Afleveringen
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Es uno de los premios literarios más grandes de España, un premio que desea ardientemente todo el que en la tierra del Quijote maneja la pluma de Cervantes. Se trata de un sillón en la Real Academia de la Lengua.
Ese fue el premio que obtuvo el barcelonés Ángel Antonio Mingote a los sesenta y siete años de edad, nombrado académico de la Lengua en enero de 1987. Pero Mingote, si bien manejaba la pluma, manejaba mejor aún el lápiz. Antonio Mingote era un humorista veterano cuyos dibujos publicados en revistas, y durante más de cincuenta años en las páginas del diario ABC de España, reflejaban temas sociales, aprovechando magistralmente la chispa maravillosa de la risa. Por eso Antonio Zamora, secretario de la Academia española, dijo al concederle el sillón: «El humor tiene también un gran valor literario.»
He aquí una decisión para celebrar con humor o, mejor aún, para celebrar con toda seriedad. Porque se aprobó un sillón para un humorista en la seria, adusta, formal, apergaminada y rígida Academia de la Lengua, la que «fija, limpia y da esplendor» a nuestro encantador idioma español.
Por fin reconocieron los académicos que el humorismo es algo serio, ya que tiene gran valor literario. Después de todo, no debemos olvidar que Don Quijote de la Mancha, el monumento más grande de la lengua de Castilla, es una obra cómica, humorística, festiva.
En esta vida nos hace falta el buen humor porque su contrario, el mal humor, arruina todo lo hermoso de la existencia. El mal humor estropea el hígado, daña la digestión y eleva la presión arterial; el buen humor restablece la tranquilidad, sazona las relaciones humanas y levanta el ánimo. El mal humor conduce a la muerte; el buen humor, a la vida.
Poco antes de que muriera Moisés, bendijo a su pueblo Israel, al que había sacado del cautiverio de Egipto. Acerca de la tribu de Aser, Moisés dijo:
El Dios sempiterno es tu refugio;
por siempre te sostiene entre sus brazos....
... ¡Vive seguro, Israel!
¡Habita sin enemigos, fuente de Jacob!
Tu tierra está llena de trigo y de mosto;
tus cielos destilan rocío.
¡Sonríele a la vida, Israel!
¿Quién como tú,
pueblo rescatado por el Señor?
Él es tu escudo y tu ayuda;
él es tu espada victoriosa.1¿Acaso no se identifica con esta bendición también nuestro pueblo, que emplea la lengua de Cervantes? «¿Quién como tú?», se pregunta, haciéndole eco a las palabras de Moisés. Más vale que cada uno de nosotros, como orgullosos miembros de ese pueblo también rescatado por el Señor, nos apropiemos del Dios sempiterno de Israel, sirviéndole de todo corazón, para poder vivir seguros y tener mayor razón que nunca para sonreírle a la vida.
Carlos Rey
1 Dt 33:27-29
Un Mensaje a la Conciencia
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Hace cuatro siglos había en la ciudad de Cartagena de Indias una hechicera llamada Assenet, oriunda de Luruaco, que afirmaba tener el poder de pronosticar el futuro valiéndose de signos celestiales. De los secretos que tenía fama de poseer, el único verdadero era que sacaba sus predicciones de horóscopos publicados en revistas españolas. La consultaban muchas señoras de la sociedad, incluso esposas de virreyes. Sin embargo, a pesar de que acudían a ella de manera clandestina, el Inquisidor Mayor se enteró de la existencia de la bruja y, debido a que consideraba que todas las cosas que ella predecía eran mentiras heréticas inspiradas por el sistema pagano de augurios basados en los planetas, ordenó que le quemaran el brazo derecho a modo de castigo.
Un día la bruja, cumpliendo el juramento que hizo de vengarse, mandó llamar con gran reserva a la esposa del Inquisidor con el pretexto de que tenía algo importante que anunciarle. Cuando la mujer, muerta de la curiosidad, fue a verla, Assenet le echó las cartas y le dijo:
—Tu esposo tiene una amante.
«Las cartas, justamente, eran de la amante del Inquisidor —aclara Daniel Samper Pizano en su obra titulada Lecciones de histeria de Colombia—. En ellas se leían frases de amor de una tal Betty.....
