Afleveringen

  • Hay una historia horrible en el capítulo 19 de Jueces. Un levita, que vivía en un lugar remoto de Efraín tomó como concubina una mujer de Belén. Esta, por motivos que el texto no especifica, lo dejó y se volvió a casa de su padre a Belén. Este hombre levita salió a buscarla, y el padre de esta lo recibió con alegría y lo acogió unos días. Cuando por fin llegó el momento de marcharse, iniciaron su viaje un poco tarde, así que tuvieron que parar a hacer noche. Eligieron la ciudad israelita de Gabaa, en el territorio de Benjamín, pensando que así estarían más seguros. Ya de noche, nos narra el texto que los hombres del pueblo llegaron a la puerta de la casa donde estaban alojados, e insistían en que saliera el levita que estaba hospedado ahí para conocerlo. Estos hombres, nos da a entender el texto, querían abusar sexualmente del viajero. Este tipo de actividad vimos que se practicaba en Sodoma y Gomorra, donde algo similar ocurrió a los mensajeros que fueron a casa de Lot. Tal abominación estaba ocurriendo en las ciudades del pueblo de Dios. Este hombre levita, al ver la violencia e intenciones claras de estos hombres de Gabaa, les echó a su concubina, aquella a por la cual había venido a buscar amorosamente. ¿Cómo es posible? Me pregunto yo. ¿Qué tipo de hombre se defiende exponiendo a su amada?

    Estos hombres de Gabaa abusaron de ella de tal modo que a la madrugada ya, el levita abrió la puerta y la encontró ahí sin vida. La tomó, se fue a su casa, y denunció el horrendo crimen enviando partes de la víctima a cada tribu de Israel.


    Nos dice el texto en Jueces 20 que “Entonces todo el pueblo, como un solo hombre, se levantó, y dijeron: Ninguno de nosotros irá a su tienda, ni volverá ninguno de nosotros a su casa.”

    Las tribus indignadas, se levantaron a una para confrontar a la tribu de Benjamín y pedirles que les entregaran a los hombres que habían cometido tal aberración.

    Dice el texto:

    “se juntaron todos los hombres de Israel contra la ciudad, ligados como un solo hombre. Y las tribus de Israel enviaron varones por toda la tribu de Benjamín, diciendo: ¿Qué maldad es esta que ha sido hecha entre vosotros? Entregad, pues, ahora a aquellos hombres perversos que están en Gabaa”

    Pero Jueces 20:13 nos narra la triste reacción: “Mas los de Benjamín no quisieron oír la voz de sus hermanos los hijos de Israel,”

    Como los de Benjamín no trataron el problema, las otras tribus se unieron contra ellos. Esta fue la gota que colmó el vaso. Este fue el suceso que los de Israel no pudieron consentir.

    Cuando observo lo que está ocurriendo en la sociedad presente, me pregunto, como el salmista preguntaba: ¿Hasta cuándo, oh Señor?


    ¿Cuán lejos hemos de llegar para calificar algo como “demasiado malo para consentir”? ¿Cuánta inmoralidad se puede permitir? ¿Cuánta violencia? ¿Cuánta injusticia? ¿Qué tendría que ocurrir para que la sociedad respondiera unánime contra la maldad en el mundo?

    Creo que se esperamos un suceso tan horrendo contra el cual todos respondan para demandar justicia y santidad, puede que tenga que ocurrir algo muy gordo. Pienso en la historia reciente, los genocidios, las guerras, los ataques terroristas, los millones de niños muertos, etc. ¿Tan lejos hay que llegar? La decadencia de la sociedad no ha tocado fondo.

    Pero ¿qué tal si lo pensamos a modo más reducido? Quizás lo podemos considerar individualmente. ¿Cuánto consiento yo en mi vida antes de darme cuenta de que estoy haciendo mal y que tengo que rectificar? ¿Hasta donde estoy dispuesta a llegar en el camino que me aleja de la santidad que Dios quiere de mí? ¿Consiento pecados que al compararme con otros parecen insignificantes? Quizás deba parar y compararme con la santidad de Dios, y no consentir pensamientos, actitudes ni actividades en mi vida que Dios considera impuros.

    “El salmista pedía: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
 Pruébame y conoce mis pensamientos;
    Y ve si hay en mí camino de perversidad,
Y guíame en el camino eterno.”
    Salmo 139: 23-24

    Si nos juzgamos a nosotras mismas, y pedimos al Señor que nos examine y nos muestre aquellas cosas que debemos cambiar, no tendremos que preocuparnos por la gota que colmará el vaso. Mucho mejor disfrutar el ser llenas del Espíritu de Dios, porque la Palabra nos dice que contra la abundancia del fruto del Espíritu no hay ley.” (Gálatas 5:23-25)

  • Al leer en el capítulo 17 de Jueces sobre Micaía y el levita, el relato no nos dice quién era este levita que había dejado Belén de Judá y andaba por tierras de Efraín buscando un lugar donde morar.

    ¿Quién podría ser este levita que había ignorado la ley de Dios y el plan de Dios para su vida para buscar su propio bienestar y estabilidad económica?

    Los hombres de Dan parecían conocerle, ya que leemos que cuando se lo encontraron en la casa de Micaía “reconocieron la voz del joven levita y le dijeron: ¿Quién te ha traído acá? ¿y qué haces aquí? ¿y qué tienes tú por aquí?”
    Jueces 18:3

    ¿Quién era este hombre tan conocido al que estos hombres no esperaban encontrar por estas tierras?

    Al final del capítulo 18 nos cuenta cómo la tribu de Dan tomó la tierra de unos sidonios que vivían pacíficamente y sin molestar a nadie. Arrasaron el lugar, reedificaron la ciudad, y levantaron los ídolos que habían robado a Micaía. Nos dice Jueces 18:30-31:

    “Y los hijos de Dan levantaron para sí la imagen de talla; y Jonatán hijo de Gersón, hijo de Moisés, él y sus hijos fueron sacerdotes en la tribu de Dan, hasta el día del cautiverio de la tierra. Así tuvieron levantada entre ellos la imagen de talla que Micaía había hecho, todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Silo.”

    El texto nos revela que se trataba del hijo de Gersón, osea, el nieto del mismo Moisés. Este es uno de los detalles que nos indica que estos sucesos ocurrieron al principio de la época de los jueces. Este levita, Jonatán, era el nieto del gran hombre de Dios que había sacado al pueblo de Egipto y lo había guiado por el desierto durante 40 años. Aquél que había hablado con Dios cara a cara, que había intercedido por el pueblo, y que les había dado repetidas veces la ley de Dios.

    ¿Cómo podría su nieto estar sacrificando a imágenes? ¿no había oído del incidente con el becerro de oro; Cómo su tío Aarón había permitido que el pueblo hiciera imagen para adorarla? ¿Cómo su abuelo Moisés había llegado al campamento después de estar con Dios mismo, para encontrarse al pueblo desenfrenadamente haciendo fiesta a este ídolo, cómo había tomado el becerro, lo había fundido y lo había derramado en el agua que estos bebían? No sabía que Dios había pedido que no se hicieran imágenes para adorar? Claro que lo sabría. También sabría que los sacrificios y holocaustos se debían llevar a cabo en Silo, donde estaba el tabernáculo, y por los sacerdotes, hijos de Aarón.

    El padre de este levita, Gersón, hijo de Moisés y Séfora se había criado en Madián, con su madre y abuelo Jetro. Pero vimos en Éxodo 18 que Jetro había creído en el Dios de Israel. Los hijos de Jetro habían elegido vivir entre el pueblo de Israel. Y aunque no sabemos mucho de Gersón, sabemos que su hijo estaba morando en Belén de Judá antes de decidir salir a forjar su propia identidad. Él quería ser sacerdote de Jehová, pero a su propia manera.

    Jonatán no demuestra devoción sincera a Dios, ya que al leer la historia, vemos que lo que lo movía era interés en su propio plan de vida y no en lo que Dios había hablado.

    Vemos que este nieto de Moisés había elegido dejar los preceptos de Dios para adorar a un Dios que él mismo se estaba haciendo a su propio gusto, y estaba tomando decisiones basadas en sus ganancias personales.

    No se lo pensó dos veces cuando los de Dan le ofrecieron ser sacerdote de la tribu en lugar de serlo de una sola familia. Esto implicaba mejor remuneración y más fama y estabilidad. Y acabó formando un negocio familiar que pasaría de generación en generación hasta que el pueblo fue invadido años más tarde. Así podemos ver que un descendiente directo del fiel siervo de Dios se desvió, haciéndose idólatra y amando otras cosas antes que a Dios.

    ¿Es esto posible? Por desgracia lo es; no solo posible, sino muy fácil. Y es que la fe de tu abuelo no determina tu fe. La fidelidad de tus padres no predetermina tu caminar con Dios. La fe es una cuestión personal. Y cuando un individuo se desvía tan solo unos pocos grados de la presencia de Dios, al seguir el camino elegido, acabará lejos del Señor, y apartado de la perfecta voluntad de Dios.

    Amiga, no importa lo fieles que fueron tus padres o abuelos. No importa la familia de la que vienes. Juan 3:36 dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.

    Aunque las oportunidades de conocer al Señor son mayores para aquellos cuyos familiares siguen a Dios fielmente, la relación con Dios es siempre un asunto personal.

    Tu condición espiritual estará determinada por lo que tú decidas hacer con Dios. Y cada decisión en tu caminar con Él marcará el rumbo de tu vida en Cristo.

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  • Lo que bien le parecía
    Jueces 17 nos presenta a un personaje que vivió en los al comienzo de la época de jueces, cuando Josué ya había fallecido y Finees, hijo de Eleazar, y nieto de Aarón, era sacerdote sobre todo el territorio de las doce tribus. Con la distancia entre tribus, como se nos repite varias veces en el texto, cada uno hacía lo que bien le parecía. Micaía también.
    Jueces 17:1-6 narra: “Hubo un hombre del monte de Efraín, que se llamaba Micaía, el cual dijo a su madre: Los mil cien siclos de plata que te fueron hurtados, acerca de los cuales maldijiste, y de los cuales me hablaste, he aquí el dinero está en mi poder; yo lo tomé. Entonces la madre dijo: Bendito seas de Jehová, hijo mío. Y él devolvió los mil cien siclos de plata a su madre; y su madre dijo: En verdad he dedicado el dinero a Jehová por mi hijo, para hacer una imagen de talla y una de fundición; ahora, pues, yo te lo devuelvo. Mas él devolvió el dinero a su madre, y tomó su madre doscientos siclos de plata y los dio al fundidor, quien hizo de ellos una imagen de talla y una de fundición, la cual fue puesta en la casa de Micaía. Y este hombre Micaía tuvo casa de dioses, e hizo efod y terafines, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote. En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.”
    ¿A alguien le parece extraña esta historia? No te culpo. Lo es; me produce dolor de estómago, y es que este hijo había robado un dinero a su madre, y cuando se lo devuelve, la madre se pone tan contenta que usa el dinero para hacer unas imágenes. Micaía se monta una especie de museo de imágenes, el texto lo llama casa de dioses, y él mismo consagró a su propio hijo y lo hizo su sacerdote personal.
    Con todo lo que hemos aprendido de Dios y su carácter, y con lo explícito que ha sido Dios al compartir sus deseos en su ley, es aberrante que este señor robe, mienta, haga ídolos y los adore. Es horroroso que su madre sea tan ignorante de la voluntad de Dios que esto lo permite y hasta lo promueve con su actitud permisiva. Esto es un ejemplo del tipo de ambiente familiar que se respiraba.
    El versículo 6 lo describe perfectamente: En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.”
    Curioso que este Micaía llevaba un nombre que significaba “el que es como Jehová.” Los hebreos ya llevaban nombres que a la luz de sus vidas transgredían el tercer mandamiento, “no tomarás el nombre de Dios en vano.” Y es que no hay mayor deshonra al nombre de Dios que llevar la etiqueta de pertenecer a Dios y actuar en contra de su carácter.
    La historia continúa contándonos como un levita pasaba por ahí, buscando un lugar donde morar. Recordemos que la tribu de Levi era la encargada de atender a las tareas relacionadas con el tabernáculo, el cual no se encontraba muy lejos de ahí. Sin embargo, este levita no estaba ocupado. Imagino que había tanta idolatría en la tierra que las ofrendas en el tabernáculo habían descendido y había muchos, digamos, sin empleo. Sea lo que fuere, no demuestra devoción sincera a Dios, ya que al seguir leyendo la historia, vemos que tenía más interés en su propio plan de vida que en lo que Dios tuviera para él.
    Este levita, llegó a casa de Micaía, y este, al verlo, le ofreció quedarse a vivir ahí a cambio de casa y salario, con tal que accediera a ser su sacerdote privado. Este levita, al ver la casa de dioses que tenía Micaía, debería haber declinado la oferta. Sin embargo, lo que le ofrecía era demasiado bueno para despreciarlo. Así que, Micaía reemplazó a su propio hijo por un levita de verdad. “Y Micaía dijo: Ahora sé que Jehová me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote.” Jueces 17:13 Tan supersticioso e ignorante de la ley de Dios como veíamos a su su madre al principio del relato. Micaía había robado, había idolatrado, había tomado el nombre de Dios en vano, había deshonrado a su madre. Pero pensaba que agradaría a Dios.

