colgaba un retrato retocado por un artista serrano, y en él se veía a una pareja joven.

    El hombre, Antonio José Bolívar Proaño, vestía un traje azul riguroso, camisa blanca, y una corbata listada que sólo existió en la imaginación del retratista.

    La mujer, Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, vestía ropajes que sí existieron y continuaban existiendo en los rincones porfiados de la memoria, en los mismos donde se embosca el tábano de la soledad. Una mantilla de terciopelo azul confería dignidad a la cabeza sin ocultar del todo la brillante cabellera negra, partida al medio, en un viaje vegetal hacia la espalda. De las orejas pendían zarcillos circulares dorados, y el cuello lo rodeaban varias vueltas de cuentas también doradas.

    La parte del pecho presente en el retrato enseñaba una blusa ricamente bordada a la manera otavaleña, y más arriba la mujer sonreía con una boca pequeña y roja.

    Se conocieron de niños en San Luis, un poblado serrano aledaño al volcán Imbabura. Tenían trece años cuando los comprometieron, y luego de una fiesta celebrada dos años más tarde, de la que no participaron mayormente, inhibidos ante la idea de estar metidos en una aventura que les quedaba grande, resultó que estaban casados.

    El matrimonio de niños vivió los primeros tres años de pareja en casa del padre de la mujer, un viudo, muy viejo, que se comprometió a testar en favor de ellos a cambio de cuidados y de rezos. Al morir el viejo, rodeaban los diecinueve años y heredaron unos pocos metros de tierra, insuficientes para el sustento de una familia, además de algunos animales caseros que sucumbieron con los gastos del velorio.

    Pasaba el tiempo. El hombre cultivaba la propiedad familiar y trabajaba en terrenos de otros propietarios. Vivían con apenas lo imprescindible, y lo único que les sobraba eran los comentarios maledicentes que no lo tocaban a él, pero se ensañaban con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo.

    La mujer no se embarazaba. Cada mes recibía con odiosa puntualidad sus sangres, y tras cada período menstrual aumentaba el aislamiento.

    —Nació yerma —decían algunas viejas.

    —Yo le vi las primeras sangres. En ellas venían guarisapos muertos —

    aseguraba otra.

    —Está muerta por dentro. ¿Para qué sirve una mujer así? —comentaban.

    Antonio José Bolívar Proaño intentaba consolarla y viajaban de curandero

    en curandero probando toda clase de hierbas y ungüentos de la fertilidad.

    Todo era en vano. Mes a mes la mujer se escondía en un rincón de la casa para recibir el flujo de la deshonra.

    Decidieron abandonar la sierra cuando al hombre le propusieron una

    solución indignante.

    —Puede que seas tú quien falla. Tienes que dejarla sola en las fiestas de

    San Luis.

    Le proponían llevarla a los festejos de junio, obligarla a participar del baile y de la gran borrachera colectiva que ocurriría apenas se marchara el cura. Entonces, todos continuarían bebiendo tirados en el piso de la iglesia, hasta que el aguardiente de caña, el «puro» salido generoso de los trapiches ocasionara una confusión de cuerpos al amparo de la oscuridad.

    Antonio José Bolívar Proaño se negó a la posibilidad de ser padre de un hijo de carnaval. Por otra parte, había escuchado acerca de un plan de colonización de la amazonia. El Gobierno prometía grandes extensiones de tierra y ayuda técnica a cambio de poblar territorios disputados al Perú. Tal vez un cambio de clima corregiría la anormalidad padecida por uno de los dos.

    Poco antes de las festividades de San Luis reunieron las escasas pertenencias, cerraron la casa y emprendieron el viaje. Llegar hasta el puerto fluvial de El Dorado les llevó dos semanas. Hicieron algunos tramos en bus, otros en camión, otros simplemente caminando, cruzando ciudades de costumbres extrañas, como Zamora o Loja, donde los indígenas saragurus insisten en vestir de negro, perpetuando el luto por la muerte de Atahualpa.

    Luego de otra semana de viaje, esta vez en canoa, con los miembrosagarrotados por la falta de movimiento arribaron a un recodo del río. La única construcción era una enorme choza de calaminas que hacía de oficina, bodega de semillas y herramientas, y vivienda de los recién llegados colonos. Eso era El Idilio.

    Ahí, tras un breve trámite, les entregaron un papel pomposamente sellado que los acreditaba como colonos. Les asignaron dos hectáreas de selva, un par de machetes, unas palas, unos costales de semillas devoradas por el gorgojo y la promesa de un apoyo técnico que no llegaría jamás.

