Afleveringen
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Gran alegría por esta misericordia del Cielo: María viene en Fátima a pedirnos penitencia, desagravio, oración por los pecadores. Es una madre preocupada por sus hijos, desvelando secretos celestiales para mover a la conversión. Sus apariciones en Fátima nos recuerdan también la escatología, y nos manifiestan el triunfo de su Corazón Inmaculado. Consagrémonos a Ella y, con nosotros, al mundo entero.
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La Ascensión no es simplemente un eslabón entre Pascua y Pentecostés. Es un misterio en sí, que afecta a la Trinidad y a nosotros. La Trinidad acoge la Santísima Humanidad de Cristo y Él, al introducir carne y espíritu humanos en la Trinidad, nos revela nuestro destino. Tomemos en serio la Ascensión: es un acontecimiento muy relacionado con nuestro destino eterno, al poner de manifiesto la importancia de la parte corpórea del ser humano.
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Zijn er afleveringen die ontbreken?
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San Ambrosio pide que el alma de María esté en cada uno para alabar a Dios. Un anhelo maravilloso para todos, especialmente para los sacerdotes. El Sumo y Eterno sacerdote lo es precisamente por haber sido engendrado en el vientre de María. Y Ella también lo educa. En María encontramos todos los ideales: madre, enamorada, compañera, amiga, consejera… En el Calvario, Jesús encarga a su Madre a uno que el día anterior había sido ordenado como sacerdote.
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María es nuestra guía en todo, también en la manera de responder al Espíritu Santo y de enriquecerse con sus dones. En Ella encontramos el don de temor de Dios al reconocer en el Magníficat la soberanía de Dios, el don de piedad para llevar un trato de confiada familiaridad con Dios, el de ciencia, para descubrir en las cosas y en los acontecimientos el querer divino... Ella es el Vaso de verdadera devoción, el Vaso de la divina gracia, el vaso que contiene los tesoros del Espíritu.
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Como las vidrieras de una catedral, los santos son aquellos que permiten que pase a través de ellos la luz y el calor del Espíritu Santo. No son nuestras fuerzas o capacidades las que nos santifican, sino la acción del Dador de vida divina. Lo tenemos como Huésped desde el bautizo y corremos el riesgo de que pase inadvertido. Agradecerle su presencia, disponiéndonos a secundarlo mejor.
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Somos seres indigentes, incapaces de casi todo. Hemos de aprender a pedir a Quien es infinitamente poderoso y muy deseoso de otorgarnos sus dones. Pero pidamos ante todo aquello que le interesa a Él. De ahí que, en el Padrenuestro, roguemos ante todo por la gloria del Nombre de Dios, por el establecimiento de su Reino y por el cumplimiento de su voluntad. Recuperemos la oración dominical, restableciéndola en todo su relieve.
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Vae soli!, dice el libro del Eclesiastés: ¡Pobre del que va solo! Pero nosotros nunca vamos así porque una Persona divina nos ha sido dada. Habita en nosotros el Espíritu Santo, y nos mueve con sus mociones y sus dones. Dentro de estos, pensemos en el superior, el de Sabiduría, que nos hace gustar las cosas de Dios. Podemos preguntarnos si el gozo de lo divino ha sido creciente en nuestra vida.
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Agradezcamos a Dios el habernos dado a María, aprovechando el mes de mayo que comenzamos para ser más marianos. ¿Qué significa ser mariano? Sin duda amarla, y mucho. Busquemos hacerlo a través de la presencia de Ella, paralela a la de Dios. Y rezando bien el Rosario, hasta identificar nuestro corazón con el suyo. Entonces no serán extrínsecas nuestras virtudes, sino que procederán de un corazón asimilado a otro.
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Jesús dijo que, cuando fuera levantado sobre la tierra, atraería todo hacia Sí (Jn 12, 22). Podemos entenderlo referido a la Santa Misa: todo se resuelve en ella. El misterio de la muerte de Cristo se hace ahí presente. Ahí se unen el cielo y la tierra, ahí se ventilan cuestiones tan importantes como nuestra relación con Cristo, nuestra unión con Él. Dejemos que todo cuanto hacemos y somos sea atraído por la Misa.
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En los días ordinarios podemos orar con la devoción del día. Los sábados están dedicados a María. Ella nos recuerda la cercanía de Dios y nos descubre su bondad. Nuestro pensamiento se llena, al dirigirlo a Ella, de contento, de esperanza, de seguridad, de consuelo. María es toda de Dios, y eso es también lo que deseamos ser cada uno.