    El levita sacerdote le duró poco a Micaía. Igual que vino, se marchó, cuando le plantearon una mejor oferta. Leemos que unos hombres de la tribu de Dan pasaban por el monte de Efraím de camino a inspeccionar la tierra de Lais para tomarla. Al encontrarse con este levita en casa de Micaía, parece incluso que lo reconocen. Le preguntaron, ¿Tú qué haces aquí? Y el levita les explicó cómo había acabado trabajando para Micaía. Cuando los de Dan habían reconocido la tierra de Las, volvieron adonde se encontraba el resto de su tribu y avanzaron hasta llegar a la casa de Micaía.
    Los hombres de Dan entraron a la casa y comenzaron a tomar los ídolos de Micaía. El levita, asombrado por lo que hacían, les preguntó
    “¿Qué hacéis vosotros? Y ellos le respondieron: Calla, pon la mano sobre tu boca, y vente con nosotros, para que seas nuestro padre y sacerdote. ¿Es mejor que seas tú sacerdote en casa de un solo hombre, que de una tribu y familia de Israel? Y se alegró el corazón del sacerdote, el cual tomó el efod y los terafines y la imagen, y se fue en medio del pueblo.” Jueces 18:19-20
    Así fue como los de Dan se llevaron al sacerdote de Micaía junto con los ídolos que había en su casa. Nos narra el texto que cuando Micaía vio lo que había ocurrido, juntó gente y fue tras los de Dan. Mas estos hombres violentos le amenazaron hasta que Micaía desistió y se volvió a su casa con las manos vacías.
    Sabemos que la tribu de Dan tomó la tierra de Lais de manera cruel, despreciando la tierra que Dios ya les había concedido en otro lugar. Levantaron la imagen de talla que la madre de Micaía había mandado a hacer con el dinero que su hijo le había robado, y establecieron a este levita como su sacerdote. Más adelante veremos que la tribu de Dan llegaría a ser tan idólatra que desaparecería de la profecía en el libro de Apocalipsis.
    No nos dice el texto qué fue de Micaía. Puede que se diera cuenta que Dios le estaba dando una oportunidad, permitiendo que los de Dan le robaran aquello que lo había apartado de Dios. Puede que se hiciera para él más ídolos y siguiera con su plan inicial. Me gustaría pensar que usó esta oportunidad para cambiar su vida. Que Dios en Su infinita misericordia le quitó todo, para que pudiera comenzar de nuevo, buscando al único Dios verdadero.
    Esta historia de Micaía muestra cómo el hacer lo que a uno bien le parece no trae felicidad. Incluso, cuando parece que todo va bien haciendo lo que te da la gana, puede llegar uno más grande que tú que quiere otra cosa, y te estropea aquello que te estaba dando alegría. Mucho mejor conocer lo que a Dios le agrada y vivir para lo que fuimos creados, para traer gloria al único Dios verdadero.
    Que hoy y cada día tomemos la oportunidad de hacer aquello que bien le parece a Dios, confiando en que Él nos ayudará en el camino. Esta es la mejor manera de vivir la vida que Él nos ha dado.

  • Video del libro de Jueces.
    https://www.youtube.com/watch?v=bCwaJz4L2nU

    Podría resumir el clima del libro de los jueces después de la ruptura del pacto con el siguiente texto :

    Jueces 2:14-19
    “Y se encendió contra Israel el furor de Jehová, el cual los entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos.”

    “Y Jehová levantó jueces que los librasen de mano de los que les despojaban; pero tampoco oyeron a sus jueces, sino que fueron tras dioses ajenos, a los cuales adoraron; se apartaron pronto del camino en que anduvieron sus padres obedeciendo a los mandamientos de Jehová; ellos no hicieron así. Y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de mano de los enemigos todo el tiempo de aquel juez; porque Jehová era movido a misericordia por sus gemidos a causa de los que los oprimían y afligían. Mas acontecía que al morir el juez, ellos volvían atrás, y se corrompían más que sus padres, siguiendo a dioses ajenos para servirles, e inclinándose delante de ellos; y no se apartaban de sus obras, ni de su obstinado camino.”


    Este texto describe el periodo de los jueces en Israel. El pueblo se veía inmerso en un ciclo de decadencia y fracaso que se caracterizaba por pecado que llevaba a la opresión de parte de los pueblos paganos de alrededor. El pueblo lloraba ante Dios, y Dios en su misericordia levantaba a un libertador que los rescatara de la opresión. Disfrutaban entonces de una época de paz hasta que alejándose de Dios, acababan de nuevo afligidos por los enemigos de Dios. Este ciclo lo vemos repetido para cada uno de los jueces principales.


    El libro de Jueces se llama así por el nombre dado a estos catorce personajes que el Señor usó para encauzar al pueblo de Israel en determinadas zonas y determinados momentos. Fue una época, como comenté anteriormente, de mucho conflicto, descontrol que vino sobre el pueblo de Dios por insistir en apartarse de Dios para seguir su propio camino.
    Estos jueces, trece hombres y una mujer, fueron, más que jueces en el sentido jurídico de la palabra, libertadores o salvadores del pueblo. En muchas ocasiones eran soldados, en otras estrategas, y en algunas, líderes que guiaban al pueblo.

    Quizá por este motivo es que los judíos esperaban que Jesús fuera un libertador (salvador) en el sentido político o militar de la palabra, para librarlos de la opresión de los romanos. Perdieron así, la mayoría de judíos la oportunidad de recibir al verdadero libertador que los podía salvar definitivamente.

    Veremos en el libro de jueces varios hombres y mujeres que con valentía lucharon para terminar con la opresión de otros pueblos. Sin embargo, cuando el juez moría, nos dice el texto, el pueblo volvía a ser oprimido por los grupos que habían dejado morar en la tierra.


    Jueces comienza con la lista de los cananeos que los israelitas no expulsaron de la tierra. Podríamos decir que fueron “compasivos” o quizás simplemente ingenuos. Dios permite que en un principio estos grupos habiten la tierra, pero serían azote al pueblo de Israel.

    ¿Qué pasa cuando no limpias la putrefacción por completo? Al poco tiempo lo podrido contagia lo sano; nunca funciona en la otra dirección, ¿Te das cuenta? Solo un corte radical puede salvar el resto de la fruta. De igual modo, el pecado se infiltra de tal modo que echa a perder todo lo que toca.

    Veremos que hay una decadencia en los jueces según el libro progresa, que va de jueces que pueden ser considerados bastante buenos a jueces no tan buenos, a jueces malos, hasta llegar a jueces totalmente corruptos que actúan como los que nunca habían conocido a Dios.

    Los cinco últimos capítulos del libro están cronológicamente fuera de lugar, estando posicionados al final para mostrar la decadencia de Israel. Sin embargo, estas historias en los capítulos finales ocurrieron al principio de la época de los jueces, después de la muerte de Josué. Comenzaremos a ver el libro por los últimos capítulos antes de ver a diferentes jueces.

    Los capítulos del 3-16 nos narran la historia de 12 jueces que liberaron al pueblo de Israel en un momento determinado en una zona determinada del territorio.

    Cuenta de cómo Otoniel rescató al pueblo de las tribus de Mesopotamia, de cómo Aod los libró del rey moabita Eglón , y de Samgar, que los libró de los filisteos.

    Nos narra de Débora y cómo juzgó al pueblo y lo guió a la guerra contra los cananeos. Leemos de Gedeón y cómo los libró de los madianitas que robaban sus cosechas. Vemos a uno que quiso proclamarse a sí mismo juez, Abimelec (8:33-9:57), causando una guerra civil. Y leemos de los jueces Tola, Jair (10:1-5), Jefté (10:6-12:7), Ibzán, Elón y Abdón (12:8-15), y del conocido Sansón (13-16), a cuya historia se le dedican tres capítulos enteros.

    Esta época que abarca 350 años alrededor del 1400 AC acaba cuando Dios da al pueblo un rey. Incluye también el libro de Rut, el cual viene después de Jueces. Y en 1 de Samuel veremos dos hombres más que juzgaron a Israel; estos fueron Elí y Samuel.

    La situación de Israel durante el periodo de los Jueces puede describirse muy bien con una frase que se repite cinco veces:

    “En esos días no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que bien le parecía.” Jueces 21:25

    Sin una estructura estable, y sin dirección de Dios, el pueblo de Israel ni estaba unido, ni estaba en orden. Igual podrías encontrar a algunos que seguían a Dios, pero la sociedad estaba tan desestructurada que hasta los jueces que Dios estableció en Su misericordia para salvarlos de desastres que ellos mismos habían buscado no conseguían arreglar la situación por mucho tiempo.

    La realidad muchas veces supera a la ficción, por lo que algunos de los sucesos relatados en este libro son más violentos que cualquier película que yo quisiera ver sin taparme los ojos. Dios nos ha permitido saber los hechos con los detalles suficientes para transmitir la decadencia de un pueblo que habiendo conocido la verdad, eligió rechazarla.

    ¿Hay esperanza? Te digo que sí. No perdamos de vista que el final de esta gran historia será un final feliz. Porque hay un juez que vendría siglos más tarde, y que a diferencia de estos jueces, sería el juez perfecto. Este juez salvaría a su pueblo de sus pecado y traería paz eterna. Cristo, el juez perfecto estaba aún por llegar.

  • El pacto de Dios con Israel se basaba, como ya hemos visto, en la obediencia del pueblo a los preceptos de Dios—en la fidelidad al Dios de Israel en lugar de servir a otros dioses. Dios les había pedido que no dejaran rastro de las prácticas paganas de los habitantes de la tierra que habían tomado. Sin embargo, en el libro de Josué y al comienzo del libro de Jueces, podemos leer que el pueblo ya había roto este pacto.

    Jueces 1:21, y también en Josué 15 dice “Mas al jebuseo que habitaba en Jerusalén no lo arrojaron los hijos de Benjamín, y el jebuseo habitó con los hijos de Benjamín en Jerusalén hasta hoy.” (Josué 15

    Jueces 1:28 “Pero cuando Israel se sintió fuerte hizo al cananeo tributario, mas no lo arrojó.”

    El resto del capítulo 1 (27-35) ofrece una lista de todos los que Israel no arrojó de la tierra, sino que se quedaron, llegando a ser tributarios al pueblo de Israel.

    Prefirieron hacer negocio con los enemigos de Dios que obedecer a DIos y arrojarlos de la tierra. Por tanto nos dice Jueces 2:1-3 que

    “El ángel de Jehová subió de Gilgal a Boquim, y dijo: Yo os saqué de Egipto, y os introduje en la tierra de la cual había jurado a vuestros padres, diciendo: No invalidaré jamás mi pacto con vosotros, con tal que vosotros no hagáis pacto con los moradores de esta tierra, cuyos altares habéis de derribar; mas vosotros no habéis atendido a mi voz. ¿Por qué habéis hecho esto? Por tanto, yo también digo: No los echaré de delante de vosotros, sino que serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero.”

    En una primera reacción, nos narra el texto que el pueblo llora y ofrece sacrificios a Dios, pero su corazón no estaba bien con Dios. En el capítulo 3 leemos:

    “Así los hijos de Israel habitaban entre los cananeos, heteos, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. Y tomaron de sus hijas por mujeres, y dieron sus hijas a los hijos de ellos, y sirvieron a sus dioses.”

    ¡Qué triste afirmación!

    Al permitir que su hijos e hijas siguieran las costumbres del lugar y emparentarse con los que no servían a Dios, se levantó una generación que no conocía a Jehová. ¿Cómo podía ser que en pocos años, de una generación a otra cambiara tanto un pueblo?

    Lo podemos leer en Jueces 2:7, 10

    “Y el pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué, los cuales habían visto todas las grandes obras de Jehová, que él había hecho por Israel.

    Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel.”

    Se dejó de cumplir el shemá, el “escucha Israel”; se dejó de contar las maravillas de Dios en casa, se dejó de hablar del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Poco a poco, con decisiones , o mejor dicho, quizás con falta de decisión de servir al Señor, lo que Dios había pedido en Deuteronomio 6 no so cumplía en las casas. ¿Qué decía este texto? escuchémoslo de nuevo:

    “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”

    Cuando Israel permitió que los pueblos paganos permanecieran a su alrededor y no mantuvieron su amor y dedicación a Dios, comenzó a notarse en sus casas. Ya no repasaban la ley de Moisés, ya no hablaban de las maravillas que Dios había hecho en su favor al sacarlos de Egipto y traerlos hasta esta tierra. Y poco a poco, los niños y jóvenes, influenciados por los que adoraban a otros dioses y por las prácticas del pueblo alrededor acabaron perdiendo toda noción de Dios, de modo que nos dice el texto que no conocían a Jehová.


    Y así, en el los versículos 11 -13, leemos:

    “Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Jehová.”


    Así que Dios ya viendo que Israel había roto su pacto con Él, los dejó ir por su propio camino, con aquellos que ellos habían elegido.

    Nos dice el texto que los de Israel “no se apartaban de sus obras, ni de su obstinado camino“

    “Y dijo: Por cuanto este pueblo traspasa mi pacto que ordené a sus padres, y no obedece a mi voz, tampoco yo volveré más a arrojar de delante de ellos a ninguna de las naciones que dejó Josué cuando murió.”
    Jueces 2:19-21

    Así es como la sociedad de los hebreos cambió, y la encontramos al comienzo de los tiempos de los jueces metidos de lleno en su propio plan, y lejos de Dios. Así es como de una generación a otra se puede ir de ser fiel a Dios a no saber de Él-


    Puede que nos engañemos pensando que de repente la nueva generación deja de creer y hacer lo que la generación previa tenía muy claro. Pensamos que es un proceso de evolución o progreso, cuando en realidad es el resultado de muchos descuidos por parte de los que educan, o digamos dejan de educar sin darse cuenta, dejando que otros eduquen a los que ellos deberían estar educando.