    La pareja se dio a la tarea de construir precariamente una choza, y enseguida se lanzaron a desbrozar el monte. Trabajando desde el alba hasta el atardecer arrancaban un árbol, unas lianas, unas plantas, y al amanecer del día siguiente las veían crecer de nuevo, con vigor vengativo. Al llegar la primera estación de las lluvias, se les terminaron las provisiones y no sabían qué hacer. Algunos colonos tenían armas, viejas escopetas, pero los animales del monte eran rápidos y astutos. Los mismos peces del río parecían burlarse saltando frente a ellos sin dejarse atrapar.

    Aislados por las lluvias, por esos vendavales que no conocían, se consumían en la desesperación de saberse condenados a esperar un milagro, contemplando la incesante crecida del río y su paso arrastrando troncos y animales hinchados.

    Empezaron a morir los primeros colonos. Unos, por comer frutas desconocidas; otros, atacados por fiebres rápidas y fulminantes; otros desaparecían en la alargada panza de una boa quebrantahuesos que primero los envolvía, los trituraba, y luego engullía en un prolongado y horrendo proceso de ingestión.

    Se sentían perdidos, en una estéril lucha con la lluvia que en cada arremetida amenazaba con llevarles la choza, con los mosquitos que en cada pausa del aguacero atacaban con ferocidad imparable, adueñándose de todo el cuerpo, picando, succionando, dejando ardientes ronchas y larvas bajo la piel, que al poco tiempo buscarían la luz abriendo heridas supurantes en su camino hacia la libertad verde, con los animales hambrientos que merodeaban en el monte poblándolo de sonidos estremecedores que no dejaban conciliar el sueño, hasta que la salvación les vino con el aparecimiento de unos hombres semidesnudos, de rostros pintados con pulpa de achiote y adornos multicolores en las cabezas y en los brazos.

    Eran los shuar, que, compadecidos, se acercaban a echarles una mano. De ellos aprendieron a cazar, a pescar, a levantar chozas estables y resistentes a los vendavales, a reconocer los frutos comestibles y los venenosos, y, sobre todo, de ellos aprendieron el arte de convivir con la selva. Pasada la estación de las lluvias, los shuar les ayudaron a desbrozar laderas de monte, advirtiéndoles que todo eso era en vano.

    Pese a las palabras de los indígenas, sembraron las primeras semillas, y no les llevó demasiado tiempo descubrir que la tierra era débil. Las constantes lluvias la lavaban de tal forma que las plantas no recibían el sustento necesario y morían sin florecer, de debilidad, o devoradas por los insectos. Al llegar la siguiente estación de las lluvias, los campos tan duramente trabajados se deslizaron ladera abajo con el primer aguacero.

    Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo no resistió el segundo año y se fue en medio de fiebres altísimas, consumida hasta los huesos por la malaria.

    Antonio José Bolívar Proaño supo que no podía regresar al poblado serrano. Los pobres lo perdonan todo, menos el fracaso.

  • Excelente traducción de unos de los poemas británicos más famosos, encontrada en un spot publicitario de Repsol.

    Si- de Rudyard Kipling

    Si puedes mantener la cabeza sobre tus hombros

    cuando otros la pierden y te cargan su culpa

    si confías en ti mismo

    aunque todos de ti dudan

    pero aun así tomas en cuanta sus dudas

    si puedes soñar y no hacer de tus sueños tu guía

    si puedes pensar sin hacer de tus pensamientos tu meta

    si triunfo y derrota se cruzan por tu camino

    y puedes tratar de igual manera a ambos impostores

    si puedes hacer un montón con todas tus victorias

    si puedes arrojarlas al capricho del azar

    y perder

    y remontarte de nuevo a tus comienzos sin que salga de tus labios una queja

    si logras que los nervios y el corazón sean tu fiel compañero

    y resistir

    aunque tus fuerzas se vean menguadas

    con la única ayuda de la voluntad que dice adelante

    si ante la multitud das a la virtud abrigo

    si aun marchando con reyes guardas tu sencillez

    si no pueden herirte

    ni amigos ni enemigos

    si todos te reclaman y ninguno te precisa

    si puedes rellenar un implacable minuto

    con sesenta segundos de combate bravío

    tuya es la tierra y sus codiciados frutos

    y lo que es más

    serás un hombre, hijo mio.

  • Algunos comentarios y lectura de un fragmento de una de las obras infantojuveniles más lindas, un clásico de la literatura brasileña.

    Pueden comprar el libro aquí: https://www.amazon.es/Planta-Naranja-Lima-Libros-Asteroide/dp/849266343X

    Transcripción:

    Hola hola, mi nombre es Camilo, y sean bienvenidos a otro episodio de Lecturas del Bosque, un podcast para quien busca buenas historias.

    Hoy día quería compartir una historia sobre la ternura de la vida, sobre la amistad, la familia, la muerte, y la resurrección.