»La mujer regresó a casa preguntando a gritos: “¿Dónde está ese sinvergüenza?” —sigue narrando el ingenioso escritor colombiano—. Tan pronto como asomó el Inquisidor, lo levantó a cachetadas. Este juró que todo era mentira y ordenó que la bruja fuese quemada por mendaz.
»Esa misma tarde del 31 de octubre de 1648... en la Plaza de los Coches, Assenet fue conducida al pie de una pila de leña. Acusada formalmente de impía, sacrílega, de tener pactos con el diablo y, sobre todo, de mentirosa y embustera, la bruja se defendió así:
»—Soy inocente y digo verdad, pues tengo el poder de predecir acertadamente el futuro. Para demostraros que ello es así, vaticino aquí mismo que la Santa Inquisición hará que me quemen en una hoguera que arderá en esta plaza.
»Un rumor popular acogió sus palabras. El Inquisidor tragó saliva. Sabía que había quedado metido en un lío. Si ordenaba que quemaran a la bruja, se cumpliría el pronóstico de Assenet y, con ello, quedaría demostrado que la bruja decía verdad y había sido injusto quemarla. Pero si disponía que la liberasen, el pronóstico de la hechicera se volvería automáticamente mentira y, siéndolo, le tocaba a la Inquisición procesarla y quemarla.
»El Inquisidor pidió un breve receso para meditar la sentencia.... Cuando fue abolida la represiva institución, el Inquisidor aún no había llegado a una fórmula para salir del [dilema].»1
Si bien la astucia de aquella bruja le salvó la vida temporalmente, la única manera de que se salvara eternamente hubiera sido que dejara de practicar la brujería, que es una de las obras de la naturaleza pecaminosa, y que comenzara a dejar más bien que la guiara el Espíritu de Dios y no el del diablo. Pues Dios sí ha llegado a una fórmula, y su sentencia es que todo el que practique tales obras no formará parte de su reino.2
Carlos Rey
1 Daniel Samper Pizano, Lecciones de histeria de Colombia (Bogotá: El Áncora Editores, 1993), pp. 104-6. 2 Gá 5:19-21
Un Mensaje a la Conciencia
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Zijn er afleveringen die ontbreken?
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«Llegaban. Desde lejos Martín miró el Caserón con su Mirador allá arriba, resto fantasmal de un mundo que ya no existía.
»Entraron, atravesando el jardín, y bordearon la casa....
»Subieron por la escalera de caracol y nuevamente volvió Martín a experimentar el hechizo de aquella terraza en la noche de verano. Todo podía suceder en aquella atmósfera que parecía colocada fuera del tiempo y del espacio.
»Entraron al Mirador y Alejandra dijo:
»—Sentate en la cama. Ya sabés que acá las sillas son peligrosas.
»Mientras Martín se sentaba, ella arrojó su cartera y puso a calentar agua. Luego colocó un disco: los sones dramáticos del bandoneón empezaron a configurar una sombría melodía.
»—Oí qué letra:
Yo quiero morir conmigo,
sin confesión y sin Dios,
crucificao en mis penas,
como abrazao a un rencor.»Después que tomaron el café salieron a la terraza y se acodaron sobre la balaustrada.... La noche era profunda y cálida.
»—Bruno siempre dice que, por desgracia, la vida la hacemos en borrador. Un escritor puede rehacer algo imperfecto o tirarlo a la basura. La vida, no: lo que se ha vivido no hay forma de arreglarlo, ni de limpiarlo, ni de tirarlo. ¿Te das cuenta qué tremendo?»1
En esta primera parte de su novela Sobre héroes y tumbas titulada «El dragón y la princesa», el escritor argentino Ernesto Sábato se vale de su personaje Alejandra para llevarnos a una profunda reflexión sobre la vida humana. Bruno, amigo de Alejandra, tiene razón... en parte. A diferencia de los escritores, que tienen la opción de rehacer lo que no les ha salido bien como si lo hubieran hecho perfectamente desde el principio sin haberse equivocado en momento alguno, nosotros no podemos darnos ese lujo. Tenemos que tragarnos nuestras imperfecciones, ya que la vida no la podemos volver a vivir.