    Demasiado a menudo descuidamos la influencia que la familia debe tener, y dejamos que otros sean los que instruyan a nuestros hijos, descuidando nuestra responsabilidad. Estemos atentas para que la Palabra de Dios esté presente en nuestros hogares, y para que el nombre de Dios sea conocido y amado.

  • Tras las victorias militares de Jericó y Hai, los pueblos de alrededor temieron a los israelitas. Sabían el poder que tenían, sabían que el Dios verdadero, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob estaba con ellos, y eso los hacía invencibles, siempre, como hemos visto, que el pueblo permaneciera cerca de su Dios.

    Los gabaonitas, pueblo fuerte que habitaba cerca del lugar donde se hallaban los hebreos, salieron para engañarlos, haciéndoles pensar que venían de lejos y querían hacer paz con ellos. Los israelitas, engañados por las apariencias, creyeron a los gabaonitas e hicieron pacto con ellos sin consultar al Señor antes. Esto comenzó un patrón en Israel que como veremos en el próximo libro, corrompió al pueblo desde dentro. Al dejar a los que no temían a Dios infiltrarse en la sociedad que Dios quería mantener santa, veremos, que como ocurrió con el incidente perpetrado por Balaam, al pueblo de Dios solo se le gana cuando los que son de Dios comienzan a desear las prácticas de los paganos.

    Nos narra Josué 10 que

    “Adonisedec rey de Jerusalén oyó que Josué había tomado a Hai, y que la había asolado (como había hecho a Jericó y a su rey, así hizo a Hai y a su rey), y que los moradores de Gabaón habían hecho paz con los israelitas, y que estaban entre ellos”

    Así fue a hacer alianza con cinco reyes para atacar a los israelitas y a los de Gabaón, pueblo más grande que ellos.

    El capítulo 10 narra cómo estos cinco reyes unidos vinieron para atacar a Israel, y Dios milagrosamente dio la victoria a los israelitas de mano de Josué.

    Dios envió granizo del cielo y alargó el día milagrosamente como nunca había ocurrido ni jamás volvería a ocurrir. Nos dice el versículo 14 que “no hubo día como aquél, ni antes ni después de él, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre; porque Jehová peleaba por Israel.”

    Josué había venido ante Dios con una petición valiente e imposible, porque sabía que Dios era el Dios de lo imposible. Dios le honró, concediéndole la petición, y el versículo 21 nos dice que “Todo el pueblo volvió sano y salvo a Josué, al campamento en Maceda; y no hubo quien moviese su lengua contra ninguno de los hijos de Israel.”


    Dios había contestado la petición de Josué al mismo tiempo que había asegurado que los pueblos de alrededor entendieran que Dios es Rey sobre todos los reyes de la tierra.


    Josué 11: 18-20 explica:

    “Por mucho tiempo tuvo guerra Josué con (los reyes de alrededor). No hubo ciudad que hiciese paz con los hijos de Israel, salvo los heveos que moraban en Gabaón; todo lo tomaron en guerra. Porque esto vino de Jehová, que endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para destruirlos, y que no les fuese hecha misericordia, sino que fuesen desarraigados, como Jehová lo había mandado a Moisés.”

    Si te interesa la historia y la geografía, los capítulos que le siguen a este son para ti. Toma un mapa y disfruta del proceso de conquista de los territorios de cada tribu. Este fue un periodo de guerra que tenía como fin establecer paz en esa zona del planeta. Lo consiguieron, según el texto de Josué 11:23

    “Tomó, pues, Josué toda la tierra, conforme a todo lo que Jehová había dicho a Moisés; y la entregó Josué a los israelitas por herencia conforme a su distribución según sus tribus; y la tierra descansó de la guerra.”

    Sin embargo, conociendo la historia contemporánea, sabemos que a día de hoy no hay paz en el medio oriente. Estamos hablando de miles de años, y todavía luchan los grupos de gente con diferentes ideales.

    ¿Por qué es esto así? ¿No es Dios fiel a sus promesas?

    El capítulo 21 del libro de Josué nos dice que
    “No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.”

    Josué acaba el libro recordando al pueblo que la obediencia a Dios es la clave de la paz. A la hora de su muerte, les deja con este mensaje:

    “ Y he aquí que yo estoy para entrar hoy por el camino de toda la tierra; reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas. Pero así como ha venido sobre vosotros toda palabra buena que Jehová vuestro Dios os había dicho, también traerá Jehová sobre vosotros toda palabra mala, hasta destruiros de sobre la buena tierra que Jehová vuestro Dios os ha dado, si traspasareis el pacto de Jehová vuestro Dios que él os ha mandado, yendo y honrando a dioses ajenos, e inclinándoos a ellos. Entonces la ira de Jehová se encenderá contra vosotros, y pereceréis prontamente de esta buena tierra que él os ha dado.”

    Josué 24: 14 “Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.


    Josué 24:16 “Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses;
    Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos.”

    La historia del pueblo de Israel está llena de conflictos, de victorias y de derrotas. Han sido esclavos de muchos, y han esclavizado a otros. A través de este pueblo Dios nos quiere enseñar lecciones importantes para nuestras vidas. Nos quiere guiar al Salvador. A día de hoy, la mayoría de los judíos no reconocen a Jesús como el Mesías, enviado por Dios para salvar a su pueblo de sus pecados. Mas Dios promete que llegará el día en que todos doblaremos rodilla ante Él, reconociendo que Cristo es Señor. Habrá un remanente, parte del pueblo de Israel que creerá en Cristo como el Salvador que quita el pecado del mundo, que trae la paz verdadera.

    Hasta entonces, la historia que viene más adelante incluye mucho dolor, pero nunca abandonando la esperanza de un Salvador. Te animo a continuar conmigo a través de la historia de este pueblo, porque refleja la humanidad. Intentaré comunicar la relación de los acontecimientos y el interior del ser humano con nuestra vida aquí y ahora, y con lo que Dios tiene para nosotros en el futuro.


    1 Tesalonicenses 5:23 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”

    Cristo ha venido para que podamos tener paz, paz eterna, paz real. Su paz es una paz que comienza en el corazón de cada individuo y que se traduce en paz con el prójimo, desde el más cercano y extendiéndose al enemigo. Es una paz que transciende el tiempo y las circunstancias, una paz que sobrepasa nuestro entendimiento, ofrecida gratuitamente por el Dios de Paz.

  • Como vimos en la conquista de Jericó, nadie podía tomar botín de lo que se hallaba en la ciudad. Todo era anatema, y lo único que se rescató fue para el Señor, tanto los metales como las personas que el Señor libró.

    Sin embargo, Acán, olvidando que nada ni nadie se puede esconder de la vista de Dios, tomó para sí algunas cosas sin revelarlo a nadie más que a su familia.

    Josué, no sabiendo nada de esto, envió a dos espías para evaluar la situación de la siguiente ciudad, Hai. Los espías le recomendaron no enviar todas las tropas, ya que eran pocos. Dijeron: “No suba todo el pueblo, sino suban como dos mil o tres mil hombres, y tomarán a Hai; no fatigues a todo el pueblo yendo allí, porque son pocos.” Josué 7:3

    Así lo hicieron, y los de Hai salieron con poder, haciéndoles huir y matando a 36 de los soldados hebreos. No podían entender lo que había ocurrido. Josué estaba destrozado, y desanimado por los acontecimientos, fue al Señor en oración diciendo:

    “¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos?
    Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?”

    Nos recuerda a las oraciones de Moisés, preocupado por lo que los pueblos de alrededor pensarían de la grandeza de Dios. Es una preocupación digna. Nos gusta poder mostrar el poder de Dios cuando las cosas salen bien. Queremos, con razón, que otros vean el poder de Dios. Y aquí en esta situación los pueblos podrían pensar que Dios no era tan poderoso. Sin embargo, todo lo contrario. Dios estaba más preocupado por la pureza de su pueblo que por su poder. Porque como hemos visto, Dios es Santo, y no puede permitir el pecado. De modo que

    10 “Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro?”

    Básicamente le dice a Josué, levanta, no lamentes más, déjame explicarte lo que ha ocurrido:
    “Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres.”

    Dios le informa que había habido no solo un pecado, sino varios. Habían desobedecido a lo que Dios había pedido, habían robado, y habían mentido sobre ello, guardándolo para que nadie se enterara. Notemos que lo dice en plural, por lo que entendemos que Acán no trabajó solo sino que sus familiares eran cómplices con él en el plan.

    Y lo triste es que no fue hasta que Dios fue revelando la tribu y la familia responsable del delito que los culpables confesaron su pecado.

    Cuando se desveló que era la familia de Acán, este no tuvo más remedio que confesar:

    “Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello. Josué entonces envió mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda; y he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero debajo de ello.”
    ‭‭Josué‬ ‭7:20-22‬

    A la lista de robo y mentira, Acán confesó que había codiciado (el último mandamiento), presente siempre previo al hurto. Y es que ningún pecado viene asilado, sino que suelen venir en compañía de otros pecados asociados.

    Dios había pedido a Josué que tomara medidas para que el pueblo fuera santificado:

    “Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros.”

    Lo que había ocurrido en Hai era consecuencia directa del pecado de Acán y familia. Dios, en su santidad y misericordia hacia su pueblo, no podía dejar pasar el incidente. No podía hacer la vista gorda a este pecado, porque en el momento en que Él les dejara pecar sin consecuencias, sabía que la condición moral del pueblo se desplomaría, como veremos más adelante.


    Así vemos que después de que el pueblo fuera santificado y el anatema quitado de la congregación, Dios les pidió que volvieran a subir para tomar la ciudad de Hai.
    En el capítulo ocho vemos que “Jehová dijo a Josué: No temas ni desmayes; toma contigo toda la gente de guerra, y levántate y sube a Hai. Mira, yo he entregado en tu mano al rey de Hai, a su pueblo, a su ciudad y a su tierra. Y harás a Hai y a su rey como hiciste a Jericó y a su rey; sólo que sus despojos y sus bestias tomaréis para vosotros.”

    Esta vez Dios les permitiría tomar botín. Oh, si Acán hubiera obedecido y esperado el momento para tomar del botín. Si hubiera confiado en los planes del Señor. Destruyó a su familia por pensar que él tenía mejor juicio que Dios. Había dudado de la bondad y justicia de Dios. Al desconfiar de Dios y de su plan, desobedeció. Y su rebeldía no solo le afectó a él, sino a su familia y al pueblo en general.

    Cuando el ejército de Israel había tomado la ciudad de Hai, Josué edificó un altar a Jehová Dios de Israel en Ebal,para ofrecer al Señor sacrificios de paz. Escribió también allí sobre las piedras una copia de la ley de Moisés, delante de los hijos de Israel. Y se leyó al pueblo la ley con las promesas de bendición y maldición que Moisés había leído antes de cruzar el Jordán.

    Acaba la historia de Hai con este repaso de la ley de Dios. Era importante que todo el pueblo, adultos y niños, escucharan las palabras que Dios había dejado a su pueblo, porque el pueblo sería bendecido si guardaban la ley. Por desgracia habían tenido que ver que el pecado traía graves consecuencias para que volvieran atentos a escuchar la ley de Dios. Ahora tenían por delante una nueva oportunidad de ser fieles. Un nuevo día para buscar a Dios.

  • Si has leído la historia de la conquista de Jericó, habrás pensado que el único tesoro posible en Jericó sería el tesoro que escondió Acán, y por el cual vino gran pérdida para el pueblo. Pero lo cierto es que hubo un tesoro más precioso que se encontró en Jericó, y que pudieron guardar sin castigo alguno. Dios había encontrado en la ciudad de Jericó personas que temían al nombre de Dios y quisieron unirse al pueblo de Dios y preservar su vida terrenal, al mismo tiempo que aseguraban su vida eterna. Quisiera hablar de este tesoro, un tesoro humano encontrado en la ciudad de Jericó.

    Cuando los dos espías habían ido a inspeccionar la tierra, se adentraron a la ciudad de Jericó para calcular la dificultad de tomar la ciudad. Los espías entraron a hospedarse a la posada que estaba en el muro de la ciudad, la casa de una mujer de mala fama. Al llegar la noticia de que estos forasteros estaban ahí, el rey de Jericó fue en busca de los dos espías hebreos para detenerlos.

    Rahab, que había oído de los israelitas y las maravillas que Dios había hecho, sintió la necesidad de esconder a los espías para que el rey de Jericó no los encontrara, y así les salvó la vida. Rahab sabía que el pueblo de Israel venía hacia la ciudad. Sabía que el Dios viviente era el que los protegía y los fortalecía.

    Josué 2: 9-13 nos narra las palabras de Rahab:
    “Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.
    Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal segura; y que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte.”


    Rahab tenía muy claro del lado de quién quería estar. El rey de Jericó y todo el pueblo habían oído las hazañas del pueblo de Israel y el poder del Dios altísimo, pero su reacción fue perseguir a los espías y prepararse para la guerra.

    La historia nos narra en Josué 6 cómo Dios salvó la vida de Rahab y la de sus padres y hermanos y demás familiares.