    A veces, en lo apurado y repetitivo de la vida cotidiana, cuando vemos a un niño, no tenemos la capacidad de ver el mundo a través de él, de reconocer en ese niño al niño que nosotros fuimos alguna vez, de ver las cosas que pasan desde los ojos de ese niño. Y esto no solo pasa en el día a día, sino también cuando vemos a algún niño en alguna película o historia, somos, a veces, incapaces de ver en esos niños justamente lo que los hace niños, más allá de su tamaño, o su aparente falta de entendimiento sobre el mundo real. Muchas veces vemos simplemente una personita chica a la que se le tiene que explicar las cosas, pero no es eso lo que son los niños. Ese aveces puede dura años, puede durar décadas tal vez.. bueno, yo creo que el librito sobre el que quiero hablar hoy, Mi Planta de Naranja Lima, es un libro que nos devuelve la capacidad de ver en los niños, e incluso en nosotros mismos, el infinito poder de la fantasía, de la ternura y del amor.

    Mi planta de Naranja es un libro autobiográfico escrito por José Mauro de Vasconcelos, un escritor brasilero que escribió otro libro bellísimo que se llama Rosinha, mi Canoa. Entre paréntesis creo que el termino más aceptado y usado del gentilicio para las personas nacidas en Brasil es brasileño, pero en mi país usamos brasilero y después de consultar con la Real Academia Española puedo confirmar que también es una forma aceptada - lega, digamos - de hablar.

    Bueno, José Mauro de Vasconcelos nació en una familia muy pobre de Rio de Janeiro, y como ellos no tenían los recursos para cuidarlo cuando todavía era niño lo mandaron a Natal, en el norte de Brasil para que lo críen sus tios.

    En el episodio anterior hablamos sobre el escritor mexicano Juan Rulfo y como tuvo que dedicarse a todo tipo de oficios en su vida, bueno, José Mauro de Vasconcelos es otro de estos escritores que tuvo todo tipo de oficios: fue estudiante de medicina, entrenador de boxeo, cargador de bananas, pescador en el mar, garzón en un local nocturno, modelo para artistas y escultores, profesor de primaría, actor de teatro y quien sabe cuantas cosas más, las malas luengas cuentan de todo, y su vida personal parece más fantasiosa que las de todas sus ficciones.

    Sus libros son de un lenguaje muy sencillo, en pero en esa simplicidad se ve reflejado un conocimiento inmenso sobre la vida y las personas, que solo viviendo mucho se puede alcanzar.

    En el caso de Mi Planta de Naranja lima, nos cuenta la historia de Zezé, un niño de 5 o 6 años, un niño de una familia muy pobre, que lo unico que quiere es ser niño, ser feliz. En la historia lo acompaños en sus travesuras cotidianas, algunas más graves que otras, lo acompañamos en sus actos de ternura, que es imposible que no nos abriguen el corazón, por ejemplo, en los juegos que inventa para cuidar a su hermanito menor, o en la amistad con su arbolito, que da nombre al libro, o en los gestos de cariño con con su padre desempleado por el que un día lustra zapatos para complarle cigarros y alegrarle un poco, o con su profesora por la que roba flores todos las mañanas, para que no sea la única profesora sin regalos en su escritorio, o con su hermano, 4 años mayor, por el que pelea contra cualquiera con tal de defenderlo,lo acompañamos en su admiración por su incansable madre que mantiene a toda la familia,y es imposible no preguntarse cuántas mujeres como esa hay en Latinoamérica, en el mundo?; pero también lo acompañamos, y no con menos emoción, en los brutales encuentros con las injusticias de la vida, con las que se encuentra dolorosamente temprano, y a las que se enfrenta con la valentía de los más grandes héroes mitológicos, en la que se ve reflejada la inmensa fortaleza de la que es capaz el ser humano, y al mismo tiempo la alegría característica de los países latinoamericanos.

    La historia de Zezé transcurre en un barrio de Rio de Janeiro, y en ella podemos ver detalles inconfundiblemente brasileros, pero también es una historia universal, porque es una historia sobre lo importante, sobre lo esencial, eso que la zorra de El Principito nos enseñó que es invisible a los ojos.

    Aunque no seamos brasileros, o no hayamos vivido en la pobreza, todos hemos sido, por lo menos un poco, como Zezé: Indomables, llenos de todo tipo de sueños, llenos de bondad, dueños de una sed interminable de cariño, en fin,todos hemos sido niños. Y aunque la vida no haya sido para nosotros tan dura como lo fue para Zezé,creo que ser niño no es fácil para nadie, y, por lo menos en mi caso, mientras más presto atención a mi alrededor, mientras más de cerca me toca convivir con la muerte, me doy cuenta, cada vez más, de lo importante que es la etapa en la que somos niños, de lo profundas que son las marcas que nos dejan esos años, en los que las cosas buenas son las maravillas más grandes y las malas, las tragedias más terribles que pudiesen pasar.