En lo que no tiene razón Bruno es que sí hay forma de arreglar, de limpiar y de tirar a la basura todo lo malo de nuestra vida pasada. No es cuestión de hacer caso omiso de nuestras faltas, como si jamás hubiéramos errado, sino todo lo contrario. Podemos arrepentirnos de nuestras faltas y pedirle perdón a Dios por ellas, confiados en lo que afirma el apóstol Juan: que «si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad».2
Pero ¿qué de nuestra vida futura? ¿Acaso no hay forma de mejorar lo que nos falta por vivir? Claro que sí. Con la ayuda de Dios, todos tenemos la opción de cambiar los patrones de conducta que han malogrado nuestra vida. A esa transformación Jesucristo la llama «nacer de nuevo».3 Se trata de permitir que Él nos transforme mediante la renovación de nuestra mente.4 Cuando dejamos que Cristo nos cambie de ese modo, llegamos a ser lo que el apóstol Pablo llama «una nueva creación», y tenemos por qué exclamar, junto con él: «¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!»5 ¿Nos damos cuenta qué tremendo?
Carlos Rey
1 Ernesto Sábato, El dragón y la princesa, Colección Alianza Cien (Madrid: Alianza Editorial, 1995), pp. 81‑82. 2 1Jn 1:9 3 Jn 3:3‑7 4 Ro 12:2 5 2Co 5:17
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En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:
«Nunca me casé ni tuve hijos, pero cuido a mis sobrinos como si fueran hijos míos. Las condiciones se dieron porque a sus padres les gusta la vida de fiestas. El uno es alcohólico, y la otra no siente el mínimo cariño por los niños. Ninguno de los dos responde por las necesidades básicas como educación, vivienda y alimentación.... Legalmente siguen siendo los tutores y, cuando quieren aparentar que son buenos padres, se los llevan.
»Los niños [se divierten cuando están] con sus padres... pero de pronto ellos me los traen, y desaparecen por varios días.... Eso me frustra... porque deseo salir, viajar y conocer el mundo, pero con esos niños a mi cargo, no puedo, y tampoco podría dejarlos, pues todos me dicen que sería una mala tía si los abandono.»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimada amiga:
»... Estamos seguros de que usted inicialmente ayudaba porque ama a sus sobrinos y no quería que fueran víctimas de negligencia. Usted es una persona considerada y generosa que deseaba hacer lo que podía para ayudar. Pero con el paso del tiempo parece que los padres comenzaron a tener expectativas de que usted hiciera cada vez más, de modo que ahora se están aprovechando de usted por completo.
»La primera carta del apóstol Pablo a Timoteo, su alumno y discípulo, contiene varias pautas en cuanto a cómo los miembros de una familia tienen la responsabilidad de cuidarse mutuamente.1 San Pablo deja en claro que Dios espera que ayudemos a los que están necesitados, comenzando con los miembros de nuestra propia familia.
»Sin embargo, San Pablo también enseña que “el que no quiera trabajar, que tampoco coma”.2 Esa es otra manera de decir que los adultos tienen la responsabilidad de trabajar y de proveer para sí mismos. No pueden simplemente optar por ver televisión todo el tiempo y esperar que otras personas compren, preparen y les traigan la comida. En otras palabras, no se espera que los miembros de una familia provean para quienes puedan proveer para sí mismos.
»De igual manera, no se espera que las tías provean para los niños cuando los padres mismos de esos niños pueden hacerlo. Tal vez los padres prefieran salir de fiesta y descuidar a sus hijos, pero eso no quiere decir que otro miembro de la familia sea responsable de los niños.
»Usted dice que desea viajar, así que haga algunos planes. Haga reservaciones y compre boletos. Luego infórmele a su familia que estará de viaje durante ese tiempo....
»Cuando usted regrese, haga planes con sus amistades. Salga de viaje en fines de semana, forme parte de un equipo deportivo o de un club, y simplemente informe a los padres que usted no estará disponible en esas ocasiones.
»Siempre que haga un plan, es muy importante que no permita que nadie la disuada de llevarlo a cabo. El darle la más alta prioridad a sus propias esperanzas y a sus propios deseos no quiere decir que usted sea una mala tía.»
Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo puede leerse con sólo ingresar en el sitio www.conciencia.net y pulsar la pestaña que dice: «Casos», y luego buscar el Caso 706.
Carlos Rey
1 1Ti 5:3-8 2 2Ts 3:10
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Un tripulante era francés; el otro, italiano. El barco era de matrícula yugoslava y el cargamento procedía de Egipto. El mar era el Adriático y la lancha patrullera era de Italia. Y el reflector de la lancha patrullera apuntó al barco, y el francés y el italiano decidieron hundirlo. Llevaban dos toneladas de hachís, en setenta y nueve bolsas plásticas.