    Esa noche, después de que los soldados hubieran desistido de buscarlos, salieron de la ciudad, bajando por el muro con la ayuda de una cuerda.

    Los espías le pidieron a Rahab que cuando viera que el ejército se acercaba a la ciudad, que colgara la misma cuerda por la ventana que estaba en el muro, y le prometieron que todo el que se hallara en su casa en ese momento sería salvo.


    Me hace pensar en el arca que Noé construyó. Había ahí mucho sitio para todo el que creyera la palabra de Dios por medio de Noé y entrara en el arca. Y vimos que en esa ocasión solo ocho personas, los hijos de Noé y sus esposas, creyeron y se refugiaron en el plan de Dios.

    En esta ocasión, en el capítulo 6 leemos el relato de la conquista de Jericó. Dios pidió a Josué que rodearan la ciudad de Jericó para tomarla. Durante siete días, los sacerdotes llevarían el arca del pacto alrededor de los muros de la ciudad, con siete sacerdotes marchando delante del arca con bocinas de cuerno de carnero.
    “Y los hombres armados iban delante de los sacerdotes que tocaban las bocinas, y la retaguardia iba tras el arca, mientras las bocinas sonaban continuamente.” Josué 6: 9

    Durante siete días consecutivos hicieron esto, rodeando la ciudad. El séptimo día, nos cuenta Josué, “se levantaron al despuntar el alba, y dieron vuelta a la ciudad de la misma manera siete veces; solamente este día dieron vuelta alrededor de ella siete veces.
    Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad.”

    Todo lo que había en la ciudad fue considerado anatema, esto es, maldito, y no podrían aprovechar nada de lo que allí hubiera. Dice el versículo 18: “Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis.”

    Todo debía ser destruido, mas Josué da las instrucciones sobre el tesoro que el pueblo encontraría en Jericó y sí podría preservar. Los metales preciosos serían consagrados a Dios para el tesoro de Jehová,

    “Y solamente Rahab la ramera vivirá, dijo Josué, con todos los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensajeros que enviamos.”

    Rahab había conseguido que toda su parentela se reuniera en su casa ese día, habiendo confiado en la Palabra de Dios. Dice el texto que “los espías entraron y sacaron a Rahab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y todo lo que era suyo; y también sacaron a toda su parentela, y los pusieron fuera del campamento de Israel.”
    “Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israelitas hasta hoy, por cuanto escondió a los mensajeros que Josué había enviado a reconocer a Jericó.” Narra Josué.

    Y es que Dios ofrece salvación, no necesariamente a los de buen nombre o de buena posición. Dios ofrece salvación a todo el que cree en Él y se creyendo, obedece sus instrucciones por la fe. Nos dice el libro a los Hebreos y la carta de Santiago en el nuevo testamento que Rahab creyó a Dios, y por eso escondió a los espías. Su fe en Dios la llevó a actuar, incluso si esto significaba arriesgar su vida.

    Veremos en las Escrituras más adelante que Dios escogió a Rahab para ser parte de la linea genealógica de la que vendría el rey David, y más tarde el Mesías. Solo Dios puede tomar una vida de esclavitud al pecado y convertirla en una vida de victoria, por medio de la cual la salvación vendría a este mundo. Así es la gracia de Dios.

    Yo doy gracias a Dios por haberme mirado a mí, por haber dado a su hijo en mi lugar para que yo pueda disfrutar vida eterna en Él. Así es la gracia de Dios.

  • Nos hemos embarcado en este año en una lectura a través de la Biblia, la Palabra revelada de Dios. Hemos leído los libros de la Torah, la ley y enseñanza de Dios para Su pueblo. Los libros que vienen a continuación son libros sobre la historia del pueblo de Israel. Pero el pentateuco que acabamos de leer no solo incluía leyes y enseñanzas, también nos ha contado la historia del pueblo desde su génesis. De igual modo, los libros históricos que vienen a continuación no son meros relatos de eventos en la historia. Dios tiene muchas enseñanzas en todos estos libros que nos muestran a Dios y su interacción con el ser humano. Te invito a continuar leyendo las Escrituras para conocer a Dios más y mejor.

    El libro de Josué narra el paso del pueblo por el río Jordán , la conquista de Canaán y la repartición de la tierra que Dios había prometido a Su pueblo.

    Una vez más, te invito a ver el video realizado por el Proyecto Biblia sobre el libro de Josué para una vista panorámica del libro. https://www.youtube.com/watch?v=49ggVrdBN_Y

    Es interesante que los primeros capítulos de Josué narran situaciones similares a las aventuras del pueblo en el comienzo del viaje a la salida de Egipto. Es interesante ver cómo del mismo modo que Dios había abierto el mar Rojo para que su pueblo pasara, así también Dios les abre el río Jordán para que avancen hacia la tierra que habían de tomar.

    En el capítulo tres de Josué, el pueblo, habiendo preparado provisiones para el viaje, marcharon tras el arca del pacto para cruzar el río. A una distancia prudente del arca de Dios, el pueblo siguió el camino que Dios les fue mostrando. Y cuando habían llegado a las orillas del Jordán, Dios mostró que estaba con Josué como había estado con Moisés, e hizo partir las aguas del rio para que se detuvieran y no siguieran su curso río abajo.

    Josué 3:15-17 nos narra que: “cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que descendían al mar del Arabá, al Mar Salado, se acabaron, y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó. Mas los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en seco, firmes en medio del Jordán, hasta que todo el pueblo hubo acabado de pasar el Jordán; y todo Israel pasó en seco.”

    En el versículo 4:18 leemos que “cuando los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová subieron de en medio del Jordán, y las plantas de los pies de los sacerdotes estuvieron en lugar seco, las aguas del Jordán se volvieron a su lugar, corriendo como antes sobre todos sus bordes.”

    Los israelitas, siguiendo las instrucciones de Dios a Josué, hicieron un monumento en Gilgal, para recordar lo que Dios acababa de hacer para ellos, y nos dice el capítulo 4:21-22 que habló Josué a los hijos de Israel, diciendo: “Cuando mañana preguntaren vuestros hijos a sus padres, y dijeren: ¿Qué significan estas piedras? declararéis a vuestros hijos, diciendo: Israel pasó en seco por este Jordán. “

    “En aquel día Jehová engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel; y le temieron, como habían temido a Moisés, todos los días de su vida.”Josué 4:14

    El pueblo estableció su campamento en Gilgal, y descansaron. Ahí los varones fueron circuncidados por primera vez desde que habían salido de Egipto. Dios no les había exigido la práctica de circuncidar a los niños nacidos en el desierto y ahora, cuando tenían oportunidad de descansar y recuperarse, pudieron cumplir este rito que el Señor había establecido para su pueblo, Israel. Y ahí en Gilgal celebraron la pascua ya pudiendo disfrutar de los alimentos de la tierra.

    Es precioso ver que una vez ya fuera del desierto, cuando ya tenían a su disposición otros alimentos, el maná cesó, nos dice el capítulo 5:12. El maná había sido provisión diaria para el pueblo durante su trayectoria por el desierto. Ahora entraban en otra etapa de sus vidas, y el maná ya no sería necesario.

    El capítulo cinco acaba contando cómo un varón, el Príncipe del ejército de Jehová, se presentó a Josué cerca de Jericó. Me hace pensar en el incidente de la zarza ardiente donde Dios había hablado con Moisés. Al igual que en la zarza, el Príncipe del ejército de Jehová dijo a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo. Él sería el que dio el mensaje a Josué de cómo debían tomar la ciudad de Jericó, que veremos en otro momento.

    Josué y el pueblo estaban preparados para tomar la tierra, decididos a obedecer los mandatos de Dios. Josué había mandado a dos espías para que les informaran sobre la tierra y sobre la primera ciudad a la que llegarían, Jericó, y Dios los protegió, y pudieron aportar información importante sobre el lugar y los habitantes. Pero esta vez no hubo quien dudara. Sabían que Dios los había traído hasta aquí y les daría la victoria.

    En este libro veremos que cuando el pueblo se somete a las instrucciones de Dios, hay victoria, casi sin mucho esfuerzo. Sin embargo, veremos también que cuando las instrucciones de Dios se ignoran, hay consecuencias para muchos.

    Los capítulos 6-12 relatan las batallas del pueblo para la conquista de la tierra. Los capítulos 13-22 son capítulos en los que se describe el repartimiento de la tierra, por lo que convendrá mirar un mapa para no perderse en la lectura.

    Te invito como hasta ahora a leer el libro por tu cuenta, y si tienes alguna duda, la consultes con nosotros o con alguien más cerca a ti. La Palabra de Dios se ha escrito para que conozcamos y entendamos a Dios mejor. Continúa con entusiasmo. Valdrá la pena el tiempo que le dediques. Hebreos 4:12 nos dice: “La Palabra de Dios es viva y eficaz.” Y por la gracia de Dios, está al alcance de todos. Disfrútala.

  • El libro de Deuteronomio llega a su fin con el pueblo a las orillas del Jordán, Josué list para adentrarlos a la tierra al otro lado del río, y Moisés despidiéndose de este mundo para ir con el Señor en gloria.

    Sus palabras de parte de Dios al pueblo sobre la sucesión de Josué fueron:

    “Este día soy de edad de ciento veinte años; no puedo más salir ni entrar; además de esto Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán. (2)Josué será el que pasará delante de ti, como Jehová ha dicho (3)


    Hemos podido ver a través de los libros del Pentateuco cómo Dios preparaba a Josué para liderar a Su pueblo. Ya en Éxodo 17 vimos a Josué liderando el ejército que defendía al pueblo de Israel.

    Josué era un fiel servidor de Moisés. En el capítulo 24 de Éxodo Josué subió al monte Sinaí con Moisés,

    Como dice Exodo 24:13, “se levantó Moisés con Josué su servidor, y Moisés subió al monte de Dios.”

    Pudimos ver que estuvo ahí esperando a Moisés, al pie del monte y que bajaron juntos a ver qué ruido era el que se oía subir desde el campamento, lo cual resultó ser el pueblo adorando al becerro de oro que habían hecho.

    Leímos que una vez que fue erigido el tabernáculo, Josué permanecía ahí fielmente.

    Éxodo 33:11 dice “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo.”

    En Números 11 lo volvimos a ver fielmente ayudando a Moisés a juzgar sobre el pueblo. En el capítulo 13, Josué fue uno de los doce varones que salieron a reconocer la tierra, y en el 14 vemos que junto con Caleb, Josué animó al pueblo a entrar a la tierra que Dios les había prometido. El pueblo no obedeció por temor, y Dios prometió que Josué y Caleb entrarían a la tierra, pero que los demás varones mayores de 20 años no entrarían a la tierra prometida por causa de su incredulidad.

    Nos narra Números 27:17 cómo Moisés, sabiendo que llegaba el momento de su muerte, rogó a Dios: “Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor.”

    Y Dios contestó la oración de Moisés, designando a Josué. Dios pidió que tomara a Josué, hijo de Nun, varón en el cual había espíritu, y que poniendo sobre él su mano, lo designara como su sucesor.

    En el capítulo 32 de Números nos narra que este lideraría al pueblo y los adentraría a la tierra prometida.


    Y vemos en Deuteronomio 31:6-8 que Moisés encomienda definitivamente a Josué la tarea que guiar al pueblo.

    “Y llamó Moisés a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar. Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.”

    En el versículo 23 del mismo capítulo, antes de acabar su mensaje, vuelve a repetir palabra de Jehová:

    “Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo estaré contigo.”


    Nos dice el texto que “Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.” dice Deuteronomio 34: 7 Dios lo había preservado fuerte y con buena salud.
    Dice el texto que “nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel.”

    Tomar el relevo de Moisés no era tarea fácil. Si recordamos, Moisés había expresado muchas dudas al comenzar su ministerio. No oímos dudas y preguntas de parte de Josué, pero puede que las tuviera, y Dios lo sabía. Quizás por eso Dios le dice una y otra vez, “esfuérzate y “sé valiente, “yo estaré contigo”.

    Nos dice el texto en Deuteronomio 34 que

    “Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés.

    Y en el primer capítulo del libro de Josué encontramos a Jehová mismo hablando con él:

    “Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel.”
    “como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.” Y le dice una vez más:

    “Esfuérzate y sé valiente;”
    “porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.”
    “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.”

    Y por si no lo ha dicho suficientes veces, le vuelve a decir:

    “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”

    Josué sabía que la tarea que se le asignaba no era fácil. Ya había visto cómo era el pueblo cuando se desviaban de los preceptos del Señor. Sabía que esto ocurriría. Y sin embargo vemos a Josué dispuesto a cumplir el plan de Dios para su vida.

    Dios lo había preparado y ahora aceptaba el reto que tenía por delante, sabiendo que siempre contaría con la presencia de Dios.

    Gracias a Dios por hombres y mujeres que como Josué están dispuestas a aceptar los retos que el Señor da. Y todas podemos, como Josué, tomar los retos del Señor con esfuerzo y valentía, siempre que Señor esté con nosotras.

    “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará.”

    Adelante con la tarea que el Señor te ha asignado; el Señor esté contigo.