    Esa mezcla de maravillas y tragedias es lo que somos. Esas son las herramientas más esenciales que vamos usar para vivir. Sobre ellas es que vamos a construir todas las otras habilidades, o flaquezas, que hacen de nosotros ser como somos en cada situación. Esta medio confusa esa frase, así que la voy a repetir, es sobre nuestras primeras experiencias e historias que construimos todas las otras habilidades, o flaquezas que nos hacen ser lo que somos, en cada situación que nos va tocando vivir.

    Ese rencuentro con nosotros mismos al que nos llevá Zezé, hace que después de su historia, nos sea imposible mirar a nuestros hijos, primos, hermanos, sobrinos, o cualquier niño de la calle, de otra forma. Con una empatía que parece nacer hace mucho tiempo, cuando eramos capaces de sorprendernos, de reir, de jugar, incluso de llorar como niños.

    Así que por el bien de los niños que viven a su alrededor, voy a leerles un fragmento de la historia de Zezé, para ver si se animan a leer, o a releer Mi Planta de Naranja Lima.

    1 EL DESCUBRIDOR DE LAS COSAS

    Veníamos tomados de la mano, sin apuro ninguno, por la calle. Totoca venía enseñándome la vida. Y yo me sentía muy contento porque mi hermano mayor me llevaba de la mano, enseñándome cosas. Pero enseñándome las cosas fuera de casa. Porque en casa yo aprendía descubriendo cosas solo y haciendo cosas solo, claro que equivocándome, y acababa siempre llevando unas palmadas. Hasta hacía bastante poco tiempo nadie me pegaba. Pero después descubrieron todo y vivían diciendo que yo era un malvado, un diablo, un gato vagabundo de mal pelo. Yo no quería saber nada de eso. Si no estuviera en la calle comenzaría a cantar. Cantar sí que era lindo. Totoca sabía hacer algo más, aparte de cantar: silbar. Pero por más que lo imitase no me salía nada. El me dio ánimo diciendo que no importaba, que todavía no tenía boca de soplador. Pero como yo no podía cantar por fuera, comencé a cantar por dentro. Era raro, pero luego era lindo. Y estaba recordando una música que cantaba mamá cuando yo era muy pequeñito. Ella se quedaba en la pileta, con un trapo sujeto a la cabeza para resguardarse del sol. Llevaba un delantal que le cubría la barriga y se quedaba horas y horas, metiendo la mano en el agua, haciendo que el jabón se convirtiera en espuma. Después torcía la ropa e iba hasta la cuerda. Colgaba todo en ella y suspendía la caña. Hacía lo mismo con todas las ropas. Se ocupaba de lavar la ropa de la casa del doctor Faulhaber para ayudar en los gastos de la casa. Mamá era alta, delgada, pero muy linda. Tenía un color bien quemado y los cabellos negros y lisos. Cuando los dejaba sueltos le llegaban hasta la cintura. Pero lo lindo era cuando cantaba y yo me quedaba a su lado aprendiendo.

    Hasta ahora esa música me daba una tristeza que no sabía comprender. Totoca me dio un empujón. Desperté. —¿Qué tienes, Zezé? —Nada. Estaba cantando. —¿Cantando? —Sí. —Entonces debo estar quedándome sordo. ¿Acaso no sabría que se podía cantar para dentro? Me quedé callado. Si no sabía yo no iba a enseñarle. Habíamos llegado al borde de la carretera Río-San Pablo. Allí pasaba de todo. Camiones, automóviles, carros y bicicletas. —Mira, Zezé, esto es importante. Primero se mira bien. Mira para uno y otro lado. ¡Ahora! Cruzamos corriendo la carretera. —¿Tuviste miedo? Bastante que había tenido, pero dije que no, con la cabeza. —Vamos a cruzar de nuevo, juntos. Después quiero ver si aprendiste. Volvimos. —Ahora ya sabes cruzar solo. Nada de miedo, que ya estás siendo un hombrecito. Mi corazón se aceleró. —Ahora. Vamos. Puse el pie, casi no respiraba. Esperé un poco y él dio la señal de que volviera. —Para ser la primera vez, estuviste muy bien. Pero te olvidaste de algo. Tienes que mirar para los dos lados para ver si viene un coche. No siempre voy a estar aquí para darte la señal. A la vuelta vamos a practicar más. Ahora sigamos, que voy a mostrarte una cosa. Me tomó de la mano y seguimos de nuevo, lentamente. Yo estaba impresionado con la conversación. —Totoca. —¿Qué pasa? —¿La edad de la razón pesa? —¿Qué tontería es ésa? —Tío Edmundo lo dijo. Dijo que yo era "precoz" y que en seguida iba a entrar en la edad de la razón. Y no siento ninguna diferencia. —Tío Edmundo es un tonto. Vive metiéndote cosas en la cabeza. —El no es tonto. Es sabio. Y cuando yo crezca quiero ser sabio y poeta y usar corbata de moño. Un día voy a fotografiarme con corbata de moño. —¿Por qué con corbata de moño? —Porque nadie es poeta sin corbata de moño. Cuando tío Edmundo me muestra retratos de poetas en una revista, todos tienen corbata de moño. —Zezé, deja de creerle todo lo que te dice. Tío Edmundo es medio "tocado". Medio mentiroso. —¿Entonces él es un hijo de puta? —¡Mira que ya te ganaste bastantes palizas por decir malas palabras! Tío Edmundo no es eso. Yo dije "tocado", medio loco. —Pero dijiste que él era mentiroso. —Una cosa no tiene nada que ver con la otra. —Sí que tiene. El otro día papá conversaba con don Severino, ese que juega a las cartas con él y dijo eso de don Labonne: "El hijo de puta del viejo miente como el diablo". . . Y nadie le pegó.