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Los grandes heresiarcas han buscado erradicar de la fe la Cruz de Cristo, buscando atraerse adeptos, y han terminado por destruir la fe. La Cruz es la única fuente de santificación y también de felicidad. Dios nos da, multiplicado, lo que nosotros le damos a Él. San Juan de la Cruz lo comprendió bien al escribir: “Mejor es sufrir que hacer milagros”. O: “Quien supiere morir en todo, tendrá vida en todo”.
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María dice que todas las generaciones la llamarán bienaventurada porque Dios la ha mirado. Mirar a Dios es amar a Dios. Al mirarla, la llena de gracia, y nosotros nos elevamos también al mirarla. ¿Cómo me ayuda mirarla? A veces, físicamente, cuando me encuentro con sus imágenes. Otras veces, al advertir lo que Ella es, y cómo me enseña a mirar a Jesús en los misterios de la redención.
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La fiesta civil del día internacional del trabajo se cristianizó con la memoria litúrgica de san José obrero. Y es una manera muy bonita de arrancar el mes de mayo, pues María es la primera devota de José. Santa Teresa invitaba a pedir gracias a María poniendo como intercesor a san José. Pidámosle una fundamental: vivir como él en la intimidad del hogar de Nazaret, en constante oración y creando un ambiente de cariño.
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Juan Bautista respondió a los sacerdotes y levitas llegados de Jerusalén: “En medio de ustedes hay uno que no conocen”. Quizá nos pase lo mismo: ¿conocemos realmente a aquel que está en medio de nosotros y debe ser nuestro amigo básicamente único y verdadero? “Conocerlo a Él”, no solo su doctrina o su vida. A eso vamos a la oración: a lograr un conocimiento personal, de primera mano, de la Persona de Cristo.
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Cuando un futbolista se prepara para ingresar al campo, hace ejercicios de calentamiento. Ya tan cerca de mayo, podríamos hoy disponer nuestro corazón para vivir este mes muy cerca de María. Un mes alegre, siempre del tiempo Pascual, con los días más largos y soleados. María nos habla de la ilusión, de fuego del amor, de las delicadezas con Jesús. Podremos experimentar un rejuvenecimiento de nuestra vida interior gracias a su intercesión.
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Jesús invitaba a sus discípulos a retirarse con Él a un lugar apartado. ¿Cuál? Nuestro propio corazón. Para que se establezca el contacto y el diálogo, necesitamos ser amigos del silencio, ejercitarnos en el “no hacer nada”, aunque en realidad estaremos haciendo lo más importante: llegar a lo profundo, donde está Dios. Examinarnos si tenemos manifestaciones de superficialidad.
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Al niño se les suele dar regalos. Jesús nos dijo que nos hiciéramos como niños. Vamos, pues, a pedirle un regalo a nuestra Madre. ¿Cuál será el mejor de todos? Sin duda su amor por Jesús. Es una aspiración imposible, pero se vale soñar. Un amor intenso, que erradique la tibieza. Un amor continuo, que evite los huecos vacíos en nuestro día, porque estamos enamorados. Un amor delicado, porque aprendemos del Corazón de Ella.
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San Bernardo explica que, entre la primera venida de Cristo hace dos mil años, y la última, al fin de los tiempos, está la intermedia, la de cada instante. En ella, Jesús es nuestro descanso y nuestro consuelo. Nos dona a cada instante su gracia, y con ella podemos confiar en la consecución de la meta final. Si tengo actitudes negativas, derrotistas, pesimistas, recordaré que mi esperanza se basa en el infinito Amor de Dios por mí.
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“La santidad es amor”. En estas cuatro palabras encontramos un resumen de Dios, de su obra creadora y del destino de los seres espirituales. Él no puede hacer nada distinto a amar, pues es su esencia. Y a eso nos invita, a la unión de amor. Preguntémonos si cada una de nuestras actividades nos hace crecer el amor.
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Si tuviera que contestar a la pregunta, ¿quién es hoy y ahora para mí Jesús de Nazaret? Ojalá respondiéramos con san Pablo: mi plenitud. En Él encuentro cuanto necesito: es mi Maestro, mi Médico, mi Medicina, mi Salvador, el Sumo Sacerdote que intercede por mí, el Pastor que me conduce y los pastos que me alimentan. En él encuentro todo, pues en Él reside la plenitud de la divinidad corporalmente.
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