  • ESPECIAL DÍA DE LA MUJER

    “Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras;
    Estoy maravillado, Y mi alma lo sabe muy bien.” Salmo 139:13-14
    Mujer, has sido creada con propósito, y cuando encuentras tu propósito, la vida toma sentido y te permite vivirla al máximo. Lo cierto es que como sociedad estamos muy lejos de entender y aceptar el propósito para el que estamos aquí.
    ¿El quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Son las preguntas que se han hecho a través de los años, las que llamamos existenciales.
    Cuando nos conforman el cerebro para creer que somos seres que estamos aquí por casualidad, que no sabemos muy bien de dónde venimos, o que venimos de seres aún más primitivos que nosotros, y que somos nosotras las que marcamos nuestro destino, un destino incierto e inseguro, por cierto, acabamos viviendo la vida a la defensiva y sin rumbo. Con una existencia así, solo quedaría luchar por tantos derechos como pueda mientras viva, intentando disfrutar el momento.
    Pero debemos admitir que, con esta filosofía, aún el que más y mejor viva la vida, llega igual al final con una sensación de vacío. Y esta es la existencia que nos han marcado aquellos que rechazando la existencia de Dios, han marcado el ritmo del mundo como nosotras lo conocemos ahora.
    El sabio Rey Salomón ya lo dijo hace miles de años. La vida es vanidad, viento que se desvanece. Otros la han descrito como un suspiro.
    Permíteme que hoy te introduzca a la realidad, descrita por Dios a través de Su Palabra. Porque Dios nos dice que nos creó a su imagen y con propósito.
    En Isaías 43:7 dice Dios: “para gloria mía los he creado, los formé y los hice.”
    Génesis 1:27 nos dice “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” Génesis 2:18-23 nos narra cómo ocurrió en el principio: “dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.
    Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen, pero nos narra el texto que primeramente creó a Adán ¿Te has preguntado si a Dios le pilló por sorpresa la ausencia de la mujer en la creación? Yo creo firmemente que no. El que tenía que notar la falta de la mujer era Adán. Al Dios omnisciente no se le escaparía esto. Piénsalo.
    Dios crea las plantas y los animales (macho y hembra), te recuerdo. Y entonces le pide a Adán que nombre a los animales. Esta tarea le haría ver que él era el único ser creado que no tenía pareja. Y entonces Dios creó a la mujer, y solo entonces, consideró la creación completa.
    Dios JAMÁS ha quitado valor a la mujer. Al contrario; nos ha dado mucho valor. Él demanda que sea tratada como un jarrón preciado. Es parte de la sociedad la que quiere teñir las palabras del Señor para hacernos pensar que la culpa de la opresión que pueda sufrir una mujer proviene de Dios.
    Vemos en la historia cómo el hombre ha abusado de su liderazgo, oprimiendo a la mujer. Pero una afirmación así es como decir que los ricos oprimen a los pobres, o que los altos oprimen a los bajos. Es una generalización que coloca a todos los hombres en una caja y los etiqueta como opresores.
    Ha habido muchos tipos de personas que en un momento u otro, en un lugar u otro, se han proclamado superiores y han querido considerar a otros “inferiores”. Pero eso no es el plan de Dios.
    Podemos observar en la historia de la humanidad opresión por causa de sexo, opresión por color, opresión por etnia, opresión por clase social, opresión por religión; todas estas se ven aún, aunque pensemos que vivimos en un mundo moderno y civilizado. Cualquier opresión y desprecio es resultado directo del pecado, y Dios lo detesta. El pecado de orgullo, el pecado de odio, el pecado de avaricia. Estos son la causa. Que no nos engañen haciéndonos pensar que somos desfavorecidas por ser mujeres, y que eso es un diseño divino. No lo es. Cuando una persona es oprimida de cualquier modo, el opresor o la opresora es considerada culpable por Dios, y Dios es un juez justo.
    Lo triste es que las mujeres que se sienten dominadas por el hombre son a menudo las mismas que quieren el derecho de dominar, legalizando la opresión por edad, por ejemplo. ¿O si no, qué es el aborto? Es la idea de que un bebé en el útero no es una persona tan valiosa como la madre que lo lleva. ¿No es eso opresión en base a la edad? ¿Y qué me dices de la eutanasia, o muerte digna? ¿No es opresión basada en la edad o las capacidades físicas o psíquicas de una persona?
    ¿Quién decide entonces quien puede ser opresor y quien puede ser oprimido? Nadie debe. El plan de Dios es uno de amor y respeto mutuo. Pero a estas personas, hombres o mujeres, que luchan por dominar, no les interesa el plan de Dios. Cualquier hombre o mujer que se exalta bajando a otro es considerado por Dios como transgresor de la ley natural, transgresora de la ley moral, transgresor de la ley divina. Transgresor, o transgresora, tú sabes quién eres.
    El plan de Dios para el hombre y la mujer era que se complementaran. Esa es la idea de una ayuda idónea, dos piezas de un mismo set. El plan de Dios era que el hombre amara y protegiera a su mujer, pero la mujer ha rechazado este plan. Muchas no quieren ser cuidadas, ni quieren ser protegidas. Lo triste es que al apartarnos del plan de Dios, el hombre ha pasado de proteger a abusar. Es triste y escandalizador. No tiene sentido natural ni moral. Dice el Señor en Efesios 5:28-30:
    “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.” El amor de un hombre hacia su esposa debería mostrar el amor de Cristo hacia su iglesia.
    Un hombre que sigue los preceptos de Dios ama a su esposa como a su propio cuerpo. ¿Quién haría daño a su propio cuerpo? pregunta el Señor. Sería ilógico e inhumano.
    Pero como siempre, cuando el ser humano rechaza el plan de Dios, no llega a una mejor posición. Al contrario, rebaja el valor del ser humano y muestra la peor cara, sean hombres o mujeres.
    Vez tras vez en las Escrituras, vemos el aprecio de Dios hacia la mujer.
    Vemos que Jesús tenía sus discípulos, pero tenía un grupo central de mujeres que fueron esenciales en la propagación del evangelio, siendo ellas pilares de oración y fe.
    En medio de la sociedad romana, cuando el testimonio de una mujer valía poco legalmente, vemos que Jesús, cuando resucita, aparece primeramente a las mujeres, siendo estas las que irían a relatarlo a los discípulos.
    El apóstol Pablo recuerda tanto a los cristianos de la época como a nosotros que somos todos iguales ante el Señor, mereciendo la muerte por nuestro pecado, pero salvados por la obra redentora de Cristo en la cruz. Gálatas 3:28 “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos (somos) uno en Cristo Jesús”

    Así que, dejando asentada la verdad de que Dios ama al hombre y a la mujer por igual, habiendo enviado a Su Hijo a la tierra para morir en nuestro lugar y darnos salvación, no olvidemos las bendiciones que tenemos como mujeres. Manifiéstate hoy ante Dios, pero primeramente para darle las gracias por crearte, por amarte, por salvarte. Vayamos también ante Su presencia para pedirle hoy y cada día por aquellas mujeres que no pueden disfrutar de la paz que nosotras disfrutamos, pero pidamos también por aquellos hombres, mujeres, niñas y niños, nacidos y por nacer, que por culpa del pecado de alguno o alguna son oprimidos a día de hoy.
    Dios, que es justo y santo ha dicho: “Tarde o temprano, el malo será castigado; Mas la descendencia de los justos será librada.” Feliz día de la mujer.

  • El pueblo de Israel debía entrar a la tierra que Jehová les había prometido. Sin embargo, otros pueblos habitaban la tierra. Estos eran conocidos por sus prácticas paganas. Dios les pidió que utilizaran la logística militar para conquistar la tierra. Esto nos puede parecer a muchos como algo cruel, pero conociendo el carácter de Dios, sabemos que aquellas batallas que tendrían lugar eran el último recurso, la última opción. Dios en Deuteronomio 20 pide al pueblo que intente vivir en paz con otras naciones.

    Dice así: “Cuando te acerques a una ciudad para combatirla, le intimarás la paz. Y si respondiere: Paz, y te abriere, todo el pueblo que en ella fuere hallado te será tributario, y te servirá. Mas si no hiciere paz contigo, y emprendiere guerra contigo, entonces la sitiarás.”

    Pero Dios sabía que los cananeos habían traspasado los límites de pecado. Como Sodoma y Gomorra en su día, estos pueblos se habían pervertido hasta el punto de la destrucción.

    Dice Dios en Deuteronomio‬ ‭20:17-18‬ ‭
    “los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado; para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios.”
    ‭‭
    Dios había dejado claro que Su pueblo no debía seguir las abominaciones de los pueblos de Canaan. Estos grupos específicos en este tiempo específico debían desaparecer.

    Yo no soy experta en historia y sé muy poco de las costumbres de los pueblos de Canaan en los tiempos de Moisés, pero lo que la Biblia nos cuenta de sus prácticas se puede encontrar también en los escritos encontrados sobre los ritos paganos de la zona y época.

    En ‭‭Deuteronomio‬ ‭12:31 leemos “toda cosa abominable que Jehová aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses.”

    Y en ‭‭Deuteronomio‬ ‭19:10‬ ‭ les dice “no sea derramada sangre inocente en medio de la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad”

    En ‭‭Deuteronomio‬ ‭18:9-12‬ ‭les instruye:

    “Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti.”

    La decadencia moral de los cananeos era conocida por todos. Levítico 18 dice “En ninguna de estas cosas os amancillaréis; porque en todas estas cosas se han ensuciado las gentes que yo echo de delante de vosotros.” Toma si quieres unos minutos para repasar las actividades inmorales comunes en este pueblo. No solo eran inmorales en el ámbito sexual, que lo eran, sino que también menospreciaban la vida de los infantes, sacrificándolos a sus dioses (Deuteronomio 12). Lo cierto es que al leer estos pasajes uno puede observar que los pecados de nuestra sociedad no están tan lejos de la de estos, y eso nos debería hacer reflexionar.

    A este pueblo lo tendrían que destruir porque insistían en su pecado y su sociedad se había corrompido. (Hay otros ejemplos en la historia de la humanidad en que pueblos con prácticas extremadamente inmorales desaparecieron)

    Cuando entendemos esta realidad, continuamos preguntándonos: ¿Debían los israelitas matar a los niños inocentes?
    El hecho de que Dios pidiera al pueblo que los destruyera no significaba que los aniquilaran sin distinción. Veremos en el libro de Josué que hubo cananeos que se arrepintieron y siguieron a Dios, aunque estos no fueran muchos. Dios siempre es fiel a su carácter Santo, justo y bueno, y como leíamos anteriormente, no se derramaría sangre inocente.

    Hay personas que se quejan de que Dios permita el mal, pero cuando decide Dios limpiar la maldad en un momento dado de la historia, la gente también levanta la voz, acusando a Dios de crueldad.

    Si Dios no para el mal, preguntan: ¿Por qué no para Dios el mal? Pero cuando Dios para el mal, hay también una reacción negativa: ¿Por qué para el mal? “¡Eso es violento, es injusto!” Parece ser que no importa los que Dios haga, aquellos que no quieren creer en Él o quieren crear un dios a a su manera van a encontrar un modo de eliminarlo de sus vidas.

    Sin embargo hay hipocresía en estas quejas. Cuando Dios decide quien vive y quien no, sus opositores reaccionan con indignación. Y al mismo tiempo, el ser humano quiere poder decidir quien vive y quien no; esto lo llegan a considerar un derecho moral. Parece una contradicción, una incongruencia.

    Si Dios es el dador de la vida, Él y solo Él tiene el derecho de decidir quien vive y quien muere. Esto puede sonar radical, pero es la realidad. Vuelvo a repetir algo que debemos tener muy claro, y es que Dios es y será siempre fiel a Su carácter Santo, Justo y Bueno.

    Dios ya ha dicho en Su Palabra una y otra vez que Él es único. Nadie puede tomar el papel de Dios. Pero Él, el Creador tiene la autoridad de tomar una vida, porque siempre tiene una buena razón y un buen fin, más allá de lo que nosotros podamos comprender. Para el cristiano, el final de una vida no es el final de La Vida, porque Dios ha dado vida eterna a cada persona que ha puesto su fe en Cristo. Es más bien un cambio de domicilio. La tristeza que nos queda en este mundo es difícil de aceptar, pero con la esperanza de la vida eterna, uno puede vivir esta vida con gozo y paz.

    La obra de Dios en la historia va más allá de lo que nosotras podamos comprender, pero la elección de confiar en el juicio perfecto de Dios es crucial para un buen entendimiento de su persona.

    Los cananeos no podían habitar la tierra junto con los Israelitas, porque Dios sabía que estas prácticas prevalecerían. Dios, en su Sabiduría y justo juicio tomó la decisión. El libro de Josué, al que nos adentramos relata las batallas de los israelitas en la conquista de la tierra. Como en un libro de historia, podremos observar lo que ocurrió en ese momento de la historia en ese lugar del mundo, pero no olvidemos que aún más importante es que observemos la relación del hombre con el Creador y la necesidad de un Salvador que un día quitaría el pecado de raíz, aquel que “salvará a su pueblo de su pecado” A Cristo, el Mesías.

  • Deuteronomio 30:11-20 nos narra cómo Moisés, ya acercándose al final de su mensaje, anima al pueblo a escoger la vida, siguiendo los principios establecidos por Dios. Analicemos el texto que comienza así:

    “Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.”


    “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.”

    Los israelitas tenían como destino la tierra física, una herencia temporal que disfrutarían ellos mientras vivieran y sus hijos después de ellos según el pacto que habían hecho con Dios.