    —La gente grande sí puede decirlo, no es malo. Hicimos una pausa. —Tío Edmundo no es. . . ¿Qué quiere decir "tocado" Totoca? El hizo girar el dedo en la cabeza. —No, él no es eso. Es bueno, me enseña de todo, y hasta hoy solamente me dio una palmada y no fue con fuerza. Totoca dio un salto. —¿Te dio una palmada? ¿Cuándo? —Un día que yo estaba muy travieso y Gloria me mandó a casa de Dindinha. El quería leer el diario y no encontraba los anteojos. Los buscó, furioso. Le preguntó a Dindinha, y nada. Los dos dieron vuelta al revés a la casa. Entonces le dije que sabía dónde estaban, y que si me daba una moneda para comprar bolitas se lo decía. Buscó en su chaleco y tomó una moneda: —Ve a buscarlos y te la doy. —Fui hasta el cesto de la ropa sucia y los encontré. Entonces me insultó diciéndome: "Fuiste tú sinvergüenza". Me dio una palmada en la cola y me quitó la moneda. Totoca se rió. —Te vas allá para que no te peguen en casa y te pegan ahí. Vamos más rápido, si no nunca llegaremos. Yo continuaba pensando en tío Edmundo. —Totoca, ¿los chicos son jubilados? —¿Qué cosa? —Tío Edmundo no hace nada y gana dinero. No trabaja y la Municipalidad le paga todos los meses. —¿Y qué? —Que los chicos tampoco hacen nada, y comen, duermen y ganan dinero de los padres. —Un jubilado es diferente, Zezé. Jubilado es el que trabajó mucho, se le puso el pelo blanco y camina despacio, como tío Edmundo. Pero dejemos de pensar en cosas difíciles. Que te guste aprender con él, vaya y pase. Pero conmigo, no. Haz como los otros chicos. Hasta di malas palabras, pero deja de llenarte la cabeza con cosas difíciles. Si no, no salgo más contigo. Me quedé medio enojado y no quise conversar más. Tampoco tenía ganas de cantar. Ese pajarito que cantaba desde adentro había volado bien lejos. Nos detuvimos y Totoca señaló la casa. —Es ésa, ahí. ¿Te gusta? Era una casa común. Blanca, de ventanas azules, toda cerrada y silenciosa. —Me gusta. Pero ¿por qué tenemos que mudarnos acá? —Siempre es bueno mudarse. Por la cerca nos quedamos observando una planta de "mango" de un lado, y una de tamarindo, de otro. —Tú, que quieres saberlo todo, ¿no te diste cuenta del drama que hay en casa? Papá está sin empleo, ¿no es cierto? Hace más de seis meses que se peleó con mister Scottfield y lo dejaron en la calle. ¿No viste que Lalá comenzó a trabajar en la Fábrica? ¿No sabes que mamá va a trabajar al centro, en el Molino Inglés? Pues bien, bobo, todo eso es para juntar algún dinero y pagar el alquiler de la nueva casa. La otra hace ya como ocho meses que papá no la paga. Tú eres muy chico para saber cosas tristes, como ésta. Pero yo voy a tener que acabar ayudando en la misa para ayudar en casa. Se quedó un rato en silencio. —Totoca, ¿van a traer la pantera negra y las dos leonas? —Claro que sí. Y el esclavo es quien tendrá que desmontar el gallinero. Me miró con cierto cariño y pena. —Yo soy el que va a desmontar el jardín zoológico y armarlo de nuevo aquí.