Los dos hombres se lanzaron al mar, con la esperanza de que el hundimiento borrara toda evidencia. Sin embargo, para su sorpresa, todas las bolsas flotaron. La lancha patrullera los rescató del mar a ellos y a cada una de las bolsas. Fueron condenados por contrabando de drogas.
Es algo terrible cuando se comete un delito pensando que pueden borrarse todas las pruebas, y éstas aparecen al poco tiempo brillando como luceros. El asesino queda anonadado; el ladrón queda estupefacto; el estafador queda confundido. ¿Y qué del marido?
Hay esposos que piensan que pueden engañar impunemente a su esposa, y quizá lo hagan varias veces sin ser descubiertos. Pero a la postre los delata un cabello rubio en la solapa, o una carta que queda olvidada en un bolsillo, o una factura por joyas que no han sido regalo para la esposa, o una llamada telefónica anónima. Y comienza la tragedia familiar.
Un antiguo proverbio español dice: «El diablo hace las ollas, pero no las tapas.» Tarde o temprano, el delito se descubre; la falta se evidencia; el pecado se delata solo. Y entonces vienen la confusión, la vergüenza, el hundimiento del prestigio, la ruina de la felicidad.
Antes de que las bolsas de evidencia salgan a flote en la superficie, dejemos de hacer lo malo. Esos votos de amor y de fidelidad que se hicieron ante los testigos, ante el clérigo, ante la novia y ante Dios todavía están vigentes. Además, nadie puede detener el reloj del tiempo, y de aquí a veinte o treinta años será cuando más necesidad habrá del refugio de una compañera que haya sido el deleite de la vida desde el día del matrimonio. No echemos a perder esos últimos años por descuidar los primeros.
Ahora es el tiempo de edificar un hogar sólido. Todo matrimonio puede lograrlo. Sólo hay que dedicar algún tiempo del día para hablar los dos con Dios, haciendo de Él el huésped permanente del hogar.
Hermano Pablo
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En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:
« Tengo veintiséis años, y he sostenido una relación de dos años de noviazgo (en secreto) con un hombre once años mayor que yo....
»Mi madre... en su afán de protegerme, no me deja tomar mis decisiones.... Ella no acepta que yo quiera tener novio e independizarme. Mi novio me propuso matrimonio... pero mi madre no acepta que yo me vaya de la casa. Me intimida diciéndome que Dios va a castigarme severamente, que nunca seré feliz.... Hasta ha llegado a agredirme físicamente.... ¿Qué puedo hacer si yo deseo casarme para estar en gracia con Dios, sin tener que hacerlo a escondidas de mi madre?»
Este es el consejo que le dio mi esposa:
«Estimada amiga:
»Lamentamos la situación difícil que está afrontando. Su caso es complicado porque en realidad tiene que ver con dos problemas diferentes. Uno es la diferencia de edad entre usted y su novio. Para saber más acerca del tema, le recomendamos que consulte los Casos 184 y 738 en www.conciencia.net y lea el consejo que le dimos a otras mujeres con relación a la diferencia de edades en el noviazgo.
»El otro problema que usted afronta es la actitud y el comportamiento de su mamá. Usted quiere honrarla para así cumplir con los Diez Mandamientos, pero ella le ha hecho creer que el honrarla significa hacer todo de la manera como ella piensa que es mejor. Ella hasta ha llegado al extremo de decirle que Dios la castigará a usted por no hacer lo que ella quiere. Y, por si eso fuera poco, la ha agredido físicamente.
»Los adultos que agreden físicamente a los demás demuestran que no son capaces de controlarse ni de palabra ni de hecho. La agresión física de su mamá junto con las mentiras que le está diciendo nos llevan a suponer que ella padece de un trastorno de la personalidad o de una enfermedad mental. Sin embargo, no somos psiquiatras, así que no estamos facultados para hacer diagnósticos médicos.
»De cualquier manera, su mamá la está engañando.... No es saludable que una mamá trate de hacer que su hija se sienta culpable por querer vivir su propia vida.
»Las Sagradas Escrituras enseñan que los hijos adultos que son independientes de sus padres no están obligados a vivir con ellos y ya no están sujetos a ellos. A tales padres se les honra, que quiere decir tratarlos con respeto, durante toda la vida, mientras que se les obedece sólo durante la niñez.