    Este pacto dependía de que ellos siguieran los preceptos de Dios. El texto continúa con la advertencia:

    “Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella.”

    Ellos podían elegir si obedecerían a Dios o si irían tras otros dioses. Al ir tras otros dioses se harían esclavos de las ideologías y prácticas ajenas a Dios. Seguirían las corrientes de aquello que amaran. Amando a Dios, seguirían a Dios. Amando otras cosas, otros dioses, seguirían aquello que estos ofrecían. ¿Qué decidirían hacer?

    Moisés les continúa exhortando:

    “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él;”

    Les dice: Os he dado una elección sencilla y fácil. ¿Quién dudaría un instante en elegir entre la vida o la muerte? Si nos dieran a elegir, ¿quién elegiría la muerte, verdad? Moisés sabe que el pueblo ha elegido múltiples cosas en diferentes situaciones, y sabe que el pueblo elegirá en el futuro dejar a Dios para ir tras otras cosas. Y está rogando: escoge al Señor, escoge la vida.


    Y llega a la máxima motivación diciendo:

    “porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.”

    Dios es vida. Dios es vida para ellos y Dios es vida para nosotras. En Juan 14:6 Jesús dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.”

    ¿Por qué elegiría alguien la vida? Porque Dios es vida. Dios de hecho es vida eterna. Los días de los israelitas en la tierra serían prolongados por la obediencia a Dios, pero más allá de este mundo, Dios ha prometido la vida eterna, días sin fin, a todo aquel que cree en el Hijo, Jesucristo.

    El nuevo pacto en Cristo nos da a nosotros como destino al escoger a Cristo, el Padre. Nos proporciona vida eterna con el Padre.


    Y como dice el texto en Deuteronomio, no es algo demasiado difícil. Dios ha hecho la parte difícil. Cristo ha pagado ya la entrada. Para nosotros ni es difícil ni está lejos. Él ha bajado del cielo a la tierra para que lo podamos obtener. Ha cruzado el umbral de la vida y la muerte para que nosotras podamos vivir.

    La Palabra está en tu boca y en tu corazón, como dice el texto. Romanos 10:9 dice “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.”

    Dios ha puesto delante de ti hoy la vida y la muerte; el bien y el mal. ¿Y qué te pide? Volvamos a leer el texto: “que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos” Hemos dicho anteriormente que la salvación en Cristo no se puede ganar haciendo cosas, que es regalo de Dios. Mas Santiago 2:26 nos dice “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” Aquel que ama al Padre obedece sus mandamientos (Juan 14:15).

    Si te has arrepentido de huir de Dios y has recibido a Cristo por la fe, tu vida estará en conformidad con los estatutos de Dios. ¿Está tu fe muerta, sin obras? Muestra tu fe por tus acciones, dice la carta de Santiago, para que otros vean a Cristo en ti.

    Como lo hizo a la orilla del Jordán para los israelitas, Dios ha puesto delante de ti hoy la vida y la muerte. Escoge la vida, “Porque no os es cosa vana; es vuestra vida”, como dice el versículo 47 del capítulo 32.


    Escoge amar al Señor hoy y seguir sus preceptos sin desviarte tras otros dioses que demandarán tu servicio y devoción. Escoge la vida, escoge a Cristo, al único Eterno y Santo Dios.

  • Una y otra vez en Deuteronomio vemos a Moisés instando al pueblo a obedecer los principios y mandamientos que Dios había establecido. ¿Por qué trata una y otra vez la necesidad de obedecer?

    El concepto de la obediencia está mal visto por algunos. La idea de sumisión se ve como debilidad. Se nos quiere hacer pensar que obedecer es dejar que otros piensen por nosotros, o que someterse es permitir que abusen de nosotras o que nos anulen.

    Pero nada hay más lejos de la realidad. Todo lo que hacemos durante cada día de nuestras vidas requiere algún tipo de obediencia o sumisión. La cuestión es a qué o quien nos vamos a someter.

    Todos nos sometemos a la ley de la gravedad, por ejemplo. Aceptamos que existe una fuerza que nos atraerá hacia el suelo, la silla, la cama, o lo que sea que tengamos debajo. Cuando saltamos de una roca a otra, planeamos dónde poner el pie para no caer al vacío. Intentar revelarnos contra la ley universal de la gravedad traería grandes consecuencias. Pero una vez la aceptamos (nos sometemos a ella), podemos organizar nuestra vida sin siquiera darle muchas vueltas.

    Igual sucede con muchas otras cosas. Para obtener un trabajo, debes someterte a las normas de la empresa, debes seguir protocolo a la hora de asistir a cualquier sitio. Entras por la puerta que te han asignado, aprendes contraseñas que te permiten acceder a una cierta página. Circulamos en carretera por el lado que nos han asignado, y pasamos las inspecciones rutinarias que se nos exigen.

    Digamos que para vivir en sociedad debemos aprender a someternos u obedecer continuamente, y es normal y saludable. El ideal que algunos pintan por los muros de otros proclamando anarquía e insumisión muestra una rebeldía sin sentido, ya que estos mismos se someten continuamente a algo o alguien, aún si no lo quieren admitir.

    Entiendo que la duda para muchos surge cuando aquellos que están marcando las normas no son de fiar. Emitimos un juicio de valor que nos hace dudar de esa autoridad, y esto nos lleva a resistirnos a seguir sus instrucciones. Esto es algo delicado, porque es cierto que hay situaciones de abuso que se deberían evitar. En estos casos, lo mejor es evaluar bien la situación, asegurarnos que nuestra evaluación es correcta, y buscar ayuda en la que podamos confiar para salir de esta situación.

    Pero cuando evaluamos y vemos que podemos confiar, podemos tomar la decisión de seguir las pautas establecidas, incluso cuando no entendamos algunas de las normas. Esto ocurre por ejemplo cuando estamos al ordenador. Si se nos exige teclear una combinación de letras y símbolos que no entendemos, pero sabemos que sin esta combinación no podemos avanzar al siguiente paso, confiamos que este paso me llevará al resultado que queremos obtener, y porque confías en el programador de la página, seguirás sus instrucciones. Es cierto que a veces puede que lo hagamos con algo de nerviosismo o sentimiento de incertidumbre, pero al hacerlo y ver que ha funcionado, obtenemos más confianza para la próxima vez.

    Esta confianza en aquel que establece las normas es crucial para la obediencia. Por eso Dios ya se ha presentado a sí mismo, y ha mostrado su carácter bueno y justo. Cuando conoces a Dios y ves su amor y fidelidad, puedes confiar en que sus preceptos son buenos. El salmo 119 nos recuerda lo buenos y agradables que son los mandamientos de Dios. El salmista los había probado. Había confiado en Dios, y podía proclamar que las normas de Dios son dignas de confianza y obediencia.

    El pueblo de Israel debía obedecer si quería la protección de Dios. Pero si desobedecían, Dios les había advertido de las consecuencias de no tener a Dios como su Dios y Protector. La bendición de la obediencia era lo que les daría el bienestar en la tierra. No que no tuvieran luchas, pero tendrían la presencia de Dios en la prueba para darles la victoria. Por el contrario, si escogían desobedecer, si ponían su confianza en otros, obedeciendo otras voces, sometiéndose a sus propias pasiones y a los mensajes de los pueblos de alrededor, perderían la relación con Dios y su protección. La desobediencia los llevaría a la destrucción.

    Deuteronomio 11: 26-28 resume varios capítulos del libro. Dios dice

    “He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido.”

    También en el capítulo 30 lo describe como la vida (la bendición) que trae la obediencia y la muerte (la maldición) que trae la desobediencia.

    Ya les había dado razones específicas por las que debían elegir obedecer a Dios:

    “para que seáis fortalecidos, para que entréis y poseáis la tierra, para que os sean prolongados los días”

    Si decidían desobedecer a Dios, no significaría que ya no obedecían a nadie. Pensar eso sería ingenuidad ilógica. Todos obedecemos a algo o a alguien. No hay nadie que siempre haga lo que quiere. ¿Tú conoces a alguien? Aún cuando piensas que eres dueña de ti misma, no consigues “obedecer tus deseos”. O si no me crees, prueba. Quieres mejorar tu salud o tu apariencia, así que decides restringir tu dieta y hacer ejercicio. Y si es tu decisión, ¿por qué te cuesta tanto obedecer tus propias normas? Quieres madrugar para usar mejor el tiempo ¿Por qué tu cuerpo no te obedece y se resiste a levantarse unas horas antes?

    El apóstol Pablo lo expresa así en Romanos 7:19 y 21 “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.” “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.”

    Y concluye que es Cristo y Cristo solamente en el cual podemos poner nuestra confianza para seguir los preceptos que nos convienen, aquellos que Dios ha establecido.

    Cualquier otra opción supone confiar y obedecer a otros dioses, ya sean tus propios deseos o aquellos difundidos por otros. Estos dioses no son eternos, ni santos, ni bondadosos; y la obediencia a estos dioses resulta inevitablemente en maldición.

    Dios en Deuteronomio 29 les advierte de no pensar
    “Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón.” Porque la desobediencia a Dios nunca traerá paz.


    Te animo a poner tu confianza en el único Dios y Salvador, y a confiar en Él cada día, sabiendo que obedeciendo su código moral disfrutarás de su bendición diaria.

  • Al leer el texto en Deuteronomio 14: 22-27 me vino a la mente el incidente en los evangelios donde el Señor Jesús entra en el templo, e indignado por lo que encuentra, voltea las mesas y echa a todo el que estaba haciendo negocio de las cosas del Señor.

    El texto en Deuteronomio había dado instrucciones sobre el diezmo. Lee así:

    “Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días.”

    Vemos que Dios estableció que un 10% de la cosecha fuera presentada ante dIos como recordatorio para el pueblo de que Dios era el que proveía para ellos.

    En Deuteronomio 8 les había dicho:

    “Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre;

    y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.” Deuteronomio 8:11-14, 17-18

    El mensaje era claro. Cuando trabajas duro, y llega el momento de recoger beneficios, es muy fácil olvidar que Dios te dio el trabajo, te dio la fuerza, te dio cada detalle que necesitabas para poder ejercer tu trabajo con éxito. El pensar que es tan solo mérito nuestro sería falso e incorrecto. Esta actitud es propia de una persona orgullosa que olvida las bondades del Buen y gran Dios.

    Si el pueblo de Dios iba a mantener una relación de confianza en Dios, esta práctica era importante. El principio sigue siendo importante para nosotros. No estamos bajo la ley que estipula que un 10% de nuestros ingresos se destinen al Señor, pero seamos honestas. Todo lo que tenemos pertenece al Señor. Tanto es así que Él puede permitir que el dinero aumente o disminuya como quiera. Es increíble como uno puede ahorrar y usar su dinero con cautela, y sin embargo llegan gastos inesperados. Yo tengo muy claro que tanto yo como todo lo que poseo es del Señor. Esto me ayuda a vivir y usar lo que Dios me ha dado de manera que le traiga a Él gozo. Y si algo se va de forma desafortunada, entonces puedo confiar en que mi Padre celestial, el administrador, me puede dar todo lo que necesito.

    Esta es la esencia del diezmo. Esto es lo que Dios quería que su pueblo tuviera en mente. Les instruye que cuando el lugar del tabernáculo fuera establecido, fueran allí a presentar las ofrendas de su cosecha. Dice así el texto:


    “Y si el camino fuere tan largo que no puedas llevarlo, por estar lejos de ti el lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido para poner en él su nombre, cuando Jehová tu Dios te bendijere, entonces lo venderás y guardarás el dinero en tu mano, y vendrás al lugar que Jehová tu Dios escogiere; y darás el dinero por todo lo que deseas, por vacas, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa que tú deseares; y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia. Y no desampararás al levita que habitare en tus poblaciones; porque no tiene parte ni heredad contigo.”

    Las once tribus de Israel debían practicar el diezmo, trayéndolo al lugar que Dios hubiera estipulado, y si estaban lejos, debían vender el producto y comprar en el lugar del sacrificio los materiales para poder ofrendar, atendiendo también a las necesidades de los levitas, los cuales cuidaban el templo y no tenían cosecha.

    Siglos más tarde, en Jerusalén, la venta de animales había invadido el templo, y parecía más bien un mercado cualquiera que el lugar de culto que Dios había reservado. Los mercaderes se aprovechaban de que los viajeros tenían que cambiar moneda, que tenían que comprar el producto ahí, y estaban abusando de las personas sinceras que venían a ofrecer a Dios de lo que Dios les había provisto.

    ¿Cómo es posible que una actividad diseñada para mostrar confianza y apreciación hacia Dios había sido manipulada de tal modo que le trae a Cristo indignación?

    Jesús dice: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” Mateo 21:13

    Esta era una fuerte acusación a aquellos que debían guardar el templo, manteniéndolo como casa de oración. Habían descuidado la esencia de la adoración a Dios, convirtiendo las actividades de dedicación a Dios en actividades lucrativas. ¡Que Dios nos guarde de hacer lo mismo!

    Me gustaría acabar reflexionando sobre la práctica de agradecer a Dios por todo lo que nos da, y la necesidad de usarlo sabiamente y para traer bendición a otros en tanto que sea posible. Aparte del diezmo que el pueblo debía traer anualmente, Dios pidió que cada tres años se trajera otro 10% para los levitas y para ayudar a aquellos que estaban pasando necesidad. Dice así el texto: “Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades. Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que Jehová tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren.”