    Quedé aliviado. Porque, si no, yo tendría que inventar algo nuevo para jugar con mi hermanito más chico, Luis. —Bien, ¿viste cómo soy tu amigo, Zezé? Entonces no te cuesta nada contarme cómo fue que conseguiste "aquello"... —Te juro, Totoca, que no sé. De veras que no sé. —Estás mintiendo. Estudiaste con alguien. —No estudié nada. Nadie me enseñó. Solo que sea el diablo, que según Jandira es mi padrino, el que me haya enseñado mientras yo dormía. Totoca estaba sorprendido. Al comienzo hasta me había dado coscorrones para que le contara. Pero yo no podía contarle nada. —Nadie aprende solo esas cosas. Pero se quedaba confundido porque realmente no había visto a nadie enseñándome nada. Era un misterio. Fui recordando algo que había pasado la semana anterior. La familia se quedó muy sorprendida. Todo había comenzado cuando me senté cerca de tío Edmundo, en casa de Dindinha, mientras él leía el diario. —Tiíto. —¿Qué, mi hijo? Empujó los anteojos hacia la punta de la nariz, como hace toda la gente vieja. —¿Cuándo aprendiste a leer? —Más o menos a los seis o siete años de edad. —¿Y alguien puede leer a los cinco años? —Poder puede. Pero a nadie le gusta hacer eso cuando todavía es muy pequeño. —¿Cómo aprendiste a leer? —Como todo el mundo, en la cartilla. Diciendo "B" más "A": "BA". —¿Todo el mundo tiene que hacerlo así? —Que yo sepa, sí. —¿Pero todo, todo el mundo, sí? Me miró intrigado. —Mira, Zezé, todo el mundo necesita hacer eso. Y ahora déjame terminar la lectura. Ve a ver si hay guayabas en el fondo de la quinta. Colocó los anteojos en su lugar e intentó concentrarse en la lectura. Pero no salí de mi rincón. —¡Qué pena!. . . La exclamación sonó tan sentida que de nuevo se llevó los anteojos hacia la punta de la nariz. —No puede ser, cuando te empeñas en una cosa. . . —Es que yo vine de casa y caminé como loco solamente para contarte algo. . . —Entonces vamos, cuenta. —No. Así no. Primero quiero saber cuándo vas a cobrar la jubilación. —Pasado mañana. Sonrió suavemente, estudiándome. —¿Y cuándo es pasado mañana? —El viernes. —Y el viernes ¿no vas a querer traerme un "Rayo de Luna", del centro? —Vamos despacio, Zezé. ¿Qué es un "Rayo de Luna"?

    —Es el caballito blanco que vi en el cine. Su dueño es Fred Thompson. Es un caballo amaestrado. —¿Quieres que te traiga un caballito de ruedas? —No. Quiero ese que tiene cabeza de madera con riendas. Que la gente le pone un cabo y sale corriendo. Necesito entrenarme porque voy a trabajar después en el cine. Continuó riéndose. —Comprendo. Y si te lo traigo ¿qué gano yo? —Te doy una cosa. —¿Un beso? —No me gustan mucho los besos. —¿Un abrazo? Lo miré con mucha pena. Mi pajarito de adentro me dijo una cosa. Y fui recordando otras que había escuchado muchas veces. . . Tío Edmundo estaba separado de la mujer y tenía cinco hijos. . . Vivía tan solo y caminaba tan despacio, tan despacito. . . ¿Quién sabe si no caminaba despacio porque tenía nostalgia de sus hijos? Ellos nunca venían a visitarlo. Rodeé la mesa y apreté con fuerza su cuello. Sentí su pelo blanco rozar mi frente con mucha suavidad. —Esto no es por el caballito. Lo que voy a hacer es otra cosa. Voy a leer. —Pero, ¿tú sabes leer, Zezé? ¿Qué cuento es ése? ¿Quién te enseñó? —Nadie. —No me mientas. Me alejé y le comenté desde la puerta: —¡Tráeme mi caballito el viernes y vas a ver si leo o no!. . .

  • Pequeña reseña y lectura de un fragmento de uno de los libros más icónicos de la literatura latinoamericana.

    Transcripción:

    Hola hola mi nombre es Camilo y sean bienvenidos a este espacio que he decidido llamar Lecturas del Bosque, un podcast para quien disfruta de buenas historias.

    En estos tiempos existe tanto ruido que es difícil encontrar lo elemental, lo importante, somos bombardeados y consumimos tanta información irrelevante e intrascendente, que queda muy poco tiempo -y espacio- para las historias fundamentales, para los clásicos, entre otras tantas cosas de la vida que son igual o mucho más importantes. Por eso, hoy quería hablarles un poco sobre Pedro Páramo, una novela cortita pero enorme para la literatura latinoamericana y universal.