»Usted dice que quiere experimentar la gracia de Dios. La gracia se recibe mediante bendiciones de parte de Él que nunca podríamos obtener por nuestros propios esfuerzos.... Así que la animamos a que reconozca que [su Hijo Jesucristo] ya ha pagado por los pecados que usted ha cometido.1 Luego esfuércese al máximo por dejar atrás las palabras erróneas y el comportamiento equivocado de su mamá.»
Con eso termina lo que recomienda Linda, mi esposa. El consejo completo se puede leer si se ingresa en el sitio www.conciencia.net y se pulsa la pestaña que dice: «Casos», y luego se busca el Caso 825.
Carlos Rey
1 Hch 15:11
Un Mensaje a la Conciencia
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«Mi madre, viuda, al verse sin marido y sin amparo, decidió arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y se fue a vivir a la ciudad, alquiló una casita y se puso a cocinar para algunos estudiantes y a lavar ropa de ciertos mozos de caballería del comendador de la Magdalena, así que había razón para visitar las pesebreras. En ésas se relacionó con un negro de ésos que cuidaban las bestias. Unas veces este hombre venía de noche a casa y salía por la mañana. Otras ocasiones tocaba a la puerta con el pretexto de comprar huevos, y entraba en la habitación. En un principio me molestaba su presencia, y le tenía miedo por el color de la piel y mal semblante; pero cuando vi que con sus visitas mejoraba el condumio, fui cobrándole algún afecto, pues siempre traía pan, trozos de carne y, en el invierno, leña con que calentarnos.
»De suerte que, sin pausa en la posada ni en las relaciones, mi madre acabó por darme un negrito muy lindo al que yo hacía brincar por darle algún calor. Recuerdo que un día el negro de mi padrastro retozaba con el mozuelo y, viendo que mi madre y yo éramos blancos y él no, se dio a correr con miedo hacia mi madre y, señalando con el dedo, decía:
»—¡Madre, coco!...
»... Niño todavía, me llamó la atención esa palabra de mi hermanico, y dije para mis adentros: “¡Cuántos habrá en el mundo que, porque no se ven a sí mismos, huyen de los demás!”»1
Este relato del protagonista principal de La vida de Lazarillo de Tormes, que da inicio en España al género de la novela picaresca, nos revela el pensamiento del llamado «pícaro» en aquel entonces. «Del pícaro puede decirse que toma la vida como viene —explica Jaime García Maffla—, que no la juzga pero sí la escruta, aun le da tonalidades especiales al mirarla desde su alma trágica y vacía.»
Ese es el caso de Lazarillo. Muerto su padre, su madre tiene relaciones con un morisco cuando Lázaro ya ha cumplido los ocho años. Por conveniencia, Lázaro acepta las visitas del moro como también al hermanito mulato que nace de las tales «relaciones». Luego, como quien escruta sin juzgar, medita en el término «coco» que le oye decir al pequeño, cuando éste descubre que su padre no se parece ni a la madre ni al hermano. El coco era un fantasma con que se asustaba a los niños.2 De ahí que a Lázaro se le prenda la chispa y se pregunte: «¿Así como se asustó el inocentón de mi hermano, será que también los demás les tienen miedo a todos los que no se parecen a ellos? ¿Acaso el racismo se origine en el temor a lo desconocido?»
Si bien acertó en su juicio el autor anónimo del Lazarillo a mediados del siglo dieciséis, con mayor razón debemos nosotros acertar en el nuestro en pleno siglo veintiuno. Determinemos que cuanto más diferente sea nuestro prójimo, más nos esforzaremos por llegar a conocerlo. Sigamos el consejo y el ejemplo de Aquel que nos hizo tal como somos: juzguemos a los demás así como queremos que ellos nos juzguen a nosotros, fijándonos en el corazón y no en las apariencias.3
Carlos Rey
1 Lazarillo de Tormes, Anónimo (Bogotá: Editorial Norma, 1994), pp. 12‑13. 2 Ángel del Río y Amelia A. de del Río, Antología general de la literatura española, Tomo 1: Desde los orígenes hasta 1700, ed. corregida y aumentada (New York: Holt, Rinehart and Winston, 1960), p. 338. 3 Mt 7:12; 1S 16:7
Un Mensaje a la Conciencia
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