    Esto era una práctica que aseguraba que los extranjeros que eran nuevos al lugar y todavía no tenían cosecha pudieran tener un comienzo digno. También se beneficiarían las viudas mayores que no podían trabajar ni se volverían a casar, y los huérfanos que aún no podían trabajar. Esto no era para que nunca tuvieran que trabajar. Más bien era para ayudarlos hasta que ellos mismos pudieran ganar su propio pan. Los levitas que atendían al tabernáculo también eran beneficiarios de estas ofrendas.

    Dios ofreció su bendición para aquellos que fielmente siguieran esta práctica. Sin embargo no era un intercambio de favores en el que se le daba a Dios para recibir su bendición. Nunca pienses que Dios quiere tu dinero. Dios no lo necesita. Dice el Señor en el Salmo 50:12 “Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud.”

    Si este principio lo tenemos claro, podemos entender que lo que damos al Señor es tan solo para decirle en humildad y amor: “entiendo que todo lo que tengo te lo debo a ti. Y te doy las gracias por suplir cada necesidad que tengo. Lo que yo pueda ganar, ayúdame a usarlo de forma que te honre, y ayúdame a notar y suplir las necesidades de otros que no tienen en este momento.”

    Dios bendice al dador alegre, y condena la avaricia. Administremos nuestros bienes de forma que Dios los pueda usar como Él quiera.

  • “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.
    Y Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”


    Cuando nuestro primer hijo comenzó a poder comunicarse con nosotros de una forma, digamos, recíproca, establecimos la primera norma de casa. Digamos que esta fue específicamente diseñada para él. Queríamos que aprendiera a obedecer. Si le pedíamos algo, queríamos que lo hiciera con buena actitud. Sin embargo, la norma número uno no era “obedece”. Más bien llegó a ser “escucha y obedece”. Y es que el niño mostraba muy buena disposición, pero si no escuchaba con atención para percibir lo que queríamos, “no lo oía” o “no recordaba lo que le estábamos pidiendo”. Así que tuvimos que enfatizar que para poder seguir instrucciones, cuando se estaban dando, debía mirar y escuchar atentamente.

    Esto nos ayudó a trabajar la capacidad de escuchar y retener. Cierto es que aunque las instrucciones de “recoge los legos” se procesaba correctamente, era muy probable que a los pocos minutos de comenzar a recoger, la propia actividad lo llevara a comenzar a jugar y olvidar aquello que debía estar haciendo. Poco a poco, con práctica y empeño de ambos lados, el oír y el hacer se hicieron más comunes. Porque es cuando actúas sobre lo que has oído que realmente muestras que estabas escuchando de verdad.

    El Shemá de los israelitas, es una especie de “escucha y obedece”. Shemá es literalmente el verbo escuchar en Hebreo. Si el pueblo no escuchaba atentamente con la intención de retener la información recibida para poder seguir las instrucciones, seguramente se despistarían a la primera distracción.

    Tanto en casa como a la hora de realizar cualquier actividad que requiere seguir unas instrucciones, es necesario prestar atención a estas con esfuerzo. Así también con los preceptos que Dios establece. Para poder realizar la actividad con éxito, debemos atender con la determinación de hacer. Por eso hay varios versículos en el nuevo testamento que nos lo recuerdan.

    Mateo 13:9 “El que tenga oídos para oir, oiga.”

    Y el que oye, actúa.

    Mateo 7:24: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.” Lucas 11:28

    Con la misma esencia, hablando de mirar como una escucha en acción, leemos en Santiago 1:25

    “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”

    Dios nos pide que no seamos oidores olvidadizos. No comencemos el bien hacer para distraernos con los afanes de este mundo. Porque lo que sigue en el Shemá es amor, ese deseo de agradar a aquel que amas. Dice: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”

    Volviendo a la ilustración, cuando el niño quiere agradar a sus padres, porque les ama, porque son más importantes para él que unos bloques de plástico, aprende a recoger, sabiendo que esto no significa el comienzo de una existencia miserable, sino al contrario, entendiendo poco a poco que sus padres tienen planes buenos para él, que la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere en todo momento, sino que es más valioso desarrollar relaciones afectuosas, y amar a aquellos que desean nuestro bien, disfrutando el uno del otro.

    ¿Amas al Señor tu Dios así, de todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas? ¿Lo amas con todo tu ser?

    Él te ama a ti así. ¿Cómo lo sé? Porque lo ha mostrado.

    1 Juan 4:9-11
    “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.
    En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.”

    Dios dió a su propio hijo para morir, con el fin de que nosotros vivamos por él.

    1 Juan 4:19 nos dice “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.”

    Dios es el que inició esta relación. Dios es el que sacrificó sin garantías, por amor.

    ¿Cómo muestras tú tu amor a Dios? En Juan 14:15 dice el Señor Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.” ¡Qué mejor manera de mostrar a alguien que lo amas que escuchando su voz y respetando su voluntad. Pues Él solo quiere lo mejor para ti siempre; El Señor es único; no hay otro como él. Y amarlo con todo nuestro ser no conlleva riesgo alguno.


    Shemá, Israel. “Escucha oh Israel, El Señor tu Dios, uno es.”

    Escuchemos todos, y amemos a Dios como solo Él merece, con nuestros pensamientos, con nuestro ser, con nuestro hacer.

  • Sabiendo lo importante que es recordar lo que Dios ha hecho, y de transmitirlo a las generaciones venideras, Moisés exhorta al pueblo en Deuteronomio 4:9

    “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.”

    Y en el versículo 15: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego;

    Con este versículo les advierte que no se hagan dioses, pues “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”, como dice el texto en Juan 4:24.

    Y otra vez les advierte en el 23: “Guardaos, no os olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que Jehová tu Dios te ha prohibido.”

    ¿Cómo es posible que personas que se consideran creyentes sigan hoy día ofreciendo sus oraciones a otro que no sea Dios? Piden a estatuillas en lugar de postrar el rostro en presencia del Dios Santo, el que dice “Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro.”

    Con estos mandamientos comienza la ley: Porque no hay otro Dios, no hemos de postrarnos ante imágenes de ningún tipo par adorarlas. Y continúa la ley: el nombre del Señor ha de tomarse en serio, no utilizándolo para expresiones frívolas y ligeras; no tomarás el nombre del Señor en vano.

    Guardarás el día de reposo para santificarlo. Porque Dios valora al ser humano, nos manda guardar el día de reposo, pues es santo para el Señor. Cumpliendo este mandamiento, no podían hacer a nadie trabajar. El texto les da la explicación: “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo.” Todos merecían un descanso, y esto debía honrarse.

    Los restantes seis mandamientos tenían que ver con el trato con el prójimo. Honra a tus progenitores, no tomes la vida de ninguna persona en tus propias manos, respeta las relaciones humanas de forma moralmente irreprochable, respeta la propiedad de tu prójimo, habla verdad siempre, y no engañes ni con palabras ni con acciones manipuladoras; y acaba la ley con un mandamiento a estar contentos con lo que posees, no codiciando aquello que pertenece a otro.

    Si todos viviéramos bajo esa ley moral, tendríamos un mundo totalmente diferente. No haría falta tener prisiones, podríamos reducir el número de policías, o su función sería muy diferente. Podríamos vivir confiados y con una buena relación con los demás.

    Pero sin embargo, aunque esta ley es justa e ideal, no hay nadie que la cumpla íntegramente todo el tiempo. Por eso tenemos conflictos, y por eso nos cuesta horrores resolverlos.

    Sabemos que la ley no nos puede salvar, porque solo podría ser suficiente si se cumpliera toda la ley todo el tiempo, y como dice Romanos, no hay justo ni aunque uno.”
    Sin duda este cumplimiento de la ley moral de Dios no era para ganarse el cielo, como se suele decir. El cielo no se gana, o ninguno entraría en la presencia del Señor. La entrada al reino de Dios es por fe en la obra redentora de Jesucristo. Efesios 2:9 nos dice que no es “por obras, para que nadie se gloríe.” Nadie llegará al cielo por sus propios méritos. Pero todo aquel que quiera puede llegar con tan solo poner su fe en el mérito de Cristo, nuestro sustituto y Salvador.

    Y aún así, Moisés anima al pueblo “Mirad, pues, que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra. Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer.”

    ¿Cómo podían vivir según la ley de Dios?

    Solo podrían si la tenían en mente constantemente, hasta el punto de hacerla parte de su caminar diario. No sería algo que se pudiera lograr inconscientemente, pero el recordarla sería el primer paso para su cumplimiento. Así que el capítulo 6 versículos 6-9 dan la clave para poder recordar:

    “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;
    y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.
    Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos;
    y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”

    Debían saber las palabras para llevarlas en el corazón, las debían repetir a sus hijos, para que estos las aprendieran. Al andar por el camino, hablarían de ellas, al acostarse las repasarían, al levantarse las comentarían. Tendrían cuadros, tarjetas que les recordara, e incluso las tendrían enmarcadas por las paredes de la casa.

    ¿Te parece exagerado?

    No seamos ingenuas. Así es como nos aprendemos, sin querer, las canciones de la lista de los cuarenta principales, aún cuando no queremos. Cuando vamos al supermercado, las escuchamos mientras compramos, cuando vamos al gimnasio, ahí también las tienen; si subimos al autobús, volvemos a escucharlas; salen hasta en la sopa, e incluso aquellas canciones que te irritan, acabas cantándolas al despertarte por las mañanas. Parece que el mundo del márketing sabe que la repetición enseña. Así es como nos programan constantemente con anuncios publicitarios, por la radio, por la televisión, por internet, o en vallas publicitarias.

    Cuánto más importante es que los preceptos de nuestro Dios estén grabados en nuestra mente. Cuánto más provechoso es que Su Palabra esté de continuo en nuestras bocas.

    ¿Valoras más la situación económica de tu país que la situación moral? ¿Dejas que tú y tus seres queridos absorban la inmoralidad que se está enseñando en los colegios y en los medios de comunicación? Aceptas que los que dirigen tu país promuevan leyes y principios que defienden la muerte de inocentes y la promiscuidad sexual sin darle ninguna importancia? ¿Estamos olvidando la ley de Dios para sustituirla por la inmoralidad prevalente en la sociedad?

    “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.” Deuteronomio 4:9

    Haz lo que sea necesario para recordar lo que el Señor enseña y no te canses de comunicarlo a tus seres queridos para que estos también lo aprendan y se beneficien de ello.

  • Me gusta el libro de Deuteronomio, porque enfatiza la importancia de recordar aquellas cosas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Es muy importante que las nuevas generaciones no pierdan de vista los hechos del pasado. Esto es cierto de la historia de un país o un pueblo. Pero es aún más importante cuando hablamos de las maravillas que ha hecho Dios. Los creyentes no podemos perder de vista las bendiciones pasadas, porque estas nos muestran la presencia de Dios en nuestras vidas y nos dan seguridad para seguir confiando en aquel que es fiel eternamente.

    Moisés tiene la oportunidad de repasar con esta nueva generación lo que Dios ha hecho por Su pueblo. Cuando perdemos de vista las bondades pasadas de Dios, comenzamos a dejar de conocer a Dios. Y como hemos visto hasta ahora, el propósito de las Escrituras es que conozcamos a Dios. El autor de la Biblia, aunque los libros se escribieron por muchas manos y a través de muchos siglos, es Dios mismo. Dios y los hombres que pusieron por escrito Sus palabras, reconocen que esta Palabra ha sido dada por Dios y es en verdad la Palabra de Dios. Entender esto es muy importante, ya que a pesar de los ataques a la autoría y veracidad de la Biblia, históricamente y mundialmente, la Biblia ha sido reconocida como única en este sentido.

    Basándonos en esta verdad, podemos estudiar la Palabra de Dios para conocer a Dios y no olvidar que nos ha creado para glorificar Su nombre. Hemos visto cómo Dios preservó a su pueblo con el fin de glorificar su Santo nombre, aún cuando el pueblo lo despreció en múltiples ocasiones, yendo tras otros dioses. Y lo precioso es que a través de la historia, Dios siempre ha dejado la puerta abierta para la reconciliación.

    Al principio del libro, vemos que Moisés les recuerda cómo Dios los sacó de Egipto hasta Horeb, y cómo desde allí los guió por el desierto hasta llevarlos a la tierra que les había prometido a sus padres. Y durante todo este tiempo Dios estuvo con ellos. Les explica cómo Dios les dio los jueces de las diferentes tribus, “varones sabios y entendidos y expertos” para ayudar a Moisés a liderar el pueblo. Les cuenta cómo sus padres temieron a los habitantes de la tierra en vano, porque cuando van con Dios no hay que temer. Y les recuerda que cuando el pueblo se armó de valor para ir contra los de Horma sin la presencia de Dios, tuvieron gran derrota.
    Les da un repaso de cómo los de Esaú, aunque al principio les negaron el paso por su tierra, al final cedieron por temor a Dios, permitiéndoles pasar. Les recuerda que incluso durante su tiempo en el desierto, Dios ya había comenzado a darles la tierra que sería de ellos, obteniendo las tribus de Rubén y Gad, y media tribu de Manases las tierras que serían suyas al final de la conquista.

    En Deuteronomio 2:7 dice: “Jehová tu Dios te ha bendecido en toda obra de tus manos; él sabe que andas por este gran desierto; estos cuarenta años Jehová tu Dios ha estado contigo, y nada te ha faltado.”