    Tuve ganas de compartir un poco de Pedro Páramo porque por un lado la veo como una interesante e importante lectura para quienes están estudiando español como lengua extranjera e intentan descifrar el laberíntico mundo latinoamericano, ya que el estudio de un idioma también es el inevitable encuentro con la gente que lo habla y su cultura; y por otro lado porque creo que debería ser una obra obligatoria para todos los que hablamos español, yo la vine a conocer un poco tarde, demasiado tarde, pero creo que no debería ser el caso.

    La idea aquí no es hacer un análisis literario de la novela ni de leerles todo el libro, simplemente compartir algunos comentarios personales sobre la historia y leer una pequeña parte, un fragmento del libro, para ver si entre tanto ruido podemos hacerle un campito a lo esencial.

    Juan Rulfo no necesitó escribir más de 300 páginas para convertirse en uno de los escritores más grandes de la literatura hispana. Nació en 1917 en Jalisco, en el occidente de México, fue un tipo sencillo y enigmático, desde ahora se lo puede ver así como legendario, Juan Rulfo fue huérfano desde niño, fue criado en orfanatos, tuvo todo tipo de oficios en grande, aunque consideraba que su único oficio era el de vivir, fue por ejemplo vendedor de llantas, fue agente de inmigración, fue recaudador de rentas, fotógrafo, guionista de cine, historiador, y escritor de tres libritos, dos de los cuales lo hicieron inmortal.

    Pedro Páramo es uno de estos dos libros, la novela está basada en una época entre la revolución mexicana y la guerra cristera, entre paréntesis cabe decir que el padre de Juan Rulfo fue asesinado durante la guerra, cuando él solo tenía seis años y cuatro años más tarde muere su madre. La guerra cristera fue un conflicto armado de varios años entre el ejército mexicano, entre el Estado mexicano y las milicias de religiosos católicos que se levantaron en armas al ir perdiendo la iglesia católica más y más beneficios desde la constitución de 1917, esto como una de las consecuencias de la Revolución Mexicana si bien la novela no se concentra en explicaciones de ningún tipo, ésta deja entrever cómo era la vida del campesinado y para quienes no somos mexicanos o no hemos estudiado su historia, nos deja la curiosidad, o por lo menos la invitación, a conocer más sobre sobre estos eventos y su importancia histórica.

    No son pocos los grandes autores que se deshacen en halagos sobre la calidad de la obra de Juan Rulfo, tanto por la belleza y sencillez de su prosa, como por la novedad de la estructura de sus textos, en los que presente el pasado y el futuro e incluso la vida y la muerte no tienen distinción, sin dejar de ser al mismo tiempo historias profundamente realistas. Pedro Páramo no es un libro largo, no usa palabras muy rebuscadas ni difíciles, y aunque tiene algunos modismos, es una novela escrita en un lenguaje simple y sencillo, el lenguaje del pueblo, dicen muchos críticos, tiene sin embargo una estructura en la que sin previo aviso cambia de una historia a otra y de un lugar y momento a otro, por lo que conviene leerlo dos o tres veces seguidas para aprovecharlo mejor. El libro cuenta la historia de un hijo, Juan Preciado, que después de la muerte de su madre realiza un viaje a su pueblo natal en busca del padre que no conoció, antes de morir su madre le pide que vaya al pueblo, le pide que vaya a cobrar el olvido en el que el padre los ha dejado. Juan Preciado se lo promete, pero pero se lo promete sin pensar en cumplirlo, él pensaba que no iba a ir, que nunca lo iba a cumplir, pero luego con el tiempo se va formando un mundo alrededor de la esperanza de conocer a este hombre que era el marido de su madre, tal cual lo expresa, no sabemos qué tipo de expectativas o esperanzas había comenzado a construir Juán Preciado, pero el hecho es de que al final esto es lo que lo hace decidirse por finalmente ir y comenzar su viaje.

    Al llegar al pueblo, Comala, este ya no es mucho más que casas vacías y almas en pena, ahí Juán Preciado se entera que su padre ha muerto y que la mayor parte de los habitantes se han ido, o han muerto también, pero Juán Preciado que sólo puede ver el pueblo a través de la nostalgia con la que su madre siempre habló de éste, lo sigue encontrando bello y siente que tiene una conexión especial, por lo menos eso es lo que yo pienso, lo que siento, cuando cuando estoy leyendo la historia. Como anécdota aparte, en una canción del cantautor español Joaquín Sabina, este nombre nombre al pueblo nombra a Comala, él dice: en Comala aprendí que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver, cuando lean el libro tal vez pueden entender mejor la referencia, en fin, en Comala se encuentra con una serie de personajes, no sabe bien de estos personajes quién está vivo y quién está muerto nosotros, el público tampoco, no se sabe bien quien está vivo y que está muerto, pero es a través de los recuerdos de estos personajes que se va enterando de cómo era la vida de su madre, la vida de su padre y la vida del pueblo.