    “Jehová ha estado contigo, y nada te ha faltado”. ¿Te viene a la mente un salmo conocido? El Salmo 23 nos dice, “El Señor es mi Pastor, nada me faltará” El pastor había estado con sus ovejas durante todo el trayecto. Nada les había faltado.
    No es así como se habían sentido en muchas ocasiones, ¿verdad? Mas Dios les está confirmando que NADA les había faltado.

    ¿Tenemos a veces sensaciones falsas de que algo nos falta? ¿De que deberíamos tener algo que Dios no nos está dando? “Si Dios está contigo, nada te falta” Si El Señor es tu Pastor, ¿qué más puedes necesitar?

    ¿Se sentía Moisés así?

    Vemos en el capítulo 3, que Moisés presenta una pregunta a Dios, algo que él siente que le falta:

    “Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano.” (24-25)

    Recordemos que Dios había dictado que Moisés no entraría en la tierra prometida. Pero Moisés aquí viene a Dios expresando un deseo de su corazón. Le pide que pueda pasar y ver la tierra al otro lado del Jordán. Después de todo, como hemos visto, Moisés había sido fiel en toda la casa de Dios.

    Sin embargo, Dios había concluido que Moisés no necesitaba esto. Le contesta: “Basta, no me hables más de este asunto. Sube a la cumbre del Pisga y alza tus ojos al oeste, y al norte, y al sur, y al este, y mira con tus propios ojos; porque no pasarás el Jordán.”

    Dios es fiel a su Palabra. Moisés no entraría a la tierra prometida. Pero Moisés pasaría a la eterna presencia con Dios. A la hora de su muerte, pasaría a una tierra aún mejor que aquella tierra buena al otro lado del Jordán, y por lo tanto, como Dios estaría con él eternamente, Nada le faltaba.

    Vemos a continuación que el buen Dios le pide a Moisés que suba a la cumbre del Pisga, y que desde allí contemple lo que Dios ha concedido a Su pueblo.

    Aunque vemos que Moisés en varias ocasiones había culpado al pueblo por el castigo de Dios sobre él, ante Dios, él acepta la decisión divina, estableciendo a Josué como líder del pueblo de la manera que Dios le había pedido en Deuteronomio 3:28: “manda a Josué, y anímalo, y fortalécelo; porque él ha de pasar delante de este pueblo, y él les hará heredar la tierra que verás.” Dios ya había determinado que Josué sería el que lideraría al pueblo para la conquista de la tierra. Y Moisés estuvo ahí animándolo y fortaleciéndolo.

    Esto muestra la fidelidad y buena disposición de Moisés delante de Dios. Creo que podemos decir que Moisés sí creyó que nada le había faltado. Por eso puede animar al pueblo a recordar todas las bendiciones del Señor.

    En el 4:9 dice: “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.”

    Esta exhortación continuará a través del libro, como podremos ver. Y es que si el Señor nos ha guiado hasta aquí, y reconocemos que nada nos ha faltado, podemos continuar seguras de que por la fidelidad de Dios, nada nos faltará.

  • https://www.youtube.com/watch?v=lq36F3b-S2U

    https://www.youtube.com/watch?v=qfMplfJoYA0

    Hemos llegado al final del libro de Números, y nos adentramos al libro de Deuteronomio.

    El libro de Números, en Hebreo, el lenguaje original, se titula “En el desierto”. Como hemos podido ver, es como un diario de viaje que narra las experiencias del pueblo durante los años que estuvo viajando antes de llegar a las orillas de la tierra prometida. Nos ha mostrado las dificultades que el pueblo de Dios experimentó y cómo el Señor los acompañó durante todo este tiempo.

    Hemos visto cómo en el monte Sinaí Dios ofreció Su presencia. Sin embargo, también vimos que mientras Moisés recibía las leyes y planos del tabernáculo, el pueblo se hizo un ídolo al que adorar. Dios les dio el tabernáculo para poder habitar en medio del campamento y les dio la nube de la presencia de Dios, para guiarles por el camino.

    En el camino a Parán, la fe del pueblo se debilitó, quejándose una vez más de lo que Dios había provisto para ellos. Vimos que al explorar la tierra que Dios les quería dar, se echaron para atrás por miedo a los moradores de la tierra. Aún así, aunque tendrían que pasar cuarenta años en el desierto, Dios estuvo siempre con ellos. Dios nunca los abandonó, a pesar de la rebeldía del pueblo. Los protegió incluso cuando el pueblo se desvió para pecar con los pueblos de la zona.

    Vimos incluso que cuando Balaam los intentó maldecir, de su boca salió bendición, incluyendo la promesa de un rey que libertaría al pueblo, hablando del Mesías. 17: Lo miraré, mas no de cerca; Saldrá ESTRELLA de Jacob, Y se levantará cetro de Israel, 19:De Jacob saldrá el dominador,

    Hemos podido ver que durante los años en el desierto de Moab, Dios cuidó a su pueblo, dándoles victorias, y ahora, a las puertas de la tierra prometida, el libro acaba con un nuevo censo del pueblo de Israel, contando a aquellos que entrarían para tomar posesión de la tierra. A las orillas del Río Jordán,años más tarde, un pueblo renovado tenía la oportunidad de hacer aquello que sus padres no habían hecho a causa de su incredulidad.

    Moisés, en los últimos capítulos de Números, comunica las divisiones de la tierra y lo que cada tribu obtendrá por heredad, estableciendo los límites. También vemos que el pueblo presenta dudas sobre varios temas y Dios da instrucciones sobre como tratar situaciones, como por ejemplo, la forma en que las mujeres podían conservar la tierra que pertenecía a sus padres, con leyes de actuación que protegerían la heredad de la tribu.


    Así llegamos al fin del libro de Números y comienza el último libro del pentateuco, los cinco primeros libros del antiguo testamento, o la Torah, como lo denominan los judíos.

    El libro de Deuteronomio recoge las diferentes exposiciones que Moisés hace al pueblo justo antes de ir a la presencia del Señor. Moisés ofrece a un resumen de cómo el Señor los ha guiado por el desierto, de las leyes que Dios les ha dado como pueblo con el que Dios había hecho un pacto, y de cómo se presentaría el futuro para el pueblo, dependiendo de sus decisiones. Este pueblo que escuchaba eran los hijos de aquellos que habían salido de Egipto, que habían experimentado el maná, la entrega de la ley, la construcción del tabernáculo. Ahora podrían escuchar la historia reciente para que ellos pudieran vivir sin repetir los errores de sus padres.

    Veremos en el libro de Deuteronomio secciones preciosas de las que podemos aprender muchísimo. Hay otras secciones que, como en el caso de la lectura de Levíticos, debemos recordar que las leyes eran específicamente para el pueblo de Israel, y por lo tanto las debemos tratar como tales. Pero el libro nos revela el carácter Santo y justo de Dios, así como su bondad y su misericordia. Las leyes de los israelitas, comparadas con las leyes de los pueblos de alrededor, aunque a nosotras nos puedan parecer en ocasiones extrañas, destacaban por ser justas e innovadoras para su lugar y su tiempo. Y como vimos durante la lectura de las leyes en los libros anteriores, todo ello nos lleva a anhelar la llegada del Mesías, el que salvaría a Su pueblo, cumpliría perfectamente la ley, y traería libertad de la ley.

    Te animo a tomar tiempo para echar un vistazo al libro de Deuteronomio. Como hasta ahora he hecho, recomiendo los videos del Proyecto Biblia que ofrecen un resumen de cada libro, resaltando los temas principales y enlazándolo con el resto de la Palabra de Dios. En la descripción del episodio incluyo los enlaces, que también están disponibles en el grupo Reflejos de Su Gloria.

    Que puedas conocer a Dios a través del estudio de Su Palabra.

  • Ayer veíamos a Moises y Aarón con su rostro postrado ante el Señor para buscar su voluntad. Esta expresión “postrado sobre su rostro” aparece en múltiples ocasiones en la Biblia para referirse a una persona que iba ante Dios en oración. También se utiliza esta expresión en ocasiones en que alguien venía ante un rey o ante una persona que merecía honor. Vemos en el texto bíblico que Moisés fue al Señor, postrado sobre su rostro cada vez que tenía que tomar una decisión importante. ¿Qué sabemos de la vida de oración de Moisés?

    Recordemos que Moisés es el hombre con el que “Dios hablaba cara a cara, como quien habla con un amigo” Números 33:11.
    Y sin embargo Moisés no tomaba esto a la ligera, yendo al Señor como si nada. Moisés buscaba a Dios con reverencia, y cuando postraba su rostro ante el Señor, venía con el oído atento a la palabra de Jehová.

    Casi cien veces he podido contar en estos libros la frase “habló Jehová a Moisés.” Dios no le había dado a Moisés la misión de liderar a su pueblo para dejarlo solo. Vemos una comunicación continua de Dios con Moisés.

    Vemos que durante su tiempo personal con Dios, Moisés tenía libertad de expresar a Dios aquellas cosas que le preocupaban. En el capítulo 11, durante la crisis de las codornices, vemos a Moisés compartiendo su frustración, diciendo: “No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía.” Moisés llega a decirle a Dios: “si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal.” Vemos en el mismo pasaje que Dios le da la ayuda necesaria, y Moisés puede continuar su labor.

    Poco después lo vemos intercediendo a Dios por sus hermanos, Aarón y María, después de que estos habían venido a criticarlo.

    En otras ocasiones podemos encontrar a Moisés intercediendo por el pueblo, rogando por ellos, pidiendo la presencia de Dios. En Deuteronomio 9 cuenta Moisés: “Me postré, pues, delante de Jehová; cuarenta días y cuarenta noches estuve postrado, porque Jehová dijo que os había de destruir. Y oré a Jehová, diciendo: Oh Señor Jehová, no destruyas a tu pueblo y a tu heredad que has redimido con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano poderosa. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires a la dureza de este pueblo, ni a su impiedad ni a su pecado.”

    Me llama la atención los momentos en que Moisés se postraba ante Dios, y era Dios el que iniciaba la conversación. Moisés iba a Dios en situaciones en que el pueblo había venido quejándose, y vemos que él venía, se postraba sobre su rostro, y esperaba, quizás porque no sabía qué decir. Sin duda, Dios sabía lo que estaba ocurriendo. Recordemos lo que Jesús dijo en Mateo 6:8, “vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” Y vemos que Dios siempre escuchaba a Moisés y siempre le contestaba, dándole lo que necesitaba para continuar.

    Vemos que Moisés no utilizaba la oración para cumplir su propia agenda. El propósito de la oración no es exponer nuestro caso de forma que nuestra voluntad sea hecha en el cielo. Más bien, debemos venir a la oración con el rostro postrado en reverencia, y con el deseo de que la voluntad del Cielo sea hecha aquí en la tierra, como dice el Señor Jesús en la oración modelo en Mateo 6:10.

    Curiosamente encontramos esta misma expresión en la oración de Jesús al Padre en el jardín de Getsemaní. En Mateo 26:39, dice “se postró sobre su rostro, orando” Jesús mismo vino al Padre con el rostro postrado, dispuesto a hacer aquello para lo que había sido enviado: para morir en la cruz, en rescate de cada persona que arrepentida de sus pecados reciba la obra redentora de Cristo en la cruz. En varias ocasiones Jesús había dicho que venía para hacer la voluntad del Padre. En Juan 6:38 “Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” Y en Hebreos 10:7 “Entonces dije: ‘Aquí estoy, Yo he venido para hacer, oh Dios, tu voluntad.'”
    Y en el huerto de Getsemaní, la noche antes de ser crucificado, encontramos a Jesús, postrado sobre su rostro y orando: Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.”

    Esa, una vez más, es la esencia de la oración. La oración no consiste en venir con nuestras quejas a Dios como hacía el pueblo de Israel. No consiste en simplemente exponerle nuestras necesidades para que él mágicamente las supla.

    Es de esta forma como el ser humano suele venir a Dios. Mientras las cosas van como uno quiere, Dios parece un ser que, si existe, está en otra dimensión. Pero cuando la vida se complica, tendemos a usar a Dios para culparlo, para pedirle explicaciones, para quejarnos de la situación, o si estamos muy desesperados, para rogarle que nos de una solución.

    Pero Dios nos ha dado el privilegio de poder venir a Él en oración para mucho más. Para tener comunión con Él, para abrirle nuestro corazón, para poder conocerle y experimentar su cuidado de nosotros.

    Es cierto que hay situaciones en las que necesitamos venir a Él corriendo, rogando a Dios que nos ayude. En Números 11:2 vemos que cuando se levantó fuego en el campamento, “Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió.” En múltiples ocasiones en la Biblia vemos que en un momento de necesidad, el justo clama a Dios, y Dios lo oye, y lo libra de su angustia. No quisiera que concluyeras que no debemos venir a Dios con nuestras peticiones, pero deseo que entiendas que ese no es el único fin de la oración. Por supuesto que podemos y debemos contarle a Dios nuestras angustias, como lo hacía Moisés. Nos dice 1 Pedro 5:7 que echemos toda nuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros. Pero no reservemos la oración tan solo para presentarle a Dios nuestras quejas ni para traerle una lista de necesidades que queremos que nos supla.

    Podemos venir a Dios en todo tiempo, con el rostro postrado en reverencia, deseosas de conocer y hacer Su voluntad, y dispuestas a santificar el nombre de Dios a través de nuestra obediencia. A Él sea la gloria.