    Al mismo tiempo, entre párrafo y párrafo y sin ningún aviso, tenemos saltos temporales a distintas épocas del pasado, en los que vamos viendo la historia de su padre, Pedro Páramo, y a través de esta, la historia del pueblo, lo vemos cuando era niño, cómo era la relación que tenía con su abuela, con el amor de su vida Susana San Juan, que es lo único que quizás nunca consiguió conquistar, la relación con su hijo Miguel, el único que reconoció y crió como tal, la relación con Dolores Preciado, la madre de Juan, y cómo y por qué se casó con ella, la relación con su padre Lucas Páramo, y vemos también cómo cuando murió este, a pesar de haber heredado deudas por todas partes, se las ingenia para zafar de todo, incluso llegar a convertirse en prácticamente el dueño del pueblo, también vemos la relación con sus trabajadores, con la iglesia y con las personas levantadas en armas contra el Estado en esta época. En lo personal y sin ser crítico literario ni mucho menos, lo que más me gusta del libro es lo mucho que expresa con pocas palabras, en los diálogos, por ejemplo, en dos o tres líneas de una conversación, uno puede darse cuenta de las desigualdades e injusticias sociales, uno puede llegar a entrever la manera de ver el mundo de esa gente, sus expectativas, sus resignaciones, y en los silencios de las conversaciones se puede casi sentir el polvo del lugar, las llagas de su tierra, el pasar del tiempo, que en realidad no pasa, sino que está como estacionado desde siempre, ahí, indiferente, entre las piedras y el calor... en fin, hay cientos de estudios, análisis, comentarios, bibliotecas enteras sobre Juan Rulfo y su obra para los que les interese, pero yo para no seguir divagando, ahora les les voy a leer un fragmento del libro y y espero que les guste.

    Pedro Paramo - Juan Rulfo

    Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro

    Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.Todavía antes me había dicho:

    —No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a

    darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

    —Así lo haré, madre.

    Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a

    llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.

    Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias. El camino subía y bajaba: «Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja».

    —¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?

    —Comala, señor.

    —¿Está seguro de que ya es Comala?

    —Seguro, señor.

    —¿Y por qué se ve esto tan triste?

    —Son los tiempos, señor.

    Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su

    nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: «Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche». Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma… Mi madre.

    —¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? —oí que me

    preguntaban.

    —Voy a ver a mi padre —contesté.

    —¡Ah! —dijo él.

    Y volvimos al silencio.

    Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros. Los

    ojos reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto.

    —Bonita fiesta le va a armar —volví a oír la voz del que iba allí a mi lado

    —. Se pondrá contento de ver a alguien después de tantos años que nadie viene por aquí.

    Luego añadió:

    —Sea usted quien sea, se alegrará de verlo.

    En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía.

    —¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?

    —No lo conozco —le dije—. Sólo sé que se llama Pedro Páramo.

    —¡Ah!, vaya.

    —Sí, así me dijeron que se llamaba.

    Oí otra vez el «¡ah!» del arriero.

    Me había topado con él en Los Encuentros, donde se cruzaban varios

    caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin apareció este hombre.

    —¿Adónde va usted? —le pregunté.

    —Voy para abajo, señor.

    —¿Conoce un lugar llamado Comala?

    —Para allá mismo voy.

    Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso, hasta que pareció

    darse cuenta de que lo seguía y disminuyó la prisa de su carrera. Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros.

    —Yo también soy hijo de Pedro Páramo —me dijo.

    Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo cuar, cuar,cuar.

    Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire.

    Todo parecía estar como en espera de algo.

    —Hace calor aquí —dije.

    —Sí, y esto no es nada —me contestó el otro—. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija.

    —¿Conoce usted a Pedro Páramo? —le pregunté.

    Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.

    —¿Quién es? —volví a preguntar.

    —Un rencor vivo —me contestó él.

    Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que los burros iban mucho más adelante de nosotros, encarrerados por la bajada. Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé.

    Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber el dedo del corazón. Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera.

    —Mire usted —me dice el arriero, deteniéndose—: ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puercos? Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que está? Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó a bautizar. Con usted debe haber pasado lo mismo, ¿no?

    —No me acuerdo.

    —¡Váyase mucho al carajo!

    —¿Qué dice usted?

    —Que ya estamos llegando, señor.

    —Sí, ya lo veo. ¿Qué pasó por aquí?

    —Un correcaminos, señor. Así les nombran a esos pájaros.

    —No, yo preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera

    abandonado. Parece que no lo habitara nadie.

    —No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie.

    —¿Y Pedro Páramo?

    —Pedro Páramo murió hace muchos años.